Más vecinos así, y una obra para una actriz
Como “Los Vecinos de Arriba” no hay muchos. Escasean las comedias inteligentes, que nos diviertan y nos provoquen, alentándonos a reflexionar, y que nos muevan algo más. Así que ante tanta escasez, y tanta crisis, es un deleite la oportunidad de disfrutar de un teatro comercial de calidad, fresco y perspicaz. Era fácil esperarlo de un texto del cineasta catalán Cesc Gay, mejor conocido por su filmografía como guionista y director, en la que destacan “En la Ciudad” y la más reciente “Truman”. En sus películas Gay nos había demostrado ese gusto y sentido para las situaciones íntimas y los diálogos, fijando la mirada en la sicología de los personajes. Ya podíamos imaginar sus películas en las tablas.
En este, su primer texto teatral, no se aleja de su estilo y se estrena con éxito. Un texto ligero y agudo. También rico en su ritmo y, como buena comedia, suculento en el juego de réplicas y reacciones. Para que estos aciertos del texto lo sean también en el escenario son necesarias la visión correcta de un director y buenos intérpretes. Tampoco era difícil esperar que esto fuera posible en una producción de Anilom y su productor Omar Torres Molina, quien también funge aquí como el director. Asiduo siempre de buenos textos, sicológicos y contemporáneos, e inclinado por trabajar y dar a conocer a autores actuales de otras latitudes. Es un hombre de teatro comprometido y sensato, con un enfoque decidido. Su gesta como productor es muy valiosa y creo que muy honesta.
Los vecinos de arriba son una pareja de liberales sexuales, que voluntaria e involuntariamente irrumpen en la vida de los vecinos de abajo, un matrimonio convencional en el ocaso silenciado de su relación. La intervención de los primeros, en una noche de compartir propuesta por los segundos, da pie cuasi accidentado para que se rompa el silencio entre el matrimonio moribundo y se destapen sus resentimientos y carencias en constante contraste con la desvergüenza y la novedad de los otros. En un hilar de réplicas, con el mejor timing de la comedia, llegamos a mirar e identificar con ansia las vicisitudes y complejidades que se enfrentan en el ambicioso proyecto de vivir en pareja. En el cual nuestra tendencia al apego nos lleva a empeñarnos pese a los fracasos propios o ajenos. Quizás porque haya un aprendizaje más profundo en todo ello, que aún como especie no resolvemos, o porque sencillamente estamos adoctrinados y en el amor somos obstinados. Entre carcajadas, tal vez, más de un espectador asistió con inquietud a sus propios secretos, miedos y ansiedades. Como la vida misma, la comedia transcurre rozando la tragedia y casi creemos que pueda caer en ella. Goza de unos sutiles momentos de aguda tensión y reflexión que se hacen grandes. Por lo que debo resaltar el trabajo de dirección que, a mi parecer, honra acertadamente el texto.Sumado a un buen texto y una oportuna dirección la cosa es aún más sabrosa cuando otros dos fenómenos que no necesariamente van acompañados se unen a la ecuación. Primero, que un productor y director le dé la oportunidad a una excelente actriz, encasillada en la comedia, a realizar un papel –si bien en clave de comedia– mucho más intenso y trascendente de lo que estamos acostumbrados a verle, y por lo que algunos solo le conocen. Permitiéndonos disfrutar de un gran talento que merece ser expresado y ser visto en toda sus posibilidades más a menudo. Segundo, y es lo que acaba de englobar la experiencia, cuando una obra y un texto se presentan idóneos para el ejercicio y despliegue de un actor o actriz. Si bien la estructura de la obra no resalta el rol de un(a) protagonista, este queda implícito. Por lo que en Puerto Rico, con gusto, podemos decir que la obra es Suzette Bacó. Una actriz natural y viva, que interpreta impecablemente a Ana. Un personaje que vemos crecer en el escenario. Una mujer que se nos pinta dócil y abstraída en su pesar, de una relación y convivencia casi extinta, salvo por un apartamento que se sugiere recién remodelado. Ante la opresión que le viene revistiendo hace mucho tiempo y que espléndidamente reproduce y nos muestra en el escenario, llevándola in crescendo orgánico, aprovecha las condiciones que se le presentan para desnudarse. Bacó logra persuadirnos con la humanidad y cercanía de Ana. Además, nos sitúa expectantes ante lo que no sabemos será su próximo paso de rebelión. Asimismo nos provoca la risa espontánea porque, como se dijera de la actriz española Candela Peña, quien interpretó el personaje en Madrid, no la busca ni la fuerza.
