La raza de cara al Siglo XXI: revisiones, retos, replanteamientos
Hombres negros y letrados pudieran haber estado también ocupándose del tema, pero en otras instancias. Lo hubieran hecho luego de emigrar para terminar de formarse intelectualmente en el extranjero. Sí, como lo hizo Pedro Albizu Campos quien salió de la isla para estudiar en la Universidad de Vermont y luego Leyes en Harvard. Regresó para convertirse en líder máximo de la independencia en Puerto Rico. También, por estas primeras décadas de siglo XX, emprendió camino José Celso Barbosa, el primer negro puertorriqueño en obtener un grado en medicina y uno de los primeros negros en Estados Unidos en lograr este título. Regresó para fundar el Partido Republicano de Puerto Rico. Ernesto Ramos Antonini no lo hizo. Nació en Mayagüez, se crió en Ponce. De padre músico, logró estudiar con la elite ponceña y luego, mudarse a la capital isleña para estudiar leyes en la Universidad de Puerto Rico. Logró gran notoriedad cuando en el 1937 defendió a miembros del Partido Nacionalista frente a las cortes coloniales. Fue subiendo escalafones sociales y políticos hasta convertirse en el cofundador del Partido Popular Democrático y presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico.
En similares periplos se formó Arturo Schomburg, a quien le debemos mucho los afrodescendientes del planeta. Quizás su mismo espíritu es el que hoy nos convoca en este encuentro. Nació en Santurce, pero migró a Nueva York en el 1891. Fue maestro de español, y trabajador de correos, cofundó, junto a John Edward Bruce, The Negro Society of Historical Research. Mientras trabajaba como gerente de correos del Caribe y Latinoamérica para el Bankers Trust en Nueva York, laboró incansablemente en la recolección de materiales culturales -poemas, biografías, narrativas de esclavo, esculturas, tallas- todo a lo que pudiera probar que los negros teníamos historia y cultura. Así creó la colección más importante en su época de arte y cultura afroamericana. Publicó numerosos artículos y antologías de poesía negra. Se unió al movimiento del Harlem Renaissance. Dedicó su vida entera a estudiar la vida y las culturas de la diáspora africana. Su legado es más reconocido en Estados Unidos que en Puerto Rico.
Arturo Schomburg fue el precursor de todos los discursos afrodiaspóricos en las Américas. ¿Por qué él y no Albizu Campos, Ramos Antonini o Celso Barbosa? Estos otros ilustres fundaron los tres partidos políticos que hoy controlan los discursos económicos y sociales del Puerto Rico del Siglo XXI y fueron negros. Sin embargo, nadie los piensa como tales. Como afrodescendientes, subrayo. Como vinculados a una raza en particular. Es decir, que este país y en los discursos modernos que maneja los vínculos con la raza afro no se estudian ni se profundizan. Es curioso este olvido. Este silencio orquestado. Habría que examinarlo.
