Moonrise Kingdom
La estética cinemática de Wes Anderson director, y guionista junto a Roman Coppola, de esta película original y graciosa, tiende al minimalismo organizado de una caja de Joseph Cornell modificada por Piet Mondrian y Frank Stella. Todo lo poco está en su lugar en cada toma y cada cuadro de la historia de dos pre adolescentes que se enamoran perdidamente y deciden escaparse a vivir en la naturaleza en una isla cerca de la costa de Nueva Inglaterra en 1965. La película está untada con la especial idiosincrasia que tiene el humor de Anderson (y de Coppola) que incluye que casi todo es actuado como si los actores estuvieran aburridos por estar representando personajes aburridos.
Las tomas que abren el filme son tan geométricas, tan precisas, que sabemos intuitivamente que todo caerá en su lugar cuando llegue el momento. Mientras tanto vamos conociendo los habitantes centrales de la isla y a los dos protagonistas juveniles que son el centro de la trama, Suzy Bishop (Kara Hayward) y Sam Shakusky (Jared Gilman). Ella siente que su familia no la quiere y, además, detesta a su madre porque sabe que está teniendo un brete con el policía del poblado (Bruce Willis, en una actuación contraria a su imagen cinemática que resulta tener gran comicidad); él es un gordito nerdo y niño escucha (Boy Scout) que usa una gorra de ardilla, espejuelos de concha negra, y es rechazado por su familia adoptiva. Cuando se enamoran, en una escena de romanticismo juvenil que es una joya, Suzy lo mira desde ojos rodeados de mejunjes cosméticos como si fuera el pájaro que ha de representar en la velada de la escuela, un cuervo, o Bette Davis. Él se la devuelve de detrás de su espejuelos que siempre están de medio ganchete, como si fuera un Herbert Marshall en ciernes.
El padre (Bill Murray, el as de la comedia inexpresiva) y la madre (la maravillosa Frances McDormand) de Suzy tienen las manos llenas con otros tres hijos que se esconden por la casa de tal forma que ella los tiene que llamar por megáfono. Ambos están tan aburridos que conversan de los casos que llevan (los dos son abogados) en oraciones de cuatro o cinco palabras, y ella conduce una relación ilícita, bastante aburrida también, con el Capitán Sharp (Willis). Sharp es un realista que ha perdido todo trazo de ambición que pudo haber tenido, pero es un tipo de buen corazón que cumple sus labores al pie de la letra. El policía colabora con Ward (Edward Norton) el jefe de la tropa de Niños Escuchas de donde ha escapado Sam. Ward es un compulsivo que maneja a sus escuchas como si fuera el general George S. Patton de vacaciones antes de ir a Virginia Military Institute. Norton le añade al personaje su especial versión de “deadpan”.
Anderson aprovecha el campamento de los niños escuchas para satirizar la vida castrense y parodiar las películas de los cuarenta cuando los reclutas se iban sin licencia a ver la novia o casarse. Además hace unas reflexiones sobre lo que es básicamente una forma temprana de lavado de cerebro de niños para que contemplen la vida a través de los regímenes disciplinarios del ejército. Cuando Sam no aparece a desayunar un día, Ward va a la caseta del niño con sus ayudantes y concluye que la casa de campaña tiene la cremallera “cerrada por dentro”, solo para descubrir, cuando la abre con uno de los aditamentos de su cuchilla Swiss Army modificada, que está vacía. Cuando ve un afiche fuera de lugar (cuando algo está fuera de lugar en una toma de Anderson, uno sabe que algo anda mal) y lo arranca, descubre para el espectador alerta una referencia absolutamente sorprendente a The Shawashank Redemption, que me arrancó una carcajada. El paralelismo de ser niño escucha y la cárcel es estridente, pero es precisamente ese disloque lo que hace el momento memorable.
No solo logra Anderson ridiculizar el escutismo sino que el nerdo Sam, como lo hubiera hecho Bruce Willis en sus viejos tiempos, se enfrenta a una brigada de sus pares que viene a atraparlo y a quitarle a la niña para devolverla a su hogar, pero con la ayuda de su escopeta de municiones y su arrojo, los hace huir con el rabo entre las patas. Esta es una escena particularmente aguda porque la única baja es quien menos uno espera, y resulta ser una crítica obvia a las andanzas de los tipos que se van de caza y en lo que pueden desembocar esas actividades, como el caso de Dick Cheney hiriendo a su compañero de caza, quien respondió al incidente como un perrito faldero.
Ya se escuchan comentarios adversos a la idea central de la película: que dos preadolescentes se fuguen, pasen tiempo juntos sin supervisión de figuras de autoridad, y duerman en el mismo piso en una casa de campaña. No solo eso, sino que ambos están en ropas menores luego de haber experimentado un toqueteo superficial en una de las escenas “eróticas” menos eróticas y más cómicas que jamás se haya filmado. Lo que ocurre después de que los novios despiertan ante el ruido de botes que han llegado a la ensenada donde se esconden, vale un millón, y la puesta en escena, una maravilla. No vi nada que me ofendiera y, por el contrario, sentí que esa forma de sinceridad que se puede dar entre los niños es prueba de la inocencia que solo mancillan los adultos. Sam y Suzy son la pareja perfecta, el amor perfecto, la afinidad total, y por ello contrastan con todos los demás habitantes de la isla. Saben que se quieren sin importarles las consecuencias, y no pueden vivir el uno sin el otro.
De vez en cuando aparece Bob Balaban, vestido como si fuera uno de los elfos de Santa Claus que ha perdido el rumbo con el cambio de clima global, o que ha sido condenado por Santa a pasarse el verano en la isla con la ropa que no es, y nos cuenta cosas o nos advierte si lo que se avecina es complicado o problemático. Cada vez que se materializa nos da una inyección de comicidad que es innata a su forma de narrar. La película también nos regala una Tilda Swinton como la trabajadora social más cruel de Nueva Inglaterra, tanto así que parece la hermana gemela perdida de la madre de Blanca Nieves. Junto a las del resto del elenco, en particular todos los niños, todas estas son actuaciones con gran humor.
Yo tengo una admiración inalterable por Mount Rushmore, The Royal Tenenbaums, The Darjeeling Limited y Fantastic Mr. Fox y aprecio que Wes Anderson recurre a una lista de colaboradores que le prestan a sus películas el halo de la época de los estudios en que uno podía contar con volver a ver juntos a elencos y técnicos de altura. Entre ellos están Bill Murray, Jason Schwartman (que tiene el papel crítico del primo Ben en esta) y el cinematógrafo Robert Yeoman, que filmó Moonrise. Anderson puede que sea a los 43 años uno de los cineastas más originales del cine norteamericano, y tal vez el heredero, aunque con genes muy distintos, de Woody Allen.