Los artistas del hambre o el último acto de Font Acevedo: a propósito de La Troupe Samsonite
Si Kakfa viviera en Santurce, su cuento «Un artista del hambre» empezaría algo así: «En Puerto Rico, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo en los últimos decenios. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo, cosa que hoy, en cambio, parece imposible del todo. Eran otros los tiempos, sin duda”.1 Antes, en La Perla o El Fanguito, la primera dama federal, el político de turno y algún periodista atisbaban a los ayunadores desde su cómodo lugar. Supongo que sentirían pena, quizás algo de responsabilidad bienpensante. Tal vez eso explique o, mejor, justifique las políticas públicas de industrialización, migración y de inversión foráneas del proyecto modernizador del Puerto Rico del siglo pasado. Ahora, como sujetos del capitalismo corporativo, vivimos convencidos de que la miseria ha desaparecido de la faz de este territorio no incorporado, «pues habrá que ver los celulares que tienen los nuevos ayunadores», dicen algunos. Estos artistas del hambre a penas se dejan notar. Aunque están en todas partes, no alcanzamos a verlos. Nos hacemos sordos a los cuentos del estudiante, de la hermana maestra, del amigo psicólogo, de la trabajadora social. Lo peor es que dejamos de mirarlos como los niños del cuento de Kafka «asombrados y boquiabiertos».2 Como si vivieran en otro país, como si viviéramos en otro piso del país, desde nuestra cristalina burbuja de pantallas, pensamos que no están, los borramos de nuestro horizonte. Será que ellos viven en una realidad offline y nosotros en una online, como propone Zygmunt Bauman. Nos damos el lujo de prescindir de ellos. Personas superfluas, homini saccer, excedentes de la narrativa de la sobremodernidad, han quedado excluidas de nuestro ámbito de visión y de interés.3 La bofetada federalicia es cínica: la Promesa de Futuro del presente del país es la propuesta de un sembradío de carpas de artistas del hambre, de escapistas del desconsuelo, de funambulistas de la degradación cotidiana.
De organizar a los artistas del hambre y montarles un circo para que puedan ofrendarnos sus números de saltimbanquis, se trata La Troupe Samsonite, el último acto de Francisco Font Acevedo recién publicado por la Editorial Folium. Aunque engaña el tono lúdico del ambiente circense, la novela contiene más belleza bruta que su magnífica colección de cuentos (La belleza bruta, 2008)4 con la que Font Acevedo se labró un merecido lugar en la narrativa puertorriqueña. Si en esos cuentos la brutalidad iba de la mano de una desparpajada descripción neorrealista de las condiciones de vida y deseos abyectos de sus personajes en el Puerto Rico urbano, en esta, su primera novela, la brutalidad viene de la capacidad de transmutar simbólicamente la vida indigna de esta troupe de niños que aprenden malabarismos para sobrevivir la cotidianidad violenta, miserable, despiadada que les toca vivir. Es tan dura y sinuosa la existencia de estos personajes que es necesaria la traducción metafórica para poder resistirla. La troupe es una estirpe humana acostumbrada a improvisar funciones, diseñar actos, montar carpas, desatar techos mal tensados por vínculos desastrosos, con la persistencia de quienes reconocen que el cuerpo y la palabra sostendrán la larga duración de la especie.
La novela presenta la historia de una familia- troupe compuesta principalmente por la directora Gradva y tres niños: Tanya, la contorsionista, Mirko, el escapista y Xenia, la domadora de animales, quienes comparten el techo efímero de la carpa diem, amarrado a fuerza de golpes, gritos, hambre y miseria. La genealogía de la troupe-familia está casi-casi tan borrosa como tan deteriorada está su cotidianidad. Parecería que el apellido, la inserción del sujeto en un orden y una ley, no figura para estos niños que buscan refugio de la impiedad de una existencia hambrienta y sin futuro. Son niños rehenes de la violencia que vagan por un país que no les hace espacio, inventando cuentos, actos, números y palabras con que adornar y sublimar ese maldito estar. Los vemos crecer durante diez años en esa dolorosa errancia. La administradora del circo les proporciona una especie de lalengua que ellos aprenden a manipular muy bien.5 Como si la cadena significante de la cotidianidad más o menos sana, más o menos digna, estuviese rota para ellos, los miembros de la troupe hablan una lengua otra, capaz de cubrir la bestialidad del día a día. Así, improvisar un acto de mimos nombra pedir cupones en una agencia gubernamental, dominar el truco del sueño les permite dormir en el catre entripado de orines de un cuarto atestado de cucarachas, contorsionarse es prostituirse, robar es un acto de prestidigitación, realizar el número de la culebra es masturbarse, observar la rutina del forzudo es presenciar las pelas que Gradva recibe del compañero de turno, sufrir el número de la tragafuegos es recibir los gritos ensordecedores de esa madre-administradora.
