Los Bulls y la final del BSN en 1996
En Puerto Rico, los meses asociados con el verano ya habían concluido, pero todavía se seguía hablando de baloncesto en cada recoveco de Borinquen. Esa tarde del 19 de septiembre de 1996 jugaba par de ‘cocinitas’ de baloncesto en la cancha bajo techo de la UHS en Río Piedras. Semanas antes el país experimentó el azote del huracán Hortensia y el fracatán de lluvia que dejó a su paso. Sin embargo, en ese jueves mi mente no estaba dispuesta a extender las agobiantes conversaciones sobre el susodicho ciclón tropical. Solo pensaba en dos dilemas deportivos que estresaban mi existencia como adolescente de octavo grado. Por un lado, tenía el deseo de que mis Vaqueros de Bayamón revalidaran esa noche como campeones del Baloncesto Superior Nacional (BSN). De otra parte, me aterraba el escenario contrario de que fuesen los Leones de Ponce los vencedores y así empataran con los Bulls en el número de títulos obtenidos hasta ese momento en la década de los noventa.
En pocos días sería el equinoccio de otoño, pero con el calor intenso se sentía como en cualquier jornada de verano. En el Caribe, eso de las estaciones climáticas siempre tiene un asterisco y lo importante era que en esa cálida noche de septiembre se llevaría a cabo el séptimo y decisivo juego de la serie final de la famosa liga de verano del baloncesto puertorriqueño. Vaqueros y Leones buscaban el trofeo mayor, así como los Bulls lo habían hecho en la NBA a mediados de junio.
Al igual que muchos jóvenes de mi generación, fui parte del culto hacia la figura de Michael Jordan y el entusiasmo por el equipo de Chicago. Al no tener que usar un uniforme reglamentario en mi escuela, muchos llegábamos al salón con alguna camisa o pantalón alusivo a los Bulls. Años más tarde leí en la Facultad de Ciencias Sociales de la UPR unos textos sobre geografía del deporte y aprendí que el fenómeno Jordan posibilitó la globalización del baloncesto como espectáculo. Ya al final de mi bachillerato leía a Naomi Klein. Los postulados de la activista canadiense sirvieron de preámbulo para recordar la manera en que aquellos chamacos de escuela intermedia que cortaban clases para lucir sus camisas y gorras de los Bulls en el Paseo de Diego de Río Piedras construían su identidad a base de los atuendos deportivos que pedían de regalo de Navidad o cumpleaños. Consumíamos y lucíamos esas réplicas de uniformes de NBA para ser alguien en esa edad en la cual lograr ser popular en la escuela lo era todo. Nos sentíamos que pertenecíamos a algo importante y hasta nos creíamos los reyes de la pasarela callejera riopedrense solo por usar el par de tenis de la marca Air Jordan.
Pero esas reflexiones críticas vinieron después, a principios de los 2000. En el 1996, mi preocupación no estaba decorada de la verborrea académica aprendida en la IUPI. La única ansiedad era pensar en la posibilidad de que esa noche los Leones podían derrotar a los Vaqueros de mi pueblo y convertirse en la versión boricua de los Bulls. Ya Ponce había ganado el campeonato del BSN en las temporadas de 1990, 1992 y 1993. Los Bulls hicieron lo propio en la NBA en las finales de 1991, 1992 y 1993.
En la cancha de la UHS seguía calentándose el debate sobre el juego de baloncesto de esa noche.
“Tú sabes que hasta tienen el uniforme rojo, negro y blanco como los Bulls. Eso está pa Ponce esta noche”, me dijo el pana al que le decíamos Bolillo, y quien era uno de los leales de los juegos de media cancha que armábamos después que sonaba el timbre de salida en la escuela.
“Esos de Bayamón son como Macuco por lo maceteros que son. Ojalá pierdan”, gritó Luis Ernesto, quien era otro de los compañeros de clase que rara vez veía baloncesto de Puerto Rico, pero aprovechaba cada oportunidad para molestarme criticando a los Vaqueros. El chamaco era buena gente y al menos leyó el cuento Bola al aire de Juan Antonio Ramos, que la maestra de español de octavo nos asignó en clase. De ahí Luis sacó el nombre de Macuco, en referencia al macetero que en el cuento salía del banco como arma secreta cuando los Vaqueros jugaban frente a los Piratas de Quebradillas.
“Mano, si ganan los Vaqueros, la maestra de español va a estar insoportable mañana. Hasta nos contó que una vez ella y su esposo le daban pon a un cura a los juegos para que el tipo le echara la bendición a los jugadores de Bayamón”, comentó Bolillo mientras reía.
En medio de los vellones que nos pegábamos por el juego, salí corriendo al estacionamiento. Mi madre llegó y me apuró diciendo que íbamos a coger el tapón de Río Piedras a Bayamón. Conseguimos de cachete boletos para el juego, que esa noche sería en cancha neutral. Un juego decisivo entre dos de las fanaticadas deportivas más grandes del baloncesto puertorriqueño debió celebrarse en el Coliseo Roberto Clemente de Hato Rey, pero la instalación no estaba disponible porque desde ahí operaba parte de la respuesta gubernamental por el paso del huracán Hortensia a principios de mes. Al final, se seleccionó el Coliseo Tomás Dones de Fajardo para el séptimo juego de la final del BSN.
