Liberalismo clásico: propiedad y libertad individuales
Podemos trazar el origen del encumbramiento de lo individual a las revoluciones burguesas acaecidas durante los siglos 18 y 19. El viejo régimen que las revoluciones burguesas derrocaron se basaba en un sistema socioeconómico que combinaba feudalismo y esclavitud, un Estado monárquico, la unión Iglesia-Estado y un fuerte tradicionalismo moral. Este era defendido por los antiguos sectores dominantes como la nobleza terrateniente, la familia real y el clero. Sin embargo, el desarrollo de la economía capitalista posibilitado por la acumulación resultante de la expansión imperial de Europa acarreó un nuevo tipo de interacciones sociales, experiencias e ideas; esto generó cambios políticos, religiosos y sociales, incluyendo nuevas formas de ser social, en las que lo individual era fundamental.
La economía capitalista se fundamenta en la propiedad privada de las empresas, en la apropiación individual de las ganancias por sus dueños y en la retribución salarial individual a los trabajadores. Además, todos los sujetos de este sistema, tanto burgueses como trabajadores, van al mercado: allí realizan transacciones bajo las premisas de libertad e igualdad (aunque estas son sólo formales). En el capitalismo la idea de libertad emerge de que el trabajador es formalmente libre (no es propiedad de otro, como en la esclavitud, ni está atado a la tierra, como en el feudalismo) y de que los sujetos participan de la economía, “voluntariamente” (sin la coerción esclavista del látigo y sin la coerción feudal de la espada). En el capitalismo la idea de igualdad brota de que las relaciones sociales se convierten en relaciones entre mercancías: en los actos de intercambio los participantes se asumen con iguales derechos y deberes, pues cada uno tiene derecho a recibir un equivalente a lo que da y tiene el deber de conceder un equivalente a lo que recibe.
¿Qué piensan de la esclavitud los sujetos de este mundo social? La califican de inaceptable porque cancela la libertad humana; proponen abolirla. ¿Cómo estos sujetos evalúan el feudalismo? Lo evalúan como insatisfactorio porque la rigidez de sus fronteras de clase limita la posibilidad de mejoría económica individual y difieren de la legitimación teocrática de dicho orden.
Pero el sistema socioeconómico promovido por los liberales, y que sustituyó a la esclavitud y al feudalismo, también se fundamenta en la explotación de clase. En el capitalismo no hay coerción física para trabajar, pero hay coerción estructural: la carencia de medios de vida obliga a la mayoría de la población a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Para las mayorías desposeídas, sobrevivir incluye (1) la dominación micro-política de someterse a la voluntad del patrono en el proceso de trabajo y (2) la explotación económica de no tener control de los productos del trabajo propio ni del valor en el que se convierten al venderse. Este proceso incluye cosificar, poseer y explotar a la naturaleza, la cual esta cultura cree separada de los humanos. Estas relaciones socioeconómicas están garantizadas por el Estado (sistema que defiende por la fuerza la continuidad de esas relaciones) y por instituciones que difunden ideas cónsonas con dicho orden.
Pero, aún cuando el sistema capitalista se basa en la explotación de los trabajadores y de la naturaleza, tan pronto este se convierte en la economía principal, los términos igualdad y libertad operan como reguladores fundamentales en la sociedad moderna. Desde esas categorías cognitivas el sujeto de las mercancías evalúa críticamente a sistemas socioeconómicos previos y a instituciones como la monarquía, la unión Iglesia-Estado y el catolicismo.
Sobre la dimensión política de las revoluciones burguesa podemos preguntarnos, ¿qué legitimidad tiene la monarquía ante los sujetos de las mercancías? Ninguna. Desde la presunción de que todos los humanos son iguales, o de que deben serlo, no es razonable que quien gobierna llegue a ese rol por herencia; propulsan que los individuos igualmente libres elijan a sus dirigentes políticos.
Estos individuos también asumen que la participación política debe fundamentarse en la libertad de pensamiento, de organización y de expresión: se establecen los fundamentos de la democracia liberal. La pluralidad de ideas es valorada y se asume que el Estado, hipotéticamente neutral, defiende y regula dicha diversidad. Sin embargo, es pertinente recordar que inicialmente en esas democracias solo los hombres propietarios tenían el derecho al voto, que los obreros van conquistando ese derecho a lo largo del siglo 19, que las mujeres lo alcanzaron mayormente a inicios del siglo 20 y que durante décadas la “democracia” liberal coexistió con la esclavitud. Tampoco debemos olvidar que el Estado liberal defiende la pluralidad de ideas mientras la propiedad privada de los medios de producción no sea amenazada.
Estas libertades también se aplican al terreno de las ideas religiosas. Durante la Edad Media el Catolicismo había sido la religión del Estado. Pero, con la individuación promovida por la mercantilización de las relaciones sociales, surge el protestantismo con su premisa de autonomía individual (leer la Biblia en vez de confesarse con un sacerdote) y con la palabra como abstracción rectora (concordante con la regulación monetaria de las relaciones sociales). Ante esta diversificación, las minorías religiosas reclamaron como derecho su libertad de practicar la religión de su preferencia: esto requirió eliminar la unión Iglesia-Estado e interpretar los procesos públicos como asuntos seculares.