La rearticulación de lo habitual con una sintaxis circense me parece uno de los aciertos de este magnífico texto. Narrar la indigencia requiere ya para nosotros, habitantes de la esfera cristalina de las pantallas, otro lenguaje. No es nueva la realidad que se cuenta en la novela. La miseria y la injusticia de la desigualdad son tan viejas en este territorio de eufemismos como su nombre, Puerto Rico. Sin embargo, la gramática espectacular, hecha a golpes certeros de poesía, nos aboca a leer de otra forma y nos obliga a pensar en ella. No hay que engañarse, La Troupe Samsonite, como todo buen texto, es difícil de leer. Para empezar, hay una renuncia a la figura del narrador, ya no en la multiplicidad de narradores a que nos ha acostumbrado la narrativa modernista, sino en la continua movilidad de los sujetos de los párrafos y hasta de las oraciones. Un acto del trapecio es entonces la novela. Como maromeros, los sujetos oracionales aquí interrumpen continuamente la soga del trapecio, la del sentido, y nuestros ojos saltan de sujeto en sujeto como si de saltimbanquis se tratara, intentando retener el hilo del sentido-oración. Esa multiplicidad de sujetos oracionales apunta al desbanque de la experiencia en primera persona, y la dispersa. Se fragmenta así la unidad de la lógica que promete la sintaxis, que después de todo, es la imposición de un orden en la representación lingüística. La novela no privilegia un narrador o narradora, parece estar narrada por un vocerío desesperado.
Otro de los aciertos de la novela es el uso de la alegoría a lo kafkiano como recurso del relato. El tropo está perfectamente cifrado en la peripecia de sus personajes y en la sintaxis circense de la novela, esa lalengua de la que hablé antes. La troupe resulta la analogía perfecta para entender el proyecto fracasado de país que hoy somos, siempre montado sobre un acto de escapismo, llamémosle enajenación, impunidad o Promesa. La administradora del circo se la pasa improvisando un espectáculo para el mejor benefactor. La troupe Samsonite es una alegoría escrita con maestría y valentía por quien reconoce que el acto de lectura no debe ser un número más de escapismo. Quizás el acto del funambulista sea la mejor metáfora para hablar de la escritura del texto. Con la misma gracia que Philippe Petit cruzó el vacío entre las Torres Gemelas en 1974, Francisco Font Acevedo atraviesa el abismo que supone apalabrar una realidad tan brutal y dolorosa como la nuestra.6
El goce que proporciona la lectura del texto nada tiene que ver con el placer de la novela pasatiempo, la novela viaje, la no-verla. La experiencia de lectura sobrepasa el placer y se sitúa más en el espacio del goce (casi terrorífico), el que procuran textos de ruptura de los códigos de la lengua, de la cultura de masas y de las ficciones oficiales.7 La troupe Samsonite de Francisco Font Acevedo es un hermoso y complejo texto que intenta abofetear nuestra desidia. La literatura aquí se piensa creadora de retóricas que conminan a vivir de otras formas, con otras prácticas de habitación. La Troupe Samsonite, con su gramática circense, nos obliga a reflexionar sobre lo habitual como traductor de políticas sociales y culturales. ¿Qué importancia tendría la literatura si no quiere simbolizar para provocar nuevas maneras de atender el presente, de asumir el pasado y de enfrentar nuestra obligación hacia el devenir? No podemos salir de esta novela con la sensación de estar libres de responsabilidad con respecto al deterioro de la cotidianidad de los jóvenes de la troupe.
Zape, zape, zape, se dicen los miembros de la Troupe Samsonite para desbaratar la tristeza de su presente. Así les enseñó Narciso, el dulce artista del trapecio, el padrino que le regaló al más constante narrador, Mirko, el maletín Samsonite lleno de páginas, cuentos, memorias con las que el niño aprendió a rehacer la tristeza en la novela, su gran acto de magia. Zape, zape, zape, digo yo para romper el dolor de la lectura. Es verdad lo que dicen los niños de la troupe, la tristeza es un perro azul. Sí, es un hermoso perro azul que asusta y humaniza.
- Franz Kakfa,»Un artista del hambre», La metamorfosis y otros relatos, Trad. de Julio Izquierdo,(México: Editorial Origen, 1983 [↩]
- Kafka,”Un artista del hambre”,75. [↩]
- Zygmunt Bauman, Extraños llamando a la puerta,(Barcelona: Paidós, 2016): 94. [↩]
- Francisco Font Acevedo, La belleza bruta, (San Juan: Editorial Tal Cual, 2008 [↩]
- Hago alusión al concepto lacaniano de lalengua, la palabra antes de su ordenamiento gramatical y lexicográfico, separada por tanto del lenguaje, para hacer una analogía del habla de los chicos de la troupe. Jacques Lacan, Seminario XX: Aun, Barcelona: Paidós, 2010 [↩]
- Ver James Marsh, Man on Wire (2008 [↩]
- Roland Barthes, El placer del texto, (México: Siglo XXI, 2007 [↩]