Leer a Richard Rodríguez o cómo ganar indulgencias
Se declaraba, por ejemplo, en contra del bilingüismo y de la “acción afirmativa” promovida por el gobierno para ayudar a esos grupos. Nada quería tener que ver con esas corrientes reivindicadoras y, por eso, en un pequeño acto simbólico, rehusaba marcar la tilde en su apellido y, sobre todo, por eso no quería que lo consideraran chicano. Pero su prosa, su amplia cultura y su ingeniosa forma de argumentar me atrajeron y de inmediato supe que leía a un autor de importancia con quien no estaba de acuerdo, pero a quien tenía que leer, como leía a Borges, como leía a Paz. Por ello, desde entonces le he seguido la pista y leo cuanto de él cae en mis manos.
En 1992 Rodríguez publicó Days of Obligation: An Argument with my Mexican Father. Diez años después apareció Brown: The Last Discovery of America. Leí ambos textos tan pronto aparecieron y los leí con fruición y con lápiz en mano, anotando profusa y animadamente los márgenes, como para mantener un diálogo con el autor. Esos dos, como el primero y como su más reciente libro, forman una conjunto autobiográfico. No sorprende, por ello, que el que acaba de aparecer, Darling: A Spiritual Autobiography (New York, Viking, 2013), recalque en su subtítulo su reclamo a pertenecer a ese género. Sin poner el libro a hacer fila en la pila de textos que tengo en mi estudio y que aguardan paciente y ordenadamente su turno en mi programa de lectura, lo leí de inmediato, como siempre hago con los textos de este autor que me produce tanta irritación y, a la vez, tanto placer.
Se hace evidente que desde Hunger of Memory… a Darling… Rodríguez mantiene una línea ideológica fija y sigue desarrollando su amplio proyecto autobiográfico donde todos sus libros son piezas que forman parte de ese gran todo unificado. Desde su primer libro sabíamos que es católico y ese tema es central en su nuevo libro. Pero también vemos cambios. Ahora, por ejemplo, trata abiertamente su homosexualidad, tema que aparecía subyacente en su primer libro, irreconocible para lectores no entendidos. Pero ya desde entonces el tema se hacía evidente de manera indirecta, como en las descripciones de los cuerpos semidesnudos de unos obreros mexicanos que apuntaban un deseo homoerótico que no se atrevía entonces hacerse explícito, que no se atrevía a pronunciar su nombre.
Pero en Darling, libro que podemos catalogar de madurez, los cambios son evidentes. Aquí es capaz de introducir matices en su defensa de su ideología, especialmente en su apoyo de la Iglesia Católica. El libro está dedicado a “the Sisters of Mercy of the Americas”, la orden de las monjas que lo educaron y quienes le inculcaron la necesidad de asimilarse a la cultura dominante, al inglés y a su fe. La dedicatoria es un pequeño dato, pero significativo y revelador de los posicionamientos ideológicos del autor. Esta marca todo el texto y lo marca muy profundamente.
Pero el Rodríguez de Darling…, sin abandonar su conservadurismo esencial, ya no ve la realidad tan en blanco y negro, como lo hacía en Hunger of Memory…. En ese primer libro, por ejemplo, hacía declaraciones muy arriesgadas sobre el español y el inglés entre los latinoestadounidenses. Su visión maniquea del lenguaje –el inglés es público y el español es privado– lo llevaba a la caricatura y a posiciones que no se pueden sustentar desde el punto de vista de la historia ni de la lingüística. Pero ahora Rodríguez ve la realidad con mayor complejidad, con matices y con profundidad, y eso lo lleva a adoptar posiciones que no podía sustentar en su obra más temprana.