Por su parte, Junior Álvarez en el personaje de Julio, el marido de Ana, nos demuestra una vez más lo que ya estamos habituados a ver. Es un actor con vasta experiencia y dominio. Cuenta además con un físico, así como con un tono y timbre de voz que le brindan cierta seguridad y presencia, que hubiera podido jugar mejor en la construcción de su personaje. Me temo que estrechez en la construcción es precisamente el factor que no le permitió encarnar a un Julio menos uniforme. Julio me parece un personaje indudablemente frustrado, y por ende más amargado y déspota, que lo que Álvarez lo proyectó. Con estas cualidades presentes el sarcasmo del personaje hubiera sido más punzante, esbozando un contraste mucho más rico respecto a la sumisión y posterior alzarse de Ana. Nos reímos, pues el actor tiene maestría en el tempo de la comedia logrando efectividad en el engranaje de contestaciones. Le faltó evolución al personaje para ser más convincente y nutrir de forma natural ese final en el que se acerca a lograr la variación y mostrar otro matiz de su esencia. Quizás Álvarez merezca la oportunidad de encontrarse con un director que lo estimule y rete a salir de su zona de confort.El pretexto para el desarrollo de esta trama – los vecinos de arriba – lo interpretan Kisha Tikina Burgos y Modesto Lacén. Burgos, personifica a Laura, una “sicóloga, porno y aficionada al country” como la describe agudamente Julio. Un personaje como muchos amigos que hoy tenemos, neo-hippies y poliamorosos. Su desvergüenza madura y natural contrasta con la sumisión de Ana. Burgos, quien nos tiene familiarizados a su bien hacer, no nos falla. Estuvo precisa y alejada de los clichés de los que un personaje así pudiera ser presa. Es una actriz viva y versátil que nos interpretó un papel mucho más sencillo y menos visceral que aquellos que sabemos es capaz de encarnar.
Modesto Lacén, por otro lado y para mi decepción, fue la desentonación de la pieza. Un buen actor que pudo haber sido convincente en su caracterización de Brian, el compañero de Laura, bombero y oriundo de Canadá. Tenía muchas expectativas de ver a Lacén en el escenario. Pero encontré un personaje que perdió la humanidad, que estoy seguro él podría aportarle, tomando el camino fácil de la caricatura. Si bien el logrado acento de extranjero rescataba y daba credibilidad a las salidas y respuestas en ocasiones inverosímiles, la exageración de su libertad e insolencia distaba mucho de la naturalidad de los otros personajes. No me creí nunca que fuera un bombero de Canadá. Más bien no supe nunca quién era ni de dónde venía. Además, la selección de su vestuario en combinación con su movimiento descarado fue un desatino a mi entender. Por momentos parecía más el estereotipo de un nuyorican. Lacén desaprovechó la oportunidad de explorar y construir un personaje de un cinismo más complejo que le hubiera permitido regalarnos mejor su talento. Lamenté ver un buen actor, que pienso serio y respetuoso con su arte y lo que escoge realizar, intentando hacer comedia al estilo de programa televisivo de mediodía. Fueran o no estas sus elecciones como actor, su dirección fue desacertada.
El acierto absoluto de esta propuesta, como dije antes, es la interpretación impecable del texto por parte de su director. La habilidad para recrear la hilaridad y el ritmo necesario. El tránsito de la comedia, rozando la tragedia, en una alternancia de tonos que mantiene al espectador despierto. Como buena e inteligente comedia se enriquece con un final igual, abierto y de doble lectura para el espectador. Estuve en una sala llena de un público general bien presente y conectado que ovacionó de pie el trabajo. Fue complaciente ver a ese público, en su mayoría asiduos de un teatro comercial, cómo aplaudían agradecidos y contentos una comedia lejos de lo vulgar, trivial y corriente. Es una gran satisfacción cuando se le ofrece al público este respeto; y la ocasión, a muchos, para que descubran que la comedia no es una sarta de palabras soeces para buscar y forzar la risa. Ojalá se repita más tiempo, que pudiera contar con un diseño de producción y escenográfico más sugerentes, y que se logre un cartel que le haga justicia. ¡Enhorabuena y adelante!