Lezama Lima y la expresión (barroca) americana
Eln 1957 apareció en La Habana un pequeño libro de José Lezama Lima titulado La expresión americana. Aquí el autor recogía cinco conferencias suyas dictadas unos meses antes, ese mismo año, que tenían el ambicioso objetivo de presentar un panorama de la cultura americana – de todas las Américas, aunque su interés especial obviamente caía en la cultura hispanoamericana – desde su particular punto de vista: desde sus preferencias estéticas y desde su compleja visión de la historia y la cultura. Este libro muchas veces se ha usado para definir el gusto del propio Lezama por el barroco o lo que Severo Sarduy ha llamado el neobarroco. Por ello, es un libro clave para aquellos que nos interesamos por la obra del gran escritor cubano y también por los que quieren estudiar desde una amplia perspectiva la historia de las ideas estéticas en Hispanoamérica.
Leí por primera vez La expresión americana en 1971 en la edición publicada dos años antes por la editorial Arca de Montevideo. Reviso ahora mi ejemplar del libro y la profusión de subrayados y de comentarios que hice en sus páginas cuando lo leí por primera vez evidencian el gran interés y la atención con que me acerqué a este texto. Como de inmediato me di cuenta que sería uno de mis libros de cabecera hasta mandé a encuadernar mi humilde ejemplar. He releído el libro en varias otras ocasiones, pero las más recientes lo he hecho en la edición crítica que la estudiosa brasileña Irlemar Chiampi publicó en México en 1998. Sinceramente puedo decir que este libro me ha marcado profundamente y que su lectura me ha sido de inmenso provecho, a pesar de ver sus fallas, limitaciones y sus prejuicios que, con el tiempo, fui hallando en el mismo tras el deslumbramiento de la primera lectura. La expresión americana me ha servido para construirme mi propia imagen – a veces en oposición a la que ofrece Lezama, a veces apoyándome en la que nos propone – de la cultura latinoamericana, campo principal de mi estudio, enseñanza e investigación, y también me ha servido para sustentar y enriquecer mi propio gusto por lo barroco.
Por ello mismo leí con interés el reciente libro del investigador y profesor mexicano Sergio Ugalde Quintana, La biblioteca en la isla: una lectura de La expresión americana de José Lezama Lima (Madrid, Editorial Colibrí, 2011). Se trata de un amplio, detallado y erudito comentario del breve libro de Lezama. Ugalde Quintana, doctor por el Colegio de México y profesor de la Universidad Autónoma de México, se acerca a esta obra desde el campo de la historia de las ideas para explicar cuáles son las estructuras que sustentan este ambicioso librito. Primero Ugalde Quintana explica, siempre de manera muy minuciosa y detallada, cómo Lezama Lima fue construyendo su andamiaje ideológico a partir de las lecturas de textos publicados por José Ortega y Gasset en su editorial y en su importantísima Revista de Occidente. En esas páginas el investigador rastrea el impacto de la lectura que hizo Lezama Lima de autores como Wölfflin, Weisbach y Frobenius, entre muchos otros, todos traducidos por alumnos de Ortega y publicados por éste. En estos autores, muchos de ellos alemanes, dadas las preferencias intelectuales germanas de Ortega, Lezama hallaba fundamentos para su peculiar y muy propia visión del barroco y de la historia en general.
La segunda parte de su libro Ugalde la dedica a estudiar el diálogo que Lezama sostuvo con varios amigos, diálogo que también lo ayudó a formar las ideas que sustentan La expresión americana. Por ejemplo, Ugalde prueba que el intercambio de ideas de Lezama y la filósofa española María Zambrano fue particularmente importante porque ayudó al cubano a formular y refinar su idea sobre un pensamiento poético, distinto a uno lógico, y también sirvió a la discípula de Ortega a formular sus propias ideas sobre la relación de la poesía y el pensamiento.
La tercera parte del libro es la más larga e importante. En ella Ugalde discute muy detenidamente el concepto de lo barroco de Lezama Lima. Recordemos que en La expresión americana se postula que el barroco es la estética que define la totalidad de la cultura latinoamericana. Esta idea, que coincide plena o parcialmente con los planteamientos sobre la identidad cultural hispanoamericana de Mariano Picón Salas, Alfonso Reyes y Alejo Carpentier, entre otros, es central para entender este libro de Lezama y hasta la totalidad de obra.
