Las perezas insulares
“Era el amanecer. El reloj del comedor acababa de dar las seis de la tarde.”
-Alejo Carpentier, Viaje a la semilla
El trabajo es un valor supremo, de hecho para el cristianismo romano es una de las siete virtudes. En el trabajo parecería descansar toda la honestidad, toda la dignidad. El trabajo honrado es la virtud del pobre porque lo aleja de los vicios y del mal. Desde la ética del trabajo, la sola mención de la vagancia intranquiliza lo moral (reclamando pecado), desequilibra lo material (anunciando pobreza y atraso), agita lo social (implicando peligrosidad) y desazona lo político (imposibilitando progresos). Mientras que el trabajo es el fundamento modernizador anunciando desarrollo y civilización, la vagancia amenaza con dilaciones y barbaries. Está visto que la holgazanería supone “pobreza”, que la desidia imposibilita el progreso (material y moral).
Convengamos que concebir un territorio con habitantes holgazanes es prácticamente impensable, porque se trataría de un espacio salvaje en el que se practican todo tipo de viciosas perversidades e inconfesables pecados. Pero pensar que “ese territorio” pueda ser el propio (en cualquiera de los tiempos históricos) podría despertar las peores pesadillas. Desde ahí resulta fascinante la historia puertorriqueña, porque parecería un relato que (desde el siglo 16 hasta el día de hoy) subraya la indolencia de sus moradores, actitud responsable de pobrezas que funcionan como un lastre en un entorno repleto de recursos y oportunidades.
En agosto de 2011, el índice de desocupación de la isla se calculó en el orden del 16.4%, y en 39.7% el de participación laboral.1 La inquietud por el desempleo rampante, los costos materiales de la desaceleración económica y la desesperanza con respecto a las soluciones que el gobierno de turno pudiera prestar al problema, llevaron al Banco Popular de Puerto Rico a liderar y costear una campaña publicitaria a los fines de incitar al país a “Echar pa’lante”.
Lo que cantamos hoy
La mañana del 16 de agosto el país amaneció “bombardeado” por un mensaje (musical) en el que El Gran Combo de Puerto Rico nos incitaba a trabajar. Para nuestra sorpresa, el Combo había sustituido de la letra original de su emblemática canción “Y no hago más na” (La Universidad de la Salsa, 1983), una lírica que hoy corea: “qué bueno es vivir así/con ganas de trabajar”. La tradicional y conocida por todos cantaba: “Qué bueno es vivir así/comiendo y sin trabajar”, pero hoy la historia de aquel hombre (de hace 30 años), dedicado a cualquier cosa menos a trabajar, le parece “inaceptable” al mayor capital financiero de la Isla.
Esta campaña publicitaria que hoy cuenta con desplegados en rotativos, en la televisión, en los cines, en las radios tradicionales y digitales y en cintillos de YouTube, parece, como mínimo una enorme ironía. Se nos anima a trabajar cuando simple y sencillamente no hay trabajo, cuando buena parte del “pueblo trabajador” quedó confinado al desempleo gubernamental y privado (en lo industrial y lo comercial), cuando buena parte de los clasemedieros puertorriqueños atraviesan por precariedades impensables desde hace diez años, y cuando los pobres del país son mucho más pobres de lo que eran anteriormente. Pero para el Banco Popular “una canción puede ayudar a cambiar un país”.
