La suerte de la Constitución de EEUU y el 8 de noviembre
Bernie Sanders lleva años diciendo que los EEUU se ha convertido en una oligarquía que disfraza su absoluto control del estado mediante un sistema eleccionario que puede elegir candidatos que ganan el favor popular, como Obama, pero que no permite que cambien las estructuras que dan continuidad y permanencia al aparato militar-industrial y a la desigualdad social, que el privilegio de las ganancias sobre el bien común, aseguran. Lo que Bernie Sanders ha denunciado – y que el resto del mundo sabe y acepta con reservada sorna – ha cobrado relevancia porque lo advierte un hombre blanco con una larga trayectoria de servicio público en el Senado de los EEUU. Si lo hubiese dicho un hombre no blanco (ninguno se ha atrevido) o una mujer con la misma trayectoria (tal vez Elizabeth Warren) no hubiera tenido igual resonancia y popularidad. Las contradicciones del sistema son innegables excepto para quienes se reconfortan en la falsa consciencia de que el éxito de los EEUU se deben a la originalidad y tesón de sus antecesores, a la excepcionalidad de sus instituciones y la superioridad de sus fuerzas, sobre todo militares que son las que han determinado su hegemonía, no su cultura, no su estilo de vida, definitivamente no su sistema de solapado apartheid.
En el artículo Here’s how you destroy a democratic republic de Charles Lane en el Washington Post del 3 de noviembre de 2016, el autor advierte sobre el resquebrajamiento de la aparentada (y también aparente) distribución de poderes y el supuesto distanciamiento de las agencias de seguridad estatal de la política partidista (no hay más que recordar las actuaciones de J. Edgar Hoover en el pasado interno y la CIA en la política internacional). Si Trump gana – y se acerca cada día más – los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y la principal agencia de seguridad del estado, el FBI, estarán en manos de un solo partido que ha elegido a un sujeto cuya ignorancia solo es superada por su predilección por el totalitarismo como modus operandi validado por él, para gratificación instantánea de su modelo de jefe de estado, Vladimir Putin.
Los «padres» de la Constitución estadounidense advirtieron sobre lo nefasto de esta posibilidad (ver referencia a James Madison en el artículo y de Jefferson sobre el tema) y los peligros que representa para una sociedad que aspira a ser democrática de acuerdo a sus preceptos y convicciones, más que a la lealtad a dichos preceptos de sus oficiales en las tres ramas gubernamentales. Es importante no olvidar que Hitler fue electo en Alemania en 1932 y en Austria en 1938, después de comenzada la persecución de los judíos y a un año de invadir Polonia.
¿Podrá el poder militar-industrial controlar a Trump de salir electo o buscarán la manera de que un «lone shooter» tipo Lee Harvey Oswald lo asesine? Sin legitimar tantas teoría de conspiración que cada vez más cobran preeminencia a medida que la desconfianza en el gobierno aumenta, en estos momentos se debe estar discutiendo a puerta cerrada qué afectará más el futuro de la nación: una presidencia de Trump y un Partido Republicano – y por lo tanto un Estado Republicano- totalmente al servicio del poder permanente o una parcial guerra civil que será eventualmente aplacada si gana Hillary Clinton, rescatando la imagen que la nación tanto se esmera por salvaguardar a nivel global y que tan importante resulta precisamente para el comercio que necesita y del que se lucra el aparato militar-industrial.
No es una decisión fácil. El desafío comercial de China y los países de Asia, y el militar tanto de China como de Rusia, requieren unos EEUU fuertes y prósperos que puedan mantener una apariencia de estatura moral ante las prácticas dictatoriales de sus principales adversarios.
Los EEUU son como el pariente rico que la familia le tolera todas sus indiscreciones, atropellos y comentarios inapropiados para no echárselo en contra, para no ser la nota discordante con quien nadie más está dispuesto a indisponerse, para abrigar la esperanza de que algo le toque en la herencia. Pero los parientes ricos suelen privilegiar a quienes se les parecen en actitudes y actuaciones, y quienes no se distancian de ellos quedan a la merced de sus herederos.
El martes próximo, los EEUU tratarán de mantener el estatus quo y comenzar a modificarse para evitar que las huestes que agitó Sanders no se vuelvan más militantes, o el país entrará en su peor crisis desde 1862, por relativamente las mismas razones que provocaron su guerra civil. El resto del mundo – incluyendo a los nuestros que todavía piensan que tenemos alguna relevancia para ellos – espera ansioso para ver si el rey saldrá desnudo al Jardín de las Rosas y prenderá en fuego la Constitución o la reina en pant-suit intentará poner una casa dividida en orden, preferiblemente con o sin una mayoría en el Senado.
Esta saga lee como una novela de portentosa perversión con un final tipo «cliffhanger». Mientras tanto, el martes en la noche el consumo de alcohol excederá la despedida del 2000 y de igual forma, lo fundamental no cambiará para bien a corto plazo. Es una extraña sensación la de ser optimista por convicción y pesimista por observación. Es como ver un accidente ocurrir en cámara lenta. Las decisiones que lo causaron y el efecto que tendrán, seguirán siendo ajenos.