La muerte del PPD
Carlos Delgado Altieri nunca ha tenido posibilidades de convertirse en gobernador de la colonia. Eduardo Bhatia las perdió poco a poco. Carmen Yulín Cruz tiene pocas de ser siquiera la candidata de su partido.
Si ese análisis –que es el de muchos– es correcto, el 3 de noviembre de 2020 el Partido Popular Democrático será declarado en muerte cerebral aunque siga artificialmente vivo en la Legislatura. Independientemente de quien llegue a ocupar La Fortaleza, la escena política en Puerto Rico habrá cambiado. Posiblemente entremos en una era de mucha confusión. La muerte de un partido político principal estremece el sistema político de cualquier país.
Que en Puerto Rico no se discutan tres grandes crisis que se debaten intensamente en la politología internacional desde los años noventa –crisis política, crisis de democracia y crisis de los partidos políticos– no quiere decir que no las estemos viviendo. Lo que debe incomodar a los más estudiosos es cómo políticos del país, novatos y veteranos, utilizan los argumentos de esa discusión internacional como si se los hubieran inventado. Se venden como los descubridores del descontento con las formas habituales de hacer política y la apatía hacia las instituciones políticas. Se venden como su solución. No lo son.
Los síntomas del fastidio ciudadano con los partidos políticos ya han producido diagnósticos y muertes de las que debemos aprender sin inventarnos la rueda.
Sin desmentir que los partidos han sido una de las instituciones fundamentales de la democracia, se llega fácilmente a la quiebra de la representatividad, la merma en la militancia y el abstencionismo progresivo que han propiciado la decadencia de varios partidos políticos en nuestra era. La impunidad y la corrupción son de los elementos más fuertes y comunes a la degeneración de los partidos. Los desajustes entre las maquinarias y los programas de los partidos son otro factor degenerativo.
Nada de eso es nuevo ni exclusivo a nuestro momento particular en Puerto Rico. También nuestros partidos se han desconectado de sus representados perdiendo su significado y su eficiencia representativa.
Tampoco es nuevo que los resultados electorales sean cada vez más imprevisibles precisamente por el comportamiento impredecible de un electorado desafecto y hostil. La disminución en la participación electoral propicia mucha de esa incapacidad para prevenir los resultados electorales. Para la década del 60 la participación electoral en las democracias conocidas era de un promedio de 84%. Para esta década se pueden encontrar democracias en las que apenas participa la mitad de los electores. De dónde se pierden y cómo afectan el resultado electoral no es tan fácil de medir hasta después del hecho. Puerto Rico no tiene estadísticas confiables sobre muchas cosas, la participación electoral entre ellas. Las que tenemos dicen que en las pasadas elecciones acudió a votar poco más de la mitad de los votantes inscritos, lo que hace que el actual gobierno administre el país con el favor de sólo el 23% del electorado.
Otro fenómeno de la modernidad es la convicción de que se puede vivir sin el aparato público oficial, al margen del estado. Muchos lo hacen. Tampoco se ha medido apropiadamente, pero se sabe que en Puerto Rico hay múltiples organizaciones de base comunitaria y empresas subterráneas que rechazan la autoridad del Estado y se desarrollan a su orilla. Lo que sí está claro es que un sector cada vez mayor ha optado por la acción y la protesta ciudadana, y que ha mermado la confianza y la credibilidad en la representatividad de los partidos políticos para los reclamos de la calle. De esas acciones marginales surgen las voces que desprestigian la actividad política y reclaman la abstención electoral como herramienta de rebelión contra el colonialismo. No hay, sin embargo, un boicot electoral organizado. A nivel mundial también se discute que la abstención electoral sea reaccionaria. Aquí no.
Una de las polémicas más complicadas es sobre la crisis de la democracia cuando sectores de la sociedad descubren que la democracia no es precisamente el fin de los problemas políticos. La democracia ha sido tan susceptible a contaminación que ya no es suficiente como imaginario y aspiración colectivos de equidad y justicia. Muchos sistemas democráticos se han desfigurado hasta no reconocerse. Esa deformación se le achaca al populismo y, por supuesto, al neoliberalismo que ha usado la democracia como su plataforma de avaricia. Rescatar y redimir la democracia no está siendo tarea fácil. De ahí el debate entre la democracia representativa y la democracia participativa que escuchamos venir de lejos y no acabamos de asumir en nuestra narrativa nacional.
La decadencia de muchos partidos está directamente relacionada con la corrupción y la impunidad. En Puerto Rico se hace obvia aunque todavía no es determinante. Es todavía más exitosa la propaganda de la corrupción como mal de los tiempos que como cáncer erradicable. La desfachatez y la prisa de nuestra corrupción nativa son indicios, sin embargo, de que la tolerancia está bajando. Eso nos lleva de nuevo a los motivos del desencanto y la desafección en la militancia de los partidos.
