Las vidas nuestras
Hace unas cuantas semanas, en un taller de derecho de familia, discutíamos sobre la necesidad de la perspectiva de género. Una estudiante de escuela superior levantó la mano para hablar. Contó sobre el miedo de andar por la calle, de regreso de la escuela, entre el tren y su casa. La voz le daba saltitos cuando repitió las cosas que los hombres le gritaban cuando le pasaban por el lado. Cuando camino tengo mi uniforme de escuela puesto.Tengo mi bulto, mis libros. Soy una niña solamente. Me molesta y me da miedo. Me da coraje. Todo era un silencio espeso, unas ganas de llorar y gritar. Lo que una dice aquí debe ser “no te dejes, lucha” pero suena más a “resiste, va a pasar”. No pasará nunca. Ella es una niña solamente. Tiene cualquier cosa entre 15 o 16 años. Hoy para mi todas las niñas y las mujeres tienen algo así entre 15 o 16 años. Yo también.
Lucía Pérez, de 16 años, fue violada, torturada, asesinada en Mar de Plata, Argentina. Mi mejor amiga se llama Lucía. Enumero las cosas que haría por protegerla de todo peligro y cierro cada oración con un compromiso de guerra en las tinieblas. Pienso que si tuviera una niña le pondría su nombre, Lucía, o algo que empezara con el estallido de una luz que se enciende. Enumero las cosas que podrían pasarle cuando no pueda protegerla de todo peligro y cierro cada oración con ganas de correr hacia la oscuridad. Lucía, luz mía, mi luz, anda y crece, amor, aunque no, mejor no crezcas nunca, quédate un rato así hasta que pasen los 15, 16, 28, 31, quédate siempre así o mejor, no, no vengas.
De unos años para acá – o quizás desde siempre – las feministas de mi País y de otros, nos reunimos en plazas reales y virtuales para apalabrar los nombres de aquellas que ya no están porque las golpearon, violaron, torturaron, asesinaron, desaparecieron. La parte más dolorosa es una lista de cantitos que le arrancan a una del pellejo: cuando sus nombres coinciden con los nuestros o con los de mamá, tía, abuela, cuando el nombre es el de nuestra hermana porque es nuestra hermana, cuando la edad es cualquier cosa entre cero y la infinidad de posibilidades que les robó el patriarcado, cuando no sabemos la cifra exacta porque el gobierno pierde los números como quien pierde una cosa cualquiera a propósito o sin importarle, cuando no sabemos qué les pasó y decimos desaparecida y sabemos que puede estar picada en pedazos, desnuda, en el fondo de cualquier quebrada, cuando la vela se gasta antes de que termine la lista de asesinadas, cuando ya es tarde. Lloramos, gritamos, juramos. Al final nos agarramos de las manos y no queremos soltarnos. Si algo te pasara a ti. Es que yo. El gobierno no. El patriarcado de mierda que. Habría que dejar la paz. Lucha, no te dejes, Resiste, va a pasar. La rabia.
Hoy, en varios países de Latinoamérica, las mujeres se van a un paro general: la huelga de las mujeres. Miles de mujeres no irán a trabajar, estudiar o cuidar. Marcharán, consignarán, se encontrarán. Tendrán cualquier cosa entre 15 y 16 años y algunas muchos más. Son niñas, mujeres, viejas, trans, negras, indígenas, pobres, clasemedieras, estudiantes contra el feminicidio. Las consignas – adecuadas a las redes sociales- son #VivasNosQueremos y #NiUnaMenos. Entre las páginas llamando al paro encuentro una lista de cosas que pueden hacer los hombres que quieran apoyar cuidar a les hijes y les enfermes, no solo ese día “pues mañana empieza y de ahí pa’ real”, cubrir a una compañera que falte a su trabajo, no convocar al trabajo a sus empleadas, promover que sean las mujeres las que cubran los eventos del paro en los medios y más. Yo hoy salgo a la calle y me imagino y siento con ellas. Contra el feminicidio. Contra el patriarcado. Contra la ocupación de la colonia, el machismo, el estado, el miedo. No resistas. No va a pasar. Sal conmigo a la calle. Lucha.
Dice Javier que Latinoamérica no existe. Yo lo escucho, lo leo, a veces coincido y otras hago pucheros. Mis aspiraciones supranacionales comienzan y terminan con el deseo de partir y parir desde algo más grande, con y para otras. Jamás soy más caribeña que cuando me azota este trópico convulso en la pobreza de nuestro País, en el cuerpo de otra trabajadora sexual trans que aparece con su rostro desfigurado, en una nena abusada por su padre y por la iglesia, en este calor húmedo que igual nos cocina a nosotras que a un Haití castigado y transfigurado por el hambre y la catástrofe. Mi antillanismo, mi latinoamericanismo, nace de heridas que no acaban de cerrarse. Hoy, y en otros hoy, nos encontramos en la plaza, en la calle, en el Caribe, en la América, en el mundo para hacernos turnos lamiéndonos. Sanándonos. Rabiándonos. Cuidándonos. Mi luz, un día este pedacito de mundo será tuyo y yo protegeré tu piel para que tú protejas la de otra, a los 15 o 16, siempre.
En la lista para compañeros solidarios, dice que si es teatrero, cancele la función de hoy, que hoy lo que se lucha es la continuación de la puesta en escena de la vida. Leo la línea dos o tres veces y me levanto en una sala vacía a aplaudir.
En una fiesta, una amiga menciona que a su sobrina le encanta el teatro. No podría ser de una forma, si su familia se ha dedicado toda la vida a eso. Son los XXXXX, los de XXXX. Los conoces, claro. Hago que sí con la cabeza. Miro alrededor de la mesa hasta encontrar los ojos de otra amiga que de repente desaparece. Tiene cualquier cosa entre 15 o 16 años o un poco más. Érase una madrugada después de varias noches sin dormir. Había de todo. De las cervezas a las drogas y de ahí a la niña. Varios hombres. Son los XXXXX, los de XXXX. Los conoces, claro. Ella dice que no con la cabeza. Cuando acabaron, la lavaron como pudieron en una piscina y luego la depositaron en su casa recordándole que no debía decir nada. La primera amiga –guerrera, sobreviviente también- no tiene la culpa de que el teatro o el machismo convoquen nuestras muertes en espejos que pocas veces percibimos, compartimos o enfrentamos. En esta ocasión y solo en muy pocas como esta, reconozco el juego. No necesitamos sabernos para sabernos. En la mesa están ellas dos muy juntas, conmigo. Tenemos 15 o 16 años y nos encontramos. Y eso basta, al menos hoy. Sin pedir permiso, cancelamos la función. Salimos a la calle a resistir – no pasará- y a luchar – no nos dejamos. La huelga, la vida, es nuestra. #VivasNosQueremos
*Publicado originalmente en el blog Ahora la Turba.