Los nudos de la madera de los sueños
Ya he hecho en varias ocasiones la anécdota. Hace muchos años, cuando vivía en París, fui en una ocasión al Museo del Louvre con la intención de encontrar ¨El estudiante¨ de Francisco Oller. Desde que era adolescente conocía el cuadro, porque aparecía en alto contraste, tinta negra sobre el blanco del papel, en las bolsas de la librería La Tertulia. Pasé la tarde recorriendo casi incontables salas, sin encontrar ningún rastro del pequeño óleo del puertorriqueño en el que aparece un estudiante (que algunos suponen que tuvo a Ramón Emeterio Betances como modelo) ensimismado sobre un libro junto a una mujer que hace labores de costura. Decidí entonces ir a la mesa de información e inquirir por él. Después de unos minutos de búsqueda, la empleada me indicó que ese cuadro no estaba en la colección del museo, que en el catálogo no aparecía esa pieza ni pintor puertorriqueño alguno.
La respuesta me dejó incrédulo, pues tenía entendido que el propio Oller había legado el cuadro al museo al término de una de sus estadías en la capital francesa. Me costaba comprender, y también me dolía, que se dijera que no había una sola obra puertorriqueña en la colección del museo, en especial si se tomaba en cuenta la participación de Oller en los albores del movimiento impresionista. No solo no había sido un pintor más, sino que había sido amigo de Camille Pissarro y que era responsable de presentarle a este nada menos que a Paul Cézanne.
Entonces no pude arrojar más luz sobre el asunto, pero tiempo después, ya vuelto a Puerto Rico, me enteré de lo que había ocurrido. Efectivamente, cuando acababa una de sus residencias en París, Oller donó “El estudiante” al Museo del Louvre, pero para ese entonces el pintor vivía en una pensión llamada Saint-Jean du Brésil y con esta dirección firmó la ficha que legaba la obra. Perdido en el dédalo inabarcable de la burocracia y la masividad de las colecciones, Oller se convirtió en un oscuro pintor del que no se sabía nada excepto que era brasileño.
En sus últimas décadas, Oller pintó maravillosos bodegones criollos, paisajes de la isla memorables, retratos de los últimos gobernadores españoles y de los primeros estadounidenses. Llegó incluso a pintar sobre pencas de palma a falta de lienzo. Llevó una vida gris y amarga. Probablemente nadie a su alrededor, cuando recalaba por las tertulias de La Mallorquina, podía concebir la fulguración extraordinaria de su vida de artista. Aún hoy, Oller es el gran ausente en cualquier recensión de este periodo fundamental en la historia del arte. Es como si hasta nuestros días fuera imposible concebir que una gran obra artística pudiera surgir de esta isla del Caribe.
Desde Oller y hasta el día de hoy asistimos a esta manifestación de la tragedia puertorriqueña. Vivimos en un país de frágiles instituciones, en una sociedad de la ruina y el abandono, pero también de la depredación económica y el menosprecio propio. La cultura política tribal de la que somos víctimas todos aquellos que no participamos del clientelismo, la corrupción y el mantengo, carece casi por completo de interés por la cultura. Basta traer a nuestra mente una lista larga, que produce pavor y vergüenza, de políticos en altos y bajos cargos, de funcionarios, de empresarios, de figuras públicas. Aun los medios de comunicación se desentienden y nos muestran día tras día un país en el que casi nunca se consigna la publicación de un libro, el montaje de una exposición, la puesta en escena de una pieza teatral, la realización de un concierto. No solamente no se mencionan estos eventos, sino que en los medios de comunicación ha desaparecido casi por completo toda actividad crítica: no hay reseñas, no hay debates públicos, no hay intento alguno de historiar públicamente nuestros esfuerzos. La cultura ha sido raptada y desaparecida, relegada a concebirse como un pasatiempo, una actividad de locos descarriados, de losers de los que ya se disfruta su descenso a la miseria y el olvido. Roberto Alberty, el Boquio, otro de nuestros artistas fundamentales, que llegó incluso a dibujar con la ceniza de sus cigarrillos ya lo dijo elocuentemente: “Según Shakespeare estamos hechos de la misma madera de los sueños; pero los puertorriqueños estamos hechos de los nudos de la madera de los sueños”.
Estoy seguro, pues vengo de la misma cepa, que esto pasó por las cabezas de los que hoy se gradúan de la Escuela de Artes Plásticas. Sé además, que estas circunstancias atravesaron también a padres y familiares que tuvieron que lidiar, o aún lidian, con la obstinada vocación de sus hijos e hijas. ¿Qué hacer en el desierto cuando no se posee más que “los nudos de la madera de los sueños”, cuando todo es aquí más difícil y arduo, más ingrato, más propenso al desprecio y al olvido?
La respuesta, la respuesta corta, la tenemos hoy aquí ante nosotros. Está en las caras que me miran desde el público, en los cuerpos que ya saben lo que puede hacer el color y la forma, la luz y la sombra, el metal, la piedra y la palabra. Parte de la respuesta se encuentra ya en los que hoy celebran su graduación de la Escuela de Artes Plásticas y en la Escuela misma que al graduarlos festeja también su misma existencia. En la sociedad de la ruina y el abandono, del desprecio y la desmemoria de la cultura, en la sociedad que hace pocos años su gobierno redujo en un 70% el presupuesto de la Escuela de Artes Plásticas, nos congregamos en este auditorio porque hubo estudiantes, profesores, empleados, administradores que estuvieron dispuestos a defender el desarrollo humano de los puertorriqueños, a no satisfacerse con nada que implicara la renuncia a la plenitud de su deseo.
