La restauración de la riqueza forestal

una propuesta puertorriqueña de principios del siglo veinte
En 1916, Louis Murphy, examinador forestal, comenzó su artículo “Forests of Porto Rico,” para el boletín 354 del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, subrayando las prácticas destructivas de los puertorriqueños, quienes consumían tres veces la madera que producían los bosques de la isla. Estos cortaban o quemaban los árboles, obtenían la madera, y desertaban los bosques. Se apoderaban hasta de los arboles jóvenes, para carbón, evitando la reproducción del bosque. En 1916 la madera ya escaseaba y los bosques se encontraban en un estado frágil. Murphy destacó entonces la necesidad de detener aquellas prácticas e instituir en Puerto Rico un manejo científico de los bosques. Aun así, Murphy exploró el potencial económico de los bosques, destacando su valor mercantil. Esta perspectiva acerca de los bosques nativos era compartida por muchos estadounidenses, particularmente aquellos atados al manejo de los recursos forestales.
Manuel Valdés Pizzini, en su ensayo Desmontando discursos: el nuevo orden forestal en el imaginario colonial, 1898-1925, expuso el inicio, después de la invasión estadounidense de 1898, de un proceso de cambio en el manejo de los bosques públicos. Por un lado, los nuevos gestores forestales, los estadounidenses, construyeron un conjunto de bosques de valor, particularmente en términos de su valor económico, para justificar su manejo. Pero, como demuestra Valdés estos también construyeron una imagen negativa, lúgubre, de esos bosques para justificar la intervención y el ordenamiento racional y científico de los mismos, un orden cimentado en la dasonomía y la silvicultura. En las palabras de Valdés:
Así, el discurso oficial de los dasónomos era de naturaleza dual: hablar de las virtudes de los bosques que les había legado la Inspección de Montes española y de los bosques que todavía quedaban intactos en el país, al mismo tiempo que presentaba un cuadro tétrico capaz de conmover y convencer a los burócratas en la metrópolis para iniciar programas y proyectos dasonómicos de carácter científico y educativo. El problema de los bosques era sintetizado en la ignorancia y la falta de ética conservacionista por parte del campesinado boricua, a quien había que educar y transformar (84).
Valdés concluyó que a pesar de los esfuerzos de los estadounidenses su colonización de los bosques no alteró significativamente el régimen dasonómico del orden colonial español. En adición, los recursos forestales de las primeras décadas después de la invasión estadounidense estaban en condiciones precarias, debido en gran medida a la combinación de desastres socio-naturales y la crisis económica, política y social de la colonia en aquel momento. Curiosamente, a esa misma conclusión llegó en 1909 Pedro Castañer Casanovas en su libro La crisis política y económica de Puerto Rico: apuntes sobre la actual situación. Este aguadillano fue también el autor de La industria algodonera en Puerto Rico, premiado en 1893 en el certamen de La Sociedad Económica de Amigos del País. También escribió Nuestro porvenir agrícola, premiado por la misma sociedad con una medalla de oro en 1897.
En la segunda parte de La crisis política y económica de Puerto Rico, dedicada a la crisis económica, Castañer rechazó los reportes en los medios estadounidenses de una creciente prosperidad en Puerto Rico. Para él, cualquiera que viera aquellos reportes “. . . creería que aquí nadamos en la abundancia”. Y añadió: “Y sin embargo nunca con más razón podemos decir con el poeta: ‘Ay si fuera verdad tanta belleza’.” Para Castañer, y con la excepción del crecimiento de la industria azucarera, el “malestar económico” era profundo. Citó varias causas de la decadencia o crisis económica: la destrucción provocada por las partidas sediciosas; el canje de la moneda; el huracán San Ciriaco; la ejecución de propiedades hipotecadas a bancos y casas de comercio; la ausencia de crédito comercial; la carencia de artículos de primera necesidad; la falta de recursos para que los agricultores restauraran sus fincas; y la escasez de numerario, el que solo se conseguía mediante préstamos con intereses muy altos.
Para enfrentar la crisis económica Castañer también propuso varias medidas. Propuso que se les facilitaran recursos—préstamos con bajos intereses—a los propietarios, recursos que utilizarían para mejorar o restaurar sus fincas. Recomendó también mejorar los cultivos de café y aumentar su productividad. En adición, Castañer propuso diversificar la agricultura, introducir nuevos cultivos. También pidió introducir la apicultura, particularmente en las fincas cafeteras. Asimismo, solicitó que se considerara el cultivo de arroz y que se fomentara las plantas forrajeras para el ganado. Además, recomendó fomentar la industria de la manufactura, esta para la producción de bienes para el consumo local. Pidió también mejorar la educación en las áreas de la agronomía y la manufactura. Y también recomendó la “restauración de la riqueza forestal”.