El ciudadano Luis Vélez (de Guaynabo) es representativo de lo que piensan muchos puertorriqueños hoy. En una carta (del 12 de octubre de 2011, p. 64) a El Nuevo Día, Vélez distingue dos Puerto Ricos, “el de los que viven del cuento” y el “que pasa desapercibido. [El de] [l]os que nos levantamos temprano para salir a trabajar”. En su opinión la agenda debe ser “que hagamos más grande el Puerto Rico trabajador para que nuestro país, uno solo, sea mejor para las generaciones futuras”. Porque para Vélez, “lo que nos falta [en Puerto Rico] no es trabajo, sino una cultura de trabajo, y una actitud positiva hacia el trabajo”.2
En la entrelínea (y en la línea) de la campaña “Echar pa´lante” y en las opiniones de Luis Vélez, el diagnóstico de la crítica situación es el mismo: estamos fastidiados porque no trabajamos o no trabajamos lo suficiente; estamos chavados porque somos “vagos”. La desgracia entonces es “autoinfligida”, el que es pobre lo es por su propia causa y deseo.3 Estos razonamientos encuentran avales en discursos económicos que responsabilizan al “mantengo” federal (o las transferencias de dinero que llegan desde Washington) del ocio, y, en consecuencia, de la incapacidad para potenciar el desarrollo de la economía insular. El economista José G. García explicaba al país (en octubre de 2011) que existen dos teorías con respecto a los cambios en el empleo. La primera sostiene que en situaciones en que el empleo está en aumento, los individuos se forman expectativas positivas y procuran participar del mercado laboral. Pero, en Puerto Rico, la que más pesa (en su opinión) es la segunda, la que establece que los individuos no sólo valoran el tiempo que le dedican al trabajo a través de la compensación monetaria recibida, sino que también le imputan valor al tiempo de ocio. Por eso cuando los ingresos que reciben por mantenerse ociosos son iguales o mayores en términos relativos a los de mantenerse trabajando; esto induciría a no participar del mercado de trabajo. Lo que conduce al economista a recomendar una evaluación de la política pública relacionada con las transferencias de fondos metropolitanos.4
Sin embargo, estas ideas no son más que verdades a medias, porque soslayan lo que Linda Colón y Rima Brusi Gil de la Madrid tienen más que claro: que en Puerto Rico la pobreza sí existe y que no es producto del capricho. Que se debe a la estructura económica que se desprende de la relación con los Estados Unidos, diría Colón.5 A lo que, Brusi añadiría que se trata de la “nueva pobreza”, de la pobreza de la sociedad postindustrial, de la precariedad en la que viven las “poblaciones sobrantes” del mercado laboral actual, de modo que “[l]os pobres no tienen al país en bancarrota […] [e]s al revés: los pobres son la evidencia de la bancarrota del país”.6 Linda Colón, ha dedicado sus esfuerzos a desmitificar el fulano “bienestar material” derivado del welfare, a explicarnos que mientras más crítica se torna la situación económica mayor deterioro muestran las condiciones de vida de los grupos desventajados.7 Mientras que en la entrelinea de Rima Brusi es evidente que “[e]l progreso tecnológico llegó al punto en que la productividad crece en forma inversamente proporcional a la disminución de los empleos” y que los tiempos en que “la ética del trabajo convocaba a los hombres a abrazar voluntariamente” [el trabajo], con alegría y entusiasmo, sabiéndolo una necesidad inevitable, han quedado atrás.8
El planteamiento
Lo que queda claro es que el planteamiento de que “los problemas de la pobreza son un derivado de la incapacidad individual de integrarse al mercado de trabajo y consumo”, son una constante en los relatos sobre Puerto Rico, sobre historia de la vida material (y moral) de la Isla. La “holgazanería puertorriqueña” recurrente históricamente ha sido vista como una zancadilla al progreso, dando lugar a discursos estigmatizantes sobre prácticas económicas alternativas y a medidas de control social en aras de erradicar la holgazanería y conseguir que la “gente trabajara” para consumir (en el mercado), hasta razonamientos excedentarios que beneficiaban mayormente a los demás (a los dueños de la tierra, de las fábricas, etc.).
