La víspera del cinco de mayo
El cinco de mayo se ha convertido en una fiesta de la mexicanidad en los Estados Unidos. Ese día los restaurantes y bares mexicanos, y hasta los que no lo son pero también se aprovechan de la ocasión, se llenan a tope y las cervezas –Corona, Negra Modelo, Tecate– fluyen y las margaritas –con o sin sal– se convierten en el trago del día que acompaña el servicio de ciertos platos de comida también mexicana –quesadillas, tacos, guacamole– que se han convertido en los esenciales de la mexicanidad o en los representativos de esa compleja y rica cocina que no se limita a esos platillos. Los estadounidenses celebran el cinco de mayo (pronunciado algo así como ¨zincou de maillo) como si fuera el cuatro de julio del país vecino, aunque, en verdad, esa fiesta hoy nada político conmemora y es sólo una excusa para comer y beber algo mexicano o filo mexicano o, mejor, para celebrar lo exótico. La extrema popularidad de esta fiesta llevó en el 1998 a la Oficina del Servicio Postal estadounidense a emitir un sello conmemorativo de la misma en el que se presentaba a una pareja vestida con indumentaria típica del estado de Guadalajara, bailando. Y en el 2005, obviamente el 5 de mayo, el entonces presidente George W. Bush llenó la Casa Blanca de mariachis para celebrar oficialmente la fiesta y así demostrar una posible alianza con el llamado voto chicano y latino. En ambos casos, la oficialidad estatal reducía el hecho de la historia de México y su repercusión en los Estados Unidos a mera festividad: música y baile folklóricos, aunque la muestra no fuera necesariamente representativa de toda la cultura mexicana. Todas estas muestras de celebración del vecino están muy lejos de recordar la verdadera razón o el origen histórico del cinco de mayo. Como en tantos otros casos, aquí el Estado reinterpreta la historia a su conveniencia.
David E. Hayes-Bautista en El Cinco de Mayo: An American Tradition (Berkeley, University of California Press, 2012) parece prometer desde el título de su obra que va a explicar el origen y el desarrollo de esta fiesta en los Estados Unidos. Pero en el fondo éste es sólo un estudio de la historia política de los mexicanos en California en el siglo XIX. De inmediato hay que decirlo: nos hallamos ante un libro enjundioso que fue escrito a partir de una minuciosa investigación, pero que lleva un título engañoso. Muy frecuentemente se menciona la fecha del 5 de mayo en el libro (ojo: escribo aquí ¨5 de mayo¨ cuando me refiero a la fecha del hecho histórico que sirve de base u origen a la fiesta y ¨cinco de mayo¨ cuando hablo del hecho o de la fiesta) y éste tiene siempre en mente aclarar el origen de esta celebración en los Estados Unidos, aunque la investigación sobre la formación política de los chicanos y otros grupos latinos es el propósito principal de Hayes-Bautista. Por ello dedica las primeras 176 páginas del libro (acompañadas de muchas más con detalladas notas bibliográficas) al periodo que va desde el establecimiento de las misiones en California –momento de la verdadera colonización española de esa parte del suroeste de los Estados Unidos– hasta el final de la Guerra Civil en los Estados Unidos, el asesinato del presidente Lincoln (14 de abril de 1865) y la derrota de la invasión francesa en México (fusilamiento de Maximiliano, el 19 de junio de 1867), mientras que sólo dedica unas escuetas y escasas 15 páginas al periodo que va desde esos últimos acontecimientos a nuestros días. El interés de Hayes-Bautista obviamente se centra en periodo en que la región de California pasa del dominio mexicano al estadounidense porque ahí halla los orígenes culturales y sociales de la población que hoy llamamos chicana o latina. Por esa razón es que explora lo que llamo la víspera de los festejos que hoy son mera excusa para una fiesta, sin rememoración del hecho histórico y sin la carga política que el mismo tenía en sus comienzos.
Es que la celebración del cinco de mayo sirvió en el principio una importante y simbólica función para la población hispana de California, tanto para los californios que ya vivían allí desde la colonización española como para los nuevos emigrantes mexicanos e hispanoamericanos que llegaron en gran número a partir de los hallazgos de oro a finales de la década de 1840. Ésa, entonces, no era mera excusa para comer y beber sino para definir y afirmar una personalidad colectiva que se diferenciaba y a la vez se identificaba con la nueva clase dominante estadounidense. El cinco de mayo es un importante elemento en ese proceso histórico, pero no es el centro del libro. Es esa falta de centralidad de ese hecho histórico lo que me lleva a decir que Hayes-Bautista se comporta como las compañías de cerveza y de tequila y como los restaurantes en nuestros días: usan todos el cinco de mayo para vender su producto. Pero en este caso es un excelente estudio histórico lo que se nos vende, aunque no por ello deja de ser equívoco en términos editoriales el valerse de la fecha para vender más ejemplares del libro. Advierto que compré el mío pensando que leería un estudio sobre el desarrollo del cinco de mayo y no con una historia de la víspera de esa fiesta o de los orígenes de la comunidad chicana. Pero de inmediato aclaro que, aunque habrá en el título un cierto nivel de engaño, el libro es excelente.