Me parece que estos “olvidos” se sostienen y alimentan del discurso nacional puertorriqueño y su supuesta “democracia racial”. Repito, estoy hablando de discursos. Cuando Ricardo Alegría, después de arduas batallas, logró crear un Instituto de Cultura Puertorriqueña durante los años 50 (1954 para ser exactos) acuñó una simbología que aún define el imaginario puertorriqueño de “lo nacional”, de lo que es Puerto Rico. Somos, según este discurso, una nación sin estado, pero con independencia cultural. Nuestra cultura es de raigambre hispánica. Nos define la pertenencia al continuo de las naciones hispanoamericanas. A esa “raíz”, “matriz” o como quiera que se le quiera llamar, se suman rasgos indígenas que sobrevivieron al exterminio de la colonización española. Dichos remanentes culturales se pueden rastrear a través de vocablos que sobreviven en nuestro uso cotidiano de la lengua y que son de origen arahuaco –hamaca, guasábara, huracán, yautía. Algo también sobrevivió en la gastronomía y en la toponimia de la Isla. Hasta ahí su presencia registrada. Luego, a la raíz “madre” de corte hispánico con sazón taíno se le sumaron contribuciones de origen africano expresadas en lengua, música, y poco más. Y ahí queda la definición. Fuera de arqueologías etimológicas o reconocimientos de “aportaciones” culturales, lo “africano” continúa visto externo a la formación orgánica del país. Es decir que está, pero no está, que es, pero no es, que funda pero desde lo puertorriqueño. La negritud, siendo tan presente en toda construcción de la sociedad puertorriqueña, comprendiendo desde lo político hasta lo espiritual, lo social, lo científico, lo administrativo, ocupa un lugar fantasmagórico muy bien orquestado así por los discursos de la democracia nacional moderna. Es un discurso que incluye y a la vez difumina. Todos los seres humanos somos iguales ante los ojos de la ley y gozamos de los mismos derechos, irrespectivamente de la raza, la clase, la religión o el género. Pero el poder es el poder. Y la percepción se enfoca desde el poder. Y el poder sigue anclado en la jerarquía heredada de las sociedades hacendadas de raigambre hispánica (criolla) que fundaron el discurso de la identidad nacional. Por lo tanto, los afrodescendientes somos vistos como ciudadanos, es decir, como seres iguales, sin raza. Y así Albizu Campos, Celso Barbosa, Ramos Antonini son grandes políticos sin raza, representantes de una puertorriqueñidad legal, política, sin raza. En fin, como hombres ilustres irrespectivamente de su color, no empece (como si ser negro fuera una tara) a ello.
Cabe notar que tanto el Dr. José Celso Barbosa como Don Pedro Albizu Campos como el licenciado Ernesto Ramos Antonini hablaban de “lo puertorriqueño” en los términos descritos arriba. Para ellos lo que resultaba de importancia fundamental era la definición de “lo puertorriqueño” vis a vis su estatus colonial frente a la metrópolis norteamericana, bien sea como detrimento a la unificación y participación de beneficios logrados por las uniones norteamericanas o como reconocimiento legal de la existencia de una nación o base para el forjamiento de una soberanía. Sus discursos reforzaban el hecho de que ellos eran también, no empece al color de su piel, boricuas, y, por lo tanto, tenían el derecho de participar en los futuros políticos de su pueblo y de su clase. Sus reclamos políticos jamás se hicieron a favor de una raza en particular. Sus capacidades de convocatoria y movilización de comunidades se dieron es este contexto y es por ello que se suman a la producción de un imaginario nacional en desarrollo de nuestra extrañísima democracia colonial en la historia de las Américas. También por ello ha sido tan fácil borrarles el color de la piel a ellos y a muchos otros negros fundacionales, por llamarlos de alguna manera. Quizás a ellos les debo la lección que aprendí pronto en la escuela: “No insistas en que eres negra y serás tratada como una igual, bueno casi como a una igual. Vivimos en una democracia y eso nos da beneficios”.
Pero hay otra razón más poderosa que los vericuetos de las democracias políticas y sociales para explicar por qué Schomburg, y no Celso Barbosa o Albizu Campos, fuera el iniciador del discurso de afrodescendencia que hoy nos convoca. A ver si me explico. Desde la dispersión es fácil ver continuidades. Cuando Schomburg se encontró en Nueva York con otros intelectuales negros, forzado a vivir en un apartheid racial que reunía gente de muchas procedencias, pero aglutinadas por un color de piel, vio vínculos donde no era posible verlos antes, no desde las respectivas naciones desde donde opera lo diaspórico negro. Nueva York fue buen caldero para cocinar el guiso de la afrodescendencia, así como lo fue París para cocinar el discurso de la negritud. Desde estos exilios supranacionales no pesaba tanto la necesidad de pelear por la integración “civil” de lo negro en las estructuras nacionales vigentes. La lucha por lo racial identitario no se diluía en otras luchas puntuales (la de clase, la nacional, la autonómica). Por ello Schomburg pudo echar mano a esta lucha desde “afuera” del país. Desde un adendum convocatorio supranacional que refulgía distante allá en el Norte, donde la opresión hacía necesaria la definición positiva de una raza para rebatirle a los excluyentes su construcción de lo negro como primitivo, sin historia, que construía una tabula rasa donde en realidad bullían siglos de descubrimientos científicos, contribuciones al arte, música, modelos de existencia sobre la faz de la tierra.
