La innombrable, religión y tecno ciencias

La burbuja que ha aislado a tantas sociedades de sus peligros reales apenas se trae a colación en los análisis que hacemos en estos días pues la sorpresa ha sido tal con lo que se experimenta frente a lo actual que no hay tiempo para atender lo que no se perciba que tenga que ver con los retos que nos impone la crisis del momento.
Se hace cada vez más evidente que la dinámica que experimentamos parece estar dando más duro en aquellos países en los que los cargos más importantes están ocupados por individuos que simpatizan abiertamente con ideologías políticas y sociales que describimos como de extrema derecha a falta de un término más preciso, pero que realmente deberían catalogarse abiertamente como oportunistas. Donald Trump, Boris Johnson, Jair Messias Bolsonaro, Giuseppe Conte y Vladimir Putin constituyen un grupo de políticos que atendiendo sobre todo sus propios intereses y la mayoría de las veces sin una visión política coherente o articulada, llegan al poder en la cresta de la ola que podría ser descrita como neo-populista y que afecta el globo desde hace algunos años. Hay más en países como Polonia y Hungría y allí donde no gobiernan, ocupan puestos muy importantes en el bloque opositor, lo que les permite ahora mismo ser contendientes con grandísimas posibilidades de gobernar próximamente.
Aquellos que ya dirigen gobiernos, con excepciones como la de Austria, pero solo con respecto a este asunto pues su primer mandatario pertenece al funesto grupo, son líderes que les han impuesto a sus países estrategias reñidas con toda sensatez. Para todo ciudadano, debería ser evidente que son responsables de la irrazonable pérdida de vidas que continúa dándose en sus territorios nacionales, pero algo impide que sufran la condena global que se merecen y que a partir de tal toma de conciencia surjan movimientos dirigidos a superar el terrible capítulo histórico que ahora vivimos.
No es fortuito que se observe entre estos jefes de gobierno un interés por proyectarse como defensores de religiosidades que se podría decir que no han actualizado la comprensión del mundo y de sus dinámicas sociales, políticas y científicas que se transformaran con la llegada de la modernidad. A leguas se ve que pretenden comulgar, en más de un sentido, en iglesias en las que encuentran fértil terreno para impulsar su rechazo a las reivindicaciones conceptuales y prácticas que son por su lado defendidas por sectores de la población que definitivamente no se identifican con tales creencias religiosas.
Este liderazgo, que no goza de un pasado que pudiera describirse como de renombre en el campo de lo religioso, es con raras excepciones uno que carece del respeto por el conocimiento que se cultiva en nuestra época, un conocimiento cada vez más basado en explicaciones materialistas, y que es imprescindible tener a mano en estos tiempos para enfrentar, por ejemplo, los retos del calentamiento global. Insistirá, según lo observamos recientemente en Donald Trump, en las explicaciones más peregrinas para responder a los análisis ponderados de estudiosos serios y de mucha experiencia que no les dan la razón con respecto al comportamiento del fenómeno.
Siendo esto así nos preguntamos qué explicación se puede ofrecer para que se le continúe creyendo al mandatario, y en las proporciones que lo hacen sus seguidores, según se nos revela encuesta tras encuesta. Tiene que ser que un sector importante del país se siente cómodo con el frecuente acercamiento simplificador que caracteriza el pensamiento del gobernante, acostumbrado como están a reflexiones religiosas que no trascienden el pensamiento dicotómico que aísla y confronta binomios como el de buenos y malos, ricos y pobres, negros y blancos, me salvo o no me salvo, los de acá y los de allá, etc. En tal liderato no se observan reflexiones que se valgan de los argumentos filosóficos y científicos que nos han ayudado en los últimos siglos a entender cada vez mejor el funcionamiento, por ejemplo, de nuestros cuerpos, de la naturaleza y del universo, y prevalece en ellos el convencimiento de que Babilonia y Jerusalén nunca se encontrarán.
Si la realidad más cercana a los sectores que le son fiel a estos líderes, frecuentemente excluida de las supuestas conquistas de la modernidad, se puede manejar con creencias ancladas en visiones simplificadoras, ¿por qué no responder de la misma forma a las exigencias del mundo más amplio? No me parece irrelevante remitirme brevemente a las creencias religiosas rayanas en el obscurantismo que cultivaba Karol Wojtyla, posterior papa Juan Pablo II, en esa Polonia empobrecida y gobernada también por un régimen neo-populista que ha ido eliminando conquistas sociales valiosas y fomentando la xenofobia. Traigo a colación al pontífice por ser el ala religiosa de aquel trío del que constituyó junto a Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y que fuera responsable de que en los últimos treinta o cuarenta años se haya revertido tanto de los logros alcanzados en los años sesenta y setenta del siglo pasado.
