La última reja
«La economía de Puerto Rico, de índole colonial, no solamente afecta a los escritores nativos desde el punto de vista nacional, sino que también opera como el primer factor de nuestro desconocimiento internacional.
La política imperialista propende al vacío cultural y a la enajenación del espíritu de un pueblo. Puerto Rico, hoy en día, es un pueblo sin voz. Y si existe la voz, ésta se alarga en el desierto de la incomunicación…
Si la poesía parte de un reconocimiento propio, de un anhelo de identificación espiritual, ¿qué gloria literaria espera al escritor puertorriqueño negado en su raíz, saqueado en su impronta universal, falsificado preponderantemente por esta economía colonial que nos agarrota el alma?
Necesitamos, pues, de la soberanía de pueblo libre si es que queremos hacer la poesía una participación colectiva, una empresa de sociedad vinculada al mundo en un sentido de creador auténtico». (Francisco Matos Paoli, Diario de un poeta, tomo I, págs. 56-57)
La reflexión del poeta me hace recordar una anécdota que muestra trágicamente nuestra condición. Ésta ofrece tanto una idea de los logros de nuestra cultura como de las dimensiones del proceso de borradura que las culturas del Caribe, y más aún la de una nación como la nuestra que todavía queda entorpecida para autorepresentarse, han sufrido a lo largo de la historia.
En 1858 un joven pintor puertorriqueño llega a París. Francisco Oller estudia con Gustave Courbet, asiste a los talleres libres, sobrevive cantando arias italianas por los cafés y pasando el sombrero. Ya en 1859, expone junto a Monet y Renoir en lo que serán las primeras manifestaciones de un movimiento artístico de alcance mundial, el impresionismo, del que en la época es un miembro indiscutible. Este protagonismo queda demostrado por un hecho. Oller es amigo de Camile Pissarro, el maestro impresionista había nacido en 1830 en el Caribe, en Saint Thomas, que entonces era una colonia danesa. Su padre era judío sefardí y su madre dominicana, y en 1852 había viajado a Venezuela. No sorprende que el puertorriqueño, en sus primeros tiempos en Francia, gravitara hacia alguien con quien compartía pasión artística, región y lengua.
Oller presentará a Pissarro un joven taciturno que más tarde servirá de eslabón entre el postimpresionismo y el arte moderno. Pissarro consigna en su diario cómo un día llegó Oller a visitarle trayendo con él a Paul Cézanne. Este encuentro entre los dos franceses (o el que se dio entre dos caribeños y un francés, pero de esta forma no será consignado en las historias oficiales) inaugura un proceso que redefinirá la historia del arte. Sin embargo, esta presencia irradiante de nuestra región quedará opacada por el origen “francés” de Pissarro y Cézanne, y por la incógnita absoluta de la procedencia de Oller.
En ninguna de las historias del impresionismo que he consultado se menciona siquiera una vez a Francisco Oller. Uno de los protagonistas del relato se ha convertido en fantasma. Esto es la invisibilidad, el mecanismo de dominio que destaca o silencia, que ensalza o deforma, que condena en palabras de Francisco Matos Paoli al “desierto de la incomunicación”.
Pero desde tiempos inmemorables han habido otras fuerzas. La familia de lenguas indígenas más extendida en América es la arahuaca. Desde el sur de la Florida pasando por las Antillas mayores y menores, atravesando la costa norte de Suramérica y el Amazonas hasta el sur de Brasil y el extremo norte de Argentina, las etnias hablantes de formas del arahuaco establecieron una zona de influencia incomparable en la historia de América. Sin embargo, como en el caso del pintor Oller, la naturaleza del significado queda oculto y es común aún menospreciar su importancia a diferencia de lo que ha ocurrido con otras culturas precolombinas. A la larga en nuestra región, las huellas se desfiguran y el camino recorrido desaparece. En el Caribe, en el Gran Caribe que se extiende más allá de las islas y penetra el continente, es fácil, perderse en la densidad de las sombras propias y en las impuestas desde lejos. Los caribeños somos innumerables Ulises pugnando por encontrar a innumerables Ítacas. No es casual que la imagen de la ciudad de la Odisea aparezca frecuentemente en las literaturas de la zona. Eugenio Montejo, el gran poeta venezolano ha escrito:
«Por esta calle se va a Ítaca
y en su rumor de voces, pasos, sombras,
cualquier hombre es Ulises.