Hayes-Bautista basa su detallada y reveladora investigación en los periódicos en español que se publicaban en California en el siglo XIX. Sorprende que en ciudades entonces pequeñas, como San Francisco y Los Ángeles, hubiera ya varios periódicos hispanos de amplia circulación por todo el estado: La Estrella de Los Ángeles, El Eco del Pacífico, La Crónica, El Clamor Público, El Sudamericano y La Voz de Méjico, fuentes poco accesibles hoy, son las principales de Hayes-Bautista. Su objetivo central es hacer evidente las profundas raíces que tiene la comunidad chicana en la historia del estado de California.
La transición de los llamados californios (la población de origen español y mexicano que vivía en ese área durante el periodo del virreinato español y de la república mexicana) ha llamado la atención de intelectuales y artistas quienes han llegado a mitificar ese periodo y sus personajes. Uno de los casos más importantes por su difusión y repercusión, aunque no por su retrato verídico del momento, fue la novela de Johnston McCulley (1883-1958) The Curse of Capistrano (1919), obra en que se basó una popularísima película protagonizada por Douglas Fairbanks The Mark of Zorro (1920). Esta película, uno de los casos donde el filme supera la novela en que se basa, se hizo tan popular que McCulley en las siguientes ediciones del libro le cambió el título al de la película y se la dedicó a Fairbanks. En nuestros días esa película y esa novela le sirvieron de base a la chilena Isabel Allende para escribir una falsa biografía de este personaje ficticio, Zorro: comienza la leyenda (2005). El libro de Allende nos hace recordar la importancia de la población chilena en California a mediados de siglo XIX, hecho histórico que no ha sido estudiado con la debida atención. Pero tanto la película de 1920 (como las múltiples otras versiones fílmicas que se han hecho), así como la novela de McCulley y el libro de Allende son mitificaciones de ese interesante momento de la historia de California. En cambio, Hayes-Bautista ofrece un retrato fidedigno de esa comunidad al basar su libro en los datos obtenidos de los periódicos del momento.
En el libro de Hayes-Bautista vemos cómo el nuevo grupo dominante estadounidense que llega a California, al que el autor llama ¨Atlantic Americans¨, comienza a establecer alianzas de poder a través de matrimonios con hijas de la vieja élite de los californios; vemos también como muy temprano se formó una nueva clase dominante bilingüe y bicultural. (Hasta la constitución de nuevo estado de California establecía que tanto el inglés como el español eran los idiomas oficiales.) También explica cómo la incorporación de los ¨nativos¨ al ejército sirvió para asimilarlos culturalmente y cómo la élite estadounidense pronto impuso sus fijos criterios sobre raza en una comunidad que veía ese concepto de manera muy fluida. En fin, la investigación de Hayes-Bautista es sólida, reveladora y sirve para entender los mecanismos empleados por un nuevo poder para imponer sutil o no tan sutilmente su ideológica sobre los nuevos pueblos dominados. Un lector puertorriqueño se dará de inmediato cuenta que los paralelismos con las historia puertorriqueña son múltiples y, por ello mismo, fue la lectura de este libro de interés especial para mí.
Uno de los problemas mayores del libro de Hayes-Bautista es el empleo del término ¨latino¨ para denominar a los grupos de origen hispanoamericano que vivían en el siglo XIX en el suroeste estadounidense, especialmente en California, el centro de su interés. Este es una grave falla ya que es un empleo errado del término por ser un anacronismo histórico. ¨Latino¨, para referirse a cierta población en los Estados Unidos, es un término de nuestros días y no se puede aplicar a un momento anterior, pues esa población no tenía conciencia de serlo y, por ello y en verdad, no existía. Definimos hoy como ¨latino¨ a una persona de origen hispanoamericano – en algunos casos hasta de origen latinoamericano, pues se incluyen así a brasileños y haitianos, entre otros – que ya ha sido marcada como grupo minoritario a tal grado por la cultura dominante estadounidense que llega a crear nuevas expresiones colectivas que son distintas a la del país de origen y a la estadounidense misma. El latino tiene plena conciencia de ser distinto a esas dos culturas. Pero una nueva identidad cultural no se forma de una generación a otra; se necesita que transcurra un tiempo relativamente extenso para que esa nueva cultura aparezca. Por ello es que no podemos clasificar la población de mexicanos, californios e hispanoamericanos que estudia Hayes-Bautista como latinos.
