La teoría del arte II
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Al final de una grabación que hace Nanci Griffith de la canción de Bob Dylan titulada Boots of Spanish Leather se oye cómo exclama: Boots, como sorprendida del regalo que pide la chica del poema; y nosotros nos sorprendemos porque parece que ella, Griffith, no ha comprendido el significado de la canción ni el sentido de su petición.
En la canción, una pareja se despide: él emigra y ella se queda a esperarle. Él la pregunta si quiere un recuerdo del lugar al que va, y ella, con un concepto espiritual del amor, rechaza un nexo físico que no necesita, pues ese es el significado de los regalos. Pero, tanto insiste él en lo material, que acaba por destruir la concepción ideal que ella tiene de su relación y, entonces, ella, en lugar de esperarle, decide irse. Griffith lo tenía fácil para comprender lo que significa la canción, pues seguro que conoce esa otra titulada These Boots Are Made for Walking, que dice explícitamente que las botas sirven para alejarse de alguien. Si quieres traerme alguna cosa no va a ser para unirnos, dice ella, sino para separarnos. Pero bueno, cuida que sea de España. Ese final es una ironía.
Mucha gente cree, porque se lo hacen creer, que quien está todo el día en el agua sabe nadar. Pero quien conoce a esos acuáfilos sabe que, la mayoría, no se moja más que hasta las rodillas, que pocos nadan y, menos, bucean.
El conocimiento es un asunto más delicado que la nitroglicerina, un paso en falso y, en lugar de llegar a la verdad, se acaba en el error o en la fantasía, cuando no, deliberadamente, en la falsedad. Los sabios que alcanzan la verdad no lo hacen ajenos a las evidencias. Pero toda conclusión que se establece únicamente a partir del pensamiento corre el peligro que ser una mera construcción mental. La razón es enormemente seductora pues parece llevarnos, con seguridad, a una conclusión incuestionable, pero, basta con que falte un dato o que se aplique mal un principio lógico, para que el resultado no sea correcto. La intuición, por su parte, es admitida por los defensores de lo que nos dice y negada por sus detractores. En conclusión, decimos que aquello que no se puede constatar mediante la experiencia se sostiene, entre los ignorantes, por el consenso y por la imposición, resultando, así, que el conocimiento puede acabar siendo solo una fe.
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Las vanguardias trajeron unas formas artísticas que provocaron una incomprensión de la sociedad respecto del valor de tales obras. La ausencia de belleza y las figuras con formas y colores alterados daban la sensación de que, en lugar de una creación, los artistas realizaban una destrucción, y no se equivocaban. Así, una parte de la sociedad, que presentía que algo no iba bien, temía las consecuencias de esa forma de pensamiento, mientras que otros ideólogos veían la forma de sacar partido de la situación.
La dificultad para definir el arte del siglo XX llevó a sustituir la definición por la evidencia. Pero, en realidad, los sabios tenían el problema de dar una definición del arte a todo el arte, por lo que no debe sorprender que no sepan darla para el arte moderno y contemporáneo.
Ya la misma división que se hace de la historia es bastante cuestionable y prueba de la ignorancia existente sobre esta cuestión. Cristóbal Celarius dividió, en 1685, la historia en Edad Antigua (5.000 A.C – 476 D.C.), Media (476-1492) y Moderna (1492-1789). Posteriormente se añadiría, al principio, la Prehistoria, y, al final, la Edad Contemporánea.
Meter en el mismo saco, por estar todo roto, a Grecia, idealista, y a Roma, materialista, parece un completo error. Lo mismo que juntar en la prehistoria, por estar los objetos enterrados, al paleolítico y al neolítico. La Alta Edad Media nada tiene que ver con la Baja Edad Media, aunque, ya se dijo, que la Edad Media era una forma de rellenar el espacio entre la Edad Antigua y la Moderna, de la que tampoco fijan bien sus límites. Aunque, a veces, se diga que esa división es más política que cultural, resulta que no puede haber grandes diferencias entre la evolución de una y la de la otra.
Arthur Danto, con una definición más moderna, fruto de la razón, y, por ello, más errónea, ha logrado imponer su opinión entre los adoradores del dios Logos y dice que hay una era del arte, desde 1400 a 1967, y, antes y después de esa era, dos eras de arte sin arte.
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Al analizar lo ocurrido con las vanguardias, algunos recurren, por simple conveniencia, a la descripción. Y lo que advertimos es que tampoco quieren describir el arte, que lo que hacen es describir los efectos del arte. Nada de preguntarse por la naturaleza de las cosas, dejemos para el pasado el hablar de la esencia de las obras, cojamos el arte y démosle una utilidad porque ¿Qué hace el arte? El arte destruye la sociedad, el arte de vanguardia es un arte corrosivo.