Grabado entre sus piedras se halla el mapa
de esa tierra añorada. Síguelo.
[…]
Aquellas nubes vienen de su mar, contémplalas;
son más puros los cielos de las islas.
Por esta calle, en cualquier auto,
hacia el norte o el sur se viaja a Ítaca.
En los ojos de los paseantes arde el fuego;
sus pasos rápidos delatan el exilio.
[…]
A ese mar no se miente. La furia de sus olas
todo lo hace naufragio. Pero no te amilanes.
Demuéstranos que siempre fuiste Ulises».
Otro gran poeta, el puertorriqueño Manuel Ramos Otero, escribió en los versos finales de su poema “Kavafis”:
«Piensa que ningún compañero compartirá tu soledad,
pero además, camino a Borikén tu barco cruzará
con otro barco rumbo a Ítaca, y sabrás
que vuelven los guerreros, que sólo reposaron
en el puro gozo de la carne.
Y si al llegar, Borikén es la misma
que te obligó al exilio, sacrifícala;
sólo de cuna y tumba te ha servido la tierra,
y entre ambas, un hombre entre los hombres
ha cultivado arrugas en la nada.
No habrás perdido tiempo deshilvanando tiempo,
volviendo a Borikén has vuelto hasta tu centro;
Borikén es el nombre que te dieron los dioses».
Quizá nunca, o acaso lo haremos cuando sea ya demasiado tarde, arribemos a Ítaca en el mar común en que según Palés Matos “las islas quedan más aisladas”. Pero como para Ulises, la pérdida y la aventura serán nuestra justificación y nuestras huellas tenues, amenazadas por la borradura del viento de la historia, serán los materiales de nuestro alfabeto.
Existe un brevísimo y extraordinario poema de Gustavo Pereira. Tiene dos versos y contiene la dirección de cualquier camino:
«Mi camisa he resuelto ser libre
Acudo a ti como a la última reja».
No sé si los que componemos hoy la delegación puertorriqueña a la Feria Internacional del Libro de Venezuela merecemos el puesto que debió corresponder a muchos de nuestros antepasados. Sé, sin embargo, que la marginación, la desmemoria, la invisibilización de nuestros ancestros literarios es imposible de justificar. Por ellos, con ellos, estamos aquí y ahora ante ustedes en Caracas. De la fuerza y el testimonio de su obra y del dolor de su ninguneo, nace la nuestra. Por nuestros muertos estamos aquí y somos felices al comprobar al fin que sus palabras son leídas sin prejuicios. Por fin se aquilata lo que nuestra palabra tiene de empecinamiento, de voluntad, de dureza. Por fin se percibe la humanidad honda y trágica que contiene la literatura de una isla doblemente conquistada.
Amigos de Venezuela, amigos de América, amigos del mundo, estamos ante ustedes armados con la fuerza de nuestras palabras que han sido imposibles de silenciar, con todo el volumen humano que contienen, sabiendo que junto a las de otros pueden servir para redefinir el mundo; que en ellas, como en cualquier enunciado denso y luminoso, residen el pensamiento y la belleza.
Este no es nuestro primer viaje ni será el último. Desde hace siglos estos han sido nuestras litorales, nuestro sol, nuestros aromas, nuestro olvido y nuestras palabras. “Todos los poetas son judíos”, dijo Marina Tsvietáieva, y esta frase sirvió de epígrafe a un poema memorable de Paul Celan. Todos los poetas son también arahuacos, puertorriqueños y venezolanos. Ni el Caribe ni la experiencia humana tiene fronteras. Hoy, aquí en Caracas, un grupo de escritores puertorriqueños demuestra que las conquistas vencen pero no avasallan, que la humanidad que nos pertenece por igual a cualquier pueblo es más grande que la historia padecida. Estamos aquí, pisando esta tierra, es imposible decir que no existimos.
Gracias Venezuela por albergarnos, por reconocer de esta manera la fuerza sobrecogedora de nuestra mirada y nuestra lengua. Llegamos así, por fin, más allá de la última reja.
*Leído en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Venezuela que tuvo a Puerto Rico como país invitado, el 12 de marzo de 2015.