Las casas de Neruda
A las casas de Neruda (1904-1973) se llega por callejuelas angostas, humildes, despojadas de ostentación. Sus estancias son pequeñas, se encuentran en cerros, son construidas y ambientadas como barcos, rodeadas de cristales en todos los cuartos para ver o escuchar el chasquido del mar de Isla Negra, la bahía de Valparaíso o la ciudad de Santiago.
La de Isla Negra era una ruina, La Sebastiana en Valparaíso estaba abandonada, y La Chascona de Santiago, la mandó a construir. Están llenas de jardines, vitrales, paredes con mosaicos, bancos y caminos empedrados desde dónde se comunica la casa por escaleras empinadísimas de un piso a otro por dentro o por fuera. El mobiliario es sencillo, austero, esencial, mínimo. Están dispuestas con espacios sobrecargados de objetos que coleccionaba; mapas, botellas, pinturas de bodegones, cristales de colores, libros, paredes con escenas hechas en mosaicos y pedazos de madera que venían del mar y los salvaba para hacer bancos o un escritorio en Isla Negra. Todo amado, todo recordado, codiciado en remates y traído por él o regalado.
A su regreso a Chile en 1938 (había vivido 12 años fuera), después de haber servido como cónsul chileno con muy mala paga, compra con su esposa María Antonia Hagenaar, Isla Negra (Maruca era holandesa/malaya y se casó con ella en 1930). Se encuentra en una localidad en el litoral de la costa del Pacífico en la Provincia de San Antonio y perteneciente a El Quisco y la llama Isla Negra porque podía ver una gran roca negra en el mar. Era una ruina de piedra que había pertenecido a un capitán español; la repara, le añade y la vive intermitentemente hasta que muere en 1973. El lugar era remoto, apartado y barato; ideal para un poeta sin dinero que había vivido asignado a consulados insignificantes. Es una casa compuesta de pequeños espacios instalados en pisos según le permite construir sobre la tierra en el cerro y se desplazan en: un primer piso con una sala llena de mascarones de proa por todos lados rodeada por un entrepiso de madera con pisos rugientes convertida en una biblioteca; un closet para vinos y libros; un pequeño comedor con una mesa de capitán redonda servida desde una cocina minúscula. En el segundo piso se encuentra el único cuarto dormitorio y de ahí por una escalera exterior se baja a una cantina bar. Todo con ventanales enormes desde dónde se observa el rugido del mar, el sentir del viento o el vapor de un barco que saludaba con su campanario. El bar se encuentra debajo del cuarto dormitorio adornando por las botellas que centellean con la luz del sol. Los jardines tienen campanas, un ancla, caracolas, un vapor viejo de un tren (le recordaba a su padre que había trabajado en trenes), un bote para sentarse en él y darse un trago sin salir al mar, flores, araucaria y un caballo enorme de madera con muchas colas. Al final del camino….en una de las terrazas más cerca al mar, se encuentra su tumba junto con la de su amada…. Matilde Urrutia.
Por razones políticas se exilia en París entre 1949 a 1952 y a su regreso a Chile en 1953 compra un pedazo de tierra en Santiago para vivir con Matilde Urrutia (estaba casado con la grabadora y pintora argentina, Delia del Carril), en el cerro San Cristóbal. La llama La Chascona (mujer con pelo enmarañado, mote de Matilde Urrutia, que más tarde se convierte en su esposa). Para este tiempo, el cerro San Cristóbal se encuentra a las afueras del centro de la ciudad, con una colindancia muy estratégica protegiendo la propiedad por un costado por el funicular que había sido construido en 1925 y el zoológico. Se encuentra cruzando el rio Mapocho, en las faldas del barrio Buena Vista. Cuando compra el terreno, se encontraba en un vecindario apartado y despoblado. Diseña la casa repitiendo la necesidad, al igual que la de Isla Negra, de que se le pareciera a un barco. La Chascona se encuentra dividida en cinco niveles.
La Sebastiana fue originalmente construida por una familia de Valparaíso y se encuentra en lo más alto del cerro Florida mirando la bahía de la ciudad que originalmente fue el puerto más importante de Chile. La compra en son de respiro en 1959 para alejarse del bullicio de Santiago. Esta casa también parece un barco y como la considera grande para sus necesidades y posiblemente para su bolsillo, decide obtenerla a medias con la escultura Marie Marnet (diseñadora de interiores y de las paredes de mosaicos en las casas) y su esposo. Se encuentra construida en cinco pequeñísimos niveles y tiene escaleras interiores construidas en madera en forma de caracol para facilitar el acceso de un piso a otro. El último piso contiene su estudio biblioteca; el cuarto piso, dormitorio y baño; el tercero bar, sala comedor y cocina (piso que tiene el caballito), otro estudio y una entrada.
En 1971, cuando recibe el premio Nobel en literatura, se encontraba sirviendo de cónsul en Francia. Regresa a Chile enfermo, con cáncer y mientras se encontraba en La Chascona pide ser transportado a la Clínica Santa María. Muere allí un 23 de septiembre de 1973. Salvador Allende acababa de suicidarse el 11 de septiembre cuando las fuerzas armadas dirigidas por Augusto Pinochet invadieron el Palacio de la Moneda. En La Chascona muere y Matilde Urrutia lo vela en la salita de esta casa porque ahí es dónde se le permite traerlo. Y al otro día del velatorio, al saberse la noticia internacionalmentede que había muerto, los periodistas invaden Santiago y en pleno estado de sitio sale una pequeña manifestación de 3,000 personas a las calles a acompañar el féretro.
Las casas fueron saqueadas por las fuerzas armadas, inundan La Chascona y destruyen todo lo que pudieron. Matilde rescata las casas del poder del gobierno, vuelve eventualmente a la de Santiago, arregla esa casa y vive aquí hasta que muere 12 años después en el 1985. Como no existían hijos ella se ocupa de dejar una Fundación Pablo Neruda para que mantenga las casas y la herencia. Es debido a esta fundación que se logra hoy en día llegar, visitar y disfrutar de las deliciosas casas de Neruda.
La autora, puertorriqueña, es escritora y doctora en historia medieval; presentó su reciente libro, «Isabel de Castilla, una PiscoBiografía» en Chile y Argentina, y a su paso, recogió historias como ésta.