Los huesos de Power
Los huesos del prócer, que no se sabe a ciencia cierta si son del prócer, zarparon de Cádiz en el buque escuela Juan Sebastián Elcano hace más de dos años. Llegaron a San Juan algún día de abril de 2013. A su llegada, hubo homenajes, tributos, celebraciones e inventos varios. El Cónsul de España en la Isla vistió su uniforme de gala, digno de un otoño madrileño, pero absurdo para el clima tropical.
Los agasajos sirvieron para insistir en que Power fue el primer legislador electo, con énfasis en lo de electo, como origen de la democracia isleña porque tenemos que demostrar que contamos con una larga historia de democracia, que no se dude.
El carnaval de los huesos sirvió también para reiterar que el señor Power es el padre de la puertorriqueñidad, identidad que también tiene su historia y en el prócer florece por primera vez con todo su esplendor. Ahí viene el cuento del anillo que le da el obispo criollo y nos cansamos de escuchar la misma leyenda. Cuentan la triste muerte del diputado en soledad y miseria, lejos de su terruño. Se detienen en los pormenores de sus llamados logros en las Cortes de Cádiz, resaltando que fue vicepresidente de estas. Pero, quién fue Ramón Power y Giralt. ¿Qué es lo que no cuentan?
No cuentan que en esa selección no participaba ni el 1% de la población. Los miembros de los cinco cabildos que había en la isla, constituían una minúscula elite privilegiada. La presunta elección consistía en que los blancos señores del cabildo (ni pensar en señoras) proponían tres nombres, los echaban en una urna y el que saliera al azar resultaba el diputado «electo». Si ese proceso es una elección y tiene algo de democrático, entonces he vivido muy confundida.
Tampoco dicen que era un arrogante y prepotente. No dicen que al poco tiempo de escogerlo diputado la mayoría de los cabildos se habían arrepentido y le retiraron su apoyo. La principal causa del disgusto descansa en que, de las instrucciones que le dieron, Power seleccionó las que le pareció e ignoró las demás, que al parecer eran muchas. No dudo que los humos que se le subieron a la cabeza tras la designación como diputado influyeran en ese escogido arbitrario pues se creyó el sujeto más importante de la isla, intentado usurpar, incluso, la silla del gobernador en los actos públicos. No dicen que protagonizó varios escándalos sexuales y que él mismo se quejó en una carta al rey de que, estando en San Juan, no podía salir de su casa porque toda la ciudad chismeaba sobre su vida privada.
No dicen que pertenecía a una de las familias más ricas y poderosas de la época, lo que significaba patriarcal, excluyente, explotadora. Su padre, Joaquín Power había sido alférez real, el cargo más caro de los que se compraban en la colonia, indicador de su riqueza y poder.
Poco hablan de que la mayor parte de su vida la pasó fuera de la isla. Se hizo adulto en España bajo la tutela de un tío. Allá se hizo militar del ejército monárquico y regreso al Caribe, mas no a Puerto Rico, a combatir a los independentistas haitianos y dominicanos. A estas tierras solo volvió cuando se presentó la oportunidad de ser diputado. Tratan de mencionar lo menos posible que su familia era esclavista. Lo presentan como un insigne liberal, enfrentado a un Gobernador ultraconservador, anticriollo y extranjero. Pero ni Power era tan liberal, ni el gobernador Meléndez Bruna tan conservador.
Y los logros políticos que le adjudican, ¿de qué se tratan? Dice la historia oficial y repiten muchos frente a los huesos de marras que consiguió abolir las facultades omnímodas, sin explicar que dichas facultades llevaban muy poco tiempo en vigor y su implantación respondió al estado de excepción que la invasión napoleónica impuso.
Desde luego, no dicen cuánto han gastado en pruebas de ADN para fracasar en la identificación de los huesos, en exhumación de cadáveres y en otras minucias por el estilo en las que se han ocupado por más de una década. Que recuerde andan en ese asunto, por lo menos, desde los días en que Carlos Vizcarrondo era presidente de la Cámara de Representantes. Fue ese legislador, más tarde convertido en juez del Tribunal Apelativo, quien comenzó el relajo de los mentados huesos. Tampoco hablaron, ni hablarán de quién sufragó la travesía del buque y la osamenta, ni a cuánto ascendieron los gastos de todo el paripé. Mucho me temo que si hay dinero de la «madre patria» a los indignados españoles no les hace ni pizca de gracia.
El arzobispo de San Juan construyó un embeleco al que llamó «Altar de la Patria», donde descansarían los huesitos anónimos que quieren hacer pasar por los restos del diputado. Pero tuvo problemas con el vaticano y no pudo recibirlos en el altar aquel aciago día de abril de 2013. El entonces secretario de estado, David Bernier, hoy posible candidato a la gobernación, se los llevó a las dependencias que regenteaba. Me pregunto, ¿qué habrá pasado con los huesitos? ¿Dónde estarán? ¿Los habrá recuperado el arzobispo para su altar después de que el nuncio que lo boicoteaba fue acusado de pederastia? ¿Seguirán en el Departamento de Estado? ¿Se los habrá tenido que llevar David para su casa con Alejandra cuando desocupó su oficina?