La vagancia en los tiempos de la invasión
En un artículo reciente, José Anazagasty Rodríguez analiza los discursos sobre Puerto Rico a raíz de la Guerra Hispanoamericana. Armado con las ideas de Rosseau (de que los humanos en su “estado natural” no tenían que trabajar, que vivían dedicados al ocio en un ambiente de abundancia) Anazagasty nos muestra cómo los autores estadounidenses (del cambio del siglo 19 al 20) recalcaron la ociosidad y el retraso de los puertorriqueños y la exuberancia natural de la recién adquirida colonia. Cosa que según el articulista del 1913 en el National Geographic, William Joseph Showalter, encontraría presto remedio en el gobierno estadounidense ya que según él “un buen gobierno produce prosperidad”, dejando atrás la época en que “un gobierno deficiente ocasiona pobreza” al “manejar pobremente sus recursos naturales” y condenando a tan ricos entornos al “lobo del hambre” y la desigualdad del desarrollo.9
La segunda mitad del siglo 19: tiempos de reglamentación
Y todo eso después de la determinación con que los representantes del gobierno español en la Isla habían reglamentado el trabajo (entre 1849 y 1874) en aras de atajar la holgazanería y obligar el trabajo remunerado. Desde mediados del siglo 19, los “jornaleros” puertorriqueños (dedicados al campo, al servicio doméstico, a las artes mecánicas y al acarreo) no solamente tendrían que trabajar, sino que tendrían que probar que trabajaban portando una libreta (expedida por las justicias locales), en la que se asentarían informes sobre sus contratos de trabajo y su comportamiento. Porque cuando alguno se hallare sin ocupación debía ocuparse en las obras públicas. Vale aclarar que esa reglamentación de 1849 se revalidó en coincidencia con la abolición del trabajo esclavo en Puerto Rico. Y que en 1876 se ordenó a todos los alcaldes a poner en práctica y a aplicar con el mayor rigor el Bando sobre Vagos de 1874, convencidos de que la pereza de los pobladores los llevaba al vicio y al crimen.10
El razonamiento detrás de estas medidas (extremas) es muy claro en el gobernador Juan de la Pezuela, cuando consideraba la libreta como la solución a la esclavitud; como un instrumento para atajar la dispersión y conseguir que los habitantes observaran “conductas cristianas” que les hicieran gobernables primero y “útiles” después, al fomento material del territorio.11 Por eso era imprescindible encarrilar a los responsables del “atraso público”; había que perseguir a los que vivían entregados al “vicio y a la vagancia”.12
La primera mitad del siglo 19: tiempos de persecución
No obstante, las iniciativas para reglamentar el trabajo de los jornaleros de mediados del siglo 19, aparecieron después de los múltiples esfuerzos por perseguir a los vagos en la primera mitad del mismo siglo. En 1803 un bando del Cabildo de Arecibo dispuso que los ladrones, vagos y desaplicados serían perseguidos por su mala conducta hasta reducirlos a la debida observancia de las leyes a fuerza de castigos.13 Y ya en 1805 el gobernador Toribio Montes había comenzado las obras de un correccional para vagos. Desconocemos cuánto tiempo tomó la construcción, pero sí que contaba con la aprobación en 1818 de Fernando VII para que se ocupara como “depósito de vagos”.14
El capitán Salvador Meléndez Bruna también intentó atajar el problema de la vagancia, valiéndose de la ayuda de los alcaldes. Mientras que su sucesor, Gonzalo de Aróstegui, podía claramente apreciar que para lograr el “mejoramiento económico” de la Isla era necesario “sitiar la vagancia por medio de la más rigurosa vigilancia y que los vagos fueran obligados a trabajar en la agricultura y otras labores útiles a los propietarios”.15
Para Aróstegui, la erradicación de la ociosidad y la holgazanería era un asunto prioritario porque estaba convencido de que la miseria agrícola e industrial de la isla imposibilitaba el mejoramiento de las instituciones gubernativas. De modo que el impulso económico era imprescindible para reanimar el “espíritu público”, para evitar los “muchos y envejecidos abusos”, para dar a conocer la administración de la justicia y las “ventajas de los pueblos civilizados”.16 En esa lógica era imprescindible que los vecinos amaran el trabajo y los goces de la vida, por lo que el combate contra la vagancia debía ser sin cuartel. En la circular del 21 de octubre de 1820 encargó a los alcaldes y municipalidades la aplicación de la ley del 11 de septiembre para “desterrar de esta isla el extraordinario número de gente vaga, holgazana e intrusa” y en su visita de 1821 fue enfático sobre el particular, en las poblaciones por las que pasaba.17
Sin embargo, fue Miguel de la Torre, el capitán general llegado de la insurrecta y por entonces independiente Venezuela, quien destacó particularmente en la persecución de la vagancia, al considerarla herramienta de control político. El 16 de febrero de 1824 dispuso: [q]ue de ninguna manera consientan la vagancia ni la holgazanería y cuando sus amonestaciones resulten infructuosas, las persigan y las remitan los individuos a disposición de este gobierno, clasificando en la certificación que no han tenido enmienda y la clase a que pertenece el incorregible para la debida obligación.18
Y, pese a que en ese mismo bando prohibía terminantemente trabajar los domingos y feriados, sus disposiciones contra la ociosidad no cayeron en oídos sordos. Por lo menos así lo evidencian las frecuentes fugas que comenzaron a reportarse desde el presidio de La Puntilla.19
Cuando al cabo de 15 años, en 1837, Miguel de la Torre abandonó la capitanía general de Puerto Rico, ya se había consolidado el poder peninsular sobre la Isla. La continuidad del afán por sitiar la ociosidad y fomentar la economía, se evidencia en 1838 con el bando del capitán Miguel López Baños al disponer que:
todos los que no tengan renta, ocupación o modo honesto de vivir conocido, así como los que andan mal entretenidos, viviendo de las estafas y ocupados solo en la disipación de los juegos, tabernas, billares, plazas, paseos, o concurrencias, serán destinados al trabajo.20 La lucha contra la vagancia, entonces se declaró sin cuartel durante todo el siglo 19.