¿Qué hacer? ¿Cómo resolver la contradicción? Aún hoy este es el panorama imperante en los estudios de raza en muchas de nuestras naciones. Con suerte hay algunos recintos con clases acerca de la Historia de África, colecciones, bibliotecas, libros publicados acerca de las contribuciones de los afrodescendientes en Puerto Rico o Panamá o Las Américas, pero este conocimiento es solo manejado por especialistas. A la par, los negros seguimos peleando por los derechos civiles, las garantías legales, las reparticiones de tierras, las inclusiones en los sistemas educativos que insisten en mantenernos afuera. Todo está ahí, las Comisiones de Derechos Civiles, los Fondos bibliográficos, la consolidación de una elite intelectual afrodescendiente en el mundo hispánico. Todo, y sin embargo, sigue siendo una presencia fantasma en el mundo del Siglo XXI.
Schomburg, sus luchas, se enfocaron en la construcción histórica de una identidad racial. Reunió los retazos de una cultura supuestamente sin historia y sin continuo, creó la red de relaciones que hoy nos reúne y nos vincula, hizo posible que todos nosotros, irrespectivamente de la nación en la cual hayamos nacido podamos referirnos a una misma matriz cultural para poder construir nuevos discursos de identidad y a la vez ver los pasos que ya hemos dado. Es poco lo que conocemos de África a nivel cotidiano. Es poca la formación filosófica, teórica y actual que manejamos proveniente de África. Para nosotros, aún para los afrodescendientes, África sigue siendo vista como territorio primitivo. Transido de guerras, hambruna, pobreza, sequías, corrupción, descalabro político. Conocemos poco, poquísimo de esa matriz que hoy nos reúne. Sin embargo, África es la que hace que nuestra piel reluzca, hermosa, irradiando luz, hoy en este recinto. No hablo desde el esencialismo. Hablo desde la especificidad de otros inicios. Hay que reconocer el camino recorrido y el origen al que señala. Ver cómo y hacia dónde señala. Asumir el camino que se abre frente a nuestros pies.
En esta primera década del siglo XXI, década dedicada a la celebración de la afrodescendencia, creo que es necesario repensar los discursos de las democracias nacionales y el rol que han tenido en la invisibilización de la afrodescendencia. También creo que nos hace falta reescribir el imaginario. Empezando desde nuestra concepción de África. No estoy hablando de esencialismos. Estoy compartiendo con ustedes la necesidad de profundizar en una filosofía afrodescendiente, en una categoría de conceptos y de intercambios culturales que nos ayuden a crear otras cosmovisiones. Creo que es el momento de abandonar el pensamiento binario occidental que nos trae hasta aquí, hasta este lugar increíble desde el cual oteamos tantas cosas. Los avances ganados y sin embargo la invisibilidad sostenida. La misma palabra nos da una gran herramienta de trabajo. Somos afrodescendientes. Atrás quedan los discursos de lo blanco, lo negro, lo Occidental, lo africano. Lo incluido o lo excluyente, lo racial o lo civil. Hasta ahora hemos vivido en un mundo donde o éramos Albizu o somos Schomburg. O nos debíamos a la lucha (¿chica, divisiva?) por la raza o las luchas (¿grandes, importantes?) de clase o de nación.
Un reto y una historia nos señala la salida de este laberinto.
