Mi Agustín Stahl: de la escuela al libro
La llegada a mis manos de la reedición en tres volúmenes de una importante obra de Agustín Stahl (1842-1917), [Dr. Agustín Stahl, Estudios para la flora de Puerto Rico, Facsímil ilustrado de la primera edición (1883-1888), Compilado y anotado por Pedro Acevedo-Rodríguez, Washington, Smithsonian Institution, 2015], me hizo repetir este ejercicio nemotécnico. Sabía quién era Stahl, pero ¿cuándo oí por primera vez su nombre? Intenté recordarlo: tuvo que ser en mi infancia y para mí, entonces, Stahl era meramente una escuela elemental a la que no fui porque mi tía Pilín, quien era maestra de primer grado, me matriculó en la que también lleva el de otra ilustre aguadillana, Carmen Gómez Tejera (1890-1973). En esos años de infancia y sin saber quién era el uno ni la otra, imaginaba una diferencia, hasta una rivalidad, entre esos dos nombres meramente porque uno era el de mi escuela y el otro no. Más tarde el de Gómez Tejera fue eclipsándose injustamente, mientras que el de Stahl lo seguía identificando con la escuela y con una calle a la entrada del pueblo. Ya cuando pude investigar o, mejor, averiguar más supe que doña Carmen quedaba asociada a mi familia ya que algunos de mis parientes mayores la llegaron a tratar, hasta la conocieron bien. Stahl, en cambio, era más lejano, más legendario, pero más distinguido.
¿Quién era Stahl? Le pregunté a mi abuelo Tule y me enteré que fue médico y científico. Ya, cuando comencé a interesarme por la historia, supe que él y su familia formaron parte de una emigración de alemanes que vinieron a Aguadilla para establecerse como exportadores de café a Europa. Los lazos de mi pueblo con ciertos puertos alemanes eran entonces concretos y efectivísimos debido a esas compañías exportadoras de café. (Cuando leí El tambor de hojalata veía que se mencionaba el preciado grano que era casi de oro durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania, no podía dejar de imaginarme que el mismo venía de Lares o San Sebastián y que había salido para Dánzig desde el puerto de Aguadilla…) Stahl cobraba así más realidad; dejaba de ser el nombre de una escuela, el de una calle, el de un lejano científico y era, ahora, una persona con quien compartía orígenes.
La primera vez que Stahl llegó a adquirir para mí verdadero sentido humano fue cuando llegué al curso de historia de Puerto Rico en la universidad y mi profesora, doña Isabel Gutiérrez del Arroyo, a quien tanto debo, habló del compromiso político del científico con la lucha por la independencia. En clase doña Isabelita transformó para mí a Stahl en un ser humano concreto y simpático pues contaba que siendo ella niña en Bayamón este había sido su vecino. Recordaba su persistente acento alemán y su cariñoso trato para ella y sus hermanas. Luego supe que para esos años doña Isabel trabajaba en una monografía sobre Stahl que se publicó un poco más tarde, en 1976.
Esa concreción que le dio mi maestra al personaje histórico lo hizo aún más real para mí. Llegué a admirarlo y a verlo como un ser concreto y hasta cercano, pues me lo imaginaba de adolescente, antes de partir a estudiar en Alemania, caminando por la Calle Marina donde estaban los almacenes de café en los que se guardaba el preciado grano que salía rumbo a Europa en barcos anclados ahí al frente, en la bahía de Aguadilla. Cuando caminaba yo por esa misma calle ya solo quedaban pocos de esos edificios de sobria arquitectura, de fachada sin adorno, casi militar, donde dominaban dos o tres grandes puertas de metal en forma de arco de las que colgaban largas aldabas que yo empujaba para que se movieran como péndulos. Pero cuando yo caminaba por esa calle ya todo el comercio que atrajo al pueblo a esas familias alemanas había desaparecido. Stahl se convirtió entonces en un fantasma histórico y, sobre todo, en un deber nunca cumplido, pues siempre me había dicho que tenía que buscar y leer algunos de sus libros, aunque me fueran incomprensibles por tratarse de arcanos tomos sobre la flora insular. Pero la asignación autoimpuesta siempre se quedaba en la lista de deberes por cumplir.
