La portera de los baños
Sé lo que significa la expresión “es ley”, pero odio ese nombre. Santurce es Ley. Suena como si el festival hubiese sido organizado por un grupo de policías o tecnócratas del gobierno o una coalición de policías y tecnócratas del gobierno. Además, en mi libro lo que define a Santurce es clandestinaje, nébula, atraco, conspiración, desafío constante a la ley y el orden y violación de los toques de queda. Pero aquí estamos, en “Santurce es Ley”.
Hay buena música aunque pésimo sonido. A veces es verdaderamente insoportable. Pero buena música y, lo más importante: hay un baño cerca de la tarima. Esto es un festival de “arte urbano”, se pintan grafitis y murales por esta zona del bajo Santurce conocida como Trastalleres. Pero lo que más me atrae es la música.
No sé quién va a tocar. Pero poco a poco veo por ahí animalitos conocidos que tocan en varias bandas y por lo tanto puede que estén aquí para tocar con cualquiera de ellas. Primero pensé que iba a tocar Fantasmes, y abracé a un amigo de la emoción. Luego pensé que tocaba B’jaques Express, y dije Ouuu yeees. Cuando entraron en tarima me di cuenta de que en realidad eran Los Manglers. ¡Perfecto! Después tocó Ardillas, no los veía hace tiempo y no los vi bien, porque no estaba pegado a la tarima sino al lado del bar del baño y la miopía y la loquera no me dejaban enfocar la cara de Giancarlo Cervoni, el cantante. Un fallo, porque parte del tripeo de esta banda y todas las otras donde canta es ver sus contorciones faciales y mandibulares. Luego tocó Clarias. En Clarias canta Fofé, pero no el Fofé del Manjar ni el de Circo ni el de los Fetiches sino un Fofé metalero, con un fake pelo negro largo recogido y un cover en español de Mr. Roboto. Varios dones de esos que ya eran grandes en los ’80 y que conocen a Fofé por sus otras bandas estaban volando en cantos cuando se dieron cuenta de que ese era Fofé. “¿Ese es Fofé?”, escuché decir por ahí par de veces. Sí, el mismísimo.
Después de Clarias no recuerdo qué pasó. Pero sí que entre banda y banda seguí haciendo la fila y pagando un peso cada vez que iba al baño. Es un negocio redondo. Afuera, frente al bar, dos mujeres mayores estaban fajás vendiendo cervezas y vende y vende desde por el día hasta por la noche. Las mismas dos mujeres sudando con el sube y baja de sacar latas frías de una nevera blanca de playa tamaño jumbo. No se veían molestas ni tristes aunque en los ojos se les notaba el cansancio. Y como si una cosa no tuviese que ver con la otra, aplaudían mirando a la tarima, moviendo la cintura mientras contaban los chavos silbando canciones que no se sabían. Las canciones de estos rockeros y gente rara que viene al festival de arte urbano alterando la geografía humana que por lo regular pulula en estos bares.
“No me gusta”, dijo una de ellas refiriéndose al punk pop que sonaba. Yo estaba haciendo la fila del baño de nuevo por supuesto. Y mientras lo decía, “no me gusta”, bailaba, contando billetes y más billetes meneando las caderas como en una canción de merengue. En la tarima el cantante de Ardillas se esgaliyaba: “Este país no sirve para nada, la vida es muy rápida…”. Cuando quedé frente a la mujer que cobra para ir al baño, esperando que uno de los dos baños se desocupara -porque claro aquí eso de hombre y mujer se va al carajo, hay que agilizar la fila, maximizar ganancias- pues le pagué como en automático, como si llevase haciendo esto toda la vida. Y de repente ya estaba en casa, creo que llegué en Uber con alguien, no sé.
El domingo en la tarde regresé a la calle Cerra. Era el cierre del Festival y esa noche iba a pasar algo muy especial. Iba a poder ver en vivo, por fin, a una de las agrupaciones más sólidas y originales que ha salido de Santurce recientemente. Tocan y lucen algo así como un afrofuturismo antillano global, con asistencia de Cuba, Jamaica, Marruecos y del sur de los Estados Unidos, salpicado con Mario Bros y los X Men. No puedo abundar aquí porque es complicado, pero el grupo se llama IFE. Y allí me espotié de nuevo, al lado de bar del baño. Eran las 3:30 de la tarde. IFE estaba haciendo soundcheck, un soundcheck larguísimo porque, claro si escucharon a otras grupos me imagino que estaban preocupados porque el sonido fuera un desastre. El sonido no le favoreció a Epilogio, una banda blend entre Cerati y Tame Impala, como me dijo un pana que no falla una cuando se trata de descripciones musicales comparativas. También le falló a Luis Díaz, reparo que no relaja ni por un segundo con su hip hop político a quema ropa. Al principio la voz casi no se escuchaba, y como quiera la gente lo acompañaba en cada verso mortífero y los que no preguntaban, “¿quién es ese?”. Lo mismo pasó con IFE, escuché, “¿quiénes son?” y la contestación, “no sé, algo medio africano, medio electrónico… ¿esa es Mima?… Wao”.
Cuando volví al baño la portera cogió el billete y me miró como que ya me reconocía, tengo que haber sido uno de sus clientes estrella de toda la noche, y posiblemente de todo el festival. Ya no tenía los guantes violeta pero me di cuenta que a su lado en el piso había un pote de Tylex. Nunca la vi limpiar, pero esos baños siempre estuvieron inmaculados. Tampoco vi donde guardaba el dinero, tanto dinero que debe haber contado con este negocio lucrativo de vender cervezas y cobrar meadas.
En algún punto de la noche la portera se trepó en la silla para divisar la fila desde lo alto. La luz le daba directamente en la cara y pude ver que tenía una cicatriz en la mejilla. Y una sonrisa dulce y blanca que me regaló por primera vez en dos noches, cuando nuevamente estiré mi brazo para darle el peso que abría la puerta al descargue de todas las cervezas que me tomé frente a ese bar al que seguramente nunca regresaré hasta que se celebre otra vez Santurce es Ley.