En Puerto Rico no andamos muy lejos de este tipo de dinámica y en estos meses hemos visto, según ocurre en los países mencionados, que un porcentaje de la población cree que se trata de un mensaje de Dios, pero a la vez en su intimidad sabe que se tiene que hacer lo posible con instrumentos técnicos y científicos por superarlo. Pero si se tratara de un mensaje de Dios, ¿lo propio no sería acogerlo y someterse a él cuanto antes? La actual gobernadora proyecta esta contradicción. Quiere mostrarse convencida de que estamos ante un fenómeno que se tiene que controlar con la ayuda de las ciencias y la tecnología, pero como ocurre con el presidente de los Estados Unidos, se le nota por encima que no tiene fe en ello y que no le cree a los que supuestamente saben más que ella y hablan de cifras y porcentajes. Mandaría a todo el mundo de paseo y se quedaría rezando por una solución junto a los reverendos y reverendas que probablemente le hacen la corte y que representan los votos que necesita primero para las primarias y luego para las elecciones. No es que esté totalmente segura de tener un acceso especial a la divinidad. Nadie está seguro de ello; ni tan siquiera Trump. Pero es que es posible y por lo tanto se puede apostar a ello, según le enseñó Pascal a los cristianos escépticos. Nada se pierde al hacerlo. Pero de ella, ni de políticos como ella, ni de la mayoría de nuestra ciudadanía esperemos que muestre entendimiento por las ciencias, la escuela y asuntos universitarios. Prefieren los milagros.
Por eso entre nosotros, a cualquiera que le toque expresarse a través de un micrófono o altoparlante, o se valga de las redes sociales, aprovechará la circunstancia para aclarar, aun cuando haya estado citando al más serio de los científicos y repitiendo los datos más depurados provistos por este, que en última instancia todo depende de la voluntad divina. Bendiciéndonos entonces a nombre de la divinidad que todo lo puede y en cuyas manos descansa todo, cierran entonces su perorata, mientras los fieles todos suspiramos más o menos aburridos, porque ¿de dónde salen tantas bendiciones? ¿Del mismo sitio de donde salían las indulgencias que Martín Lutero hizo trizas?
Con una ciudadanía como esta, según ocurre también en los países traídos a colación, se le hace muy fácil a nuestras y a nuestros políticos ganarse el respaldo de las llamadas masas. Naturalmente, nosotros los puertorriqueños somos unos campeones en este asunto de simplificar la realidad con un dato contundente como el de la divinidad, que sin cuestionarse se supone base de todo. Lo hacemos todos los veranos y otoños, época en la que los huracanes se nos acercan con mayor frecuencia. Cuando estos andan todavía indecisos ante el camino que seguirán, se insistirá en que nos pongamos a rezar para ver si con nuestras plegarias logramos un milagrito que a los habitantes de las otras islas se les niegue. Si el fenómeno sigue de largo y cae sobre alguna otra isla, sonreímos mientras reiteramos que tenemos algo especial que la otra ínsula no tiene y que nuestras oraciones sí funcionan. Pero si nos da duro, según ocurriera recientemente, entonces no hay mucho que hacer ni decir. Que era la voluntad de Dios es lo que más se escucha, pero se pronuncia, con muy poco convencimiento, por decir algo, para no aparentar ser muy incoherentes.
Que la responsabilidad es de nosotros mismos por hacerle caso omiso a la planificación que debería caracterizar nuestra construcción urbana y rural, apenas nos pasa por la mente. El calentamiento global, al cual científicamente se le vincula con la creciente inestabilidad meteorológica, es un asunto que algún experto traerá a colación, pero una vez más con honrosas excepciones, se mencionará haciendo hincapié en que lo realmente importante es lo que se decida fuera de este mundo. Pongámonos a rezar para que nos recuperemos pronto.
¿Pero a quién hacemos responsable? ¿Hacemos responsable a la divinidad como corresponde si estamos tan convencidos de que ella es tan poderosa? No. Esto jamás. Él es responsable de que los huracanes no pasen por aquí, pero no es responsable de que de vez en cuando sí pasen por aquí. ¿Cómo pensar entonces en torno al asunto? Los personajes del Viejo Testamento nos proveen riquísimos ejemplos de cómo comunicarse con una divinidad que se las trae. Proyectan una coherencia que dista mucho de nuestro oportunismo. Agárrate bien, que me has provocado y te voy a responder le dice la divinidad a Job porque este lo ha estado cuestionando. Dios era quien mandaba y había que obedecerle, aunque pareciera absurdo, concluye Abraham. No se le eximía de responsabilidad, como él no eximía a sus patriarcas de la suya. Igual debió haber ocurrido con el dios Huracán (Juracán o Hunraqan) que reinaba en tierras mayas y en las costas y las islas del Caribe, y seguramente en otros territorios americanos. Si había truenos y relámpagos se sabía quién estaba enojado. Lo mismo entre los dioses griegos, siempre ávidos de involucrarse en faenas humanas. Le concedían la victoria a quienes favorecían y castigaban a quienes reconocían como poco leales.
Pero cuánta incoherencia nos caracteriza a nosotros.Queremos comer de la fruta prohibida, pero también permanecer en el jardín. Nos parecen imprescindibles los efectos de las ciencias y la tecnología, frutas prohibidas, pero pensamos y actuamos como si ellas no requirieran la colaboración, o no fueran a pasarnos la cuenta, a aquellos a quienes sirve. El presidente de los Estados Unidos, en su sencillez, provee el mejor ejemplo. Hubiera permanecido aliado a los científicos si estos hubieran dado con una solución pronto, aunque no crea en las tecno ciencias. Últimamente consolida su alianza con los religiosos porque estos, en su inmensa ingenuidad, le proveen la posibilidad de abrir el país para que sus estrategias económicas pueden implantarse y de ese modo pueda salir reelecto, aunque tampoco cree en estos. Es un oportunista que no puede concebir una religiosidad coherente ni unas tecno ciencias que no se deban a nadie.