Por ello mismo respondí entusiastamente a una nota que llegó a mis manos casi por accidente: el Smithsoniam Museum reeditaba Estudios para la flora de Puerto Rico de Stahl y el Museo de la Historia de la Medicina y las Ciencias de la Salud de Puerto Rico lo distribuía en la Isla. A principio creí que era el museo puertorriqueño el que hacía la reedición, pero luego descubrí, tras una larga espera por el arribo de los volúmenes, que solo los distribuía y que los pude haber adquirido directamente del Smithsonian. Sea como sea, la labor de las dos instituciones es encomiable y les estoy agradecido por ella, pues por su esfuerzo pude llegar a estos hermosos tomos de la obra de Agustín Stahl quien pasó así, poco a poco, de ser una escuela a ser una calle a ser un ser humano, primero distante y luego más concreto, a ser un libro concretísimo que tengo ahora el placer de tener en mis manos para ojear, leer y anotar. Podía así por fin cumplir mi asignación tantos años postergada.
Pero Estudios para la flora de Puerto Rico se convierte en una gran revelación, no solo en un deber cumplido. El libro recoge seis opúsculos que Stahl publicó del 1883 al 1888. Pocas bibliotecas los conservan. La reedición es aún más valiosa porque incluye reproducciones de las hermosas acuarelas que Stahl mismo pintó para ilustrar sus descripciones de las plantas que clasificaba y que no aparecían en la primera edición ya que esta era muy modesta. Estos tres tomos, una joya bibliográfica, vienen acompañados por un estudio sobre la vida del botánico de Eduardo Rodríguez Vázquez, director del Museo de la Historia de la Medicina, y otro sobre su obra de Pedro Acevedo Rodríguez, del Smithsonian. Ambos, especialmente el segundo, son de importancia y ayudan a situar a Stahl en el contexto de la historia de la ciencia en América Latina.
El trabajo de Rodríguez Vázquez resume de manera muy efectiva la investigación de otros estudiosos, especialmente la de Gutiérrez del Arroyo, oriunda de Bayamón, y la de Herman Reichard, de Aguadilla y descendiente de una de una de esas familias alemanas decimonónicas que estuvo relacionada con la de Stahl. (Aguadilla y Bayamón: los dos pueblos que reclaman al científico.) Hace falta todavía más investigación sobre la vida del “Padre de las Ciencias Naturales en Puerto Rico” (3), como lo llama muy correctamente Rodríguez Vázquez. Pero ya su estudio introductorio destruye mitos que siempre había aceptado. ¡Stahl no nació en Aguadilla, donde se le reclama como hijo ilustre! Nació en Curazao, de padre alemán y madre holandesa. El mito del nacimiento aguadillano persiste y en el Internet todavía se dice que nació en mi pueblo. Llegó a este pueblo muy niño y a los tres años fue bautizado por el rito católico pues sus padres eran originalmente protestantes, pero para emigrar a la isla y recibir los beneficios de la Real Cédula de Gracia de 1815 tenían que convertirse al catolicismo. ¡Aguadilla vale una misa! (En este caso vale un bautizo…)
Los datos que Rodríguez Vázquez nos ofrece sobre la vida de Stahl caben perfectamente bien en el contexto de nuestra historia de la segunda mitad del siglo XIX cuando la emigración de europeos no españoles – alemanes, rusos, corsos – marcó nuestra economía y, por ende, el curso de nuestra historia. Rodríguez Vázquez termina su introducción con un hermoso y revelador incidente: la defensa hecha por Stahl de Maceo tras su muerte y de la guerra de independencia cubana, hecho que le ganó el exilio a la República Dominicana, exilio breve porque unos meses más tarde la Isla pasó a manos de los Estados Unidos y Stahl pudo regresar a su patria. Casi dos décadas más tarde murió en Bayamón, pueblo donde está enterrado. (Bayamón, como Aguadilla, lo reclama como hijo ilustre. ¿Lo reclamará también Curazao o jamás se habrá oído allá el nombre de nuestro científico?)