El error de Hayes-Bautista de llamar latinos a esos grupos de origen mexicano, chileno o peruano del siglo XIX es parecido a lo que ocurre cuando se emplea anacrónicamente el término gay. Decimos que Leonardo Da Vinci, por ejemplo, era gay y caemos en un error. Podemos decir que Leonardo o el emperador Adriano o Safo o cualquier otra persona anterior al siglo XX que tuviera como preferencias las prácticas sexuales con personas de su mismo sexo fuesen homosexuales –y eso ya es arriesgado–. Pero definitivamente no podemos imponerles una categoría creada en otro momento porque la misma implica e impone elementos inexistentes en el suyo. Lo gay como lo latino nace cuando el grupo tiene conciencia de serlo. Por ello, cuando Hayes-Bautista habla de la comunidad latina en California en el siglo XIX asigna una categoría o una definición de nuestros días a una realidad decimonónica y tal empleo es una falla; es un anacronismo histórico. Obviamente podemos ver cómo en la población californiana del XIX se podían encontrar diversas comunidades hispanoamericanas, aunque dominaba la mexicana y la de los californios, pero esa comunidad no era aun latina. El deseo de Hayes-Bautista por descubrir la historia de los latinos en los Estados Unidos, especialmente la de los chicanos, lo lleva a caer en estas fallas de anacronismo. Eso sí, el retrato de esa comunidad que nos presenta revela que efectivamente en California en ese momento había diversos grupos de personas de origen hispanoamericanos y entre ellos los chilenos y los peruanos eran de gran número e importancia. Por ello propongo que no hablemos de latinos en California en el siglo XIX, como hace Hayes-Bautista, sino de grupos proto latinos, una población en la cual podemos hallar el origen de las comunidades que hoy sí llamamos y podemos llamar correctamente como latinas.
Y esas comunidades vieron en la victoria de los mexicanos sobre las tropas francesas el 5 de mayo de 1862 una metáfora política que les serviría como herramienta para adelantar su propia lucha, aunque todavía no existía una clara frontera entre los mexicano o lo hispanoamericano en general y lo latino, específicamente, porque aun no existía esa categoría. Por ello para un chileno o un californio del momento el 5 de mayo de 1862 y la lucha de Benito Juárez por restablecer la República Mexicana tenía una continuidad con la emancipación de los esclavos por el presidente Lincoln (22 de septiembre de 1862) y con toda la Guerra Civil de los Estados Unidos. Por ello también el estudio del cinco de mayo y su transformación entre los mexicoamericanos son excelente medios para estudiar el desarrollo de esa comunidad. Eso es lo que hace Hayes-Bautista, aunque concentre la inmensa mayoría de las páginas de su libro a ver en detalle sólo un periodo limitado de ese proceso.
En las últimas 15 páginas de su libro, como ya he apuntado, Hayes-Bautista trata de manera excesivamente somera la celebración del cinco de mayo tras la derrota de los franceses en México. Estas páginas, que parecen el bosquejo de un futuro estudio y no el capítulo de un libro que ofrece una imagen detallada de tan importante celebración para la comunidad chicana, son clara muestra de cómo el libro se vale del cinco de mayo no sólo para estudiar una metáfora política en los orígenes de esa comunidad sino como una táctica de mercadeo del autor y de la editorial. No cabe duda de que el origen de la celebración de esta fiesta es, efectivamente, una de las áreas que hay que estudiar para entender las raíces de la comunidad latina. Tampoco cabe duda de que el mero nombre del cinco de mayo sirve para mercadear cualquier producto, comercial o cultural. Ya otros estudiosos, como la antropóloga puertorriqueña Arlene Dávila, han apuntado cómo múltiples compañías se han valido de las fiestas y de los estereotipos culturales de una comunidad latina para incrementar las ventas de sus productos y cómo la celebración de un hecho histórico se ha comercializado y ha perdido la eficiencia política que tuvo en sus orígenes.
El libro de Hayes-Bautista, a pesar de sus fallas, es un trabajo ya imprescindible para entender el desarrollo de la presencia de los mexicanos y otros hispanoamericanos en los Estados Unidos en el siglo XIX. Ésta es un área de estudio que comienza a llamar la atención de muchos historiadores de otros grupos latinos. Pienso, por ejemplo, en cómo en la costa este de los Estados Unidos muchos cubanos y puertorriqueños durante esos mismos años del siglo XIX empleaban momentos de su historia patria y de la hispanoamericana en general como herramienta política. El caso de José Martí y los tabaqueros antillanos que lo apoyaban es, en este sentido, ejemplar. En el mismo sentido el libro de Hayes-Bautista es un modelo que deben conocer todos los historiadores de los grupos latinos, no sólo los chicanos. Investigaciones como ésta nos servirían para entender por qué en Ciudad de México el cinco de mayo no es una fiesta nacional sino meramente una calle en el centro histórico de la ciudad y por qué, en cambio, entre los proto latinos y los latinos, especialmente entre los chicanos, ese día es un metáfora política propia que trasciende la derrota de las tropas francesas en Puebla el 5 de mayo de 1862.
Nosotros, los puertorriqueños, especialmente los que residimos fuera de la Isla, también podremos aprender de este libro para estudiar nuestra propia historia. Al menos yo ya declaro que, tras la lectura del libro de Hayes-Bautista, el próximo 5 de mayo veré de forma distinta el cinco de mayo.