El sol brilla en mi piel, la hace relumbrar. Soy una mujer negra, escritora respetada y reconocida en mi país y en el mundo hispano, parada frente a ustedes, hablando en un Congreso de afrodescendencia para intelectuales, estudiantes y público curioso. Estamos en la mitad de la primera década del Siglo XXI. Este es un buen momento.
Siento en ella el rielar de una historia. Quizás esta empieza cuando en esta misma universidad me ofrecieron participar en un programa de estudio y trabajo y me tocó laborar como estudiante asistente en la Colección de Latinoamérica y el Caribe en la Biblioteca José M. Lázaro. Contaba con 17 años. En los anaqueles de dicha colección a la que pocos estudiosos frecuentaban, me topé con un tesoro. Allí se albergaban tomos tras tomos de clásicos caribeños en francés, inglés, español. Libros de historia acerca de todas las islas caribeñas. Yo, que me creía puertorriqueña y me sabía negra, de repente sentí que se ampliaba mi identidad. Me sentí parte de un continuo cultural que de manera inevitable me lanzaba a la búsqueda de otros conocimientos. Esa biblioteca me formó quizás mejor que cualquiera de mis clases en la Facultad de Humanidades, Departamento de Estudios Hispánicos. Schomburg latía allí. Mi ancestro conducía mis pasos. Dicen los sabios de mi tribu que todo conocimiento no cabe en una sola cabeza. También dicen que los ancestros proveen los hombros sobre los cuales nos levantamos y la sangre que corre por nuestras venas. Aché Arturo Schomburg por señalar el camino.
En aquella distante biblioteca análoga, es decir, con libros de papel, leí allí a Wilson Harris, y su delirante y lúcido ensayo The Womb of Space, a Patrick Chamoiseaux, a Ainsi parla l’oncle, a Aimé Césaire y su Cahier du retour au pays natal. Leí la novela Pluie et vent sur Télumée Miracle de Simone Schwarz-Bart. Descubrí la novelística de la gran Maryse Condé, Segu, Heremakhonon, a Audre Lorde, a las poetas jamaiquinas. Urgué hasta desfallecer los conceptos de Édouard Glissant y su Discours antillais, su Poétiques de relation. Vi la proposición de otro tipo de pensamiento, de otras categorías conceptuales para entender y proponer un modelo de realidad.
Esto lo argumenta otro sabio, Osho, la dualidad es infinita y el pensamiento discursivo es una trampa.
En Poétiques de relation, Édouard Glissant señala hacia la existencia de una manera de pensar la realidad que trasciende los dualismos en los cuales se enclava la identidad de lo negro. Este es el dualismo del pensamiento occidental que funciona a base de oposiciones jerárquicas de la realidad. Blanco/negro, alto/bajo, hombre/mujer, mente/cuerpo. Ahí está la base de nuestra encerrona. Este pensamiento que entrona la “Razón” como diosa de la modernidad, necesita la continua construcción de primitivos que mediante todos los discursos institucionales instaure una presencia ausente, naturalizada, además desde una lectura de lo biológico. Lo malo, lo primitivo, lo irracional, lo delictivo, lo animal (por su proximísima relación con el cuerpo), lo mágico (versus lo religioso o lo moral) es según este sistema de pensamiento característica definitoria de la mujer, lo racial, lo no Occidental. Ya vimos lo que pasa con nosotros cuando nos “asimilamos”, “occidentalizamos” demasiado. Ocurre una asimilación al sistema que por más melanina que presente nuestra piel termina invisibilizándonos en las memorias colectivas. La lucha del Siglo XXI por el reconocimiento de las aportaciones, presencias y saberes afrodescendientes no puede seguir siendo planteada como una lucha contra la invisibilización. No vamos a ganar de esa manera más que fondos bibliográficos, más cursos universitarios o escolares, más discusión social acerca del racismo, más negros en posiciones de poder. Pero el poder es el poder y funciona para el poder. La cantidad de conocimiento no erradica ni siquiera cambia el sistema de exclusiones sociales, políticas vinculadas, en este caso a la raza. No es cuestión de números. Es cuestión de fundamento.