La labor de Acevedo Rodríguez se presta a más originalidad ya que es un comentario directo de la obra de Stahl y no una recopilación de investigaciones anteriores, aunque se vale efectivamente del trabajo de otros historiadores de la ciencia. Establece que Stahl es “el mayor expositor de la botánica que tuvo Puerto Rico durante el siglo 19” (17). Ve su obra en el contexto de la investigación científica española y caribeña y recalca las conexiones de Stahl con colegas europeos de su momento, especialmente con los alemanes. Acevedo Rodríguez cuenta las peripecias de la publicación de los opúsculos que componen el libro y presta especial atención a las acuarelas que Stahl produjo para el mismo y que solo ahora acompañan el texto. Desafortunadamente se han perdido muchas. Es una pena también que Acevedo Rodríguez no le preste atención a la introducción de Stahl a sus opúsculos porque en ella plantea su método y su filiación científica.
Aclaro que obviamente no me acerco a estos tres volúmenes desde la perspectiva de un historiador de la ciencia – pienso que esa labor la puede hacer alguien como José Rigau Pérez o María M. Portuondo, estudiosos de la ciencia latinoamericana – sino con el entusiasmo de un lector ávido a quien le apetece casi toda manifestación cultural y como lector que ha aprendido las lecciones de los llamados estudios culturales. Me acerco, pues, a la obra de Stahl como otra manifestación más de nuestra cultura en el siglo XIX y en ese contexto la coloco y la leo. Por ello, y usando las claves que Acevedo Rodríguez y Rodríguez Vázquez nos ofrecen, me dirijo al texto mismo de Stahl con la esperanza de entender mejor el Puerto Rico del siglo XIX a través de sus propias palabras.
Obviamente la inmensa mayoría de los tres volúmenes lo compone un inventario de nuestra flora, inventario y descripción de plantas que se redacta de manera escueta y en términos científicos. No son estas las partes del libro que más me interesan porque no soy botánico. Me interesan enormemente unas pocas páginas al comienzo del primer volumen donde Stahl expone sus propósitos y reconoce el contexto en que se establece su investigación. Esas páginas son reveladoras y muy ricas. Por ello es que me sorprende que Acevedo Rodríguez no las haya explorado en su estudio introductorio. Aclaro que obviamente no agotaré aquí su contenido; otros investigadores deberán prestarle atención a las mismas porque desde otros ángulos – el científico, el histórico, el autobiográfico – hay mucho que se puede decir sobre ellas.
En estas páginas Stahl hace un resumen de lo que se había dicho hasta entonces sobre el tema de la flora boricua; hace lo que hoy llamamos una revisión del estado de la disciplina. Pero en esta se filtran ideas muy interesantes que sirven para retratar al propio autor. En primer lugar hallamos allí una queja del “hombre vulgar” (3) quien solo ve en las plantas un posible uso práctico y quien es incapaz de ver en la naturaleza belleza o una puerta de entrada a la ciencia. Stahl se dirige, en cambio, a “los amantes del estudio de la naturaleza”, al “hombre pensador” (3). Detrás de estas aseveraciones subyace una visión de la naturaleza como fuente de lo sublime, palabra clave que él mismo emplea. Y detrás de esta imagen de la naturaleza que presenta Stahl – “…en la naturaleza todo lo creado se combina formando un precioso y armónico conjunto…” (7) – y, además, detrás del empleo directo del concepto de lo sublime podemos ver claramente la asimilación de las ideas de Alexander von Humboldt (1769-1859), científico y pensador que Stahl conocía muy bien y cuya obra permeó casi todo el pensamiento europeo y americano del siglo XIX.