El siglo 18 y sus discursos sobre la vagancia y la pobreza
Sin embargo, todo lo anterior resultaría inexplicable, si dejáramos este análisis desprovisto de las opiniones de las autoridades políticas y religiosas, y de los viajeros y cronistas del siglo XVIII y anteriores sobre el particular. Puesto que lo usual en sus discursos es describir a Puerto Rico como una tierra rica y al mismo tiempo pobre: rica en posibilidades económicas y pobre por la desidiosa actitud de sus habitantes. De hecho, esas fuentes llevaron a la historiadora española Juana Gil Bermejo, a argumentar en 1970 que ese binomio riqueza/pobreza era “casi una constante histórica en el devenir de la Isla”, desde las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo.21
Basten, como ejemplo de lo anterior, las palabras del gobernador Miguel de Muesas cuando describió a los puertorriqueños y moradores de la Isla en general como:
genialmente desidiosos, flojos, desaplicados y de corazón abatido. Su codicia se satisface con el sustento diario y ese rústico, con vestuario humilde bien hallados siempre con la miseria y pobreza que heredaron de sus padres. Y aunque en otros es la codicia raíz de todos los males, en los de esta Isla lo es la ociosidad, vicio predominante sin duda por su continuada pobreza.22
Tanto así que la holgazanería insular y sus posibles explicaciones fue un asunto tratado puntillosamente por el mariscal de campo Alejandro O´Reilly en su visita a la Isla (en 1765), y ocupó al propio Carlos III cuando al expedir la Real Cédula de 1778, concedía las tierras en propiedad a cambio del pago de un impuesto, pero sólo las conservarían los agricultores diligentes, a los vagos se les arrebataría. El rey consideró que solamente atacando la ociosidad de los moradores de Puerto Rico se conseguirían “progresos materiales”.23 Seguramente por eso, Carlos III hizo extensiva a Puerto Rico la Real Ordenanza de Intendentes del 28 de enero de 1782, que en sus artículos 55 y 56 ordenaba corregir y castigar a los holgazanes.24
Y aquí llegamos al meollo mismo de las ociosidades. Si bien es cierto que las preocupaciones sobre la vagancia en los reinos de las Indias se registra desde el siglo 16, la determinación de “reasumir las leyes ocasionales de tiempos anteriores” y de levantar “un gran edificio legal”, para “forj[ar] un cuadro legislativo completo y complejo con el vago como sujeto” y reducirlo a delincuente para integrarlo socialmente, es del siglo 18.25
Data entonces del 18 la consolidación de la intolerancia a la vagancia por parte de los sectores gubernamentales e intelectuales de entonces. Lo que es demostrativo de la existencia de mentalidades resueltas a la productividad (económica y moral), entre las autoridades que resolvieron perseguir a todos los que vivían sin oficio reconocido, con frecuencia sin casarse e improductivos.26 En esa determinación destaca el reinado de Carlos III, quien, en opinión de Rosa María Pérez Estévez, gobernaba desde un “utilitarismo racionalista” con el que se dispuso a reformar todas las estructuras sociales españolas, por lo que la guerra contra la pereza resultaba prioritaria.27
Algo para pensar y para cerrar
Esto no debe sorprendernos porque es de la razonable e iluminada Ilustración que germina la noción de trabajo que manejamos desde entonces al día de hoy. Pues si bien el trabajo (por lo menos desde el siglo 12) era el productor de libertades y riquezas, es a partir del siglo 18 que el salario se instituye como compensación por los servicios prestados. Atrás quedaba entonces la idea de que trabajar era imitar a Dios, en la que se anteponía el esfuerzo empleado a los beneficios obtenidos.28 De ahí que la retribución será proporcional al esfuerzo, siendo el trabajo indispensable para la vida, productivo en su acepción excedentaria y evidencia de honradez en un sentido ético.