En fin, lo que trato de plantear como base de cualquier análisis es que las crisis política, de democracia y de los partidos políticos son inseparables y nos están alcanzando. Desde ahí planteo que hemos tomado muy a lo silvestre la posibilidad de que desaparezca uno de nuestros partidos principales. No que vaya a morir de cantazo como ratón en ratonera. Pero languidecerá y se hará cada vez más irrelevante. Aquí podemos añadir otro elemento de la debacle de partidos en otros países: la dicotomía entre maquinaria y plataforma política. El PPD no solamente tiene más de una sub maquinaria compitiendo entre sí, sino que compite a su vez en el ruedo electoral sin una plataforma identificable. Definirse desde la derrota es misión imposible. Tocaría una nueva jerarquía de control o la creación de otro partido.
Decir que no se venía venir es ingenuo. Decir que no se lo merece es de una generosidad llana. Se venía venir y se lo merece porque no demuestra tener más razón de ser. En el PPD convergen todos los deterioros posibles que señalo arriba como causas de la caída y muerte de los partidos políticos. Su derrota equivale a muerte de lo que es.
¿Está preparado el Partido Popular para esa muerte? Su discurso dice que no, su conducta dice que sí. El PPD se dirige a su primera primaria por la candidatura a la gobernación como si no le fuera la vida en ella. Y le va. Sus sub maquinarias van a una competencia por el control de un carro sin motor. Sus seguidores más fervientes van a un concurso de simpatías internas. Esa fórmula es letal y los más sensatos dentro de ese partido lo saben.
Carlos Delgado Altieri puede tener la maquinaria que heredó de Héctor Ferrer, pero no es Héctor Ferrer. Esa maquinaria le puede ganar la candidatura en la primaria del 9 de agosto pero hasta ahí llega porque no ha logrado convertirlo en un candidato a nivel nacional y porque no es la única maquinaria aunque sea la más agresiva. Una encuesta interna de ese partido dice que el 36.8 porciento de los Populares no le darían el voto al candidato que salga electo en primaria si no es el que habrían apoyado. O sea, las lealtades en ese partido son flojas.
Si a eso se le suma la fragilidad discursiva del candidato sobre temas cardinales a la contienda que tendrá que librar, la conclusión de que pierde es inevitable. Apenas rompió la campaña primarista tras la pandemia, Delgado Altieri comenzó a enredarse de boca tratando de explicar la adquisición de un vehículo de lujo, su propia posición política sobre el status de Puerto Rico y su postura frente a la comunidad LGBTT. En otras palabras bateó de tres strikes en administración, doctrina y valores. La percepción de que no es un candidato competente fue confirmada.
Eduardo Bhatia, por su parte, ha quemado demasiados puentes fuera de su partido, donde ciertamente ostenta una posición de prestigio. Podría ganar una primaria, pero no gana la elección. Son muchos los grupos de interés que lo rechazan con vehemencia – maestros, sindicatos y ambientalistas, por ejemplo – y que tienen los recursos y el acceso a los medios para hacerle campaña en contra con efectividad. Fuera de su partido – y aún en un sector dentro del mismo – se le percibe como débil, vago y continuista. Lo adhieren al ala anexionista pero no hasta el punto de restarle votos al partido anexionista legítimo. Sin reconocerle esa capacidad ni la de sumar votos de una izquierda que tradicionalmente ha hecho pacto electoral transitorio con el PPD para ganarle elecciones, Eduardo Bhatia no se perfila como un candidato gubernatorial con oportunidad real.
Carmen Yulín Cruz Soto, por su parte, no tiene la confianza expresa de su partido. De hecho, tiene la malquerencia de la jerarquía de la colectividad política a la que aspira a representar. No se somete. Se complace en retarla. Esa actitud que unos describen como audaz y de principio, puede ser descrita también como temeraria. Cruz Soto se la jugó fría cuando optó por competir dentro de un partido que pretende retrotraer a 1938 en principios y saltar al siglo 21 en ideología. No lo ha logrado.
Cruz Soto es un fenómeno político impredecible. Ha roto esquemas y desmentido encuestas. También ha quemado puentes. El saldo de su carrera política se verá el 9 de agosto.
Los Populares acuden a las primarias con dos opciones: competir en las elecciones o descalificarse del saque. Cruz Soto es la única candidata a la que el partido principal –y en el poder– le teme. Sin ella, su partido no tiene oportunidad. Con ella no tiene garantía que no sea la de una contienda brava. Para ganarla sin la lealtad de su partido tendría que agenciarse una alianza informal muy poderosa. Lo que nos lleva a todos los nuevos elementos que convergen en la batalla electoral del 2020 y que, por más que los analicemos no trascendemos de la especulación.
El Partido Nuevo Progresista se prepara para secuestrar las elecciones a su favor con una reforma electoral de dudosa reputación. El Partido Independentista Puertorriqueño está haciendo un esfuerzo extra-institucional nuevo e interesante. El Movimiento Victoria Ciudadana no cuaja como colectivo pero cuenta con efectivos electoralmente rentables. El Proyecto Dignidad no ofrece nada a la competencia.
Cómo se comportará el electorado en ese escenario político inédito es impredecible.
Lo que si no deja dudas es la agonía del Partido Popular Democrático como partido principal de la colonia. A sus 82 años su muerte es inminente.