La manera de vivir y sentir el lenguaje de los lingüistas rebeldes
Y, ¿en qué consiste la rebeldía lingüística? Consiste en decir lo contrario, decir algo de una manera diferente, no decir lo que se espera o simplemente no decir nada. Significa ir contra la corriente del pensamiento autoritario o las practicas dominantes.
El polémico VII Congreso Internacional de la Lengua Española concluido el pasado viernes en San Juan, Puerto Rico, nos brinda una oportunidad para reflexionar y apreciar el rol del rebelde lingüista ante las eternas batallas del idioma.
Por el congreso, pasarela de clichés (“el pueblo es la última autoridad lingüística;” “el idioma es un lugar de encuentro,” “Puerto Rico es la plataforma del idioma,” etc.), acaban de desfilar los más consagrados agentes y profesionales de la lengua española. Puede haber polémica pero el congreso siempre acaba siendo un concierto en el cual se reivindican el capital simbólico del español y sus inversionistas y productores más activos. La gran mayoría de los organizadores y sus cómplices terminan abanderándose tras una de esas típicas metáforas, que esta vez tomaron prestada de Unamuno: “la sangre de mi espíritu es mi lengua.” Dichas metáforas enfatizan la conformidad y hermandad panhispánica a la vez que ocultan las contrariedades, oposiciones y rebeliones lingüísticas en torno a los usuarios más vulnerables, los más alejados de los centros de poder.
A nosotros los herejes, no nos sorprende tanto la metida de pata del rey español Felipe VI al ignorar o negar la experiencia histórica de Puerto Rico como sociedad hispanoamericana—gesto repudiado inmediatamente por el escritor Eduardo Lalo. En la era posnacional, las pronunciaciones del panhispanismo se vuelven un lodazal de equivocaciones, exageraciones y contradicciones. Por ejemplo, a veces el estado español promueve el esfuerzo de soberanía de Puerto Rico basado en los argumentos lingüísticos y culturales al mismo tiempo que suprime los nacionalismos lingüísticos en la Península Ibérica y en el resto de Europa.
Vale la pena leer los trabajos del intelectual puertorriqueño Rubén del Rosario (1907-1995, Yauco, P.R.) para apreciar la zozobra en que se acaba de celebrar el congreso pero también para comprender la historia política del español en Puerto Rico. Rubén del Rosario fue uno de esos lingüistas rebeldes cuya obra y trayectoria constituyen una inspiración y excelente material para estudiar la historiografía lingüística hispánica. Además de sus aportes al conocimiento lingüístico en Puerto Rico, Rubén del Rosario apoyó la lucha de los puertorriqueños por lograr su independencia de EEUU.
Este osado independentista fue entrenado como filólogo en España bajo la tutela de Ramón Menéndez Pidal. El dialectólogo español Tomás Navarro Tomás fue uno de sus maestros. Rubén del Rosario escribió libros sobre el idioma español, dictó clases en la Universidad en Puerto Rico y contribuyó al debate público sobre la situación lingüística de los puertorriqueños. En aquella época, los hispanistas dentro y fuera de la isla acusaban de traición y machucaban a la gran mayoría de los puertorriqueños (desde Nueva York hasta San Juan) simplemente por hacer lo que hacen todos los hablantes en situaciones de contacto, mezclar hábilmente los recursos lingüísticos que tienen a su alcance y seguir los patrones de interacción de su medio. Por su lado, Rubén Del Rosario insistía que palabras como “parquear,” “cheque” y “ponchar” eran legítimas. No veía mal la influencia del inglés en el español.
En una de sus reflexiones, Rubén del Rosario confesaba que sentía tristeza al observar como la incorporación de voces angloamericanas al español se producía en un ambiente de ocupación militar y de coloniaje político. Por un lado, confesaba que “hubiera preferido que esos préstamos—adoptados por la mayoría de puertorriqueños—nos vinieran en una atmosfera de libertad, sin cañones y sin imperialismo.” Por otro lado, no dejaba de plantear cuestiones críticas tales como: “¿Por qué rechazar únicamente las palabras con pasaporte americano? ¿Es que las palabras tienen la culpa de lo que hacen los hombres? ¿Por qué no se rechazan cosas más graves?”
En un ambiente de nacionalismo lingüístico agresivo, hay que tener valor para plantear, como lo hizo Rubén del Rosario, que no es necesario someterse a los dictámenes de la Real Academia para poder ser boricua. Esta posición singular provocó la indiferencia y el resentimiento de sus colegas y compatriotas. Sus repetidas afirmaciones y aclaraciones provocaron el rechazo de los hispanistas fieles a la tradición. Incluso su maestro Navarro Tomás caracterizó la obra y la visión de Rubén del Rosario como peligrosa y perjudicial.
Rubén del Rosario estaba consciente de que arriesgaba su sustento y sus relaciones con sus reconocidos mentores y sus colegas más influyentes en Puerto Rico, pero insistió en la necesidad de estudiar todos estos temas con rigor científico, sensibilidad y suficiente luz crítica.
Rubén del Rosario entendió bien el meollo de la cuestión y fue muy sensible a esa lucha transatlántica (aún en curso) entre peninsularistas y latinomericanistas por el control estricto del discurso público y la imagen del español en todos los rincones del mundo. Y era de la opinión que: “es natural que España pierda la supremacía del lenguaje.”
Respecto el tema de la lucha por la supremacía lingüística hispánica, igual vale la pena leer y releer los trabajos de José del Valle, otro lingüista rebelde. Este “gallego afincado en Nueva York” es el que más ha bregado para revelarnos el funcionamiento y la historia de la Real Academia Española y el Instituto Cervantes. Desde un punto de vista tanto material como simbólico, estas son las dos instituciones que más control ejercen sobre la custodia y el repartimiento del tesoro de la lengua. Con el monopolio en la producción y las ventas de diccionarios y gramáticas y mediante el control de la formación de maestros del español como lengua extranjera, ambas instituciones buscan mantener el dominio de los campos de expansión del idioma español, especialmente en EEUU.
En sus investigaciones y en sus intervenciones como intelectual público, José del Valle ha interrogado los mecanismos y a los agentes que fijan el valor del español en los distintos mercados lingüísticos. Una y otra vez ha demostrado como las configuraciones históricas y contemporáneas del mercado lingüístico posibilitan el lucro de los más poderosos agentes lingüísticos a expensas de los colectivos e individuos cuyas prácticas y gestiones lingüísticas terminan siendo despreciadas o censuradas. Pero claro, la rebeldía lingüística también tiene su precio.
Siendo una de las voces más crítica del hispanismo, en España le pasa lo que siempre sucede con los que tienen prohibido ser profetas en su tierra: se le niega sus orígenes o se le reduce la importancia de su mensaje. Contrario a lo que sucede en esta orilla del atlántico, en España sus valiosos trabajos pasan casi desapercibidos. Allí un clima de silencio rodea su obra. No obstante, este lingüista rebelde continúa con su compromiso obstinado de expandir los espacios donde se producen los discursos, las metáforas y las ideas que hoy en día determinan los límites y posibilidades para los diversos grupos de hispanoparlantes del mundo.
Dentro de su paradigma subversivo, la lingüista rebelde afana por crear condiciones para la nueva construcción de un mercado lingüístico donde se repartan los beneficios de manera más ecuánime. Y brega para que el conocimiento y el uso del idioma contribuyan a proyectos de autoliberación y de justicia social.