Para mí el mejor caso de ese cambio se evidencia en el ensayo que le da el título al libro, un largo texto dividido en secciones donde aparentemente se salta de un tema a otros sin clara secuencia lógica. Una de estas pequeñas secciones de ese importante ensayo está dedicada a “The Sisters of Perpetual Indulgence”, un grupo de travestis que se originó en la ciudad de San Francisco, ciudad marcada por la cultura gay y donde Rodríguez vive. El grupo se inventó una orden de monjas que se burla principalmente de la Iglesia Católica, aunque también se mofa de otras religiones. Los miembros de la misma –todos hombres– se visten cada una (Ojo: aquí no hay problema de concordancia gramatical sino una aceptación del juego de género de los hombres que son monjas) con una versión jocosa del hábito monjil femenino que desemboca en lo grotesco. Estas autodenominadas monjas mezclan lo más desfachatado y agresivo de la cultura gay con un profundo compromiso social por ayudar a los miembros de esa comunidad, especialmente a los que padecen de sida.
Lo que para un fanático religioso o una persona con poco sentido del humor podría parecer una burla que llega al insulto y a la herejía, para Rodríguez, quien en este libro de madurez es capaz de mirar con ojos más agudos y ver la complejidad de la realidad que lo rodea, es un profundo acto de caridad. Por ello compara a las dragas monjiles con las idealizadas monjas de la infancia a quienes les dedica el libro. Ambas son franciscanas, no por trabajar en San Francisco sino por seguir, de manera muy distinta pero paradójicamente efectiva en el caso de las dragas-monjas, el ejemplo del más santo de todos los santos, San Francisco de Asís.
Primeramente Rodríguez presenta a las monjas gais de manera aparentemente casual y pasajera: “Nuns will not entirely disappear from San Francisco as long as we may occasionally glimpse a black mustache beneath a fluttering veil. The Sisters of Perpetual Indulgence is an order of gay drag nuns whose vocation is dress up.” (108) Pero, poco a poco, Rodríguez nos va revelando que la actuación de estas monjas-dragas (¡Cuánto me hacen pensar en los cuentos de Javier Bosco, especialmente en su “Estriptís”!) encuadra perfectamente en la visión más amplia y generosa del catolicismo que ahora adopta: “I do not believe the Sisters of Perpetual Indulgence are enemies of the Church… They are as dependent on the nun in a brown wool suit as I am.” (109-110) Por ello es capaz de ver como un episodio profundamente religioso lo que para muchos sería un acto de degradación, de profanación, de herejía: “…on Easter Sunday, the Sisters host the “Hunky Jesus Contest” in Dolores Park. The Sisters and their congregation seem only to be interested in satirizing the trappings of S&M already available in Roman Catholic iconography. (One cannot mock a crucifixion; crucifixion is itself mockery.)” (109)
Solo alguien profundamente convencido de su fe, pero quien no niega la posibilidad de ver la realidad como una red muy compleja de hechos en un amplio contexto cultural que no podemos entender plenamente, puede darse cuenta que lo que parece una mofa grotesca es, en el fondo, un acto de solidaridad y de alegría de vida. Estas dragas monjiles son, en el fondo y entre otras cosas, una prueba fehaciente de las dimensiones políticas y sociales del humor y de la estética camp.
Confieso que desde que una vez que, por azar o por suerte, vi a tres de estas monjas-dragas caminando alegremente por la notoria Castro Street de San Francisco con sendas sestas llenas de condones que repartían con una sonrisa, una guiñada y un consejo, estas me hicieron pensar y repensar los horrores y las bendiciones de mi formación católica. Pensé en las monjas que deformaron mi primera enseñanza y también en el gusto que me inculcaron por una estética de la cual ellas mismas no tenían conciencia y de la cual yo nunca podré distanciarme plenamente. Ahora que leo estas páginas de Rodríguez me doy cuenta que no soy tan generoso como él y que todavía resiento la deformación que sufrí, deformación que quizás no quede compensada por el profundo sentido del deber que vino con ella y que rige mi vida a todos los niveles. Él, por el contrario, ve positivamente la educación que recibió de las monjas de su infancia y por ello las admira. En cambio yo…
Darling… es un libro lleno de sorpresas como esta –dragas monjiles que se identifican con monjas admiradas– y las sorpresas no son solo ideológicas. El libro sorprende también por su estructura. Aunque el título se declara ser “a spiritual autobiography”, hay aquí un texto que rompe con esa categoría genérica. Se trata de “Final Edition”, un interesante ensayo sobre la historia del periodismo en San Francisco. Aunque podríamos justificar la inclusión de este texto en esta autobiografía ya que Rodríguez es periodista, el ensayo no deja de caber incómodamente en el libro. Ahora bien, el resto forma una coherente unidad que sin duda se puede leer como una narrativa del yo, como ahora preferimos llamar los textos autobiográficos.