La última parte del libro de Ugalde está dedicada a la imagen de Martí en la obra de Lezama en general y en La expresión americana en particular. En estas cuatro secciones o capítulos Ugalde ofrece su interpretación del importante libro del poeta cubano y explora el entablado ideológico y estético del mismo.
Como señalaba, el libro de Ugalde es un texto erudito, minucioso y detallado. El mismo está lleno de aciertos e interesantes revelaciones, pero además adolece de ciertas fallas. Curiosamente, una de sus principales es, a la vez, una de sus virtudes. El impresionante detallismo y la abrumadora erudición del crítico hacen que a veces su argumentación se pierda en el examen de un punto menor y que le imposibilite ofrecer una visión de conjunto de la obra que estudia. Por ejemplo, el libro no ofrece un resumen o una visión global del libro de Lezama; termina abruptamente sin hacer una recapitulación ni volver a la totalidad de lo discutido en sus páginas. La pérdida de la imagen de conjunto del libro de Lezama se debe al exceso de detalles: vemos árboles y árboles y árboles, y los vemos muy detalladamente, pero no se nos ofrece una idea amplia o englobante de la estructura del bosque. Por ello mismo, el relativamente breve estudio introductorio de Irlemar Chiampi a su edición crítica de La expresión americana es, a pesar de las 320 páginas del libro de Ugalde, mejor introducción a esta obra de Lezama y mucho más provechosa que el detallado estudio del profesor mexicano. Pero, a pesar de ello, La biblioteca en la isla… es una contribución de importancia al estudio de Lezama y del barroco latinoamericano. Estoy seguro que será lectura obligada para todos los estudiosos del campo.
Confieso que me acerqué al libro de Ugalde por deber e interés académicos, pero que según leía sus eruditas páginas me venían a la mente otras ideas y preocupaciones que me remitían, más allá del objetivo central del estudio – el librito mismo de Lezama – a problemas de importancia sobre cómo escribir desde la perspectiva de la crítica académica. En primer lugar, pensé en la metodología empleada por Ugalde y en los méritos de la misma. En nuestros días, los estudiosos de la literatura y de la cultura en general tendemos a depender desmedidamente de aparatos teóricos que muchas veces más que ayudarnos a aclarar la obra que estudiamos lo que parece hacer es usar la misma para sustentar las teorías que se usan como apoyo. Por suerte, Ugalde Quintana no cae en ese tipo de crítica ni emplea una jerga teórica deformante, lo que facilita grandemente la lectura de su texto. Pero, aunque Ugalde tiende a privilegiar la obra de un determinado grupo de estudiosos e ignorar a otros, su libro se estructura a partir de una amplia visión del desarrollo de las ideas en América. Como en otras ocasiones, aquí los méritos del libro de Ugalde también son sus fallas.
Debo aclarar esta aparente posición contradictoria ante el libro de Ugalde. Por un lado aplaudo su claridad, pero, por otro, critico sus prejuicios al depender sólo de ciertos estudiosos (lo que apunta a su propia ideología) y, sobre todo, a su excesiva dependencia de algunos de ellos. El caso más evidente de esa dependencia desmedida se da en el cuatro capítulo del libro donde estudia la función de la figura de José Martí en la obra de Lezama. Aquí Ugalde depende casi exclusivamente del estudio de Ottmar Ette sobre la difusión de la obra martiana en Cuba a principios del siglo XX. Ugalde declara abiertamente que privilegiará el texto de Ette – ¨En las páginas que siguen, en lo referente a la recepción de Martí, me apoyo en el trabajo de Otmar Ette. ¨ (245) –, pero al así hacerlo ignora el trabajo de otros estudiosos que le pudieron servir tan bien o mejor que éste. Por ejemplo, descarta o desconoce el importante estudio de Lillian Guerra sobre el mismo tema: The Myth of José Martí: Conflicting Nationalisms in Early Twentieth-Century Cuba (2005). Pero más aun, su dependencia del texto de Ette lo lleva a hacer suyas las palabras del estudioso alemán casi ciegamente, sin adoptar una actitud ligeramente crítica. Por ejemplo, en una nota al calce en la página 247 cita a Ette: ¨…comenzó Martí a convertirse en el símbolo nacional de todos los cubanos.¨ Y en esa misma página escribe repitiendo casi palabra por palabra la oración citada: ¨Martí comenzó a devenir el símbolo nacional de los cubanos¨. Sorprende en un libro tan lleno de referencias a otros en español, en inglés, en alemán y en francés, que el autor dependa tan ciegamente en un solo estudio y que ignore muchos otros. Pero, a pesar de sus fallas, el libro de Ugalde me hace pensar en la necesidad que tenemos de más trabajos sobre el desarrollo de las ideas en Hispanoamérica que sirvan, en verdad, para dirigirse a un público más amplio, aunque siempre sea del ámbito académico, y no para hablarle a sólo ciertos lectores que comulguen con determinadas ideas y que practiquen ciertos acercamientos críticos en particular.
