La Iglesia San José y la memoria fragmentada
Construida y sostenida por los frailes de la Orden de Predicadores (dominicos) por más de 326 años, una circunstancia histórica cambió su nombre de iglesia Santo Domingo (en honor a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden) a iglesia San José. Para comprender cómo ocurrieron los hechos, cabe relatar brevemente la cronología histórica de la edificación dominica basada principalmente en el documentado libro Iglesia San José, templo y museo del pueblo puertorriqueño del Padre Emilio Tobar (1963).
Fue en los terrenos donados por Ponce de León a los frailes de la Orden de Predicadores donde se construyó el convento y la iglesia durante el siglo XVI. En 1521 llegó a San Juan fray Antonio o Antón de Montesinos acompañado de cuatro frailes, comenzando dos años después la construcción del convento. Montesinos era un renombrado dominico, cuyo valiente sermón de 1511 en Santo Domingo contra la esclavización del indígena tuvo gran trascendencia. Los frailes lograron desarrollar y agilizar la construcción en ladrillo y mampostería del convento. Ya hacia 1528 lo habitaban 25 religiosos y dos años después estaba sustancialmente terminado. En 1535 el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo escribía: “Hay en esta ciudad de Sanct Johan un gentil monasterio de la Orden de los Predicadores y muy bien edificado, aunque no de todo punto acabado”.
En cuanto a la iglesia anexa al convento, su construcción se adjudica a Rodrigo Gil Rozillo. En junio de 1532 estaban terminados los cimientos y hacia 1548 estaba en pleno proceso de construcción, según carta del obispo Bastidas. Antes de 1582 se edificaba la capilla de la Virgen del Rosario, advocación típica de toda iglesia dominica. (En efecto, el descubrimiento de cuatro sirenas pintadas en las esquinas de dicha capilla recuerda la presencia de esta iconografía en la barroca iglesia Santo Domingo en Puebla, México. La virgen del Rosario era patrona de los marineros y los protegía de las sirenas, símbolo de las tentaciones y peligros a que se exponían en el mar). La iglesia se convirtió en el panteón de la familia de Ponce de León. Durante años, unas 4,000 personas fueron enterradas en sus criptas, entre ellos el afamado pintor José Campeche. Hacia 1598 se había construido la parte gótica de la iglesia: la capilla mayor o presbiterio y el crucero con sus dos brazos. Años después, en 1647, se terminó la nave principal, las capillas laterales y la fachada principal gracias al esfuerzo del gobernador Íñigo de la Mota Sarmiento. Entre 1769-1774 se hicieron reparaciones bajo la dirección del mariscal Alejandro O’Reilly.
En el referido año de 1598, como consecuencia de la ocupación de San Juan por el conde de Cumberland, el convento dominico sirvió de cuartel a los invasores. En su crónica, Cumberland se refiere al “monasterio hermoso situado al norte del poblado, un poco distante del caserío (…) tiene iglesia y salón y todas las celdas necesarias para el prior y la comunidad de frailes”. La biblioteca de los dominicos impresionó a Layfield, el capellán de Cumberland. Allí, en el también llamado Convento de Santo Tomás de Aquino (nombre adjudicado en ocasiones a la iglesia), desde décadas antes se ofrecían los llamados cursos de Estudio General.
Pasan los años. En 1858, con la aplicación de la Ley de Exclaustración por la cual se clausuraban los conventos, los dominicos salen de Puerto Rico hasta su regreso en 1904. En consecuencia, la antigua iglesia dominica fue entregada a los padres jesuitas, quienes la ocuparon de 1858 a 1886, año cuando estos también salen de la Isla. Durante la incumbencia de los jesuitas, el padre superior José Lluch dirigió algunos trabajos de restauración de la iglesia, la cual desde esos años comenzó a denominarse San José. A la salida de los jesuitas, fueron los padres Paúles quienes se hicieron cargo de la iglesia. En 1898, la edificación sufrió daños en su fachada principal debido al bombardeo de San Juan por los acorazados estadounidenses. Cien años después, en 1998, la iglesia fue cerrada por el deterioro que venía experimentando. Finalmente en el 2003, la Arquidiócesis de San Juan contrató la firma de arquitectos Pantel, del Cueto & Asociados para iniciar los trabajos de restauración interior y exterior del templo que actualmente se efectúan.
La historia documental demuestra que la hoy iglesia San José se denominó iglesia de Santo Domingo por más de 300 años y que fue bajo la administración jesuita de 28 años cuando comenzó a llamarse iglesia de San José. Así lo confirman cientos de documentos, entre ellos los citados por el Padre Emilio Tobar (1963: 63-64). Por ejemplo, las Actas de los Capítulos Generales denominan Santo Domingo tanto a la iglesia como al monasterio. Asimismo lo consigna Ramírez de Fuenleal en su carta de 1529 a Carlos V. De manera similar, en 1530, el Capítulo General de la Orden al aceptar el monumento lo titula “Sancti Dominici”.
Por su parte, Gonzalo de Ávila, quien presenció su construcción, reafirma su nombre en declaración solemne de 1578. Y muchos años después, el dominico Joaquín de Aldea en su correspondencia oficial de 1854-1858, habla siempre de “Convento e Iglesia de Santo Domingo”. Más aún: la prueba inequívoca es el Acta Oficial del 2 de septiembre de 1858 por la cual se transfiere el templo dominico a los padres jesuitas, donde claramente se refiere a la “Iglesia de Santo Domingo”. Sin duda alguna, pues, fue bajo la administración jesuita de 1858 a 1886 cuando la iglesia dominica se comenzó a llamar iglesia San José. A pesar de ello, los papeles del gobierno español siguieron “llamándola Iglesia de Santo Domingo”.
En El orden de la memoria, el tiempo como imaginario (1991, pp. 227-228), el historiador Jacques Le Goff establece que “la memoria colectiva y su forma científica, la historia, se aplican a dos tipos de materiales: los documentos y los monumentos”. Señala que en latín el vocablo monumento expresa “una de las funciones fundamentales de la mente, la memoria”. El monumento, por lo tanto, “es un signo del pasado (…), es todo lo que puede hacer volver al pasado, perpetuar el recuerdo”. Desde la antigüedad romana el monumento fue fundamentalmente “una obra de arquitectura o de escultura con fin conmemorativo: arco de triunfo, columna, trofeo, pórtico, etc”. Y añade: “Las características del monumento son las de estar ligado a la capacidad de perpetuar de las sociedades históricas (es un legado a la memoria colectiva) y de remitir a testimonios que son sólo en mínima parte testimonios escritos”. En este sentido, la iglesia que nos ocupa es un templo-monumento que constituye parte integral de la memoria colectiva y de la historia puertorriqueña. Su arquitectura es, a la vez, signo de una época e imagen heredada de un pasado a veces olvidado, pero recuperable.
Dicho todo lo anterior, cabe plantear lo siguiente: Si desde el 2003 se está efectuando una costosa y laboriosa restauración arquitectónica a la iglesia dominica para devolverle su apariencia original, ¿no sería un acto de justicia histórica restituirle en esta nueva etapa el nombre auténtico que ostentó por siglos? No solo hay que restaurar el antiguo monumento, también hay que reparar la memoria histórica fragmentada, “la memoria rota” diría Arcadio Díaz Quiñones, al rescatar el nombre propio que en el pasado le confirieron sus fundadores: Iglesia de Santo Domingo.
* Véase del autor “La iglesia de San José: historia, imagen y arquitectura sagrada de un monumento” aquí.