Lágrimas… (o Santini sin cauce)
El día después de haber aplastado electoralmente a Jorge Santini en la disputa por la alcaldía de San Juan, Carmen Yulín Cruz, dio una muestra más de su sensibilidad al expresar que Santini había evidenciado una imagen de «buen papá» en varias instancias durante la campaña electoral.
Algunas horas después, Santini lloraba frente a la televisión al reconocer, a viva voz, la derrota recibida. No hurguemos en los motivos de su llanto ni caigamos en simplonas explicaciones sicologistas. Lloró, es lo que importa. Y así se humanizó –quizá por primera vez en muchos y largos años, al menos visible y públicamente.
Veinticuatro horas antes, cuando no avanzaba el conteo de votos emitidos el martes pero la tendencia señalaba que Carmen Yulín estaba al frente, Santini estaba en plena negación, proyectándose en televisión como siempre: arrogante y machista, seguro de ser invencible y grandioso.
Juro que cuando oí por la radio que Santini había llorado, lo puse en duda. A tal punto que –enemigo que soy de la televisión– me dije: tengo que verlo. Pero no por emular a Santo Tomás, sino por extraer de esa particular, inesperada circunstancia alguna lección.
Y viéndole enjugarse las lágrimas, me pregunté cuántas veces el derrotado Alcalde no se permitió llorar a moco tendido; cuántas veces suplantó las lágrimas con un exabrupto; cuántas veces dijo cuatro cosas estentóreas, y lloroso, pero orgulloso, al fin de la jornada le dio un beso a su esposa Irma y le dijo hasta mañana. Pero al otro día por la mañana, ya el sueño reparador, socorrido cliché que ya no repara nada, le había puesto sordina a cualquier asomo de humildad y Santini se ponía la armadura de caballero arrogante, impenetrable, invencible.
Por eso creo que lo mejor que le ha pasado a Santini es haber perdido esta contienda. Que él le de tiempo al tiempo y no se desvié del declarado propósito de estar más cerca de su familia. No tengo nada en común con él en términos políticos. En términos humanos tengo todo con él: sufro, gozo, respiro, pienso. En este sentido digo que Santini debe aprovechar el bienechor efecto de sus más recientes lágrimas para ser un mejor ser humano. La política parece haberle creado una dura corteza cuyo efecto de engreimiento esas lágrimas recientes, si las toma en serio, pueden ayudarle a revertir.
No se sabe, nunca se sabrá, cómo las expresiones tan espontáneas como certeras de Carmen Yulín al tomar nota de que «Santini mostró una imagen de buen papá» tuvieron algo que ver con las expresiones públicas y lacrimosas de Jorge Santini al reconocer el triunfo de la mujer a quien él tanto menospreció.
¿Cuánto tiempo hay que esperar para permitir que nuestras lágrimas encuentren su cauce y fluyan? Parece que la respuesta depende del terreno en que uno pise en cada momento. Santini estaba en el terreno político y partidista y tan imbuido, citando de soslayo sus palabras, que le restó tiempo a su familia. En el camino, aguantó el llanto hasta el final.
No he visto llorar a Carmen Yulín. Pero no tengo la más mínima duda de que ha llorado mucho, largo y tendido. Me lo dice su empeño en hacer una diferencia en pro de un mejor Puerto Rico. Y me lo dice la observación sana, dulce, enternecedora de que Santini, su rival implacable, dio muestras de ser «gran papá».
Sabe, esta joven patriota, que no vale la pena aguantar las lágrimas por doce años, sino que hay que dejarlas fluir… y seguir luchando para que las de mañana no obedezcan a las mismas, pequeñas causas.