Medellín y la voz profética
“¡Levanta la voz por los que no tienen voz!
¡Defiende los derechos de los desposeídos!
¡Levanta la voz y hazles justicia!
¡Defiende a los pobres y menesterosos!”
Proverbios 31:8-9
No es sencilla ni simple la lectura de las sagradas escrituras. Su estudio atento y cuidadoso tiende a ser provocador y perturbador. Con excesiva frecuencia, hace añicos nuestras acomodadas actitudes, inclinaciones y perspectivas. En palabras de Amos Elon, uno de mis escritores israelíes preferidos: “La Biblia… a diferencia de los libros de otros pueblos antiguos, fue… escritura de un pueblo insignificante y remoto –y no la literatura de sus gobernantes–, sino de sus críticos. Los profetas de Jerusalén rechazaron aceptar el mundo tal como era. Inventaron la literatura de la disensión política y, con ello, la escritura de la esperanza.”[1]
A diferencia de muchos textos sagrados de la antigüedad, la Biblia hebrea no es un himno de exaltación ni glorificación de los poderes imperantes. Proviene más bien de la angustia de la derrota, de las crueldades propiciadas por la violencia de la guerra o las inclemencias de la opresión. Su matriz de origen es el cautiverio y el exilio del pueblo de Israel a manos de poderosos imperios vecinos – Egipto, Asiria, Siria, Babilonia, Persia, Macedonia o Roma. Es el testimonio de un pueblo devastado y desplazado. La pregunta “¿por qué Dios nos ha abandonado?” es el gran dilema teológico y político del Antiguo Testamento. Las escrituras sagradas hebreas se redactaron desde la perspectiva del cautiverio y la desposesión.[2] Convocan a la memoria, el lamento y la fidelidad. También a la esperanza.[3]
El Nuevo Testamento procede asimismo de trágicas catástrofes: la crucifixión de Jesús, la devastación de Jerusalén por el ejército imperial romano y la persecución y dispersión del todavía pequeño grupo de seguidores del Nazareno. El desgarrador clamor de Jesús en la cruz – “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” – resume dramáticamente el amargo grito de dolor que desde la esclavitud en Egipto hasta los perseguidos del Apocalipsis neotestamentario expresa las penurias de los hombres y mujeres martirizados por quienes se creen dueños y señores de la historia.
De las tragedias del pueblo de Dios y de sus anhelos de redención surgen nuestras escrituras sagradas, la matriz literaria forjadora de nuestra identidad y nuestras esperanzas. Es un desafío ineludible la permanencia de la voz profética, que se elimina cuando se entiende exclusivamente como predicción cristológica, en el demasiado popular esquema tipológico de “promesa – cumplimiento”. Conservar el Antiguo Testamento, en nuestro canon, conlleva preservar la vocación profética del pueblo de Dios. Su silenciamiento o marginación conviene únicamente a quienes pretenden eternizar sus privilegios de dominio y mando.
Esto quiere decir, por consiguiente, que el asunto clave de la liberación se ve en la Biblia siempre desde la perspectiva de la servidumbre (en Egipto), el cautiverio (en Babilonia), la dispersión forzosa (por todo el imperio romano) o la miseria impuesta (en el interior de Israel mismo). La esperanza de la emancipación procede de la experiencia de la historia humana como tragedia. El ansia de redención es, por tanto, perspectiva clave irrenunciable al leer e interpretar las escrituras.[4] Como hace varias décadas escribió el teólogo mexicano José Porfirio Miranda, “casi no hay un solo pasaje bíblico que describa a Yahvé… y se abstenga de mencionar a los pobres y oprimidos por cuya liberación hace Yahvé la guerra a los opresores e injustos…”[5]
En ese balance de riesgos y ganancias, resulta decisiva la tradición escrituraria profética. Veamos brevemente algunos de los rasgos y matices claves de la voz profética bíblica.
