Marriage Story
El director guionista Noah Baumbach ya ha visitado el tema del divorcio en su estupendo filme “The Squid and the Whale” (2005), que trató de la separación de sus padres. Cada vez que voy al Museo de Historia Natural en Nueva York y veo la representación de la ballena que se come al calamar gigante, pienso que muchos matrimonios son así: la ballena puede ser femenina o masculina. Baumbach, tal vez inconscientemente, nos va dejando que atisbemos las vidas de Nicole y Charlie y que descubramos los errores que marcan su agitada vida y que cada uno puede ser ballena. Pero lo sobresaliente no son las causas usuales de deslealtad y adulterio (aunque hay algo de eso), sino las diferencias y deseos culturales de ambos. No me refiero a que provienen de dos trasfondos demasiados distintos, sino que cada uno quiere lo que más satisface el intelecto de su profesión: el teatro y el cine. Lo que los tiene unidos, los está separando.
Las aspiraciones de ambos están cortando los lazos de todas las cosas que tienen en común y destruyendo las que complementan sus diferencias. Uno de los mayores impedimentos está relacionado a que la familia de Nicole—su madre y su hermana—, que también han vivido en la carrera de la representación, habitan en Los Ángeles. Inmediatamente sabemos que una movida de ella al otro extremo de la nación va a causar una tirantez adicional entre la pareja. Así es: aparece una oportunidad para ella filmar un piloto para un programa de televisión. De ser exitoso, tendrá que moverse allí para cumplir su contrato.
Aunque han decidido que, de divorciarse, lo harán sin abogados, los licenciados de Los Ángeles viven de eso (es Hollywood, donde el divorcio es parte integral del paisaje). Es inevitable que caigan en manos “expertas”. Ella contrata a Nora Fanshaw (Laura Dern, que parece que ha crecido más); él al truculento y carísimo Jay (Ray Liotta), quien parece haber saltado de ser un abogado de la Mafia, a buscárselas entre los de la farándula. A juzgar por sus honorarios, se las busca muy bien. Como podrán imaginarse estos derroteros agudizan las trifulcas entre el matrimonio y tensan las relaciones buenas que tiene Charlie con la familia de Nicole. Entremedio, pero inclinándose hacia su madre, está Henry que comienza a experimentar el bamboleo de estar unos días con su madre y otras con su padre.
A pesar de las tensiones entre ellos, ambos se comportan civilmente y cumplen (a veces a regañadientes) con sus deberes, dictados por las legalidades a las que están sometidos por los abogados y la corte. La cinta es una crítica severa a las arbitrariedades de las cortes y las leyes de divorcio, que a veces parecen ser más complejas que la buena diplomacia pre-Trump, cuando esta era decente. La búsqueda de datos y detalles para hundir la reputación de uno u otro padre es, no solo destructiva, sino repugnante. Para tratar de sacar ventaja, si alguno toma dos copas de vino o dos whisky, se convierte en “alcohólico”, y un largo etcétera de cosas rutinarias que de pronto están escritas en bronce desde que se dijeron : “él dijo una vez que estaba dispuesto a mudarse al oeste y ahora se echó para atrás”. Y muchos otros absurdos.
Triste, emotiva, graciosa y, a veces, cómica, la película es una especie de “prima” de “Kramer vs. Kramer” (1979), en el sentido que el problema presentado tiene el inevitable barniz de la cultura estadounidense. Pero también está condimentada con algunos granos de una de las obras maestras de Ingmar Bergman, “Scenes from a Marriage” (1973), en particular la versión que se vio en el cine (fue serie de televisión en su comienzo) cuando las peleas se agudizan. Pero los granos de aquella no oscurecen la cualidad de soufflé dramático que a veces adquiere esta. Eso es parte de su encanto.
Las actuaciones de Johansson, Driver y Laura Dern son excelentes. Hay escenas entre los dos principales que, sin ser sentimentales o manipuladoras, entristecen porque representan las debilidades que todos los humanos tenemos sin muchas veces, poderlas remediar.
Hay dos escenas estupendas en las que el filme aspira a ser musical. En una deliciosa la madre (Julie Hagerty), la hermana (Merritt Wever) y Nicole, haciendo alarde de sus dotes teatrales, cantan una canción cómica. En otra, un triste Charlie, acompañado al piano, canta en un bar la canción de Stephen Sondheim “Being Alive” de su obra “Company” (1983) y los desafío a que, aunque sea por un instante, no piensen en lágrimas. También hay varias que los desternillarán de la risa. Una en que la “evaluadora” (Martha Kelly, simplemente genial) asignada por la corte visita a Charlie y a su hijo es una obra maestra de crítica de los sistemas de justicia y de los laberintos que tienen que tomar los que se divorcian. Es, además, un ejemplo de sátira del cual Juvenal hubiese aprobado. No hay premios para escenas, pero esta se lo merece. La escena final de la película es perfecta y amorosa. No se la pierdan; y piénsenlo antes de tomar el paso que no es.