Pero la imagen que Stahl ofrece de la naturaleza está anclada en su investigación de la flora boricua. Lo importante es que, según él, de una realidad concreta, nuestra flora, se puede llegar a la abstracción, a leyes científicas. Sus palabras apuntan, pues, a otros paralelismos importantes para entender su visión de la naturaleza. Cito a Stahl y mantengo su escritura decimonónica y muy personal:
En medio de esa infinita variedad de objetos con que la naturaleza ha favorecido nuestra rica y galana Flora, el hombre que quiere familiarizarse con ella y conocer bien tan múltiples y variados seres, antes de estudiar uno á uno cada vejetal, refiriendo cada especie al género aceptado por los naturalistas, colocándolos luego en familias correspondiente, y estableciendo botánicamente el órden general, necesita antes de venir á estos extremos de análisis, tener primero una idea general que sintetice esos cuadros… (5)
En este pasaje establece la necesidad del rigor científico. Pero escondida en su propuesta está una imagen de nuestra naturaleza que el científico compartía con los poetas del momento: “nuestra rica y galana Flora” es muestra de ese “borinqueño Edén” que aparece plasmado por toda nuestra poesía del siglo XIX. Stahl propone un acercamiento científico y no una celebración poética, pero la lección sobre lo sublime y sobre la unidad de la naturaleza aprendida en la obra de Humboldt lo lleva a proponer esa imagen muy típica del momento. La ciencia y la poesía, pues, servían para impulsar una imagen bella, sublime, edénica de nuestra realidad física, imagen que iba a servir de base para construir la nación. Stahl se acerca a esa realidad desde la botánica, pero en el fondo no se separa o no se distancia mucho de sus contemporáneos que se acercaban a la misma realidad nacional desde la poesía. Su “rica y galana Flora” no está muy lejos, por ejemplo, de los versos de Gautier Benítez donde se presenta a Puerto Rico como “la de los blancos almenares, / la de los verdes palmares, / la de la extensa bahía”. Ciencia y poesía se dan la mano para alabar desde distintas perspectivas la patria y para ir así imaginándola.
Pero gran parte del primer opúsculo está dedicado a un breve comentario de todo aquel que había tratado el tema de la naturaleza de las Antillas, desde Fernández de Oviedo y Las Casas, hasta los alemanes y franceses contemporáneos de Stahl con quien estaba en contacto. Aunque algunas parecen referencias sacadas de otros libros, la lista es larga y sorprende porque nos hace preguntarnos cuántos de estos tenía a mano Stahl. La lista presupone una biblioteca rica y puesta al día. ¿Dónde y cuándo manejó estos textos nuestro botánico? Pero también la lista revela las afinidades intelectuales del científico. Al comentar libro por libro esa bibliografía llega a la obra de von Humboldt a quien llama “[e]l más conocido, el más célebre y el más erudito de todos los naturalistas de este periodo” (15). Estas palabras explican mucho de esta preñada introducción de Stahl a su labor botánica.
Es curioso además que en la larga lista, además de apuntar la contribución de cada científico al campo de la botánica antillana ofrece, en muchos casos, detalles sobre su vida, detalles que no vienen al caso y que a veces suenan cómicos, muchas veces irrelevantes y siempre intrigantes. “Su participación en las revueltas políticas y religiosas le hicieron perder el empleo”. (17) “…murió en Munich, legando 45,000 florines á la Academia de ciencias”. (19) “…murió en París, destrozado el pecho por un carro”. (20) Leo esos curiosos e irrelevantes datos sobre los científicos que comenta como prueba sobre su erudición y como una manera indirecta de hacer más cercana y humana la ciencia que practica: esos científicos tenían también una vida y una historia.
Mucho más se esconde en estas páginas de Stahl. Ya no hablo de las muy densas donde cataloga la flora boricua; esas las dejo para otros con las herramientas apropiadas para explorarlas desde la perspectiva de la botánica. Apunto solo a las páginas que me sirvieron para ver a este científico distante que poco a poco fui entendiendo mejor y que ahora leo por primera vez. Creo que estas primeras páginas de Estudios de la flora de Puerto Rico debían incluirse en una antología del pensamiento puertorriqueño del siglo XIX porque sirven para hacernos ver cómo se fue construyendo nuestra nación, desde la perspectiva científica en este caso. Y estas páginas sirvieron para darme una imagen más viva del aparentemente distante botánico.
