Las brujas de Consuelo Gotay y Rodríguez Juliá
Gotay no ilustra de manera tradicional la historia de Rodríguez Juliá, más bien la acompaña con sus imágenes, que construyen un texto visual paralelo con una carga poética muy personal. Eso no quiere decir que sus grabados no estén basados en la narración. Allí encontraremos la casita mágica de la bruja buena, Nina, entre palmas y árboles de mangó y panapén. Pero la casa de Gotay va más allá, la grabadora nos la presenta flotando entre dos palmeras que, como columnas salomónicas, anuncian el umbral sagrado en la entrada del templo. Un árbol, desplegado en amplias páginas, ocupa las primeras hojas del libro como si fuera el mítico árbol de la vida de un relato fundacional.
El aire mítico de los grabados de Gotay está presente en el cuento construido por Rodríguez Juliá, donde el autor explora uno de los capítulos más tristes de la historia social del Puerto Rico moderno y de la descomposición del proyecto desarrollista de Luis Muñoz Marín. El atropellado tránsito de una economía agrícola hacia otra industrial, urbana y dependiente trajo el disloque social que ahora sufrimos en nuestro país. Eso, junto al apogeo de la sociedad de consumo, el desempleo, la dependencia económica extrema y la adicción a las drogas, degradó la cosmovisión del joven puertorriqueño, sumiéndolo en el más profundo abandono de sí mismo.
Con este trabajo Rodríguez Juliá nos regala un mito que sirve para entender mejor la tragedia que vive el sector de la juventud puertorriqueña que se ha dejado seducir por el mundo de la adicción a las drogas. A través de sus páginas conocemos en clave de leyenda la profunda transformación que hemos sufrido como pueblo, la mutación de nuestros valores morales y la pérdida de los relatos y ritos colectivos que le otorgaban sentido a nuestra existencia y cohesión al tejido social, y nos ponían en contacto con la unidad del universo.
Por su rica prosa y estructura simétrica, el texto de Rodríguez Juliá funciona como un poema que gira en torno de una metáfora central: dos brujas, una buena y otra mala, encarnan dos tiempos históricos opuestos. Pero la dualidad planteada por Rodríguez Juliá resiste el análisis simple y a menudo se traiciona a sí misma. Nina, la bruja buena de los años veinte, adorada por los niños y la comunidad, es una mujer tullida que se arrastra por el piso de su precaria casa de tablas de palma. Caína, la bruja mala de la esclavitud, es blanca y se mueve etérea dejando su rastro de polvo venenoso por las calles de un barrio de la actualidad. Las brujas se encuentran por encima del tiempo y libran todos los días una guerra entre sí. Caína, con su comején blanco, aspira a robarse el alma de los jóvenes, mientras Nina, la bruja que viene del pasado, barre con su escoba los polvos malignos intentando proteger la inocencia amenazada. La Virgen de los que no tienen a nadie, el Divino Niño Jesús y el espíritu de un abuelo se unen a esta gesta en una narración donde coexisten e interactúan el mundo de los vivos y el de los muertos.
Las fuentes de Rodríquez Juliá para la elaboración de esta fábula son diversas. En una conversación preparatoria para este escrito, nos confió que en sus manos había caído una vieja carta que relataba algunas memorias de la infancia de una amiga de su familia. En el centro del rudimentario relato brillaba la figura de un personaje singular llamado Nina. Ella fue una mujer pobre y lisiada que a pesar de sus limitaciones supo alimentar con su forma de ser el amor y la imaginación de su comunidad.
A la bruja Caína, el personaje principal del lado oscuro de su historia, la conocióen la popular salsa del cantante y compositor Rubén Blades titulada Caína, cuya letra da cuenta del poder adictivo y destructor de la cocaína. Citamos el comienzo: Te agita y te enreda, pecadora, / después que te abraza te devora. / No se puede querer a la Caína. / No se puede creer en la Caína.