Asentado el efecto de las cosas como definición, el arte debe ser eternamente corrosivo. Hoy, sigue existiendo un arte que cree que tales efectos determinan la naturaleza artística de la obra. Con independencia de la trascendencia social de esos hechos, debemos plantearnos si una obra corrosiva puede ser arte, es decir, debemos plantearnos las condiciones del arte, para identificar cuándo la corrosión es artística y cuándo solo es una crítica social realizada por un artista.
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Un análisis de la cuestión del arte como lenguaje nos lleva a la conclusión de que la comunicación nace de la percepción del receptor, que es capaz de extraer conclusiones de las observaciones de la existencia, y que, el hombre, teniendo capacidad de deducción, entiende que puede convertirse en emisor de señales que ese receptor perciba como significantes de un hecho. Por ejemplo, mediante la mímesis se imita el acto de un tercero y así se puede trasmitir bien información de unos hechos pasados o de unas intenciones futuras.
La comunicación emplea un código que pueda generar el emisor y decodificar el receptor. El código de la comunicación, tiene, como consecuencia de las condiciones de la naturaleza humana, dos formas, que llamaremos tipos, uno es el objetivo, como el lenguaje verbal coloquial, y otro es el subjetivo, como la pintura.
Los códigos de los lenguajes, tanto el objetivo como el artístico, varían de un lugar a otro y de un tiempo a otro. Las condiciones del tiempo y lugar determinan la forma de los códigos, por eso, el latín se trasformó en varios y distintos idiomas que siguen evolucionando.
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En la comunicación, debemos distinguir claramente la existencia y diferencia entre el mensaje y la información. La información es el contenido de la comunicación que se quiere trasmitir, mientras que el mensaje es el conjunto de signos que, sujetos a un código, contienen, codificada, la información que, una vez trasmitido el mensaje, recibido por el destinatario y decodificado por este, llega a su conocimiento.
Generalmente, se produce una confusión entre mensaje e información debido a que, al hablar de comunicación, se suele pensar en el lenguaje objetivo verbal en el que mensaje e información coinciden. En español, si quiero decir te quiero, digo, efectivamente, te quiero. Pero, si trasmitimos la información en un lenguaje diferente, veremos claramente que, si la información sigue siendo te quiero, el mensaje resulta ser I love you, y se deshace la confusión.
Entonces la grave cuestión de determinar si una obra corrosiva es o no arte parte de establecer la distinción a la que acabamos de hacer referencia, la que existe entre el mensaje y la información.
El arte, como hemos dicho, es un lenguaje. La propiedad de los lenguajes es la de poder trasmitir información, aunque no exclusivamente, pues también se pueden realizar preguntas y se pueden dar órdenes u opiniones, por lo que el lenguaje puede presentar diversos contenidos y no exclusivamente uno.
En un determinado idioma, una persona podría dar, por ejemplo, una información corrosiva; y, si se ha elegido un lenguaje artístico, estaríamos hablando de un arte corrosivo, pero entendámoslo, no de un lenguaje artístico corrosivo sino de una obra de arte corrosiva.
Si nos encontramos por la calle con alguien que se dirige a nosotros pero somos incapaces de comprender lo que nos está diciendo, no podemos determinar, sin más información, si es que nos está hablando en un idioma que no conocemos o si está farfullando. En el primer caso, estaría intentando una comunicación, en el segundo, hacernos perder el tiempo.
Si esa situación se produjera con formas artísticas, tendríamos que averiguar si el artista se está expresando en un lenguaje y un estilo que desconocemos, pero que se ajusta a unas normas para la construcción de mensajes que no comprendemos pero que son válidas, y estamos ante una obra de arte; o si lo que dice carece absolutamente de sentido y de arte.
En definitiva, la creación de una obra o mensaje debe cumplir unas condiciones para ser considerada artística. En caso de no cumplirlas, no estaríamos ante una obra de arte, con independencia de cuál sea su contenido. Ese contenido tendrá un valor, pero no será un valor artístico. En caso de cumplir esas condiciones, esa técnica artística puede resultar subversiva por romper los cánones conocidos de la representación. Pero, tanto si la técnica resulta subversiva como si no, esa es una cualidad independiente del contenido que, a su vez, puede ser subversivo o no serlo. Si lo fuera, nada diría del arte, como nada diría de él aunque el contenido respetara los valores sociales tradicionales. Mensaje e información son cuestiones distintas, y solo la forma de construir el mensaje es una cuestión artística.
La identificación de lo artístico corresponde a los críticos, pues, hoy en día, la calidad técnica no es suficiente, ni necesaria a veces, para hacer arte. El problema que ve el público es que los críticos no justifican con sus explicaciones la condición artística que defienden de esas obras que califican como de arte. Les falta una explicación teórica suficientemente fundamentada y más verosímil que la de la existencia de un mundo del arte, que sería un mundo aparte del mundo real, lo cual ni es una explicación lógica ni convincente.
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