La lectura de La biblioteca en la isla… también me hizo pensar en el gran problema de definir la estética del barroco y del neobarroco. Este es un tema central en la cultura hispánica como lo demuestra la aparición reciente de múltiples estudios y de exposiciones de artes que intentan aclarar el problema de esas estéticas para nuestros días. Por suerte y por casualidad, justo antes de comenzar a leer el libro de Ugalde tuve la oportunidad de ver una exposición en el Museo Guggenheim de Bilbao titulada ¨Barroco exuberante: De Cattelan a Zurbarán, manifiesto de la precariedad vital¨, exposición organizada por este museo y la Kunsthaus de Zurich. Aunque la exposición no logra plenamente sus objetivos ya que los dos museos no podían contar con los préstamos necesarios de piezas de importancia con las cuales probar la tesis central de la exposición, es muestra de una manera innovadora de acercarse a este importante problema estético, lo que puede servir de ejemplo para otros estudios de las artes visuales y de la literatura. ¨Barroco exuberante¨ propone desentenderse del orden cronológico al estudiar el arte que llamamos barroco o neobarroco (por ello hasta el título coloca primero al artista contemporáneo y en segundo lugar al pintor del siglo XVII) y verlo sincrónicamente y por temas. Por ello se antepone, por ejemplo, la perturbadora pintura del holandés Christiaen van Couwenbergh ¨La violación de la negra¨ (1632) y un perverso cómic del estadounidense Robert Crumb titulado ¨How to Have Fun with a Strong Girl¨ (2002) o los inquietantes videos de la española Cristina Lucas, ¨Más luz¨ (2003) y ¨Hacia lo salvaje¨ (2012), y las tenebristas y ambiguas visiones de monjes inquisidores que pinta el italiano Alessandro Magnasco, ¨Interrogatorio en la prisión¨ (1710-1720), entre muchas otras yuxtaposiciones de obras del siglo XVII (momento histórico del barroco) y de nuestros días (momento de aparición del neobarroco), pero que sirven para hacer planteamientos sobre la estética que posiblemente es el centro de la atención de la exposición. ¨Barroco exuberante¨ propone, pues, otra forma crítica de acercarnos al fenómeno de lo barroco y lo neobarroco, tema central de la estética de nuestro momento.
Probablemente la visita a la exposición en el Guggenheim tiñó mi lectura del libro de Ugalde Quintana que leí unos días después de ver esta muestra. Pero, a la vez, la lectura de su libro teñirá las que haré del clásico de Lezama, porque estoy seguro que volveré a leer más de una vez este breve pero importantísimo libro. Es que la lectura de La biblioteca en la isla…, con sus obvias falla y sus innegables méritos, con su propuesta indirecta de un método para futuros trabajos y un retrato también indirecto de la ideología de su autor, me vuelve a confirmar lo que ya sabía y postulaba: La expresión americana es un texto imprescindible para el conocimiento de la obra de Lezama, de la estética barroca y neobarroca y para entender mejor el del desarrollo de la cultura latinoamericana. La lectura del libro de Ugalde ha sido también una ocasión más para hacer un examen de conciencia sobre mi particular gusto y preferencia por lo barroco y lo neobarroco. No sé en mi caso cuál fue el huevo y cuál la gallina, si ya privilegiaba lo barroco cuando leí a Lezama o si su lectura me hizo aceptar esa estética y deleitarme con artistas que la cultivan directa o indirectamente: Pepón Osorio, Ana Lydia Vega, Néstor Perlongher, Antonia Eiriz y Arturo Ripstein, entre tantos otros y otras. Pero lo que sí sé es que indiscutiblemente estos artistas que defienden o cultivan sin defender una estética neobarroca han hecho una contribución mayor a la cultura latinoamericana y que para poder entenderla plenamente hay que conocer ese imprescindible librito de Lezama que tan agudamente estudia Sergio Ugalde Quintana.