On the Basis of Sex: aún no ha terminado
El discrimen de género no se detenía en la oficina de admisiones. Dándole la bienvenida a los estudiantes, el decano Erwin Griswold (Sam Waterson), le dice a la clase que espera que se comporten como “buenos hombres de Harvard”, sin reconocer a las mujeres en el auditorio. En el salón de clase los profesores dejan claro que prefieren que sean los hombres los que responden a sus preguntas. Hay también discrimen de los varones hacia las mujeres y, aunque no se muestra, me imagino que le harían comentarios soeces y otra serie de insultos que el guionista (Daniel Stiepleman) no quiso o no pudo (¿temiendo represalias de Harvard?) incluir en su guion. Claro, la película no es sobre el discrimen de género en Harvard, que no admitió mujeres en su “College” hasta 1977 y que hasta 1967 no dejaba que las mujeres entraran a la biblioteca Lamont. Lo que sí nos muestra el guion es que Martin (Armie Hammer), de quien provenía el Ginsburg en el nombre de nuestra heroína, que estaba un año delante de su esposa, se enfermó con cáncer del testículo, y ella asistió a sus clases también y lo ayudó a completar su carrera mientras hacía la suya y se encargaba de su hija. El que se crea que hace “multitasking” que me diga qué ha hecho que compare.
Una vez se gradúa, empatada con otro para primera en la clase, no como dice la cinta que sugiere que ella sola fue primera (no le resto méritos, sino que hay que ajustarse a la historia), no encontraba trabajo. Se le ve en una serie de entrevistas en distintos bufetes. Todos la rechazan. En uno se menciona que es judía, otro impedimento para su carrera, pero no nos enteramos que incluso el judío juez de la corte suprema de los EE.UU. Felix Frankfurter, la rechazó para hacer su escribanía con él porque era mujer. De modo que el prejuicio basado en género era penetrante y el guion quiere ocultar un hecho revelador.
El filme entra en su mejor parte cuando Bader Ginsburg gestiona que el ACLU (American Civil Liberties Union) tome el caso de Charles Moritz (Chris Mulkey), un hombre a quien la ley no le permitió tomar una deducción de los gastos que incurrió en contratar una enfermera para que cuidara de su mamá, que sufría demencia, por su género. La ley no contaba con que hubiesen hombres como él que no se habían casado y cuidaban de su madre. De primera intención Mel Wulf (Justin Theroux), el líder del ACLU en Nueva York rechaza la idea, pero Bader Ginsburg consigue la ayuda de Dorothy Kenyon (Kathy Bates) quien fue una activista que impulsaba los derechos de la mujer y era muy conocida en la ciudad y en la nación, quien convence a Wulf. El filme entra entonces en los procesos que se llevaron a cabo para combatir las múltiples leyes discriminatorias contra la mujer y la insistencia en que estas tenían que quedarse en la casa a cuidar sus hijos y sus maridos.
Hay que felicitar a los que decidieron que Felicity Jones interpretara a Bader Ginsburg. Su actuación en ‘The Theory of Everything” (2014), como la primera esposa de Stephen Hawking, mostró claramente sus talentos para mostrar determinación y ternura. Aquí, Jones también es así, pero además nos familiariza con la vena que corre por la mujer real que es ahora una de cuatro mujeres que en la historia han sido jueces de la corte suprema de los EE.UU. A pesar de su ferocidad, su personaje tiene momentos en que concede ante las pasiones adolescentes de su hija Jane (Cailee Spaeny), quien también es brillante y temeraria, como ella. Acompañando su actuación llena de buenos silencios y de revelaciones intuitivas de lo que piensa la futura jueza, está la de Armie Hammer como su marido. Poco a poco este actor ha ido escogiendo papeles que mitigan su participación en desastres como “The Lone Ranger” (2013) y “The Man fom U.N.C.L.E.” (2015) y mostrando su talento como un actor de primer orden, tal y como lo hizo en “Call me by Your Name” (2017).
Las fallas del filme tienen que ver, además de las que juegan con la historia que ya he indicado, con la tendencia a no dejar pasar un momento para hacernos saber la brillantez de su sujeto. En la escena en la que Bader Ginsburg va a Denver a ofrecerse como abogada del caso de Moritz, la madre de Moritz está haciendo un crucigrama y la abogada le suple la palabra que la pobre mujer no encuentra en su cerebro disminuido por su enfermedad. Ya sabemos que fue primera en su clase y de todos sus logros académicos, ¡pare, señor guionista sobrino de Bader Ginsberg! Pero estas son objeciones que se caen del mazo porque, mientras tanto, nos divertimos y apreciamos lo que esta mujer brava, lógica y altamente racional consiguió para que la mujer y la humanidad tengan mejor vida y que, a pesar de sus enfermedades (¿el cáncer?, ¡qué se vaya a la ñoña!, ha dicho recientemente) continúa incólume batallando por los derechos humanos junto a Elena Hagan y Sonia Sotomayor desde la corte suprema de los EE.UU.
Cuando uno piensa que allí, en esa corte, reside también alguien como Kavanaugh, hay que pensar que el desarrollo de los derechos civiles de todos, cuya evolución ha sido lenta y llena de escollos, podría volver a estancarse y hasta a retroceder. Este filme es testimonio de que nada se logra de la noche a la mañana, y que hay que defender lo que se ha logrado sobre los deseos contrarios de prejuiciados de mentes estrechas que han abusado de sus posiciones en la sociedad. Hay que verlo por eso, y por la felicidad de ver a Felicity Jones.