Violencia y delito pasional: claves para una nueva reflexión en Puerto Rico
El fenómeno del delito pasional es un inconmensurable. He planteado, desde hace muchos años, que el discurso de victimización de las mujeres producido en aras de lidiar con el fenómeno del delito pasional –hoy ya violencia doméstica– si bien ha tenido, y puede que aún tenga, alguna eficacia política, resulta ser un discurso insuficiente a la hora de dar cuenta de la inconmensurabilidad de este tipo de delitos. Al tachar el apellido que se le pone a estos delitos, “delito pasional” y sustituirlo por la frase discursiva de “violencia doméstica” el activismo feminista no ha sabido aquilatar las complejidades vinculadas al significante “pasional,” particularmente su manera de remitirse al operar del discurso amoroso moderno y a lo que aparece como su metáfora constitutiva: la metáfora de la muerte.
Al presente, es evidente que la violencia contra las mujeres se ha agudizado e intensificado de maneras dramáticas con todo y ley 54, con todos los virajes y cualificaciones de los discursos y las políticas públicas feministas, con todo y Procuraduría de las mujeres, lo que fuerza a atender la interrogante en torno a ¿qué es lo que en la reflexión hemos dejado de lado? Esto es importante pues no podemos sustituir el análisis por la indignación moral.
En este recorrido propongo reflexionar el fenómeno del delito pasional en clave del paradigma de la complejidad, particularmente en clave de la teoría de sistemas de segunda generación, en dialogicidad con el saber psicoanalítico, desde una mirada detenida del trayecto de la semántica del amor moderno y desde las comunalidades entre la violencia contemporánea en general y la violencia de las mujeres en particular. Pongo en foco de que se trata de “claves” pues, al decir de Lucía Rangel, un acto de violencia sólo puede ser analizado desde su propia singularidad.
Complejidad y delito pasional
La teoría de sistemas de segunda generación nos convoca a distinguir entre sistemas psíquicos y sistemas sociales. Esta distinción es importante porque es una manera de comunicar que lo social es un fenómeno emergente. Lo social es un fenómeno sui generis en el sentido de que lo social no es la suma de todas las consciencias individuales; podemos sumar todas las consciencias individuales y esto no hace un social. A su vez, es una manera de comunicar que los sistemas psíquicos son considerablemente más ricos y más complejos que los sistemas sociales y esto es lo que les posibilita –para bien o para mal– el que se produzcan prácticas en abierta distancia con las normativas sociales. Es preciso entonces reflexionar el delito pasional en el contexto del operar de los sistemas psíquicos y reflexionarlo también a partir de la comunicación que se produce en torno a éste; es decir, en el operar de los sistemas sociales. Como sabemos, hay una complejización cada vez mayor de los sistemas psíquicos y hay una complejización cada vez mayor de lo social que nos mueve hacia una mayor incertidumbre e intransparencia del mundo. Una de las contribuciones mayores del paradigma de la complejidad y de la teoría de sistemas es el descubrimiento de la entropía. Esto es, el descubrimiento de un principio hemorrágico que tiende en la dirección del caos, del desorden, de la desorganización máxima, el cual es constitutivo de todo darse en cuanto algo. El caos, el desorden, la desorganización máxima, es la manera en que los distintos sistemas crecen, se desarrollan y se complejizan. En este sentido, la evolución tiene un componente autoerosivo muy fuerte, por lo que no hay porqué pensar que la relación de pareja, el operar de los sistemas psíquicos y sociales, vayan a estar exentos de la fuerza de esos elementos erosivos.
Sistemas psíquicos y saber psicoanalítico
El saber que de manera más detenida ha explorado el operar de los sistemas psíquicos es el saber psicoanalítico. Un recorrido por las coordenadas de inteligibilidad en torno al fenómeno de la agresividad y de la violencia en clave psicoanalítica nos permiten reconocer las maneras en que el fenómeno del delito pasional tramita dimensiones de complejidad psíquica que remiten al imaginario de la muerte en tanto expresión de las fuerzas entrópicas.
Como sabemos, para el discurso psicoanalítico ser hombre o ser mujer no es una factualidad anatómica por lo que la violencia está puesta como posibilidad tanto del lado de hombres como de mujeres anatómicamente hablando.
El discurso psicoanalítico freudiano distingue entre dos tipos de violencia: el campo de la violencia erótica en tanto expresión de una mezcla de pulsiones y otra violencia que nombran “original” que tendría que ver con la destrucción o aniquilación del objeto como producto de la tendencia a la disolución previa a toda diferenciación del yo.