Igual que los expertos en dasonomía y silvicultura de Estados Unidos detallados por Valdés, Castañer recurrió a una imagen tétrica de los bosques puertorriqueños, particularmente los de las costas: “Cuando uno recorre la faja de costa desde Ponce a San Juan por el Oeste, da verdaderamente pena el ver que en ella ha sido casi en absoluto destruida la riqueza forestal, y que en lugar de hermosos bosques de ricas maderas lo que quedan son míseras y enmarañadas malezas. Achaque común a muchos pueblos ha sido el explotar los bosques, cortar los árboles sin pensar en reponerlos”. Según él, en Puerto Rico, como en muchos otros países, entre estos Siria y Palestina, se había incurrido “en el error de destruir magníficos bosques de ricas maderas útiles para la construcción y la ebanistería, sin pensar en reponerlos con árboles jóvenes. Para Castañer la destrucción de los bosques en las costas era completa.
Así como lo hicieron los estadounidenses, Castañer también acusó a los campesinos de la deforestación. Estos, afirmaba Castañer apenas amaban a los árboles. Para él, el “poco amor que le tiene al arbolado” el campesinado era producto de su ignorancia acerca de los árboles, en particular con respecto al tiempo que les toma estar listos para su corte. Acusaba a los usuarios de los bosques de pensar solo en el presente, y como lo haría un ambientalista moderno, exhortaba a tomar en cuenta las futuras generaciones: “Llevados de la idea de que un árbol tarda muchos años en estar de corte, los que han beneficiado un bosque, no han tenido en cuenta más que el lucro del presente y no han pensado en las generaciones venideras”.
Para Castañer la escasez de madera empeoraba la crisis económica del país. Esa falta de madera afectó el sector de la construcción, la ebanistería y la manufactura de algunos bienes. La escasez de madera nativa también había aumentado la necesidad de importarla, particularmente de Estados Unidos y Canadá. Además, la falta de madera había resultado en el aumento de los precios de la madera local. Y peor aún, señaló Castañer, la deforestación aumentaba la vulnerabilidad a sequías, lo que afectaría adversamente a la agricultura.
Para enfrentar las desventuradas y enredadas malezas era necesario y urgente según Castañer restaurar los bosques, reconociendo a su vez el valor y potencial económico de los bosques reparados. Pretendía convencer a los puertorriqueños, y a las autoridades, de la necesidad de restaurar los bosques, y con ellos, la economía. Para Castañer la reforestación ayudaría a mejorar la grave situación económica del país, incluyendo la difícil situación de la agricultura. La restauración también fomentaría la manufactura de diversos bienes, entre estos los muebles, coches y carros. Castañer arguyó que sin el restablecimiento de los bosques la fabricación de esos bienes, ya agónica en aquellos años, desaparecería.
Castañer prescribió como una medida para la restauración forestal el uso de tierras para la siembra exclusiva de árboles nativos. También propuso el uso de árboles como cercas, en vez de las tradicionales mallas. Propuso además “propaganda,” educar al pueblo sobre los bosques, la agricultura y la manufactura. Incluyó entre esos programas la celebración de la Fiesta del Árbol, una tradición de origen español. Según Juan B. Gaztambide en “La enseñanza de los valores del bosque y de la dasonomía a los niños de Puerto Rico”, esa fiesta fue oficializada en Puerto Rico por el General Macías, precisamente en respuesta a la devastación de los recursos forestales de la isla y para dar a conocer a los niños y agricultores la importancia de los árboles. Como reveló Carlos M. Domínguez en su artículo para Acta Científica, “La celebración del Día del Árbol en Puerto Rico”, la primera fiesta se celebró en 1897 y no se volvió a celebrar hasta 1902. La exhortación de Castañer a la fiesta y la propaganda reducía el problema de los bosques a la falta de educación entre los campesinos y a la ausencia entre ellos de un proceder conservacionista.
De muchas formas, la postura de Castañer coincidió con la de los científicos estadounidenses a los que se refirió Valdés, los que podemos ubicar en una corriente particular del conservacionismo de aquella época, la que enfatizaba el uso y manejo eficiente de los recursos naturales para garantizar el crecimiento económico sostenido de una nación, o de una colonia en el caso de Castañer. Este aguadillano invitaba al uso y manejo eficiente de los árboles, de la madera, para garantizar el crecimiento económico de Puerto Rico. Hoy le llamaríamos un desarrollo sustentable de la industria maderera. Se trataba de un conservacionismo al que Gifford Pinchot se referiría, un año después en 1910, como “conservation as wise use,” y que terminó por inspirar el llamado wise-use movement, un conservacionismo que algunos hasta consideran anti-ambientalista. El libro de Castañer nos ofrece entonces más pistas sobre el conservacionismo y su historia en Puerto Rico. También nos demuestra que a principios del siglo veinte, en los primeros años del régimen colonial estadounidense, y aparte de los científicos y conservacionistas estadounidenses, los estudiosos puertorriqueños de los bosques y la agricultura también manifestaron sus propuestas para la institución de un orden forestal en Puerto Rico. Pero, estos no tenían el poder institucional de los estadounidenses encargados del manejo de los bosques de la isla. Fueron estos últimos los que lograron instituir el nuevo régimen forestal, aunque, como demostró Valdés, cambió muy poco con respecto al ordenamiento español de los bosques puertorriqueños.