Otra abundancia
Hay otra abundancia, pero hay que verla
desde el latido de los ciervos.
Asordinados metales dejan de aplaudir,
la semilla cae entre la sombra,
la hoja es movida por el viento en el asfalto.
Y llueven partículas cromáticas, sonorosas
lentos animales silenciándose.
Sobre el horizonte, de los árboles
no hay más que su luz
entre las ondulaciones de la tierra,
esfumándose casi.
El camino de cieno atravesado por el rumor del agua
el camino pespunteado por cuatro piedrecillas
rastros de pelo de animal peinado a la intemperie
abandonado el pelo de animal en el camino
apropiado el camino por pelo de animal.
Grande árbol exige que me arrime
otros dos árboles dictan el umbral del reposo.
El gran puente, el recoveco sembrado
por la posibilidad de una pantera,
husmear allá en el bosque por el camino húmedo
donde se iluminó la invocación y se mojó el lienzo.
Primero se apretaron a la rama,
bien sostenidas por pedúnculos
verdes. Después el lento cambio,
y súbito el fulgor rojo solemne, cardenal,
uno que otro amarillo envuelto en el atardecer púrpura,
casi azul el abrazo del viento, pero todavía,
y verde el estupor.
Por ese paseo bajo el nivel del mar yo te imagino.
No ha llegado todavía el lago
donde el puente entrecierra los ojos.
El rojo intenso casi el rojo intenso tras dos días
deviene un coágulo chorreando congas,
chorreando sones, chorreando un tumbaíto promisorio.
El despojo deja sus rastros en el suelo y silencioso asíncopa
otra humedad para los tulipanes, otro silencio para la humedad.
Aquí no crecen tulipanes, pero el humus es el mismo,
las patas se hunden en la promesa de la tierra
y continúan escuchando las hojas en declive,
ya casi ni se ven
su deslumbrante corazón tocando
lo que pulsa.
5 de noviembre de 2013