¡No más robo, La Roja es nuestra!
En Chile, como en todo el mundo, particularmente en los 32 países que disputan la Copa Mundial de la FIFA 2014, se vive un fenómeno donde se ha recuperado la solidaridad, la acción colectiva. Pero en Chile esto es más dramático porque ese país, desde el ´74 en adelante, ha sido la Siracusa de Platón que Pinochet le entregó a “los Chicago Boys” de Milton Friedman y donde se perfeccionó el individualismo del capitalismo salvaje y su “Dios” ordenaba privatizarlo todo. El propio Pinochet dijo con mucho orgullo que su objetivo económico en Chile era crear “propietarios, no proletarios”. Así desde la educación, la salud, seguridad, además de la producción, se puso en manos privadas y el norte de todos fue y es el lucro.
Hoy, con el Mundial, vemos contradicciones que son el germen destructor del modelo. Estudiantes de la escuela pública se abrazan con los de la privada frente a un televisor cuando esos once muchachos —que si no tuvieran el talento deportivo que los sacó de la miseria, andarían por las calles de las poblaciones pateando piedras igual que ellos— hacen bailar a europeos y a personas de lugares tan lejanos como Australia. Los banqueros y los obreros, unos en mullidos sillones de piel italiana y ante pantallas de plasma de 60 pulgadas, los otros frente a televisores más modestos en los bares de barrios orilleros, se emocionan y gritan igual cuando la selección se impone a sus rivales y reparte la alegría en partes iguales.
Como si fuera el verdadero socialismo, los iguala a todos y hasta salen a la calle juntos y no hay pedradas, ni molotovs, ni grupo móvil siguiendo con “guanacos” y carros lanza gases a la multitud. Es más, hasta los uniformados, ejército y policía, reciben la misma porción socialista de alegría. Y con España, aunque nunca haya pasado ni pase por la mente de los jugadores chilenos, es la lucha de los que fueron súbditos y aprovechan para cobrar todas las atrocidades que sus ancestros hicieron en nombre de la corona. Por eso, ganarle a España es como abolir la monarquía, revivir a García Lorca, Miguel Hernández y reivindicar a Nin y el POUM impulsando el movimiento por la Tercera República.
El equipo chileno con toda probabilidad no es consciente de su tarea en la colectivización social. Probablemente ningún jugador piense en la filosofía igualitaria de la consigna socialista de “a cada cual para sus necesidades”. Es más, todos esos muchachos, de origen subproletario, ganan cantidades obscenas de dinero, pero tienen la bendita cualidad de, en este Mundial, haber repartido la alegría en partes exactamente iguales a los que viven en las poblaciones callampas cerca del aeropuerto de Pudahuel y los que acarician la cordillera de Los Andes, donde el aire es limpio, se puede ver el sol y las casas con chimeneas climatizadoras son como sacadas de Suiza o Alemania.
Una verdadera sociología del deporte y, en este caso, del fútbol-balompié debe tomar en cuenta esas características democratizadoras e igualitarias, que si se analizan desde los extremos del desarrollo de las fuerzas productivas podrían llevarnos a la situación “ideal” de hacer la revolución sin que nos maten, nos apresen, nos torturen, nos desaparezcan. Nuestro Palacio de Invierno no está en San Petersburgo; está en Brasil. Allí en el mítico Maracaná derrotamos la monarquía anquilosada de España que desde el siglo XVI nos conquistó, robó y masacró en nombre de la corona.
No tuvimos que guillotinar a ningún reyezuelo ni zar, solo ganar 2 a 0 y hacer estallar las gargantas del sur del continente, grito que, con seguridad, fue creciendo hacia el norte pasando por la tierra donde se esperaba por una reivindicación a la insolencia aristocrática del “¿Por qué no te callas?” gritado por un triste, beodo y feo personaje cuyos ancestros mataban indios de la misma manera como él mata elefantes en África, sin que a su esposa, su hijo heredero, sus hijas y su familia se les mueva un solo pelo
A ese estruendo, como el que anuncian los terremotos, se sumó mi propio gutural y ancestral grito desde el Caribe boricua. Pero no fui yo solo. Mientras trabajaba cubriendo la reunión de los sindicalistas y corriendo a dos cuadras de distancia, donde unos jóvenes encapuchados se tomaron su propio hogar trepados a los techos, otros dos jóvenes puertorriqueños discaban mi teléfono y me decían con evidente emoción: “Papá, vamos ganando 2 a 0”. Yo, tratando de mal ocultar mi orgullo por la Selección chilena y por ellos, les respondí con un mal chiste: “Ay Dio, nos jodimos con estos ‘rotitos’. ¿Qué es eso de vamos ganando?” “Papá, nosotros también tenemos sangre chilena”, me respondieron. Suerte que ese intercambio fue por teléfono porque pude ocultar el repentino brillo de mis ojos. Pero estoy seguro de algo más, no éramos solo tres, mis hijos y yo, a los que se nos erizaba la piel por el 2 a 0; había miles de ciudadanos de esta nación, Puerto Rico, que también recibían con alegría esta reivindicación histórica.
Como he dicho en escritos anteriores, las dictaduras y los fascistas llevan en su genética el germen de su propia destrucción: podrán encarcelar, torturar, reprimir, desaparecer y matar, pero no pueden eliminar por completo a los trabajadores. Es más, los necesitan para levantar sus imperios y, estos, son los que los aniquilarán. Esta ley sociológica camina de la mano con la evolución de “La Roja”. Nadie odiaba más ese nombre de la selección de Chile, por todo su simbolismo, la roja, que Pinochet. Pero nunca pudo cambiarlo, siguió siendo La Roja.
Después vino la insolencia de los eurocentristas, “Me gusta eso; lo tomo”. España, que siempre fue conocida como “La Furia”, decidió cambiar su grito de guerra y qué mejor que desposeer a los indios, no ya del oro, sino de la dignidad de sus nombres. Pues les gustó “La Roja” y se lo apropiaron, al fin de cuentas toda la vida han hecho igual. Esta afrenta también había que reivindicarla y El Maracaná fue el sitio por donde corrió Caupolicán, Lautaro, Galvarino y todos los Mapuches que aún son hostigados y manoseados, y gritaron: ¡NO MÁS ROBO, LA ROJA ES NUESTRA!
Solo un mal sabor me deja toda esta historia. Los pobres jugadores españoles derrotados y representando algo que, espero, alguna vez se atrevan también a derrotar: la monarquía, para que incorporen permanentemente el color morado que le falta a su camiseta… y a su bandera.