Tampoco debemos pasar por alto que la Caína es la primera de las cuatro zonas del noveno círculo del «Infierno» de Dante Alighieri. Su nombre se deriva del de Caín, el bíblico asesino de su hermano, Abel. Allíhabitan las almas condenadas por traicionar a algún pariente. Otras referencias literarias, como la leyenda de Perceval, atraviesan el cuento lanzando tangencias enriquecedoras. Asimismo, la angustia existencial de los personajes fantasmales de Juan Rulfo late tras la voz del anciano que narra la historia de las brujas.
La sacralidad que transpira el cuento de Rodríguez Juliá le cae como anillo al dedo a Gotay, quien en el catálogo de su exposición El beso de la tinta afirmó que “el libro tiene algo de sagrado”. Estas pocas palabras nos revelan el modo en que la maestra grabadora se acerca a los libros, y en especial al maravilloso mundo del libro de artista.
Muchos de los libros de artista que se crean en la actualidad son objetos híbridos que habitan la frontera entre el libro y el artefacto. Esa hibridez es uno de los distintivos del arte contemporáneo, tan dado a expandir sus confines y borrar los límites entre disciplinas. El libro de artista es un objeto diseñado para manipularse, abrirse y mirarse. El autor lo crea como una pieza integral cuyo interior y exterior se complementan, se ocultan y se revelan. Su diseño, construcción e impresión buscan la integración de la forma y el contenido de manera tal que todos los elementos —el texto, la tipografía, las imágenes, los materiales seleccionados, sus texturas y sus colores—interactúen como un todo. Cuando este tipo de libro asume el formato de caja encuadernada, como es el caso en la mayoría de los realizados por Gotay, evoca el misterio de los cofres depositarios de tesoros o secretos.
Conversar con la autora sobre el libro y las técnicas de impresión, ilustración y encuadernación nos remonta al medioevo de los manuscritos iluminados y a los albores de la imprenta, cuando la confección de un libro era un proceso artesanal. Sin embargo, esa noción tan clara de la importancia de la tradición, lejos de atarla al pasado, la lleva a integrar lo aprendido a las soluciones formales de la gráfica contemporánea.
Lo contemporáneo en los libros de Consuelo Gotay se hace visible en el elegante diseño gráfico, en la integración de la palabra con la imagen, en el uso inteligente de los espacios vacíos, en el despliegue de los grabados en páginas dobles y en el empleo de las solapas como recurso teatral.
Mención aparte merece el lenguaje xilográfico desarrollado por la artista a lo largo de muchos años, que trasciende la dimensión de lo contemporáneo para entrar en el ámbito del estilo individual. El modo en que Gotay utiliza el corte de la madera para describir sus formas, aunque está conectado con la tradición del grabado latinoamericano, reclama para síel reconocimiento de un lenguaje personal.
La amplitud de cortes que emplea Gotay va de lo breve y rítmico a lo sinuoso y delicado. La maestra danza con la veta de la madera logrando incisiones que, además de dibujar, imprimen a la forma representada la carga emocional que la artista desea transmitir. Si contemplamos con atención algunos de los grabados que componen este libro, nuestra vista recorrerá cautivada las secuencias de líneas que la autora emplea para crear la ilusión de movimiento en sus imágenes o para sugerir la acción del viento o del agua. Los cortes los trabaja en sucesiones rítmicas, creando corrientes que entran y salen del diseño, dibujando y desdibujando las formas.
Gotay no solo corta la madera, también la raya de manera controlada, técnica que le permite lograr delicadas transparencias que acercan su gráfica al lenguaje de la pintura. Esto se puede apreciar con claridad en el grabado de la bruja malvada, Caína, que evoca a una pitonisa en contacto con las energías telúricas. De sus manos y de su cuerpo luminoso emanan proyecciones de energía que ocupan todo el espacio gráfico. Aquíla autora hace gala de sus recursos expresivos cortando la madera con desenfado y fluidez hasta lograr una madeja de líneas blancas que integran al personaje con el paisaje de fondo.
