Operation Finale: el secuestro
Hay, además, una razón filosófica para recordar ese suceso maligno: el juicio de Eichmann, uno de los arquitectos de “la solución final”. Concebida en la conferencia de Wansee de 1941 por Heinrich Heydrich, con la participación de Eichmann y de Otto Hoffman (jefe de la oficina de “raza” y “asentamiento” de la SS), y otros, es posiblemente el juicio más famoso del siglo XX. No son únicamente de interés los aspectos criminales y legales, sino su simbolismo: se hizo justicia para los pocos sobrevivientes de los campos de concentración, y para los familiares de los que sucumbieron en las cámaras de gases y terminaron en los hornos. Tuvo también el juicio sus repercusiones filosóficas, y el famoso y controvertible libro de Hannah Arendt, “Eichmann in Jerusalem: The Banality of Evil”, que trata sobre el juicio y su significado, seguirá siendo motivo de discución por muchos años. (La magnífica película “Hannah Arendt” de Margarethe von Trotta, fue reseñada en estas páginas el 20 de diciembre de 2013. En ella se presenta parte de la controversia sobre el juicio )
El filme está confeccionado como un thriller de secuestro y, desde ese punto de vista, es eficiente y excitante. Basada en parte en una memoria de un agente del Mossad (la agencia de inteligencia israelita), su autor, Peter Malkin (Oscar Issac) que fue uno de los líderes del secuestro, es uno de los personajes principales en la cinta. El guión, escrito por Matthew Orton, nos lleva a Buenos Aires en el 1960, pero antes, en retrospección, hemos visto miles judíos en una fosa, y los miembros de la SS listos para ametrallarlos. Es un detalle importante porque, antes de “la solución final” el fusilamiento era el método de exterminio; más de un millón fueron eliminados de esa forma. Después de la guerra, Argentina recibió casi 5000 nazis. Estos fueron ayudados por el gobierno de Juan Domingo Perón y el siniestro cardenal argentino Antonio Caggiano. Aunque el filme no se hace una referencia directa a esta conspiración, en una escena magnífica y escalofriante, un grupo de nazis disfrazados de “cristianos puros” llama a la unión indisoluble entre la iglesia y el gobierno, y la eliminación de la peor amenaza a la estabilidad del mundo: los judíos. Uno de los líderes de la reunión es un sacerdote.
La fortaleza del filme estriba en el conjunto de actores que ha sido congregado para darle vida a los personajes y a la intriga. No solo brilla Issac, sino que se distinguen Peter Strauss como Lottar Hermann, Mélanie Laurent como Hannah y el escalofriante Joe Alwyn, como uno de los hijos de Eichmann. Les dejo para que me digan quién hace el papel de Vera Eichmann.
Por supuesto, el centro de la película está depositado en Eichmann. El papel se le ha encomendado a Ben Kingsley y su logro eliminará la imagen de cualquier otro que pretenda ocupar ese ser en ningún medio. Su interpretación incluye muestras de su falsedad en la relación con su familia, y galantería hacia una joven que los visita. Su aparente ternura —con su hijo de cuatro años— está ligada con gran efectividad a la escena de los prisioneros en la fosa, donde una mujer alza su bebé para que él lo salve. En muchos momentos inesperados la maldad de Eichmann surge de la actuación, y nos asusta. Uno en particular me pareció magistral: Malkin le está dando de comer al prisionero en la penumbra. Este, que está vendado, abre la boca para recibir la próxima cucharada, y mastica el alimento con tal gusto y compulsión que es una afrenta a los muchos que no tenían qué comer en los campos de concentración. No ha de ser fácil olvidarse de ese momento.
A pesar del suspenso que genera el filme, de las actuaciones y de la música de Alexandre Desplat, me molestó que, en muchos momentos, tuve la sensación de que se desarrollaba cierta sentimentalidad hacia la figura del asesino. Me pareció una especie de síndrome de Estocolmo, al revés. En vez del prisionero sentir un vínculo con el carcelero (o el torturado con el torturador) es Malkin quien parece sucumbir ante el efecto hipnótico del prisionero. Lo hace con lo que, por un momento, parece ser admiración. Es, verdaderamente, una gran falla de la cinta. Por supuesto, es un matiz que aprovecha Kingsley para su arte.
Esto no impide que la película sea divertida y que se pueda ver como un thriller y un documento histórico repleto de ficción. Por supuesto, el secuestro, el juicio y su resultado, son todos verídicos. Verídico también es que Klaus Eichmann (el hijo) siguió siendo un nazi, y que Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Bolivia, abrigaron algunos de los peores nazis, incluyendo a Klaus Barbie y Joseph Mengele. Este movimiento pulula todavía por allí. Hay que estar atentos y en guardia con el resurgimiento del neonazismo y el ultraderechismo a través de Europa y EE. UU..
(Menciono con orgullo que Poli Marichal estuvo encargada de los dibujos del “storyboard” y que es responsable de los dibujos que Malkin hace en una Biblia. También, que su esposo, Ricardo Méndez Matta, fue el primer director asistente. Les doy la bienvenida a estos puertorriqueños que regresan a la Isla, y les deseo más éxitos.)