Pero debo ser honesto; debo hacer claro que ya iba predispuesto a ver a Stahl no solo como el viejo fundador de nuestra ciencia sino como un pensador y artista que cabe perfectamente bien en nuestros días. Así fue, porque antes de tener en mis manos los tres volúmenes Estudio para la flora de Puerto Rico había visto una magnífica exposición de dibujos de Rafael Trelles donde este parte de las reproducciones de las acuarelas de Stahl para crear dibujos muy originales que, con elementos fantásticos y hasta surrealistas, construye a partir de los de Stahl. Los de Trelles hablan muy elocuente y paradójicamente sobre nuestra realidad concreta, la de hoy, pues hacen referencia a la raza, a la destrucción del medio ambiente, a la condición política colectiva y, en última instancia, a la del artista mismo. En el fondo, estaba preparado para leer a Stahl desde una óptica nueva porque ya Trelles me lo había sugerido, posibilitado y hasta enseñado con sus magníficos e intrigantes dibujos.
Trelles crea una nueva realidad estética a partir de los aparentemente secos dibujos científicos de Stahl. El artista mismo confiesa sus propósitos: “Decidí intervenir la obra de Stahl introduciéndole elementos simbólicos para subvertir la intención científica de sus acuarelas y vincularlas a una concepción mítico mágica de la naturaleza”. (Rafael Trelles, Flora: Un encuentro con las acuarelas de Agustín Stahl, San Juan, Galería San Juan Bautista, 2015, p. 7). Trelles dice ir de la ciencia al arte, pero Stahl recorría ese mismo camino sin así proponérselo ya que sus acuarelas son más que ilustraciones botánicas; son muestras de su elevado gusto estético. (¿Habrá pintado más sobre otros temas por mera diversión? ¿Habrá paisajes o retratos hechos por Stahl? Talento tenía para hacerlo y, según Pedro Acevedo Rodríguez, había aprendido a pintar ya desde su infancia).
Hay que apuntar, aunque solo sea de pasada, que los dibujos del botánico mismo contienen fuertes elementos estéticos. Es algo paradójico pues la intención de Stahl no fue crear un obra de arte sino ofrecer una prueba científica que apoyara su observación de la flora boricua. A pesar de ello, sus acuarelas son artísticas y responden a principios estéticos del momento. Esto ocurre con los dibujos científicos en general. Quien quiera una prueba magnífica de este hecho solo tiene que buscar las bellísimas ilustraciones de la flora colombiana que diversos artistas hicieron para sustentar las observaciones botánicas de la expedición del gran Celestino Mutis (1732-1808), antecesor de Humboldt en la observación de la naturaleza de esa región. Estas son ilustraciones científicas, pero el gusto y la estética de la época se hacen evidentes en ellas, pues en el fondo, están marcadas por el estilo de la época, por el gusto elaborado y juguetón del rococó. Las de Stahl son muchos más sobrias, pero no dejan de estar marcadas por su maestría artística y por el gusto del momento. (Sería interesante comparar las acuarelas de Stahl con los bodegones de Oller.) Eso lo vio muy claramente Trelles y por ello se inspiró en esas hermosas ilustraciones científicas para crear una obra nueva que es una especie de relectura de Stahl, relectura de la que mucho aprendí.
En estas páginas apunto mi periplo personal acompañado de este científico que parece estar tan lejos de nosotros, pero que aunque no lo creamos, todavía está vivo y muy cerca. Apunto aquí a mi Agustín Stahl, el que pasó de ser una escuela a ser una calle, a ser un personaje histórico distante y legendario hasta, por fin, concretarse en un libro que ahora leo y por el cual descubro otra cara de nuestra cultura. Ese libro, como nos enseñan los dibujos de Trelles, es un texto que va más allá de los meros datos botánicos; es una importante obra que se puede leer como la representación de lo sublime en nuestra naturaleza y como investigación de una flora de la cual se valió un botánico con gran conciencia política para ir construyendo la nación, la nuestra, la que compartimos con él.