Con esto no quiero argumentar que congresos como este no hacen falta, que el centro investigativo que fundó Schomburg y que dio el modelo para la creación de más fondos investigativos no es una meta importante por la cual trabajar. Claro que lo es. Ahora con las tecnologías digitales tenemos la gran oportunidad de trabajar conjuntamente en la creación de un Fondo de cultura afrodescendiente, donde todos los trabajos de todos los pensadores, científicos, economistas, políticos, organizadores y artistas afrodescencientes puedan figurar con fichas de vida, obra completa, historia. Un solo fondo conectado reticularmente a otros fondos dotales de pensamiento afrodescendiente que facilite la investigación y el uso de materiales para preparaciones de clase, de currículos educativos, de planes de trabajo social, de prácticas religiosas, espirituales combinadas con sanaciones psicológicas que tanto necesitan nuestras comunidades. Planes de desarrollo económico sustentables y exitosos que saquen a nuestras comunidades de la pobreza y de la marginación económica y social que tiene pobladas nuestras cárceles de hombres y mujeres negros.
A la par de la saga de Schomburg hay que seguir trabajando por un cambio de fundamentos. Cambio de percepciones de lo racional y de producciones de discursos determinantes de realidades. Me parece que adoptar la proposición “reticular” que da base al pensamiento de Édouard Glissant es fundamental para trasponer el laberinto que nos presenta la historia. Si pensamos nuestras identidades como “reticulares”, es decir, como nudos en un continuo de tiempo y espacio -y no desde la mecánica binaria de la razón cartesiana- podremos movernos hacia lo global, sacarle verdadera ventaja a este tiempo que se abre ante nosotros, Siglo XXI, primera década del nuevo milenio. Década de la afrodescendencia. Quizás la podemos hasta extender un poco. Sospecho que nos van a hacer falta unas cuantas décadas más para afianzar la tarea que hoy nos ocupa.
Según las racionalidades y filosofías ancestrales afro, y también nuestras filosofías modernas, la identidad es otra cosa. Es una multiplicidad que cambia según nuestra posición de sujeto en tiempo y espacio. Los saberes que dichas identidades producen también tejen una red relacional. No hay divisiones. Pensamos orgánico. Los saberes producidos a través de las producciones musicales, digamos, van conectados a saberes filosóficos, del cuerpo social e individual y espiritual, a conceptos de desarrollo arquitectónico y comunal, y así. Schomburg no hizo una colección panafricana por desorganización mental, sino que propuso una manera de conocer basada en otra forma que la cartesiana. La de creación de categorías aisladas, de catálogos separados, de clasificaciones acumulativas. La integración no es lo mismo que la acumulación de un todo. Esta es otra de las lecciones a las que debemos estar atentos. Cada uno de nosotros, afrodescendientes ilustrados, debe aspirar a la creación de un cuerpo de conocimientos integrados en donde nuestras aportaciones e investigaciones individuales puedan configurar un rostro orgánico del saber desde la afrodescendencia pero a la vez integrado e integral a las discusiones de un mundo que va más allá de las fronteras históricamente construidas por lo racial. Nuestro nuevo nombre nos obliga a sumir esta responsabilidad de cara al siglo XXI, milenio de una globalización desde arriba que tenemos que pensar y construir desde abajo, desde el fundamento.