Las bases mismas de la ética del trabajo que deplora (y desprecia) la vagancia, coincidieron temporal y lógicamente con el nacimiento del progreso y la civilización, trilogía cimera de la “luz” occidental. Desde allí, y para toda la modernidad, la pereza es sinónimo de atraso y de barbarie. Lo interesante es observar la pervivencia de esas nociones cuando la modernidad ya es líquida, cuando la cultura occidental se piensa desde la ciencia y la tecnología que marcan la era posindustrial, cuando el trabajo es más estético que ético, cuando es el consumo el que dicta las pautas de quienes somos.29 Hoy evadimos (o redefinimos) el uso del concepto civilización y declaramos a viva voz nuestras insatisfacciones con el progreso y advertimos sobre sus peligros para con el planeta y sus habitantes, pero también es hoy cuando la gran mayoría continúa refrendando la ética del trabajo (de la sociedad industrial). Una ética postrabajo nos urge, una ética en que el uso del tiempo (de trabajo y de no trabajo) se conciba de otras maneras, con preceptos más humanos que monetarios. La invitación es a no ser nuestro trabajo o nuestro consumo, es a desenmascarar las herramientas ideológicas y discursivas con que tan fácilmente se visten las nuevas ofensivas contra la vagancia (y el ocio).
Es por eso que los catedráticos de la Universidad de la Salsa, contratados por el BPPR, cantan al son de la lógica del progreso y en desprecio a la desocupación: “Qué bueno es vivir así/con ganas de trabajar”. Mientras tanto, me pregunto si no serán tiempos para recordar que dios originalmente dotó a Adán y a Eva de un paraíso sin trabajo. Si no serán momentos adecuados para recordar, que del séptimo día (en adelante) dios mismo está dedicado a descansar, legitimando así el tiempo de ocio. Quizá es hora de cantar (con Alberto Beltrán): “A mí me llaman el negrito del batey/porque el trabajo para mí es un enemigo./El trabajar yo se lo dejo todo al buey/porque el trabajo lo hizo Dios como castigo”.
- El Vocero, “Negocios” (16 de septiembre de 2011), http://www.vocero.com/negocios-es/disminuye-el-desempleo-en-agosto; “Un incentivo para no trabajar”, El Nuevo Día, “Revista de Negocios” (16 de octubre de 2011, pp. 12-13). [↩]
- Luis Vélez, “¿Hay trabajo en la Isla?”, en Cartas, El Nuevo Día, 26 de octubre de 2011, p.69. [↩]
- Linda Colón, Sobrevivencia, pobreza y “mantengo”. La política asistencialista estadounidense en Puerto Rico: el PAN y el TANF. San Juan: Ediciones Callejón, 2011, p. 42. [↩]
- José G. García, “Un incentivo para no trabajar. Las transferencias federales han tenido un efecto nocivo en la participación laboral”. En Revista de Negocios, El Nuevo Día, 16 de octubre de 2011, p. 12. [↩]
- Colón, Pobreza, supervivencia…, pp. 59-60. [↩]
- Rima Brusi Gil de la Madrid, Mi tecato favorito y otras crónicas de la cotidianidad puertorriqueña. Cabo Rojo: Editora Educación Emergente, p. 110. [↩]
- Colón, Pobreza, supervivencia…, p. 73. [↩]
- Zygmunt Bauman, Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Trad. de Victoria de los Ángeles Boschiroli, Barcelona: Gedisa, 2000, p. 45, 37. [↩]
- José Anazagasty Rodríguez, “Economía, exuberancia y gobierno”, en 80grados.net, 11 de octubre de 2011 (http://www.80grados.net/2011/09/economia-exuberancia-y-gobierno/ [↩]
- “Instrucciones que deberán observar las Justicias locales de esta Isla para el mejor régimen de los jornaleros de la misma” de 1849 en Labor Gómez Acevedo, Organización y reglamentación del trabajo en el Puerto Rico del siglo XIX. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1970, apéndice 1, pp. 449-453; Y el “Proyecto de Reglamento de Jornaleros” (de 15 de abril de 1874) también en Gómez Acevedo, pp. 477-483. [↩]