1. La voz profética se caracteriza por su condena firme y radical de múltiples poderes gobernantes a causa de la sistemática y continua opresión política, social y económica que propician y ejercen (Isaías 1:10-23; 2:2-4; 3:13-15; 10:1-2; 58:1-10; 61:1; 65:17-25; Jeremías 7:1-7; 22:1-17; 34:8-22; Salmos 72:1-4, 12-14; 82:2-5; 85:10-11; 146:5-9; Miqueas 2:1-5; 3:1-4; 4:1-4; Amós 2:6-16; 3:9-15; 5:18-24; 8:4-10; Ezequiel 22:6-7, 12, 23-31; 16:49; 34:1-10).[6] Incluso respecto a Sodoma el profeta Ezequiel condena el pecado de esa legendaria ciudad de una manera distinta a la que hoy acostumbramos oír: «Este fue el crimen de tu hermana Sodoma: orgullo, voracidad, indolencia de la dulce vida tuvieron ella y sus hijas; no socorrieron al pobre y al indigente» (Ezequiel 16:49). La voz profética repudia y transgrede toda estructura de dominio opresor, sobre todo aquella que intenta legitimarse arguyendo ideologías nacionales o religiosas.
2. La solidaridad con los desvalidos, desamparados, oprimidos y vulnerables emerge como criterio hermenéutico y epistémico central en el reiterado juicio profético de los poderes establecidos. ¿Quiénes son los desvalidos? En esa amplia categoría se mencionan reiteradamente aquellos miembros de la comunidad que necesitan el amparo colectivo para subsistir con libertad y dignidad social: los pobres, los huérfanos, las viudas y los forasteros. El salmo 72, posiblemente un himno de coronación expresivo de la ideología dominante de la dinastía davídica, configura la monarquía, a resguardo de la voz profética, como guardiana de la solidaridad con los menesterosos y oprimidos.
3. Se resalta la memoria del éxodo como evento emancipador paradigmático y fuente generadora de las normas de justicia social (Deut. 5:15; 15:15; 24:18, 22; Miqueas 6:4). El éxodo define a Dios como libertador y a Israel como el pueblo que debe preservar fielmente el recuerdo de su liberación. No debe, por consiguiente, existir opresión alguna en el pueblo liberado por Dios de la esclavitud. Ese es el objetivo de la celebración anual de la pascua (Deut. 26:1-11), como ceremonia litúrgica que conmemora la liberación de los esclavos hebreos de la opresión egipcia.[7] No se trata únicamente de rememorar el evento fundante y fundamental del éxodo, sino ante todo hacer de esa memoria la piedra de toque de una sociedad donde imperen la equidad, la justicia y la solidaridad.
4. El tono anti-imperial que asume la voz profética en estos textos sagrados surge de un pueblo cuya historia discurre siempre a la sombra y al margen de diversos poderes imperiales que continuamente lo subyugan. Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Macedonia, Roma constituyen el horizonte de dominio imperial que desgarra la vida colectiva de las comunidades bíblicas,[8] pero que, paradójicamente, configura también la fuente de sus ansias y reclamos de liberación.[9]
5. Uno de los rasgos principales de la voz profética es la crítica a las dos posibles evasiones religiosas de la responsabilidad ética: la farisaica de la idolatría de la letra sagrada y la sacerdotal de las normas litúrgicas. Se mantiene, a través de toda la Biblia, una tensión perpetua entre texto canónico, templo/culto y palabra/profecía. Es la solidaridad con los desvalidos y excluidos el rasgo que predomina y articula la memoria y las esperanzas del pueblo de Dios. De ahí procede la amarga crítica de Jeremías a la adoración religiosa en el templo desprovista de la justicia y la solidaridad con los menesterosos (Jer. 7:1-6).
6. Hay en la voz profética un vínculo íntimo inquebrantable entre la búsqueda y preservación de la justicia y la visión escatológica de la paz (Miqueas 2:1-5; 3:1-4; 4:1-4 e Isaías 1:10-23; 2:2-4; 10:1-2; 58:6-7; 61:1; 65:17-25). La lectura cuidadosa y crítica de la biblia evoca continuamente la imaginación profética de un mundo inédito, oculto tras los velos de la injusticia: un mundo donde la rectitud social y el respeto a la plena humanidad de todos los hijos e hijas de Dios logren primacía histórica.[10] Un mundo inédito pero anhelado, en el que los pueblos puedan edificar sus casas y habitarlas en paz, sembrar su trigo y comer su pan serenamente, plantar sus viñas y deleitarse del vino que tanto disfrutaba el Jesús nazareno.[11]
7. La vida de Jesús, como bien ilustra el inicio de su ministerio (Lc. 4:16-19) y algunas de sus inquietantes parábolas, como la del buen samaritano (Lc. 10:25-37) y el juicio de las naciones, (Mt. 25:31-46), no puede ser adecuadamente entendida si se deslinda de esa tradición profética. En este último texto, Jesús adelanta la peculiar tesis de que la acogida y solidaridad a los desvalidos y menesterosos constituye una presencia sacramental cristológica. Ha sido Walter Brueggemann quien en su texto clásico sobre la “imaginación profética” insiste en la necesidad de estudiar al Jesús de los evangelios como culminación de la doble tradición profética, de crítica radical a los poderes establecidos y provocación de una esperanza inusitada.[12] Y ha sido Jon Sobrino quien ha extraído de esa visión el principio clave de una hermenéutica desde la perspectiva de las víctimas.[13]
Esa valoración crítica de las escrituras sagradas es fundamento esencial de algunas de las aseveraciones principales incluidas en las conclusiones de la segunda conferencia general del episcopado católico latinoamericano, efectuada en 1968, en Medellín, Colombia. Citemos algunas de ellas, las cuales tienen tanta relevancia y urgencia hoy como hace medio siglo.