“Me saludas a la Taína allá en Fajardo y espero que pierdan los Vaqueros”, fue la despedida de Luis Ernesto, mientras me montaba en el carro de mi mamá. No existían Facebook ni Twitter en esa época, pero todo Puerto Rico sabía que la famosa modelo del programa No te Duermas estaba saliendo con el capitán de los Vaqueros: Jerome Mincy.
Como era de esperarse, el tapón hacia Bayamón era ‘bumper a bumper’ y pareció durar una eternidad. Tras poco más de una hora en la calle, llegamos a la casa y ya mi papá nos esperaba listo para salir a Fajardo. Mi madre y yo nos preparamos en tiempo récord. Todavía había que buscar a la abuela, quien no se perdía un juego de los Vaqueros y de seguro ya había rezado unos cuantos rosarios para que la Virgen del Perpetuo Socorro bendijera a los muchachos que representaban a la franquicia de la Ciudad del Chicharrón.
Un “Vaqueros, ahí” resonó en el carro cuando la abuela se montó al buscarla a su casa en la comunidad Braulio Dueño Colón de Bayamón. Durante el viaje, hubo momentos de silencio. Había tensión al interior del carro. En menos de una hora ya recorríamos la PR-3 por el área de los famosos quioscos de Luquillo. Había unos carros con banderas de Ponce estacionados frente a uno de los chinchorros, mientras entusiastas de los Leones compraban frituras y se daban su cervecita.
“Si Ponce gana, empatan con los Bulls con cuatro campeonatos esta década. Tenemos que ganar”, expresé en el carro, mientras el imponente Yunque parecía observarnos augurando una noche tensa en Fajardo.
Hubo otro silencio, hasta que mi abuela intervino con su acostumbrado optimismo. Después de todo, llevaba décadas viendo ganar a los Vaqueros y hasta estuvo presente en los cinco campeonatos consecutivos de la década de los setenta.
“Papito tranquilo, que vamos a ganar. Nosotros tenemos más campeonatos que Ponce”.
Las palabras de la abuela me dieron paz, y en un abrir y cerrar de ojos, ya estábamos en el pueblo de los Cariduros. Mientras nos acercábamos al coliseo, cuatro tipos cargaban una pancarta que leía: “Los Cariduros de Fajardo están con los Vaqueros”. Lo primero que pensé era que lo hacían en solidaridad con su exjugador y ahora canastero de los Vaqueros, Georgie Torres. Años después me convencí de que probablemente era un asunto de política partidista. La serie no solo era entre Vaqueros y Leones, sino que además fue un enfrentamiento entre dos de los alcaldes rivales con mayor influencia en el país.
Cuando finalmente entramos a un atestado Coliseo Tomás Dones, la primera imagen que vi fue una pancarta en la cual se mofaban del alcalde de Ponce y miembro del Partido Popular Democrático, Rafael “Churumba” Cordero. Semanas antes, el Primer Ejecutivo de Ponce pronosticó que el huracán Hortensia pasaría lejos de Puerto Rico. No obstante, el mandatario ponceño se equivocó en su optimismo. Tras el paso del huracán categoría 1 por la isla, un total de 19 personas murieron, principalmente como resultado de las inundaciones que provocó el sistema atmosférico, que tuvo a su centro entrando por el sur de la isla.
“Churum Weather” era lo que decía el cartel que fanáticos de Bayamón mostraban para manifestar su mofa hacia Churumba. De cerca observaban y sonreían el alcalde de Bayamón, Ramón Luis Rivera y su colega de Fajardo, Aníbal Meléndez. Ambos eran del Partido Nuevo Progresista. En algún recoveco del coliseo estaban sus respectivos hijos, quienes años más tarde sucederían a sus padres como los líderes de las dinastías que operaban desde las casas alcaldías.
El ambiente en el coliseo era de júbilo y tensión a las 8:00 p.m. Los Vaqueros tenían un poco más de seguidores en las gradas, pero entre ese grupo había unos cuantos fajardeños a quienes su alcalde movilizó para favorecer al quinteto bayamonés que esa noche vestía de azul como el color de su partido político. Por su parte, el atuendo de los Leones tenía un rojo parecido al de la insignia política de los populares. El alcalde de Ponce era de los que en ocasiones hablaba de mayor autonomía dentro de la colonia y eso aterraba a los anexionistas de Bayamón.
“¿Dónde están los fanáticos de Bayamón? ¿Dónde están los fanáticos de Ponce? Esta noche coronamos a un nuevo campeón del Baloncesto Superior Nacional”, gritó por micrófono el conocido comentarista deportivo, Elliott Castro, ante el abucheo de las huestes de los Vaqueros. Los de Bayamón no querían un nuevo campeón, sino revalidar el título que un año antes obtuvieron precisamente frente a los Leones.
