Numerología del quinto
NOTA DE LA AUTORA: Quise escribir una nota sobre el Macho Camacho, pero me embargó una tristeza enorme y, que conste, fue por razones probablemente opuestas a las de los dolientes del muerto. La realidad supera por demasiado a la ficción: eso ya lo teníamos harto comprobado. Y si había algo definitivo para decir, ya se nos adelantó a la historia, y por mucho, el gran Luis Rafael Sánchez, con la diáfana clarividencia de su inmortal Guaracha. Pero a propósito de «héroes y tumbas», se me antoja desempolvar otra nota, inédita, que escribí hace unos tres años. Por ahí los lectores (o debo decir usuarios de 80grados) encuentran el por qué…
Mapa para el epitafio de un eunuco
Ángel negro, castrato de alas enormes que se descuelgan. Payaso de clásica técnica, puntillosa y chapliniana. Actor que se convirtió en máscara. Consiguió dormir para callar sus voces de querubín iracundo. Queda un sonido de corazón palpitante a punto de estallar, que todavía puede romper las vidrieras, (mucho cuidado con los brindis). Permanece la imagen de unos pies en puntas de ballet como un autorretrato pop y kitsch de América en medias con lentejuelas. El guante como cuerpo del delito. La duda vestida de Principito triste. Tenía la estampa de un heliotropo y un cuerpo de plastilina que él mismo fue disectando autópsico en vida y que, aún después de la muerte, se quedó envuelto en trámites de velatorios por más de sesenta días. Luego de que el alma se le disolviera en partículas, su cuerpo asistió a un concierto in memoriam, celebró su cincuenta cumpleaños, visitó salas esterilizadas y laboratorios blancos en manos de científicos forenses, y fue preservado subcero hasta que consiguió posarse en la tierra fértil de un bosque californiano donde se erigió una torre gótica de mármol azabache y se dispuso una guardia para su momia egipciada. ¡Cuánta paciencia hay que tener como cadáver para esperar la conversión en polvo de estrellas!Se murió por fin, y un efecto de tragicomedia flota en el consciente colectivo luego de que, acompañado de toda la gente, pasara recogiendo a pasos su vida por nuestro limbo. Dicen las lenguas que fue un niño abusado por un padre que le impuso un complejo de Pinocho a base de brutales cepilladas de madera y nunca le dejó escapar de su torpe carpintería. Se alega también que vendido como una prostituta a los del circo, sólo la inocencia fue capaz de salvarlo, pero que vivió para siempre bajo custodia de los capos del show business, quienes aseguraron bajo su nombre el botín de la música de Los Beatles y realizaron todo tipo de transacciones inverosímiles con el artificio de su marca. Los relatos extravagantes de los gallinazos de la prensa amarilla cuentan que guardaba alijos de billetes en el excusado de las habitaciones de hoteles desde que era muy joven, y que llamaba a sus amistades para ofrecerlos a cambio de compañía y en pago por encargos del mundo exterior, al cual nunca tuvo permiso verdadero para salir.
Su carácter fue moldeado por la práctica del baile y el entrenamiento de su instrumento vocal entre los trámites interminables de la caravana itinerante de su vida. Su séquito transportaba gentes y animales exóticos, hasta un chimpancé al que se le cambiaban los pañales por todo el mundo. Un día se quemó por accidente y conoció los opiáceos en el hospital. Desde entonces viajó con un anestesista de cabecera porque le trataban como a un niño malcriado al que se le permitían todo tipo de excesos. Desde la primera vez le produjo tanta curiosidad el quirófano, que volvió tanto como pudo para cincelarse la nariz de Pinocho hasta que se le cayó. Si en el peor de los casos resulta que fue cierta su iniciación violenta y pedófila a la sexualidad, ésta dio un giro creativo en la adolescencia temprana y evolucionó en una aparente transferencia de género, que no tuvo reparos en cambiar hasta el color de la piel para subvertir la identidad cultural y adoptó el rol materno de unos hijos que el dinero le ayudó a comprar por encomienda. Se cubrió las marcas de todo el cuerpo con vestiduras estrafalarias y se deslizó como caminando sobre la luna hasta que los abnegados oficios de madre le otorgaron redención a su alma de niño prostituido, y fue mujer. Una rareza viviente con piel de alabastro y pelucas a la que no le faltaba la nariz de payaso y un cuerpo de mimo callejero, medio anoréxico y de movimientos gráciles.
Hoy se desempolvan las estatuas de cera y los óleos estrambóticos para los turistas lumpen y no han faltado todo tipo de reproducciones tristes de su imagen en bisuterías. La música se mezcla y se remezcla infinita en torrentes digitales y hasta en discos ópticos y vinilos. La huella de monóxido de carbono tóxico que genera su caravana no conoce límites en el universo. Así lo imaginó él mismo, suicida, en los tiempos de nunca jamás, mientras flotaba en los narcóticos sueños de su luna menguante arlequinada junto a un hada. Se ha encargado para el sepulcro una reproducción de La última cena de Miguel Ángel, para que se le recuerde como un Cristo pero también como una Magdalena envuelta en una burka negra, entre héroes de celuloide y tumbas. Uno y una son dos; más doce apóstoles que son un tres, conforman la numerología definitiva del quinto: un tal Michael Jackson.
(Escrito en junio del 2009.)