El filósofo francés Georges Bataille desarrolló una teoría del erotismo que nada tiene que ver con las concepciones usuales del término. Escribió: “Se puede decir del erotismo que es la aprobación de la vida hasta la muerte”. Curiosamente, en nuestro país, el enorme escritor que es Francisco Matos Paoli dice en su Diario de un poeta: “Aceptar la brutalidad de la existencia: he ahí mi misticismo”. Pienso que esta concepción, compartida por ambos autores, nos ayuda a entender la posición del artista puertorriqueño. Enfrentado a condiciones muy difíciles, cuando no abyectas o incluso criminales (recordemos que Matos Paoli pasó en la década del cincuenta cinco años en prisión por hacer tres discursos), se empecina en dar curso a los deseos de su vocación independientemente de las circunstancias que lo rodean y, que como hemos visto, la mayor parte de las veces lo relegan a los márgenes y lo invisibilizan. Sin embargo, a la triste e indignante lista de los usurpadores de fondos públicos, a esa pretenciosa grey de despreciadores de la cultura, tenemos algo que oponerle, una lista también larguísima compuesta por incontables Oller, Boquio, Matos Paoli, Myrna Báez, Homar, Ramos Otero. La sociedad puertorriqueña no está sola ni indefensa porque existe esa otra lista de sacrificadas figuras ilustres, de sacrificadas figuras casi anónimas.
Preguntémonos que seríamos sin ellos, aun si no hemos visto ni leído su obra. Entonces seríamos plenamente la caricatura indignante que tantas veces confrontamos y que nos presenta como un pueblo ignorante y dócil, salvado de sí mismo por los imperios que decidieron conquistarnos. Sin ellos sería imposible negar esta absurda e indignante falsedad de la que se aprovechan los amos de nuestra política y que escuchamos como un tóxico en boca de compatriotas enorgullecidos con su ignorancia y su violencia, que no se saben víctimas de esa pobreza humana potenciada que es el colonialismo.
Si disponemos de alguna esperanza es porque tenemos una cultura. De una forma muy rara vez vista, Puerto Rico niega la historia común de las colonias. Incapaz de poderse autorrepresentar en más de 500 años, el país vive por la fuerza y la calidad indiscutible de sus artes. Nuestro aislamiento y marginación políticas no han implicado una disminución cultural sino lo contrario. Si bien, como dijera el Boquio, a nosotros nos dejaron “los nudos de la madera de los sueños”, haciendo nuestros sueños arduos y frustrantes, pero también haciendo de nosotros soñadores duros como los nudos de la madera, capaces de aceptar la dureza de la vida hasta hacerla erotismo, hasta convertirla en creación y éxtasis.
Preguntémonos qué sería de nuestra sociedad si no existieran estudiantes de artes plásticas, si no existiera una Escuela de Artes Plásticas, cuando cada alumno que se gradúa, cada día que existe la Escuela, es un testimonio del trabajo y del empeño, de la resistencia y la libertad. Ningún medio de comunicación lo consignará así, pero esta graduación debería ser mañana la noticia de primera plana. En ella se debería consignar que pese a todo, sin casi nada, existimos, perduramos, creamos; que contrario a las circunstancias y los bajos propósitos de sectores de nuestra sociedad, la cultura encuentra un lugar digno y honra el presente recordando la obra de la larga lista de los que nos antecedieron y que acaso también estuvieron aquí o en otros sitios semejantes y que, con los nudos de madera de los sueños de los que escribía el Boquio, fueron haciendo otro Puerto Rico, uno más real que el de los titulares, que el de los políticos, que el de los bonistas, uno que enorgullece por el mero hecho de pertenecernos y de saber que alberga nuestro dolor pero también nuestro gozo, que es testimonio que la cultura que hemos elaborado por siglos no está destinada al silencio y que es capaz de enriquecer también la cultura del mundo. No estamos solos, no estamos abandonados, porque existe gente como ustedes, los que hoy se gradúan, y existen instituciones como esta.
En un muy breve poema titulado “Visión” el poeta Ángel Darío Carrero escribió:
veo cosas
en la sombra
y no es
mi cobardía
Queridos amigos, queridos graduandos, los artistas habitamos las sombras, vemos muchas cosas en ellas. Es difícil, lo sabemos. A veces nadie nos premia, muchas veces a nadie o casi nadie le importa. Pero el artista verdadero continúa hasta la extenuación habitando la brutalidad de la existencia. Si uno se empeña en esto se encuentra la luz. Nuestros ancestros, de Oller a Ángel Darío Carrero, lo demuestran. Seamos sensibles, rigurosos y valientes. Ustedes se gradúan hoy, esta Escuela existe hoy, porque en las sombras que nos han cubierto por cinco siglos hubo gente que vivió sin cobardía en los nudos de la madera de los sueños.
*Conferencia leída en la graduación de la Escuela de Artes Plásticas, 12 de junio de 2015