“Existen muchos estudios sobre la situación del hombre latinoamericano. En todos ellos se describe la miseria que margina a grandes grupos humanos. Esa miseria… es una injusticia que clama al cielo…”
“Es el mismo Dios quien, en la plenitud de los tiempos, envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes a que los tiene sujetos… la injusticia…”
“La búsqueda cristiana de la justicia es una exigencia de la enseñanza bíblica.”[14]
“El subdesarrollo latinoamericano es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la paz… pocos tienen mucho (cultura, riqueza, poder, prestigio), mientras muchos tienen poco… América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada.”
“A nosotros, pastores de la Iglesia… nos corresponde… defender, según el mandato evangélico, los derechos de los pobres y oprimidos… denunciar enérgicamente los abusos y las injustas consecuencias de las desigualdades excesivas entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles… denunciar la acción injusta que en el orden mundial llevan a cabo naciones poderosas contra la autodeterminación de pueblos débiles…”[15]
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[1] Amos Elon, Jerusalem: Battlegrounds of Memory (New York: Kodansha International, 1995, 19, mi traducción).
[2] Daniel L. Smith-Christopher, A Biblical Theology of Exile (Minneapolis: Fortress Press, 2002).
[3] Hans de Wit, En la dispersión el texto es patria: Introducción a la hermenéutica clásica, moderna y posmoderna (San José, Costa Rica: Universidad Bíblica Latinoamericana, 2002); Leonardo Boff, Teología desde el cautiverio (Bogotá: Indo-American Press Service, 1975).
[4] Luis N. Rivera-Pagán, “God the Liberator: Theology, History, and Politics,” In Our Own Voices: Latino/a Renditions of Theology, edited by Benjamin Valentin. Maryknoll, NY: Orbis Books, 2010, 1-20.
[5] José Porfirio Miranda, Marx y la Biblia: crítica a la filosofía de la opresión (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1972), 150.
[6] Walter J. Houston, Contending for Justice: Ideologies and Theologies of Social Justice in the Old Testament (London: T & T Clark, 2008).
[7] Jorge V. Pixley, Éxodo, una lectura evangélica y popular (México, D. F.: Casa Unida de Publicaciones, 1983).
[8] Richard A. Horsley (ed.), In the Shadow of Empire: Reclaiming the Bible as a History of Faithful Resistance (Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 2008).
[9] Norman K. Gottwald (ed.), The Bible and Liberation: Political and Social Hermeneutics (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1983).
[10] Walter Brueggemann, The Prophetic Imagination (Second Edition) (Minneapolis: Fortress Press, 2001).
[11] Luis N. Rivera Pagán, “La utopía bíblica de la paz: anotaciones críticas a la hermenéutica latinoamericana,” Hacia una fe evangélica latinoamericanista: una perspectiva bautista, editado por Jorge Pixley (San José, Costa Rica: Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1988), 183-200; Luis N. Rivera Pagán, Entre el terror y la esperanza: Apuntes sobre la religión, la guerra y la paz, Conferencia Magistral 2003-2004 Cátedra UNESCO de Educación por la Paz, (Universidad de Puerto Rico, 2004), 29-56.
[12] The Prophetic Imagination, 81-113.
[13] Jon Sobrino, La fe en Jesucristo: Ensayo desde las víctimas (Madrid: Editorial Trotta, 1999), 59-85.
[14] Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio, Vol. II: Conclusiones (México: Librería Parroquial, 1976), 51-53.
[15] Ibid, 65, 72, 75-76.