“Mil soles”, a los 75 años de la bomba
El uso de la bomba atómica, dice el relato tradicional, puso fin a la Guerra del Pacífico. La realidad es que este acontecimiento tal vez no fue el detonante del fin de la guerra, pero sí fue el comienzo de una nueva forma de comprender la guerra en sí misma. Luis N. Rivera Pagán, teólogo puertorriqueño, escribió un libro casi desconocido al respecto. A la sombra del armagedón[1] es un libro único en la historia de la teología puertorriqueña. En primer lugar es una reflexión sobre un problema que parecía ajeno a la realidad de Puerto Rico. En 1989, cuando se publicó el libro, parecía que el fin de la Guerra Fría estaba cerca pero nadie se imaginaba que en unos años ya no existiría la Unión Soviética. Por otro lado, el libro nos coloca delante de una interpretación del acontecimiento histórico que correspondía a la misma realidad colonial de la Isla.
Cuando Rivera Pagán explica su teología de la paz a la luz de la bomba afirma que las “armas nucleares configuran una extraña y nueva relación entre la cruz y la espada”.[2] Esa referencia conecta directamente el evento nuclear con el evento de la conquista y la colonización de América. Si bien las armas nucleares eran una nueva manera de comprender la realidad la cruz y la espada, en el contexto de la conquista, eran una forma de forzar una nueva versión de la verdad. Los pueblos subyugados por medio de la cruz y la espada, en la conquista, se vieron exterminados, si no físicamente, en muchas ocasiones ideológicamente. Esto significó la imposición de una verdad alterna sobre la forma de comprenderse de esos mismos pueblos. El debate fundamental acerca de la humanidad del indio se repite en el debate de la humanidad de la bomba. Esa humanidad se pensó en función de la paz, por medio de una lógica totalmente deshumanizante.
Cuando Estados Unidos utilizó la bomba atómica contra dos ciudades de Japón “la naturaleza de la guerra y de la paz cambió cualitativamente”, afirma Rivera Pagán. Ese cambio supuso colocar al ser humano en una nueva posición en referencia a toda la naturaleza. Esa naturaleza que era sujeto de conquista, de dominio, de control ahora estaba a merced del humano y su arma de exterminio. Mientras que el nacionalismo moderno se alimentó de la guerra como instrumento de poder de la mano de Erasmo y Maquiavelo, Francis Bacon y Descartes alimentaron la ciencia occidental y su necesidad de controlar y destruir la naturaleza. En la reflexión acerca de las armas nucleares Rivera Pagán destapa el carácter belicista de la racionalidad occidental y la necesidad de descolonizar nuestra filosofía y teología si queremos poder acceder a nuevos “senderos de paz”. En ese sentido la propuesta de Rivera Pagán en 1989 es más actual que nunca. Para liberar a la humanidad del flagelo de la guerra lo primero que tenemos que hacer es liberarnos del carácter colonial de nuestra ciencia e ideología.
Un aspecto que es importante considerar es el impacto antropológico del uso de las armas nucleares en el siglo XX. La “lógica del terror” es el fundamento de la política de contención. La misma afirmaba que para evitar una guerra nuclear había que acumular arsenales nucleares con el fin de aterrorizar al adversario. La bomba es caracterizada como una amenaza de carácter definitivo, como la visión de mil soles, según Oppenheimer, haciendo referencia a los versos del Bhagavad Gita que dicen “Si cientos de miles de soles aparecieran en el cielo al mismo tiempo, su brillo podría semejarse a la de la refulgencia de la Persona Suprema en esa forma universal” (BG 11, texto 12). Esta referencia llena de misticismo el carácter definitivo de la bomba. La posibilidad de la destrucción final está en manos humanas y sólo por medio del terror es que se podrá evitar la misma. Esta es la lógica del terror que según Rivera Pagán “tiene un problema conceptual serio, una contradicción congénita. Parte de una visión profundamente pesimista de la naturaleza humana. Alegadamente, de no ser por la amenaza garantizada de la devastación, la espiral creciente de la violencia sería inevitable y las naciones se lanzarían a una sangrienta y terrible tercera guerra nuclear”. El problema con esta concepción, afirma Rivera Pagán, es que la misma se vuelve optimista cuando supone que ante la amenaza de la devastación definitiva los seres humanos “optarán por la supervivencia y la seguridad” o actuarán “racionalmente”.
La antropología del terror supone que el miedo, la amenaza, nos coloca ante la disyuntiva del exterminio o la preservación. Pero ese supuesto no está fundamentado en una evidencia sino meramente en la creencia articulada a la luz de la racionalidad occidental que dio luz a la misma amenaza que se supone nos salve de la destrucción final. Básicamente lo que se construyó a la luz del uso de la bomba en Japón fue la posibilidad de una destrucción que nos obligaría a asumir como bueno el terror. Pero obviamente el uso del terror como instrumento de dominio no tiene otro referente que la instauración de un régimen de exterminio que se consolida sobre el cadaver de los pueblos exterminados. Esta es la misma lógica que sirvió de fundamento para el proceso de conquista de América. La deshumanización del Otro, en ese caso el indio, legitimó la instauración de un régimen de terror. Pero ese mismo régimen permitió que se articulara un sistema de control que supuso el exterminio de ese mismo indio para que se validara su poder.
La legitimidad del colonialismo se configura de la misma manera que el régimen del terror. La lógica del exterminio supone la constante amenaza de la destrucción definitiva como condición para que se acepte el dominio establecido por el régimen colonial. Si el colonizado está convencido de que el fin del colonialismo supondría su destrucción física entonces legitimará el poder colonial como espacio único de su propia existencia. La posibilidad de salir de la enramada del poder colonial se convierte en la lógica del terror en el colonialismo. Si salimos, si dejamos al poder colonial, nos vamos a extinguir. La única manera de evitar tal extinción es permanecer dentro del mismo régimen que se construye por medio del terror. Así, el círculo que señalaba Rivera Pagán al afirmar que las “armas nucleares configuran una extraña y nueva relación entre la cruz y la espada”, se cierra. La lógica que permitió el control de los asuntos globales por medio del terror es la misma que legitima el poder colonial. No existe manera más definitiva de violar los derechos humanos del colonizado que negarle su derecho a “ser humano”.
_______
[1] Luis N. Rivera Pagán (1989) A la sombra del armagedón. Río Piedras: Edil.
[2] Luis N Rivera Pagán (1989) Senderos teológicos. Río Piedras: La Reforma, 147.