¡Oh! Sylvia Bofill
La llegada de un nuevo libro es siempre ocasión de alegría. Con el libro que nos ocupa, ¡Oh! Natura de Sylvia Bofill Calero, este contento se redobla, por tratarse de un libro de teatro. Consideremos que editar dramaturgia contemporánea en Puerto Rico es colocarse en el espacio del enloquecimiento, pues ¿quién lee teatro en nuestro país? Si hacer teatro es ya una empresa disparatada, publicar el texto dramático sería el peor de los desaciertos.
Sin embargo, se hace teatro y se publican los textos con cierta regularidad, si bien el estudio teatral culto hoy parece haberse extinguido entre nosotros. Pues, quien se tome la molestia de indagar en la dramaturgia puertorriqueña del pasado siglo descubrirá, entre otros, un periodo particular en los años cincuenta y sesenta de mucho interés en auscultar nuestra producción dramática. Escasamente unas décadas atrás, estudiosos tales como Angelina Morfi, José Emilio González y Piri Fernández de Lewis, por mencionar tres, dedicaban extensas páginas al análisis de piezas teatrales contemporáneas. Además, dramaturgos tales como Emilio S. Belaval, Manuel Méndez Ballester, Francisco Arriví y René Marqués se afanaban con la teorización de la actividad dramática de su momento. Hoy, estos estudios de lo contemporáneo se mantienen gracias al irreemplazable, pero solitario, trabajo de Lowell Fiet. Lamentable, pues la actividad artística se nutre tanto de sus artistas como de la crítica, que cuando está movida por la inteligencia y enriquecida por múltiples voces, resulta útil para esclarecer la pertinencia del arte en la sociedad. Que en la actualidad no contemos con ello, empobrece nuestro entorno.
No obstante, hoy nuestro ambiente también está, contradictoriamente, más vivo que nunca. Por encima de las graves limitaciones con las que al presente nos manejamos, la actividad teatral en Puerto Rico mantiene un ímpetu envidiable. Parte esencial de esa intensa actividad es el trabajo de Sylvia Bofill. Autora de una docena de piezas creadas a través de los pasados dieciséis años, con publicaciones en libros de dos de ellas, Inside/Out y ¡Oh! Natura, Bofill continúa una tradición de dramaturgia que honra los trabajos de sus predecesores puertorriqueños desde el siglo XIX. Necesario es destacar el tesón de nuestra autora, quien consecuentemente ha estado escribiendo y dirigiendo su teatro por casi dos décadas.
La obra que nos convoca, ¡Oh! Natura, se afilia al rancio modelo de dramas sobre familias privilegiadas venidas a menos. Nuestro teatro rebosa con ellas, desde Alejandro Tapia y Rivera hasta nuestros días. Entre nosotros resulta una obsesión pues, ¿qué dramaturgo puertorriqueño no ha escrito una pieza con una familia en estado de crisis? Podríamos cuestionarnos el por qué de esa fascinación con el tema, tomarlo como metáfora de la nación también venida a menos, quizás considerar ese apego como penosa evidencia de la incapacidad para examinar nuestra colectividad desde la totalidad, una visión fatalmente encadenada a lo particular, lo pequeño, lo restringido. Tantas piezas nuestras que manejan la imagen del encerramiento, de espacios incómodos con pequeños grupos de seres humanos, usualmente familiares; casi podríamos considerar esta obsesión como una falta, una limitación deplorable resultado de nuestra condición colonial. Pero esta penumbra revienta ante el feliz recuerdo de familias disfuncionales de privilegio en crisis que tenazmente aparecen en el teatro desde la antigüedad, para comenzar, con la familia de Atreo en Esquilo y Eurípides, y la de Layo en Sófocles. Ante lo cual nos podemos descongestionar de los dichosos complejos coloniales.
Al retomar el asunto de una clase social alta venida a menos, Bofill une su trabajo a ese sólido modelo en el cual cada dramaturgo, ante un dislocado núcleo familiar, expresa “la ruina de un mundo y la burla de unos valores sobre los cuales se había nutrido y mantenido su trasfondo cultural y espiritual” (Marqués, 21). Así se expresa René Marqués, en 1953, sobre La muerte, pieza teatral de Emilio S. Belaval. En La muerte, Belaval no presenta a una familia, sino a un grupo de huéspedes en un hotel europeo y, sin embargo, la apreciación de Marqués es tan válida para Belaval como lo es para piezas en las que el grupo en cuestión es una familia, como en La cuarterona de Tapia y Rivera, Tiempo muerto de Méndez Ballester, Vejigantes de Arriví, o Cristal roto en el tiempo de Myrna Casas —el listado es largo— por no mencionar Hedda Gabler de Henrik Ibsen, Madre Coraje y sus hijos de Bertolt Brecht, El amor de Fedra de Sarah Kane, o esa excepcional pieza vanguardista que es el Orestes del inmortal Eurípides. En todas ellas, el núcleo familiar sustituye a la colectividad, para discutir y poner en crisis los valores que sostienen una sociedad, su posición en el mundo. ¡Oh! Natura de Bofill se incorpora a esa ilustre plantilla.
