Ma Rainey’s Black Bottom: el comienzo

Ma Rainey fue una cantante de los años ’20 del siglo pasado a quien llamaban la madre de los “blues”. Puede que la asignación no haya sido correcta, pero según esa música fue evolucionado al jazz, ragtime y “rhythm and blues”, la influencia de la cantante queda plasmada en las otras grandes artistas que le siguieron. Solo hay que escuchar sus discos y los de Bessie Smith, Ethel Waters, o Billie Holiday, para darse cuenta de que las inflexiones de las voces y el fraseo remontan a Rainey. Tal parece que Ma fue el comienzo de todo es arte legendario.
El filme, basado en el drama homónimo de August Wilson, y adaptado a la pantalla por Rubén Santiago-Hudson (de padre puertorriqueño), tiene el ritmo de, como es, una obra de teatro. El título se refiere a una de las canciones predilectas del público de Ma. La cinta detalla un día de grabación en Chicago y la interacción entre Ma (Viola Davis), los músicos, su agente Irvin (Jeremy Shamos) y Mel Sturdyvant (Jonny Coyne) su productor. La tensión se crea desde que Ma llega al estudio en su flamante automóvil y su sobrino Sylvester (Dusan Brown), que le sirve de chófer, lo choca. Sylvester no solo provee de esa manera el límite de tiempo de la obra: cuando el auto esté arreglado todos se marcharán de regreso al sur, sino que sirve como símbolo. La frontera entre norte y sur, aún después de más de 60 años de la emancipación, solo la rompía brevemente la música. El drama también usa la pugna entre Ma y los dos hombres blancos que aparecen en escena como parte del conflicto sin resolver entre negros y blancos que perdura en el siglo XXI.
Según el tiempo pasa también surgen conflictos entre los que han cruzado la “barrera racial”. Dussie Mae (Taylour Paige) una joven que es novia de Ma establece una relación amorosa con Levee Green (Chadwick Boseman), el trompetista de la banda. Levee vive traumatizado por haber presenciado de niño el ultraje de su madre por un grupo de blancos. La narración del horrífico suceso es un momento dramático que acentúa el patetismo de las luchas relativamente triviales entre Ma y el productor. Estas son situaciones que surgen entre artistas y productores de todos colores, pero que aquí están teñidas del intento de explotación de un blanco sobre una mujer negra.
Como drama teatral al fin, el monólogo es un mecanismo importante para propulsar la trama y, por esa razón, el de Levee no es el único. En la situación claustrofóbica en la que se desarrolla la cinta, el recurso va dejando sus palabras como huellas que nos conducen al momento cumbre, el clímax de la obra. Cada historia que escuchamos nos hace más conscientes de los estragos que produce el prejuicio en la psique del receptor del odio. Además, nos muestra cómo induce a conflictos entre los que se suponen que estén unidos contra un enemigo común. Ese es el caso entre Cutler (Colman Domingo) el guitarrista, y Toledo (Glynn Turman) el pianista de la banda pues ambos están en mundos aparte del de Levee. Es así porque su actitud es la de aceptar hasta donde han llegado. Levee quiere, sin embargo, escalar cumbres que el mundo a su alrededor no está dispuesto a concederle. En una escena brillante, por su ferocidad y simbología, Levee no tolera que haya una puerta cerrada (casi clausurada) en el salón de ensayo y pone todo su esfuerzo para abrirla. Lucha contra ella hasta lograrlo, solo para encontrar que conduce a un lugar sin salida.
Con unos dientes falsos llenos de metal y rellenada con un traje “gordo” (es Ma Rainey la que canta), Viola Davis muestra nuevamente que es una de las grandes actrices de su generación. Su Ma Rainey es un volcán de pasiones y una luchadora que no permite que la tomen de ignorante ni por tonta. El respaldo que le presta a su sobrino es muestra de su lucha por sobreponerse a los obstáculos y tratar de triunfar. Es una actuación que, a pesar de ser el centro del drama, no la usa la estrella para opacar a sus colegas.
Todo el elenco es magnífico, pero hay que destacar el Toledo de Glynn Turman, una actuación llena de humildad feroz. La de Chadwick Boseman (Levee) fue su última (falleció poco después de que terminó la filmación, víctima de cáncer del colón). Este actor prometía llegar muy lejos como heredero de Juano Hernández, Sidney Poitier y Denzel Washington (uno de los productores del filme). Su desaparición es una gran pérdida.
Hay que destacar también la dirección de George C. Wolfe, premiado director de teatro que ha sabido usar la cámara y su conocimiento del teatro para darle un ritmo a la obra que no disminuye las sorpresas ni nos aburre con sus momentos predecibles.