La vida es Fenomenal
El estreno reciente de Fenomenal, el documental dirigido y producido por Merián Soto y Viveca Vázquez, con la edición de Laura Sofía Pérez y la musicalización de Eduardo Alegría, es un acontecimiento artístico e intelectual digno de ser disfrutado y estudiado por cualquiera que se interese por el devenir de las artes escénicas y performáticas en Puerto Rico. No creo que haya habido por estos lares un esfuerzo más sostenido y contundente por explorar las posibilidades de la danza experimental y del vanguardismo artístico en general que Rompeforma, una verdadera hazaña artística de Merián Soto y Viveca Vázquez. Por eso, si fuera a escoger un sustantivo para calificar esos años a los que se dedica el documental –entre el 1989 y el 1996– años de performance, danza, exposiciones, acciones de arte, improvisaciones, declamaciones, canciones, instalaciones y tantos otres “ciones”, escojería el término que usó Miguel Villafañe para titular la pieza final con que concluye este extraordinario e inédito esfuerzo: Rompeforma es un rompecabeza.
Rompeforma vino a romper cabezas, a deshacer y rehacer esquemas tanto estéticos como conceptuales, a redefinir geografías, a replantear géneros, tanto artísticos como sexuales, incluso a proponer sexualidades tanto como a des-canonizar tradiciones. Fue una serie de espectáculos artísticos derivados de Tour de Fuerza: Nuevo Latino Dance and Performance, que habían organizado diversos artistas latinos en el continente como Pepón Osorio, Carmelita Tropicana, Elsa Troyano y David Zambrano, entre otres.
El experimento, no sólo prosperó, sino que obtuvo una personalidad muy suya según fue germinando y desarrollándose en Puerto Rico. Awilda Sterling , para dar un ejemplo singular, no sólo habla en una de sus piezas del legado de Palés y de su deseo de experimentar en el arte, sino que se inventa el verbo Palésperimentar para darle título a su pieza. Además de explorar las posibilidades tanto estéticas como políticas del movimiento corpóreo como tal, Rompeforma ayudó a desarrollar un nuevo vocabulario teórico que intentaba replantearse innovadoramente la relación entre las artes escénicas, la representación artística en general y su compromiso con los cuerpos minorizados: mujer, negro, pobre, migrante, homosexual.
En su proyecto de apalabrar lo femenino desde el grito, de producir estéticas sucias, estéticas de lo precario, Rompeforma ensayó las más disímiles estrategias de desfamiliarización, como inventarse lenguas indígenas que nunca existieron, ensayar el arte de aprender a hacerte un sándwich con tu propia sangre, o invadir el espacio del espectador, oliéndolo literalmente.
Rompeforma no sólo se atrevió a desafiar y a experimentar con las expectativas del espectador, sino que demostró otros modos de respetar, de retar y de tomarse en serio la energía inusitada de la expectativa misma, de esa espera muda y atenta por la llegada del acontecimiento que es la raíz sagrada de la teatralidad.
¿Qué es lo que nos rompe la cabeza, habría que preguntarse? No se puede reducir a un solo término, pero Teresa Hernández, por ejemplo, propone que lo importante es tener miedo. Tener miedo es el modo más urgente de estar vivo y Rompeforma se ocupó de tantos modos, desplegó variados dispositivos para desatar la ansiedad, acelerar el ritmo de la respiración del espectador, re-oxigenar la quietud del espacio vigente, de lo que podría llamarse el status quo. Al espectador hay que olerlo, sí, hay que sentársele al lado, aunque se incomode, o precisamente para que se incomode, aunque se ría nerviosamente, hacerle saber que la acción de arte está más cerca de elle, ella o él de lo que ella, elle o él se imaginan.
Esta extraordinaria oportunidad que el documental permite de revisitar los años de Rompeforma, nos re-descubre este acontecimiento singular convertido ahora en un deslumbrante fósil anacrónico, proveniente de antes del reino del lenguaje inclusivo y hasta del mismo internet. Si me atreviera a definir este extraordinario evento, diría, como lo advierte lúcidamente Pedro Adorno, que representa una de las primeras aventuras verdaderamente diaspóricas del arte puertorriqueño, irreductible a las geografías tradicionales, un arte producido tanto por la angustia como por la esperanza de las grandes masas migratorias de nuestras latinidades.
Ver, junto a artistas entrañables como Antonio Martorell, Eduardo Alegría, Karen Langevin, Arthur Avilés, Guillermo Gómez Peña, Carmelita Tropicana, Sandra María Estévez o Javier Cardona, a quienes ya se fueron, como Antonio Pantojas, Miguel Algarín o Pedro Pietri, le añade a Fenomenal un aire de leyenda, la energía inusitada de una visitación.