Ojos en pasmo

Tres citas de otras citas es la precaria soga que amarra mis comentarios los cuales apenas dan cuenta de la enormidad en muchos sentidos a que nos reta este libro el cual nos conduce desde el ensayo deferente de principios del siglo XX a la crónica insolente que cierra el milenio. Me refiero a “Ojos en pasmo” de José Ortega y Gasset; “Mirarme en tus ojos, estar junto a tí” de María Grever y “Ojos que da pánico soñar” de José Joaquín Blanco.
Primer vistazo: Ojos en pasmo
Al pie de la página 14, en la cuarta nota del libro que hoy se presenta, se acota el siguiente juicio de Ortega y Gasset tomado de Rebelión de las masas. Cito:
Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar el mundo con los ojos dilatados por la extrañeza.… Esto, maravillarse…lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo.
La nota bien pudiera pasar desapercibida, arrinconada en la densa madeja de argumentos, referencias y citas que Gelpí va hilando y deshilando en su ciudad de México. Excepto que la misma prefigura y acompaña al académico/ ensayista/ cronista que escribe estas páginas. Sigamos su pista. Los primeros ensayos nos conducen a la pupila maravillada en las décadas de la gravedad expositiva y poética de la alta cultura de un Samuel Ramos y Octavio Paz (en sintonía con la curva que lleva de Antonio S. Pedreira a René Marqués, otros inquisidores de la identidad y la personalidad); de la arquitectura funcional de Mario Panni (cercana a los montesinos de Hato Rey) y del cine sinuoso y vigilado de Julio Bracho (cuya colaboración con el poeta Xavier Villaurrutía recuerda proyectos como el de la DIVEDCO). Dilata la mirada, diría, como la de aquel niño de ocho años que, asombrado, se embriaga ante la vista aérea de una postal de San Juan anticipando la multiplicidad y heterogeneidad de caminos, voces y experiencias que desbordan el tejido urbano.
Segundo vistazo: “Mirarme en tus ojos/ verte junto a mí”
Los ojos en pasmo devienen escucha de los deseos y terrores urbanos en las salas de cines, en las estaciones de radio, en los cafés y en las salas de baile en los que reina el bolero. Como advierte Gelpí, a diferencia de la literatura alta, el bolero no huye del lugar común. Al contrario, lo cultiva y exhibe. Como sus compositores e intérpretes transita las calles y avenidas en un gesto de identificación con la emergente ciudad moderna de la cual traduce sus historias y afectos. Sus letras y melodías registran los timbres variados de una intersubjetividad que excede los renglones de la sana conducta moral y social: a todos seduce. A las élites criollas, cuna de Ramos, Paz y Novo, a cholos y chilangos (muchos de ellos efecto de la emigración a la urbe), como a los pachucos hijos de los braceros que cruzaron al Norte. Es decir, aquellos de carne dura y morena, cuyos cuerpos insolentes y prohibidos, marcados por el trabajo manual o por el deporte o el ocio, eran la antípoda de la masculinidad excluyente de la ensayística. Y, es que, en las hablas urbanas, como escribe Consuelo Velázquez en Verdades amargas “Yo tengo que decirte la verdad aunque me duela el alma. No sea que me juzgues mal por intentar callarla.” En el lugar común del melodrama y en el ámbito de la cotidianidad -el encuentro entre amigos, el adulterio y la corrupción estatal-, Julio Bracho estrena Distinto amanecer con música de fondo de Agustín Lara y con Julieta como eje del triángulo amoroso. Y, entre los deberes filiales y la promesa de “cada noche un amor” del bolero, se insinúa la posibilidad de burlar, aunque sea efímeramente, el control y la vigilancia sobre el cuerpo femenino. Sospecho, que como muchos otros de mi generación, nuestra embriaguez mexicana fueron los boleros y rancheras que nuestros padres oían en la radio y los sábados de cine mexicano.
Toda espera es anticipo. Elena Poniatowska asumirá el riesgo de Julieta en una hibridez que combina la novela testimonial con la crónica. En el crisol de voces entrevistadas en La noche de Tlatelolco y en el personaje de Jesusa de Hasta no verte Jesús mío, Gelpí lee otra inscripción de la ciudad: el desplazamiento masivo de la provincia a la ciudad que incluyó a las mujeres: en el activismo de unas y otros, en el aula y la calle y en aquellos espacios que le eran vedados: la cárcel y la escritura pública. O, en la trayectoria nómada que Jesusa interpreta como “la historia de un desafío”: el camino errático y solitario que empieza en una aldea rural del Norte, a la marcha de soldaderas de Pancho Villa, a ejercer toda clase de oficios en la Ciudad de México (incluyendo la prostitución) para terminar hablando con sus espíritus. Y, todo, a son de bolero. Como el propio Gelpí y cito de su propia historia de un desafío: “Me ayudó a salir del atolladero la costumbre de oir música clásica y boleros mientras leo, escribo o preparo mis clases y de escuchar salsa y rock mientras ordeno y limpio mi pequeño apartamento.”
Tercer vistazo: Ojos que da pánico soñar (José Joaquín Blanco)
En un lenguaje que delata el oficio de historiadores Carlos Monsiváis y José Joaquín Blanco serán los cronistas de la segunda mitad del siglo XX. Desde Amor perdido y Función de medianoche practican la mirada en la calle, emplazan al otro a partir de su inclusión en ese juego de ojos, en el deseo expresado por el goce de la multitud o de uno de sus cuerpos. Las distancias se acortan, (no se eliminan del todo) y el albur, lo cursi — incluso lo autoparódico — cruzan el espectro amplio de una ciudad que ahora se despliega no tanto como objeto de estudio si no performera, díscola, embriagada de sí. De todos los escritores/ personajes de este libro es Salvador Novo quien lo cruza de principio a fin. Y, si en sus primeros ensayos de Nueva Grandeza Mexicana, el Cronista de la Ciudad de México se presenta escandalizado, y atraído, por la llegada de la barbarie popular a la ciudad y el falso puritanismo del estado, en Estatua de sal, su autobiografía homoerótica, es otra subjetividad oblicua la que rescata Gelpí. Los parques deportivos para los jóvenes proletarios y los parques pasivos del paseo burgués, se transforman en espacios de cruces y fisgoneo, en Estatua de sal, otro lugar de encuentro gozoso en el que rondan en libertad clandestina aquellos cuyos ojos da pánico soñar.
Imaginemos nosotros, ahora, a Gelpí en su pequeño apartamento, al compás de un bolero urdiendo nuevas tramas urbanas de San Juan o de Chile y México, sus ciudades adoptivas. Entonces será en vano tratar de detenerte (Roberto Cantoral) Muy agradecida, muy agradecida, muy agradecida.
Nota: Esta reseña incorpora la presentación hecha el 7 de diciembre en la Librería Mágica (Río Piedras) con Jorge Lizardi.