Más que la organización del libro por capítulos sorprende la estructura interna de los ensayo. Estos parecen saltar de un tema a otro, de una voz narrativa a otra, de un género a otro. Pero, en el fondo, son sorprendentemente coherentes, a pesar o, mejor, por esos mismos saltos. Es que los ensayos que forman el libro tienen una unidad temática muy profunda y van engañando al lector que a principio tiene la impresión que el autor no tiene una idea clara de sus temas y que, por ello, salta de uno a otro, de un incidente que no parece encuadrar en el contexto amplio del libro a una meditación que parece irse directamente por los cerros de Úbeda.
Pero lejos estamos de enfrentarnos a un texto incoherente. Es que el autor quiere mantener al lector alerta, en guardia, quiere que lo siga por aparentes atajos temáticos o por desvíos ideológicos. Muchos de los textos no tienen un cierre claro y definido; parecen terminar abruptamente y dejar el texto en el aire. Pero esta impresión se desvanece en un segundo cuando el lector medita brevemente sobre el título de cada pieza y se da cuenta que el accidentado camino que nos hizo recorrer el autor crea un texto muy coherente, que esos saltos tienen la doble función de mantenernos atento y de presentar múltiples matices sobre el tema. Por ejemplo, el ensayo más largo del libro, “Darling”, nos presenta de manera a veces jocosas, a veces seria, por medio de jocosas narraciones o por medio de serias meditaciones, los sentidos de esta palabra en inglés. Pero al terminar de leer el ensayo nos damos cuenta que ese “darling”, que a veces adquiere connotaciones y entonaciones profundamente queers y a veces profundamente religiosas (Aquí el arcángel Gabriel al dirigirse a María le dice: “Hail, Darling, full of grace.” [127]), es una exploración del tema del amor, que es solidaridad y que es también caridad. Por ello es que en esa meditación caben perfectamente bien las “Sisters of Perpetual Indulgence”, pues son una expresión queer de la caridad que sacralizan al desacralizar con su humor, con su sensibilidad camp. Por ello Rodríguez concluye así su meditación sobre las monjas-dragas: “They are scourges; they are jesters. Their enemy is hypocrisy.” (110) Pero entiende muy bien que en el fondo no son enemigas de su iglesia.
Esta estructura interna de los ensayos también representa un paso de madurez, formal e ideológica, de Rodríguez. Es que en este libro no hallamos ya la agresiva negación de su identidad como chicano. Ya ha establecido claramente este punto en sus otros libros y, por ello, no tiene que volver al mismo. Por ello aquí, aunque habla de esa comunidad, y aunque le dedica un excelente ensayo a César Chávez, reveladoramente titulado “Saint Cesar of Delano”, Rodríguez se siente completamente cómodo al tratar los temas que le importan y no se siente obligado a hacer declaraciones sobre sus orígenes étnicos. Haber vuelto a ese tema hubiera representado un retroceso en el contexto de la totalidad de su obra y, más aun, un desperdicio de energías. Ya otros lectores volverán a este y otros libros suyos en busca de los elementos chicanos en los mismos, elementos que el autor no destaca, que no quiere destacar, que no se siente en la necesidad de destacar.
