La universidad, ¿es para todos?
Todos los años para la misma época recibo decenas de resumes en la oficina. Hoy tengo frente a mí una pila que comienza a mirarme con angustia. Y yo, que tenía la firmísima intención de escribir hoy algo chistoso, no tengo otra que chuparme la píldora y sentarme a leer la ristra de descripciones rimbombantes de tareas sencillas que son ya comunes en los resumes. Porque no sé si han visto cómo haber sido cajero para ganarse unos chavitos o haber clavado par de clavos para Habitat for Humanity puede hacer de uno un as en las matemáticas o la ingeniería.
Pienso que para quienes ofrecemos empleo a los recién graduados es obvio que las universidades no están preparando bien a los estudiantes. No me refiero a los errores ortográficos que uno de cada cinco resumes contiene, sino a que los graduandos, aun cuando son estudiantes de casi 4.0 puntos, parecen no poder tener una conversación que se desvíe de lo estrictamente aprendido en clase. O sea, no pueden aplicar lo que aprendieron. En ocasiones me cruzo con personas con maestría que no pueden escribir un ensayo corto sin oraciones incompletas o sin dejar de atender asuntos fundamentales en el argumento. La situación es deprimente, sobre todo en EEUU donde la universidad es tan cara. Si después de endeudarse hasta el cuello un graduando no sabe pensar y reconocer sus propias limitaciones para irlas superando progresivamente durante el transcurso de su vida, yo diría que hay algo defectuoso en el sistema de enseñanza universitaria. De nada vale la democratización de la universidad si lo que resulta es que cada año sumemos unos cuantos millones más de individuos que apuntan a un diploma como muestra de haber logrado algo que todavía está fuera de su alcance.
Es posible que parte del problema sea que quienes ofrecemos empleo exigimos el grado universitario (por cierto, el mínimo ya está por una maestría) cuando la verdad es que muchos trabajos pueden realizarse con un nivel educativo menor. Si somos honestos, la mayoría de los empleos requieren saber comunicarse de forma oral y escrita, y saber mantener al cliente contento e informado, algo que no requiere, en mi opinión, tomar clases de cálculo. Para atender la brecha entre la preparación educativa y las necesidades del empleador: (1) debería haber más instituciones que preparen a las personas en carreras técnicas o administrativas (de eso sí hace falta), y (2) debería ser más difícil para las organizaciones educativas obtener la certificación para otorgar grados universitarios. Y, con llaneza: (3) la universidad debería ser para las personas que tienen tanto las ganas como la capacidad de aprender a pensar al nivel universitario. Ir a la universidad no debería ser algo que se espera todos hagamos. Este asunto es un poco como esperar que todos, al llegar a cierta edad, contraigamos matrimonio. Ni el matrimonio es para todos, ni la universidad es para todos. Y eso está bien. No hay nada de qué avergonzarnos.