La espontaneidad y frescura del trazo nos hace pensar que en este proceso creativo hay mucho de automatismo. Sin embargo, no podemos olvidar que la artista realiza con disciplina muchos bocetos preparatorios antes de proceder a cortar la madera. Con esta cuidadosa previsión, Gotay se asegura una composición sólida que le serviráde estructura para que sus cortes fluyan con soltura y seguridad por las coordenadas del diseño. Esta feliz conciliación de la espontaneidad con la disciplina es otro de los logros que debemos celebrar en la obra de la Maestra.
Sus elegantes composiciones se nutren de la tradición xilográfica oriental. Como los grabadores japoneses, la autora valora los espacios vacíos y apuesta por la sencillez. De hecho, la sencillez es la estrategia que utiliza para dotar a sus obras de complejidad y profundidad. La artista evita la descripción detallada de los personajes y apuesta por un grabado icónico, basado en la solución escueta de las formas. El resultado de este tratamiento otorga a su obra una fuerza poética única, propia de los objetos rituales del arte primitivo. Esa energía primitiva se expresa con elocuencia y maestría en el grabado que ilustra al “temible Juracán”volcado como un remolino antropomorfo sobre la indefensa bruja Nina.
Más adelante, en otra gráfica, una pareja con un niño imposible insertado entre las ropas baila una danza indeterminada. Una amplia zona vacía bajo los brazos estirados de los personajes crea la tensión formal necesaria para sugerir movimiento en la teatral composición.
La xilografía que representa a los jóvenes del valle del Toa es compacta en su composición. Los personajes aparecen apretados unos contra otros como si fueran momias o sarcófagos egipcios, logrando transmitir la sensación de inmovilidad, ausencia de voluntad, muerte en vida.
La imagen de la Virgen de los que no tienen a nadie estáresuelta con pocos trazos. Contra un fondo que sugiere vegetación se recorta su silueta nocturna. El icono posee la fuerza contenida y la sencillez de las tallas de santos criollas.
Consuelo Gotay se resiste a imprimir el texto de sus libros mediante métodos modernos como la impresión digital. Prefiere regresar a la imprenta de tipos móviles, y ha restaurado prensas viejas abandonadas. Va construyendo el texto letra por letra sin escatimar el tiempo que pueda tomarle ese método artesanal. Valora la leve huella que deja el tipo de metal sobre el papel y la calidad de su impresión, que requiere suficiente tinta para aterciopelar la superficie de la hoja. Tan exigente calibración de la plasticidad de los elementos más pequeños que componen la obra nos confirma que estamos ante una artista del más alto nivel.
El texto impreso con una imprenta de tipos móviles adquiere una presencia inimitable. Cada letra se percibe grabada individualmente sobre el papel y recupera su antigua solidez de signo. Con el rescate de estas técnicas de impresión tomamos conciencia del valor del libro como objeto artístico y recobramos la capacidad de asombrarnos ante el prodigioso invento del lenguaje escrito y su poder de preservar y transmitir el pensamiento humano.
Durante más de dos décadas Consuelo Gotay ha dedicado buena parte de su tiempo creativo al diseño y la confección de libros de artista. A veces les pide a sus amigos escritores manuscritos inéditos que se puedan adaptar al formato del libro artesanal. Lee aquí y allá, pero solo los textos que apelan a su intuición creativa llegan a ser seleccionados para recrearse mediante un lento proceso que por lo regular toma años de trabajo. Celebramos que esta vez su olfato artístico haya elegido el hermoso relato de Edgardo Rodríguez Juliá, pues con su libro de artista hecho a mano y sus contundentes xilografías ha logrado una puesta en escena magistral de esta nueva y antigua leyenda de brujas puertorriqueñas.
[«Las brujas» se exhibe en la Casa del Libro en su sede temporal, localizada en el callejón de la Capilla #199, Viejo San Juan. / Información: 787-723-0354]