Mi familia y yo logramos sentarnos detrás del banco de los Vaqueros. Cerca de nosotros estaba la famosa Taína. Fueron varios los adolescentes que se le acercaban para pedir su autógrafo. Ella accedía a cada solicitud y hasta se despedía con un beso en el cachete. Los muchachitos se iban con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta los de Ponce la buscaban, aún sabiendo que el apoyo de la mujer, cuyo nombre real es Noris Díaz, estaba esa noche con el equipo de su compañero sentimental.
¡Bola al aire!
El partido comenzó poco después de las 8:30 p.m.
De lejos se avistaba la mesa de transmisión de Tele Once con los narradores Ernesto Díaz González y Johnny Flores Monge.
El partido fue un intercambio constante de delanteras y algunas rachas de puntos para cada equipo. Bayamón hasta le pagó el boleto de avión al joven delantero Antonio “Puruco” Látimer, quien ya había comenzado el semestre académico en los Estados Unidos. El dirigente Flor Meléndez lo trajo de sorpresa como la ficha de suerte para el importante partido frente a los pupilos de su amigo y rival dirigente, Julio Toro.
Ante cada cesta de Bayamón, los de Ponce respondían con sendos canastos de Charlie Lanauze y Toñito Colón. Debajo del tablero los Leones tenían el fortachón de Edgar León, quien durante esa serie casi se va a las ‘pescozás’ con el refuerzo de los Vaqueros, Pete Freeman.
Bayamón ripostaba con la artillería del dominico-boricua Franklyn Western, el veloz armador Michelo Dávila y el veterano Mincy.
“Me huele que esto va a terminar como el rosario de la aurora”, dijo Misis Gladys, mi maestra de ciencias, quien asistió al juego. Cuando se juntaba con la de español en la escuela, estaban como media hora hablando de los Vaqueros y de las proezas de Mincy.
Gladys tenía razón. El ambiente estaba muy tenso. Bayamón ganaba por un punto y tenía posesión cuando restaban 35 segundos de juego. Tras fallar un canasto, el armador Vaquero, Jimmy Ferrer recibe falta faltando 8 segundos. Su equipo estaba en bono, pero Ferrer solo logra una de dos tiradas libres.
La posesión final sería para Ponce. Bayamón dominaba por solo dos puntos. Bobby Ríos bajó la bola a las millas. Su equipo solo necesitaba al menos empatar para provocar un tiempo extra. No hubo tiempo pedido disponible para que Ponce armara una última jugada. Ríos por poco pierde el balón cuando se la pasó a Papote Agosto para un último tiro. Agosto se colocó detrás de la línea de tres para tratar de ganar el juego y acabarle el baile a los Vaqueros sin tener que ir a una prórroga de cinco minutos. El tiro de Papote fue parte de una secuencia que duró los dos segundos más largos que había vivido en un juego del BSN. Mi abuela se tapó la cara para no ver el desenlace de ese último tiro. El banco de los Leones se puso de pie esperando el milagro.
Pero Papote falló y el rebote fue para Georgie Torres. Sonó la chicharra final y Bayamón ganó su segundo título en los noventa.
La fanaticada Vaquera se lanzó al tabloncillo a celebrar. En el lado de Ponce las caras eran de pesadumbre. Se formó un motín detrás del banco de los Leones. Minutos después vi al jugador de los Leones, José “Carita” López, con la frente ensangrentada. Unos tipos de Bayamón comenzaron a lanzar objetos y los de Ponce respondieron. De lejos observé unos cuantos borrachones buscando bulla.
“Siempre hay gente que se pone a beber de más y lo daña”, le comentó mi madre a la maestra de Ciencias.
A Taína la sacaron escoltada del área del público.
“Vaqueros, ahí”, gritaba el público que celebraba el campeonato entre el mar de gente que se aglomeró en el tabloncillo de los Cariduros de Fajardo.
La caravana hacia Bayamón comenzaba a organizarse. Los motores de carros y motoras ya sonaban. Minutos después, bocinas y gritos acapararon la PR-3, en dirección a Carolina.
En menos de una hora, llegamos a Bayamón y mi papá se estacionó en Santa Rosa Mall. Habría tremendo fiestón de madrugaba en el Rancho Vaquero.
“¿Quieres que te compre algo de comer en El Pollito?”, me preguntó mi papá, mientras señalaba al legendario restaurante que abre las 24 horas.
“No tengo hambre”, le respondí. “Deja que vea a Luis Ernesto y a Bolillo en la escuela mañana. En verdad que se guillaron cuando compararon a los Leones con los Bulls de Chicago. Jerome Mincy hoy jugó como el verdadero Jordan boricua”.
“Lo que tú digas”, dijo entre risas mi mamá. “Nos vamos ya mismo que ya es viernes y entras a las ocho a clase”.