El igualitarismo formal del pensamiento liberal también comprende la oposición al racismo y a la xenofobia. Las constituciones redactadas desde esta perspectiva prohíben el discrimen por motivos raciales o de origen étnico. Similarmente, la importancia de la autonomía individual lleva al liberalismo clásico a concordar con lo principal de las propuestas feministas: defiende los derechos de las mujeres a votar, a controlar su reproducción y a decidir sobre sus relaciones de pareja. La defensa de la autonomía individual también es cónsona con reclamos de las comunidades LGBTTIQ+ como el matrimonio de personas del mismo sexo, que las parejas del mismo sexo puedan adoptar hijos y el respeto a la identidad de género de las personas trans. La simpatía liberal con estos derechos tiende a configurarse en términos de reduccionismo jurídico, pues ve la lucha por la transformación social como secundaria o indeseable (aunque, irónicamente, esos derechos surgen de esas luchas); y se realiza desde la relativa comodidad, pues plantea legislación y ejecución que no considera las dificultades que confrontan los más pobres para acceder a esos derechos.
Es interesante reconocer una variante contemporánea del liberalismo clásico: el Libertarianismo. Este radicaliza el individualismo y favorece una gran reducción del poder del Estado. La tendencia Anarco-Capitalista es el caso extremo de esto: plantea abolir el Estado y que cada individuo maneje sus propiedades sin restricción externa alguna, lo que implica irónicas coincidencias con el feudalismo y el fascismo.
Al liberalismo le son orgánicas múltiples instituciones sociales contemporáneas. Contemporáneamente, la industria cultural (cine, música…), el aparato publicitario, los nuevos medios de comunicación masiva (Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat…) y los influencers son importantes promotores de ideas liberales. La prensa y escuelas también cumplen este rol, aunque más prominentemente en la modernidad clásica que ahora. También la avaricia que lleva a los capitalistas al desarrollo de las fuerzas productivas fomenta la individuación, pues, cuando esas tecnologías llegan al mercado potencian espacios de autonomía personal; esto es notable en los procesos de transportación (el automóvil), comunicación (teléfonos móviles), información (computadoras) y acceso a la música (Spotify, Pandora, Soundcloud, Tidal, …).
Resumiendo preliminarmente diríamos que el desarrollo de las fuerzas productivas industriales creó otro sistema económico, con nuevas clases sociales, experiencias e ideas. La burguesía lideró un levantamiento contra un viejo sistema político que se había convertido en obstáculo para el desenvolvimiento de las nuevas relaciones socioeconómicas. Esas revoluciones burguesas derrocaron a las monarquías y sus políticas económicas mercantilistas: implantaron una nueva política económica (el liberalismo de mercado), otra estructura política (la democracia liberal) y el individuo se convirtió en el agente crucial de estas relaciones.
Esta tendencia encuentra apoyo significativo entre personas con buena posición socioeconómica, con mayor escolaridad, entre jóvenes y en contextos urbanos. En términos de clases sociales, capitalistas, gerenciales, pequeños burgueses urbanos educados y la aristocracia de trabajadores urbanos intelectuales suele destacarse en apoyar estas ideas. Estos esgrimen un secularismo-cosmopolitanismo modernista propio de las metrópolis y del racionalismo producto de su escolaridad, los que existen en oposición al dogmatismo religioso. Defienden el privilegio económico justificándolo con el principio de mérito individual, por lo que se distancian de reformismos keynesianos/socialdemócratas, y más aun de el socialismo. El principal beneficiario de esta visión de mundo es la clase capitalista.
Sin embargo, debemos considerar las fluctuaciones históricas en el auge de este sistema de ideas. El liberalismo se generaliza en los contextos de ascenso de la burguesía como clase dominante: las revoluciones burguesas (mayormente durante el siglo 19). Pero esta merma luego de que los capitalistas, al convertirse en clase dominante, prefirieron mantener el orden y migraron al conservadurismo[1]. Actualmente la presencia de este tipo de partidos ha menguado. Excepciones a esto lo son Francia (donde gobierna La República en Marcha), Estados Unidos (donde el Partido Demócrata se debate entre reformismo socialdemócrata y liberalismo clásico, y además existe el Partido Libertariano) y Puerto Rico (con el Partido Popular Democrático[2], aunque un demócrata-cristiano[3] fue su candidato a gobernador en 2020).
Contemporáneamente, el liberalismo tiene el reto de combinar la libertad individual con la dominación capitalista. Estos principios se contradicen, pues plantean criticar unas opresiones (patriarcado, homofobia, racismo, xenofobia…) a la vez que defender otras (la socioeconómica capitalista).
En síntesis, el liberalismo clásico es una derecha no autoritaria: defiende el poder capitalista a la vez que critica el autoritarismo político y múltiples formas de discrimen. Se fundamenta en la fetichización burguesa de la libertad individual.
«Este artículo es parte de una serie que expone los fundamentos de las principales tendencias políticas del mundo social moderno occidental. 80grados ha publicado los textos “Fascismo: exacerbación de las opresiones”, “Conservadurismo: estabilidad y privilegios” y “Liberalismo clásico: propiedad y libertad individuales”. Más adelante publicaremos artículos sobre el progresismo, los verdes, y sobre algunas vertientes del socialismo.»
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[1] Sobre el conservadurismo, ver el artículo “Conservadurismo: estabilidad y privilegios” en http://www.80grados.net/conservadurismo-estabilidad-y-privilegios/
[2] El Partido Popular Democrático está en decadencia. Su por ciento de votos en las últimas tres elecciones (2012, 2016 y 2020) ha bajado de 47 a 39 a 31. Si tomamos en cuenta la decreciente tasa de participación electoral (que se ha reducido de 79 a 55 y a 51 por ciento) el por ciento de apoyo de los adultos a este partido ha ido de 37 a 21 a 16.
[3] La Democracia Cristiana promueve la moral tradicional (anti-feminista, anti-lgbttiq+…). En lo económico propone la existencia de asistencia social a los más pobres, pero defiende la propiedad privada y condena la rebeldía socialista.