Y quisiera matarte porque ya no me quieres…
Del lado del discurso psicoanalítico lacaniano, se entiende que hay una agresividad, que es un sustrato de la estructuración narcicista del yo; la misma tramita el deseo de poseer aquello que, reflejado en el otro, presupongo mío o lo quiero como mío y que, sin embargo, la imagen del otro me revela que ocupa mi lugar y me priva del objeto de mi deseo. Como consecuencia, se produce una furia, una rivalidad y unos celos que incitan a los actos más violentos. Así, el odio es correlativo del amor en lo que al registro imaginario se refiere. Lacan plantea que esa furia destructiva nos dá una imagen de dislocación corporal.
El sadismo, por el contrario, tramita un pulsión no configurada a partir de la imagen narcisista del otro sino del goce que proporciona la promulgación del derecho a usar el cuerpo del otro, conforme a mi deseo, entrando en juego el objeto parcial. La pulsión de destrucción con fines eróticos se dirige a un objeto parcial no narcisista, por lo que, el objeto al que se dirige ya no está en el imaginario totalizante del otro, sino que está en relación directa con ese más allá del placer o bien con el real en Lacan.
La intención del deseo sádico para Lacan no es el sufrimiento del otro sino su angustia. Busca introducir en el otro, imponerle, eso que no sería tolerable, que se manifieste el vacío que hay en la víctima, entre su existencia como sujeto [del lenguaje] y lo que puede soportar en tanto cuerpo. Esto es, intenta llevar al otro a esa nada fuera de los límites del espejo.
La víctima: “I’m crazy for crying… I’m crazy for trying… and I’m crazy for loving you…”
Es preciso tener en cuenta que estas pulsiones destructivas son constitutivas tanto de la víctima como del victimario y que estos posicionamientos se desdoblan e intercambian complejamente. La paradoja más difícil de comprender consiste en la preferencia por una posición de sometimiento, por lo que ésta puesta la pregunta ¿cómo está anclada la dominación en los corazones de quienes se someten a ella? Digamos que en la víctima hay una voluntad de poder también pues, para Jessica Benjamin, las personas no sólo se someten por miedo, sino en complicidad con sus propios deseos más profundos. Plantea Benjamin que La Historia de O de Paulina Reage, postula que el otro poderoso al cual “O” se somete, tiene el poder que ella anhela y que “O” satisface su deseo de poder mediante la identificación con su amo. El dolor implica placer cuando involucra el sometimiento a una figura idealizada. El dolor físico es preferible en ocasiones al dolor psíquico de la pérdida y el abandono, poniendo en foco algo que aparecería ante los ojos de la corrección politica como insólito!: el amor de la víctima por su victimario.
La Modernidad como sistema-social
La comunicación que se produce desde los sistemas sociales incide en el delito pasional incrementándolo, agudizándolo, problematizándolo o bien cuestionándolo. Una pasada de balance ligera nos permite caer en cuenta que aquello que fue eficaz en el trayecto de la Modernidad temprana termina constityéndose en un problema a más avanza la Modernidad misma. Al decir de Urlich Beck, las categorías de género-rígidamente entendidas e implantadas discursivamente- fueron la base de las sociedades industriales. Para Beck, sin la separación de los roles masculino y femenino no hubiese existido la familia nuclear. Sin embargo, en el camino, estas desigualdades contradicen los principios de la modernización por lo que terminan siendo problemáticas y conflictivas con el trayecto de la Modernidad misma. La laxitud creciente con que somos convocados a asumir estas categorías han tenido como efecto la deterritorialización de la familia junto con la disolución de las moralidades que la acompañaban abriendo así un espacio para el emerger de formas de vida y de sexualidad antagónicas a las normativas masculinas.
Esto, junto con los conflictos entre sistemas (familiar, legal, laboral y/o educativo) en términos de viejas y nuevas expectativas de género que pugnan por legitimarse o re-legitimarse, han venido propiciando un estado de incertidumbre que incide igualmente con un incremento de las probabilidades de la violencia.
A su vez, como es planteado por Niklas Luhmann, la modernidad de la Modernidad se establece por el lugar que ocupa el sujeto autodeterminado por lo que, el propio trayecto de la sociedad moderna como sociedad individualizada, abre el espacio para comunicaciones que exaltan posibilidades de libertad y autonomia cada vez mayores. Los productos culturales son una buena manera de constatar esta creciente opacidad bien sea porque hay mujeres que optan por “su amigo en el baño” o bien porque reconocen que “I kiss a girl and I like it”.