Por las razones que he tratado de delinear someramente en esta nota, declaro que mi lectura de Darling…, como la de todos los otros textos de Rodríguez, está marcada por una profunda relación de atracción y repulsión. Este es un autor que me irrita por sus posiciones ideológicas, posiciones que obviamente no comparto. Pero a la vez es un escritor en quien reconozco una gran maestría y, sobre todo, una honestidad profunda que me atrae inmensamente y me hace respetarlo y tratar de imitarlo, a pesar de mi desacuerdo con sus ideas. Mi lectura de sus textos es, pues, un acto, conflictivo y contradictorio, que está marcado por el exceso. Y es que exceso es una de las posibles traducciones de la palabra “indulgence”. Lo que nos trae de nuevo a las problemáticas y divertidas monjas travestis.
Tras la lectura de Darling…, cuando vuelvo a los textos de Rodríguez tengo la impresión de que él es una de ellas, no porque participe en sus “performances” burlescos y radicales, sino porque la traducción más directa de “indulgence” es indulgencia y con la lectura de sus textos creo que las gano, intelectuales, estéticas y éticas, aunque, en mi caso, no religiosas. Pero, sea como sea, las indulgencias que recibo de la lectura de su libro son muchas y beneficiosas. Por eso es que postulo que, en el fondo y sin saberlo, Richard Rodríguez –sí, así, con tilde, como insisto en escribirlo ignorando el pedido del autor– es para mí simbólicamente una de las “Sister of Perpetual Indulgence”. Lo es, no porque lleve un hábito fellinesco ni porque intente desacralizar su fe con aparentes juegos heréticos con la iconografía ni con los ritos católicos, sino porque la lectura de sus libros me ofrece un profundo aliento ético e intelectual que viene con una rica experiencia estética, pero, eso sí, nunca con el brillante y salvador humor de esas fabulosas monjas-dragas que tanto él como yo admiramos.
Nota bene: Muchas veces se piensa que, al escribir crítica literaria o cultural, solo el rigor intelectual rige. Pero, en verdad, no es así. Por ejemplo, detrás de la redacción de esta nota hay dos figuras ficticias de importancia para mí y que marcaron grandemente y hasta guiaron el rumbo de lo aquí dicho. Es que escribí estas páginas pensando en Sor Agripina del Prepucio Intonso quien, tras pasar una temporada en la Sierra Madre con los huicholes, donde exploró la ciencia de la micología con grandes expertos de esa sabia cultura, se retiró al desierto de Sonora a meditar y a hacer experimentos místicos. Dicen que solo llevaba consigo, además de una bolsita con hongos, Las moradas de santa Teresa y un volumen de la poesía de san Juan de la Cruz. Nada se ha vuelto a saber de ella y presuponemos que ha muerto. (QEPD) También las escribí pensando en la Lourdes, la de “Estriptís”, otra desaparecida. En su caso, habrá que ir a un centro espiritista para saber si sigue montando sus numeritos vestida de la Madre Teresa de Calcuta porque nada he vuelto a saber de ella, aunque hay quien dice haberla visto en un bar cutre de San Francisco llamado “Esta Noche” haciendo ahora de La Lupe. Dicen que allí actuaba con el nombre de Taína. Pero ese bar acaba de cerrar, así que no sabemos si la podremos localizar.
Hay otros que aseguran que la Lourdes se reconcilió con el vil fray Efrén, su inquisidor en los tiempos que coincidieron en el seminario, y que ahora viven juntos y felices. Pero nada se sabe seguro sobre ella. Quizás un día de estos hasta me entere que efectivamente vive en San Francisco con ese malvado tocayo mío y que se ha unido a las “Sisters of Perpetual Indulgence”. ¡Uno nunca sabe! Pensando en esas dos divas, porque divas fueron o quizás son, escribí estas páginas que no niegan, al así hacerlo, que el rigor crítico y la sinceridad intelectual tienen algo –no, tienen mucho– de imaginación y de fantasía, pues la crítica –hay que aventurarse a decirlo– puede ser otro forma de narrativa.