Madres paralelas
Janis, una fotógrafa de magacines (Penélope Cruz) tiene como su sujeto al momento a Arturo (Israel Elejalde). Arturo es un antropólogo forense que trabaja en una fundación privada que estudia el legado de los ciudadanos ibéricos a la cultura del país. Además, se interesan por los enterrados en fosas clandestinas durante la Guerra Civil. Ella le plantea la posibilidad de si puede cavar la presunta fosa donde creen que está enterrado su bisabuelo junto a otros de su pueblo, asesinados por la falange. Él promete investigar y ella lo agradece. Una cosa conduce a otra y, sus encuentros en la cama resultan en la generación de un bebé (resulta ser niña). Él, casado, con una mujer enferma de cáncer, no quiere la criatura; ella, desafiante, la tiene.
Lo mejor de “Madres paralelas” son sus actores.
En el hospital, comparte la habitación con Ana (Milena Smit) otra madre soltera quien, contrario a Janis, se lamenta de haber quedado en cinta y de cómo sucedió, pero quiere a su bebé. A pesar de la diferencia en edades, las dos mujeres se amigan. Como resultado, Janis conoce a Teresa (Aitana Sánchez-Gijón) la madre de Ana, una actriz que busca la fama en el teatro. Es curioso, pero no sorprendente, que esté en audiciones para una producción de Doña Rosita la soltera, lo que constituye una referencia a Lorca (a quien ella menciona como una inspiración para haber deseado hacer teatro) y la fosa común con fusilados durante la guerra, que es el tema más fuerte y profundo del filme (aunque no se profundiza).
Hay en los relatos de las tres mujeres una ausencia en sus vidas de la Madre, con mayúscula. Más importante es que, aunque las vidas de las tres mujeres son paralelas –cada cual vive en su mundo–, la inevitabilidad, el “destino”, la ausencia de un hombre constante es sus vidas, y sus desengaños amorosos las hermanan con doña Rosita la solterona. Sin embargo, en vez de la poesía de las flores, Almodóvar se lanza por la tierra del melodrama, y por las encrucijadas de supuestas sorpresas que no lo son. El enigma más recóndito y supuestamente sorprendente, se descubre sin mucho esfuerzo, y sus consecuencias, aunque esconden otro secreto, añaden a que la cinta se acerque más a la novela televisiva que a un drama sobre las vicisitudes de la madre soltera.
De vez en vez, hay algo que nos recuerda que estamos viendo a Almodóvar. La primera vez que Janis y Arturo hacen el amor, la cortina blanca de la habitación se infla con aire y el corte nos lleva a la sala de urgencias del hospital donde Janis va a dar a luz: la síntesis y la economía narrativa a su máxima excelencia. La primera vez que Elena (Rossy de Palma), la mejor amiga de Janis aparece, es su atuendo lo único que tiene tonos rojos en la escena, el color favorito del director, y es ella la que ayuda a Janis a volver a trabajar: el rojo como hermandad y resurrección. Las elipsis son manejadas con la fluidez que reconocemos del director y nos llevan al pasado dejándonos con la sensación que hemos viajado por el tiempo junto a los personajes. Mas también hay idiosincrasias innecesarias: Janis le enseña a Ana a pelar patatas para una tortilla. ¿No hay suficiente intimidad entre ellas para descifrar que la está educando, en vez de una clase de cocina para la TV?
Los mejores intercambios entre las dos mujeres tienen que ver con el legado terrible de la guerra civil. Ana no ha sido educada sobre el suceso. Hay un detalle que funciona como hilo conductor al porqué de esa situación. Su padre es de y vive en Granada, donde murió Lorca asesinado, y su mujer Teresa, la madre de Ana, lo ha “dejado” por Lorca, por el teatro. Es uno de los detalles sublimes y potentes del guion de Almodóvar y constituye un excelente arco para conectar la petición que le hizo Janis a Arturo al principio del filme con su desenlace. Hay que recordar que Almodóvar produjo el magnífico documental “El silencio de otros” (2018), dirigido por Almudena Carracedo y Rober Bahar, sobre este tema, y guarda por los asesinados un respeto y una veneración especial en un país que aún después de tres cuartos de siglo, no ha sanado sus heridas de una guerra fraticida.
Lo mejor de “Madres paralelas” son sus actores. Penélope Cruz encarna a Janis (la nombraron por Janis Joplin) magistralmente. Sus dolores, sus pocas alegrías, y sus convencimientos sobre la dictadura franquista resuenan aún después que uno ha dejado el teatro. Israel Elejalde es un sensible Arturo, cortés, amable y, en lo cierto (tienen que ver para saber). La joven Milena Smit impresiona por su creación de un personaje que anda bastante desenfocado. Aitana Sánchez-Gijón como su madre, es una delicia. Y entonces está Rossy de Palma, que ha dejado de ser un Picasso ambulante para convertirse en un Rubens ibérico a quien no se le pueden quitar los ojos de encima.