La semántica del amor moderno
Dentro de este trayecto moderno, hay fuerzas discursivas que siguen abonando a lecturas canónicas en materia de género. Niklas Luhmann en su texto Love as Passion señala que el símbolo primario que gobierna la estructura temática del amor moderno es la pasión. Es una semántica en el sentido de que, como fenómeno comunicativo, apunta a patrones que se copian, emociones que se copian, existencias que se copian, como cuando la persona se reconoce en un bolero y dice “ así exactamente es como yo me siento.” La pasión aparece como algo de lo cual uno no puede dar cuenta. A partir de la Edad Media, la pasión amorosa aparece como una enfermedad entendida en términos médicos y tramitada desde toda una sintomatología: quererse morir la más evidente de todas. La mística medieval la vinculó a la renuncia del sí, la aniquilación y al nacer en el otro. A partir del siglo 19, el amor como expresión ideal del deseo sexual es elaborado y se entiende que éste toma lugar fuera de la arena del control racional. El amor aparece como una prisión de la que no se quiere escapar. Los románticos autentificaron el combinatorio sexualidad-amor produciendo el otro símbolo primario de la semántica que es la exclusividad. De ser representada como un estado mental que se sufre pasivamente se pasa a representarla como un estado activo con la individualización moderna. La semántica del amor totaliza la vida interior del amado y éste/ésta debe ser objeto de observación contínua. La esencia del amor, que es el exceso (“I have no sense of proportions”) se enfrenta a la temporalidad corrosiva. Las imágenes de consumación, de calcificación y de muerte son centrales a la semántica amorosa de tal forma que el referente de la muerte es una constante. En este sentido, el fenómeno del delito pasional es una expresión extrema, el pasaje al acto, de una violencia que está puesta siempre, como posibilidad, en la relación de pareja común y silvestre.
Sin embargo, a medida que avanza la Modernidad, la intensificación de la individualización amenaza la vida de pareja, los soportes externos se desmantelan y las tensiones internas aumentan. La semántica va dando cuenta de sus propios elementos entrópicos los cuales finalmente remiten a la interrogante en torno a qué hacer con una diferencia que ya no puede seguir legitimándose. Esto también incide sobre el problema de la violencia.
Violencia contemporánea y delito pasional
El sueño de la Modernidad ha sido la erradicación total de la violencia pero pienso, con Georges Bataille, que la mejor forma de lidiar con la violencia es comprenderla profundamente. Es preciso conceder a que hay una violencia constitutiva de lo humano según como está puesta una violencia constitutiva del universo físico y de la organización de lo vivo. Esa violencia se vincula a la entropía como principio constitutivo. Niklas Luhmann plantea que, si bien la violencia tiene una función central dentro de la manera en que los distintos sistemas crecen, se desarrollan y se complejizan, existe también el fenómeno de los atractores. Se habla de atractores “para designar la inclinación del sistema a dejarse llevar por una fuerza que lo transforma, pero que al perder de vista el sentido benéfico se convierte en amenaza”. Por ejemplo, se ha hablado de la función benéfica de la pelea en la relación de pareja como manera de distinguirse, de combatir la fusión indiferenciada a que nos mueve el propio discurso amoroso, sin embargo, llevada al extremo, su función benéfica se trastoca en lo contrario.
Nuestra contemporaneidad es una en la que la violencia retorna a los lugares de donde hemos querido extirparla: el mundo de las relaciones personales y familiares. Por qué no decir también que el fenómeno del intimismo contemporáneo cuyo efecto neto es una intervención y una vigilancia cada vez mayor de todos sobre la vida de todos tiene como efecto un sofocamiento de las relaciones personales que incide también en violencia: madres que matan a sus hijos, hijos que matan a sus padres, hermanos que matan a sus hermanos, hombres que matan a sus compañeras, mujeres que matan a sus compañeros, tramitando, de una manera u otra, lo que aparece como un gran conflicto de colindancia y uno en lo que lo más banal (un estacionamiento, el control del televisor, una disputa familiar, la más mínima provocación) puede constituirse en catalítico de la violencia. A su vez, la mímesis de la violencia y sus remedios, en tanto manera en que las soluciones al problema de la violencia son tanto o más violentas que la violencia que se pretende controlar, tiene como efecto una escalada de violencia cada vez mayor y una en la que la capacidad de absorción social de la violencia junto a su naturalización aumenta cada vez más. En este sentido, evidentemente, vamos hacia más violencia y la violencia contra las mujeres formaría parte de este trayecto. Finalmente, el fenómeno de la aceleración del mundo propicia el que se produzcan cada vez más diferencias en menos tiempo por lo que la capacidad de diferimiento de las diferencias, es decir, nuestra capacidad de digerirlas y apreciarlas en cuanto tal, se reduce significativamente y esto repercute también en una intensificación de la violencia.
Estas son las claves que, a mi modo de ver, en su dialogicidad podrían propiciar un abordaje del fenómeno del delito pasional, que se traduzca, como decía aquella canción de Gilbertito Santa Rosa, en “cosas nuevas”.
*Una versión corta de este ensayo fue publicada por 80grados hace dos semanas.