¡Oh! Natura presenta a la familia Santillá, compuesta por una madre, dos hijas, un hijo, y una criada. A ese núcleo penetra ocasionalmente el novio del hijo y el novio de la madre. De esta familia, Bofill excluye al padre; en la pieza resultan ser tres los donantes de esperma, pues ninguno ha cumplido con su rol tradicional. De los tres personajes masculinos que aparecen en la obra, ninguno cumple con el rol asignado al hombre en el patriarcado, pues dos de ellos son homosexuales y el tercero es un parásito incapaz de proveer y mantener una familia. Por tanto, el conflicto básico es con la madre, Maribel, arisca matriarca de los Santillá. En esta circunstancia, resulta revelador que el enfrentamiento familiar comienza a desenlazarse una vez desaparecen todas las figuras masculinas.
La dramaturgia de ¡Oh! Natura se arma de parlamentos cortos, en los cuales los personajes van gradualmente revelando sus interioridades y sus relaciones con los otros. Son parlamentos en lo que se dice mucho con poco. La cotidianidad de la expresión no impide que el conjunto irradie una atmósfera poética lograda con sobriedad, parquedad. La repetición, en boca de los personajes, de las acotaciones que simultáneamente se ejecutan en escena, intensifica la acción como una teatral.
La perfección formal, la maestría en el oficio ha sido la regla en las artes puertorriqueñas. Bofill no es excepción. Como creadora consciente de su obligación artística, toma especial cuidado al estructurar su pieza y asegura con ello la estabilidad de su andamiaje dramático. Divide la obra en tres partes, a partir del tropo de la cena: entremés, comida, postre. Una larga mesa de comedor, paralela a la línea de proscenio, ocupa casi la totalidad del espacio escénico. Esta mesa funge como doble del escenario, las tablas sobre las cuales se desarrolla el drama familiar. Con este comedido recurso, Bofill hace énfasis en la acción teatral como actividad premeditada, previamente ensayada y repetida en escena frente a un público consciente del artificio, no por ello menos implicado. Bofill maneja con pericia los elementos escénicos, transformándolos según su necesidad, haciendo del telón de fondo un mantel, de la mesa y de la platea un escenario. Mantiene la acción dirigida hacia el público, para así negar la cuarta pared y su reaccionaria pretensión de invalidar al público.
Al igual que una gran parte de nuestro teatro, el de Bofill es teatro puertorriqueño en diálogo con el mundo. Aspira a compartir nuestra experiencia vital con el género humano, desde este espacio colonial en el que tal acción está suprimida por los poderes. Es una osada pretensión, pues si hacer teatro en Puerto Rico es difícil, llevarlo fuera resulta más espinoso. Este teatro es, por tanto, una genuina locura boricua que nos resulta imprescindible.
La publicación de ¡Oh! Natura nos obliga a reconocer la admirable labor editorial de Lissette Rolón Collazo y Beatriz Llenín Figueroa de Editora Educación Emergente. En su corto tiempo de existencia, la editorial ha sido consistente en divulgar obras de gran pertinencia en variedad de géneros. Incluir teatro como parte de esa tarea es ya un enorme acierto.
Puesto que el teatro no es literatura —se trata más bien de una partitura para ser ejecutada por actores frente a un público en un espacio y tiempo vivo— al leer este texto publicado volvemos a ver y a escuchar a aquellos que primero le dieron vida. Las expresivas voces y movimientos de Magali Carrasquillo, Awilda Sterling Duprey, Norwill Fragoso, Kisha Tikina Burgos, Mickey Negrón, Yan Christian Collazo y Gabriel Leyva reverberan en estas páginas, razón de más para leerlas. Para aquellos que no estuvieron presentes en las representaciones, la lectura de este texto es una oportunidad de recrear mentalmente el urgente y comprometido trabajo de una de nuestras más fajonas hacedoras de teatro: Sylvia Bofill Calero. A ella nuestro respeto.
Obra citada:
Marqués, René. 1972. “Un autor, un intríngulis, y una obra.” En Ensayos (1953-1971). San Juan: Editorial Antillana.