Pero el poder es el poder. Y como dijo ese otro ancestro -Lenin- “todo es imaginario menos el poder”. A fin de cuentas, los discursos raciales que hoy celebramos y examinamos nacen de una institución de explotación económica llamada esclavitud. Su secuela, el racismo, es después de todo la justificación de un sistema de explotación económica y de exclusiones institucionales que produce riquezas para unos pocos. Esos pocos siguen siendo unos cuantos hombres ilustres y poderosos, ahora dueños de multinacionales que mantienen de mil formas el estatus quo que se apoya en la cara racializada de la pobreza. Que no se nos olvide esto. Los mitos, los constructos simbólicos que producimos son esencialísimos para poder imaginar otro mundo diferente del cual vivimos. Sin esos modelos, es imposible alcanzar la realidad porque la realidad nace del sueño. Pero para soñar hay que comer, hablar, vivir en comunidad. La pobreza destruye la posibilidad de comunidad, de intercambios nutritivos, de la urdimbre de tejidos que nos conecten y nos integren.
Considero que, de cara al Siglo XXI, los afrodescendientes debemos seguir trabajando por la erradicación de la pobreza en nuestras comunidades. Los discursos de desmontaje y análisis de la producción de esta realidad, de que somos pertenecientes a una raza que comparte una raíz cultural, económica e histórica deben insistir en la erradicación de la pobreza. A fin de cuentas, la pobreza es una realidad construida por muchos cuentos, por muchos discursos y por un sistema que los impone como visión de mundo. Uno de esos cuentos es que nacer negro es sinónimo de vivir pobre, carente de significado, de alma, de oportunidades, de amor, de dignidad, de participación, de saberes, de palabra.
Esta tarde quiero compartir las mías, mis palabras, con todos mis hermanos y hermanas afrodescendientes. Que la bendición de nuestros ancestros nos levante sobre sus hombros y haga fluir en bien la sangre que corre por nuestras venas, la vida que palpita en nuestros pechos como el latido de un tambor. Que nuestras palabras paran abundancia para nosotros, los que tenemos el inmenso privilegio de no haber sido tragados por la historia y la explotación incesante, y para los que no están aquí por tener aún que vivir en el reino de la supervivencia, doblando el lomo de sol a sol en una plantación cañera de Santo Domingo, una cárcel en Puerto Rico, una mina de diamantes en Suráfrica, una casa de putas en Ámsterdam, las cocinas de muchas mansiones en Latinoamérica entera. El Siglo XXI nos trae muchas posibilidades de acción local y global, de interconexiones virtuales y presenciales y de un compartir de discursos y de sueños que nos hermanan. Saquémosle provecho a esta hermosa jornada y a este hermoso siglo que nos promete aún mayor libertad; libertad para los que hoy nos llamamos con orgullo afrodescendientes desde la multiplicidad de colores, naciones, géneros e historias que han tejido la red vinculatoria de nuestros caminos. Este proyecto de libertad es, como lo entendieron nuestros ancestros, un proyecto de futuro, un proyecto a largo plazo, un camino que emprendieron ellos, que hoy transitamos y ampliamos nosotros y que heredaremos a los que vienen. Tiene que ver con el poder. Poder no es lo mismo que potencialidad de futuro. Que no nos hagan trabajar en contra nuestra ni en contra de nuestras comunidades tejidas desde las pieles, las historias, los cuerpos, la sangre.
El sol brilla en mi piel, la hace relumbrar. Soy una mujer negra, escritora respetada y reconocida en mi país y en el mundo hispano, parada frente a ustedes, hablando en un Congreso de afrodescendencia para un pueblo diverso y hermanado que ha logrado mucho, pero quiere más. Quiere comunidad global e inclusión total. Estamos a la mitad de la primera década del Siglo XXI. Hemos conquistado la palabra pública. Somos productores de sueños y conocimientos. Redefinidores de identidad. Les doy las gracias a todos y cada uno de ustedes por haber hecho posible estar aquí, en este tiempo y este espacio, porque sin ustedes no hubiera llegado. Nadie se salva solo. Creo que puedo afirmar sin lugar a duda que he logrado convertirme en un ser humano digno. Quiero dignidad para todos los afrodescendientes, libertad para poder ser y contribuir desde nuestras múltiples potencialidades. Creo que, en este siglo, la lograremos.