Movimientos sociales en imágenes: retos del momento
En el inicio fue el documental, desarrollado como mirada sobre el mundo pero también como lenguaje de propaganda al servicio de todas las ideologías. En la época de las vanguardias y revoluciones latinoamericanas se lo asocia con los movimientos de izquierda y su búsqueda por mostrar la realidad social. Documentar la lucha social era entonces un privilegio reservado a los pocos que tenían acceso a la técnica y los equipos para rodar en cine.
Hacia el ocaso del milenio, con el fin de la guerra fría y la expansión del libre mercado surge un nuevo movimiento global, dinámico y diverso, articulado en torno a una alter-globalización, que adopta al audiovisual como parte de su práctica. Las tecnologías análogas y digitales abrieron el acceso a métodos de producción amigables y a bajo costo. Y las dinámicas mismas del activismo son influenciadas por su documentación, concebidas cada vez más para la cámara, ganando en performatividad y espectacularidad, volviéndose incluso la estrategia central de organizaciones especializadas en los stunts (ardides) mediáticos. En todos los casos, la protesta se vuelve impensable sin su debido registro; es como si no existiera. Podríamos decir que a partir de ese momento las imágenes preceden a la acción.
Así, mientras el cine de autor seguía dialogando con la lucha social, desde su nicho y sus lógicas de financiamiento, el mundo activista desarrollaba sus propios lenguajes y estéticas, que a su vez desbordaban y se intersectaban con el documental, el reportaje, la animación, el video experimental, el videoclip, entre otros. Más que un género, se constituye un circuito, una economía alternativa del audiovisual propia, con prácticas de auto-financiación, trabajo colaborativo (incluyendo distintos grados de auto-explotación laboral), y colectando fondos de la cooperación, las ONGs y los mismos movimientos. Conscientes de la inutilidad de las imágenes sin espectadores, se generan además circuitos de distribución, con redes de circulación e intercambio y la creación de canales y plataformas propias, como la red Indymedia. Este circuito aprovecha también la llegada de nuevos canales como Al-Jazeera, RT, HispanTV y luego Telesur, que responden a la búsqueda de una re-configuración multipolar del poder geopolítico mundial, y en ese sentido se plantean como una alternativa “contra-hegemónica” a las narrativas dominantes, aunque no exclusivamente desde la izquierda o desde los pueblos.
Este circuito generó, sin embargo, un círculo bastante cerrado y críptico, poco accesible para el ciudadano común, desarrollando incluso una suerte de dialecto propio, aquel que se oía con frecuencia en el Foro Social Mundial. Por tanto, se planteaba constantemente el reto de trabajar con lenguajes y estéticas más accesibles, de llegar a públicos más amplios. Con el giro hacia la web 2.0 –la de las redes sociales–, en parte estos retos se cumplieron, pero algo se perdió en el camino.
Tras la crisis financiera de 2008 todo empieza a cambiar. El movimiento de alter-globalización empieza a decaer junto con el Foro Social Mundial y surgen movimientos más localizados y centrados en demandas más inmediatas como los Occupy, 15M y la primavera árabe. Aquí en la región, las complejas relaciones de amor/odio con los gobiernos progresistas llevan a los movimientos sociales y activistas a una suerte de crisis existencial. Las estrategias de las derechas y el poder financiero también mutan, volviéndose más sofisticadas. El movimiento de alter-globalización había logrado poner un freno a la OMC, derrotar al ALCA y visibilizar los abusos de las corporaciones transnacionales. Pero mientras McDonalds, Nike, Monsanto o Exxon se volvían malas palabras, con cada click, video subido y post compartido seguíamos consolidando a los grandes monopolios de hoy, los denominados GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) y demás gigantes digitales. Y sí, las redes sociales permitieron llegar a públicos mucho más amplios y posicionar un sinnúmero de causas. Las estéticas del movimiento “alter” se diversificaron, se volvieron mainstream y hasta fueron mercantilizadas. Mientras tanto la ideología neoliberal, ahora vestida de tecnología y gig-economy, sigue avanzando, desarticulando lo comunitario y lo público –que ahora incluye las iniciativas colaborativas surgidas en la web–, y promoviendo la mercantilización de todo, incluso del compartir, de la solidaridad y por supuesto de la insurgencia.
En la era smartphone, la ubicuidad de las cámaras digitales y la facilidad para compartir imágenes no ha hecho más que profundizar nuestro sometimiento al registro. Podemos preguntarnos en qué momento la imagen llegará a preceder a la existencia misma. Las plataformas y herramientas propias se han ido desvaneciendo, incapaces de competir con las redes sociales, pero también –es importante decirlo– por una estrategia de ofensiva desde las esferas de poder, como hemos visto con el constante hostigamiento y confiscación de servidores contra Indymedia. Esto no solo atenta contra nuestra soberanía y capacidad de entender y controlar mínimamente las tecnologías que usamos, sino que neutraliza un sinnúmero de seguridades y protecciones (Indymedia usa servidores propios y protege el anonimato de todos sus usuarios, por ejemplo), dejándonos cada vez más vulnerables frente a la vigilancia masiva, que ya está superando nuestras ficciones más distópicas.
Y por último, vemos un resurgimiento de la ultra-derecha a nivel mundial, que ha retomado muchas de las herramientas y estrategias tanto de protesta como de comunicación guerrilla del movimiento de alter-globalización. Consolidan sus propios circuitos alternativos y de producción audiovisual, como la poderosa maquinaria de documental Alt-right en Estados Unidos.1. Pero además, cuentan con el respaldo financiero de sectores del poder, lo que les permite desarrollar herramientas más sofisticadas, como el análisis de datos –que jugó un rol decisivo en las campañas de Trump y del NO a la paz en Colombia–, convirtiéndose en expertos del troleo y la desinformación.
En el cambio de un circuito más pequeño y cerrado, pero en cierta medida más cualitativo, a la masividad de las redes sociales, se perdió el control sobre cómo se consumen y discuten las imágenes (la mayoría de espectadores apenas ven unos pocos segundos de los videos en Youtube, por ejemplo). Frente a este nuevo panorama surgen grandes preguntas y retos: la necesidad de consolidar tejidos sociales y redes de intercambio que no dependan solo de Internet, por un lado, fortaleciendo los canales públicos y comunitarios, por ejemplo. Recuperar o consolidar herramientas y plataformas propias, lo que implica impulsar políticas de soberanía tecnológica en nuestros países y la región. Apuntar las cámaras hacia las nuevas estrategias y focos de concentración del poder, aún poco visibilizados. Y por último, en el torrente de imágenes actual, se necesita toda la creatividad para crear mensajes que impacten, resuenen y movilicen, sin comprometer los contenidos. Una ventaja que el mundo activista siempre ha tenido es su inmensa flexibilidad, con pocas restricciones creativas y abierta a todo tipo de géneros y formatos.
* Verónica León Burch es videasta, colaboradora incidental de ALAI. Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento 525/526: Ante escenarios desafiantes 03/07/2017.
- Con figuras como Steve Bannon, ex jefe de campaña de Trump. Ver http://ind.pn/2oRr8Gz [↩]