- “Carta de Juan de la Pezuela al Conde de San Luis del 22 de marzo de 1850”, AHN, Ultramar, 5071, exp. 4. [↩]
- “Carta (89) de Juan de la Pezuela de 12 de octubre de 1847”, AHN, Ultramar, 5070, exp. 4. [↩]
- José Limón Arce, Arecibo histórico. Manatí: Ed. Ángel Rosado, 1938, pp. 52ss. [↩]
- María de los Ángeles Castro Arroyo, Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX). Río Piedras: EDUPR, 1980, p. 138; Real Orden aprobando el establecimiento de un correccional para vagos en la Puntilla (23 de febrero de 1818), en Cayetano Coll y Toste, Boletín histórico de Puerto Rico. Tomo IV, San Juan: Tip. Vantero, Fernández & Co., 1914, p. 254. [↩]
- Nelly Vázquez Sotillo, “La represión política en Puerto Rico durante la administración de Miguel López Baños, 1837-1840”. Tesis MA, Departamento de Historia, UPR, 1983, pp. 56-57. [↩]
- El Gobernador Gonzalo Aróstegui escribe al Secretario de Estado de la Gobernación de Ultramar, el 22 de enero de 1821 sobre el comienzo de la visita con sus primeras impresiones, AGI, Ultramar 424/25. [↩]
- Circular del Jefe Político Superior a los Alcaldes de esta Isla de 21 de octubre de 1820, publicada en Gaceta del Gobierno Constitucional de Puerto Rico, miércoles 1 de noviembre de 1820, p. 204; “Memoria del Gobernador Gonzalo Aróstegui (1821)”, AGI, Ultramar, 424/12. [↩]
- “Circular del Gobierno y Capitanía General de PR. Disposiciones de policía”, Gaceta del Gobierno de Puerto Rico, 20 de febrero de 1824, p. 175 en AGI, Periódicos 14/7. [↩]
- Ver los números de la Gaceta del Gobierno de Puerto Rico correspondientes al 23 de febrero de 1824, p. 183, 15 de marzo de 1824, p. 258, 25 de mayo de 1824, p. 500, 2 de junio de 1824, p. 256, en AGI, Periódicos 14/7 (1824). [↩]
- Circular contra la vagancia de Miguel López Baños, en Cayetano Coll y Toste, Boletín histórico de Puerto Rico. Tomo III, San Juan: Tip. Vantero, Fernández & Co., 1914, pp. 376-80.)
Y revalidada por Santiago Méndez Vigo con su circular contra la vagancia de 1841 y por la del Conde de Mirasol de 1846. ((En Cayetano Coll y Toste, Boletín histórico… Tomo IV, pp. 310-311; y en el Tomo XII de la misma obra en pp. 47-49. [↩]
- Juana Gil Bermejo, Panorama histórico de la agricultura en Puerto Rico. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1970, pp. 11-13. [↩]
- Informe requerido por el fiscal de la audiencia de Santo Domingo a Miguel de Muesas, 29 de diciembre de 1769, AGI, Santo Domingo, 2300. [↩]
- “Real Decreto de 14 de enero de 1778”, AGI, Santo Domingo, 2396. [↩]
- Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de Intendentes de Ejército y Provincia en el Virreinato de Buenos Aires. Madrid: 1782. En Biblioteca Nacional, Madrid/ signatura 3/74842. Véase en Ministerio de Cultura, Legislación Histórica Española (www.mcu.es/archivos/lhe). Consulta del gobernador e intendente de Puerto Rico, Juan Dabán al Consejo de Indias de 31 de marzo de 1787, AGI, Santo Domingo, 2283. [↩]
- María Rosa Pérez Estévez, El problema de los vagos en la España del siglo XVIII. Madrid: Confederación Española de Cajas de Ahorro, 1976, p. 48. [↩]
- Pérez Estévez, El problema…, p. 42. [↩]
- Pérez Estévez, El problema…, pp. 169-177. [↩]
- Robert Fossier, El trabajo en la Edad Media. Trad. de Miguel Ángel Simón Gómez y Ángeles Vicente, Barcelona: Crítica, 2002, pp. 18-20. [↩]
- Bauman, Trabajo, consumismo…; Zygmund Bauman, Modernidad líquida. Trad. Mirta Rosenberg, México, FCE, 2003; Zygmund Bauman, Mundo consumo. Trad. Albino Santos Mosquera, México: Paidós, 2010: Zygmund Bauman, La globalización. Consecuencias humanas. Trad. Daniel Zadunaisky, Buenos Aires: FCE, 2010. [↩]