nuestra encomienda es existir sin despedirnos
Dejé mi recado en el lomo de un árbol.
Los árboles no tienen lomo,
pero en materia de palabras “lomo”
es tan curiosa como “heno”
y hubiese sido ridículo escribir
“dejé mi recado en el heno de un árbol”.
Jamás lo encontrarías.
*
Escuché que está viuda de casa y trigo, su vestido de paja-
papel lo pisé al abrir las ventanas
el día enviudó.
Eso no es noticia es una nota en la puerta,
«no me atreví a tocar,
pero conté 67 pasos de un extremo a otro
del pasillo».
Yo le conté por correo
—dejé un paréntesis bajo su pisapapel—
pero me hizo caminar tres días por su respuesta,
un paso por día,
y no alcancé a abrir la puerta.
*
Se fue a dormir con una linterna y la novela que encontró
dentro de un tanque de agua.
“El lomo de un libro será mi barcaza”, leyó,
para luego soñarse quemando
las páginas.
“Nadie dice dulces sueños” le digo yo, despidiéndome,
los pulmones llenos
si no de agua, de “ánimo”
es lo que acostumbramos decir en causas perdidas.
Casi seremos amigos si seguimos así,
“¡jamás!” Y me fui a dormir
con un mapa topográfico de la región.
Antes de abordar la barcaza,
quemamos las aves—
el lomo de un libro que nunca será,
“lo prometo”.
*
No existe estadía más primitiva que esta.