Otra Noche de San Juan, bien loca
“El proletariado no tiene fiestas, sólo funerales con ritmo”.
–Roberto Bolaño en el “Primer Manifiesto Infrarrafaelista”.
La imagen de los muchachos que iban calle Loíza abajo, arrastrando un radio impermeable con un flow rapero chilling, hacia la playa del Último Trolley, te confirmó que habías escogido con el fotógrafo Herminio Rodríguez una buena ruta para llegarle a otra Noche de San Juan, bien loca.
El ritmo del reguetón les abría camino al degenere por aquella vía, aún libre de tapones a las 7:30 de aquel sábado de junio, y les servía de pista bellacosa para inventar las letras y las escenas de aquella aventurilla periodística autoimpuesta.
Querías crear una crónica fotográfica para intelectuales de bien y de izquierda sobre el malianteo boricua en todo su esplendor cafrondo y violento, desplegado por macharranes, pitbulls y yales fuera de control, bien hard core, en este masivo espectáculo playero nocturno. Como diría Don Omar, “la noche estaba para contar historias de rampleteo, pasto y pelea”.Diga lo que diga la propaganda paradisiaca de la Compañía de Turismo, como el mar está tapiado por los muros de Ocean Park, ganaron acceso a la urbanización por uno de los portones de hierro cerca del cruce de la calle Ismael Rivera con la avenida McLeary. Los dejó pasar un chamaco puesto allí para mantener las hordas santurcinas a raya.
Más adelante, al fin lograron pisar arena a la altura de la Hostería del Mar, territorio de blanquitos delicados, extasiados por la música discotequera de party de escuela privada que se escuchaba bien heavy, y que yacían en aquella franja linda alumbrados sólo por tubos y collares fluorescentes.
Pero aquel cuadro fresita, poblado por gente marca Playero, se desvaneció por completo en los cinco minutos que les tomó atravesar el semitúnel que forman el mar y el muro, y que los llevó hasta su destino entre bonches de gente burda bailando reguetón a to fuete con la ropa mojada y una inmensa nube de humo de ganja.Poco a poco tus sentidos fueron procesando aquella imagen abierta de la explanada del Último Trolley.
De cerca, enfocaste en el grupete de las buchas y loquitas que jugaban paleta un rato y luego se entregaban al perreo intenso, entre chapuzones y retozos en un mar algo picado y frío que les ponía la piel de gallina debido a que un viento fresco soplaba fuertemente.
De lejos, los ojos se te fueron hasta el helicóptero de la Policía que sobrevolaba el área y la lancha con un potente apuntador azul de su Unidad Marítima que vigilaban a los participantes de aquel festival veraniego.
Aquella actividad anual estaba alumbrada por los focos del paseo y el parque Barbosa y había sido organizada por el ayuntamiento de la capital, incluso con una sala de emergencias bajo las estrellas, casi casi exclusivamente para la gente del residencial público Luis Lloréns Torres.No sabías que la fiesta del patrón de la ciudad iba a tener tarima y kioskos. Por eso te sorprendió que de pronto el reguetón que se colaba por todos lados se fusionara a la brava con la música en vivo de Plenéalo, los flacos peligrosos de Rika Swing y un Pupy Santiago con voz disminuida pero con mensaje intacto: “La noche se sintió de fiesta”.
De inmediato, al ver a las parejas de todas las edades bailando salsa, sacudiendo chichos y estrías sin complejos, te golpeó la dura realidad de que aquello que presenciabas no era el junte desenfrenado de anormales activaos, tú sae, motivados, “listos para dar la ronda, con guille y con escolta”, con el que habías fantaseado tanto.Te diste cuenta de que, todo lo contrario, los jóvenes del caserío estaban acompañados por las tías chaperonas, las mais, los abuelos, los adolescentes y los niños. En fin, era evidente que nadie había permanecido esa noche, sagrada y pagana al mismo tiempo, trancao en casa.
Todos incorrectos, –algunos precoces, otros avejentados, sandungueros y atractivos–, aquellos cuerpos del montón se dejaron retratar, con disimulo y muchas veces sin el flash delator, en diferentes poses blandas y tranquilas; raras veces transformadas en gestos despreciables.Así fue que decidimos sentarnos en la arena seca, sin toalla ni silla, para disfrutar del espectáculo y captar a esa gente genuina interactuando entre sí, y con nosotros, en aquel espacio que, todavía a las 10:30 de la noche, no estaba fuletiao y donde imperaban, por default, y al margen de la Unidad Montada, las reglas de la calle.
Las personas “que se personaron al lugar” conversaban y fluían súper cool, como si se conocieran desde siempre, toda la vida. Vimos a los panas de la escuela, las amiguitas del barrio, los compañeros de los equipos deportivos, los primos y, sobre todo, las parejitas con y sin hijos saludarse y chismear sosegados y sin griterías.
Todo el mundo se tomaba fotos con los celulares para preservar momentos nítidos. Texteaban al resto del corillo para que le cayeran. Los nenes les pedían permiso a los pais para ir a comprar refrescos, dulces y conos de pizza. Los pais jugaban voleibol y domino.
Algunas, exhaustas, dormían, después de haberse jartado de bacalaos y pinchos. Una vieja pintorreteada se dio una matá por un escalón de madera mal puesto y hubo que recogerla toda machucada. Unos noviecitos pelearon casi en silencio por los celos del nene lampiño. Él le tiró las chancletas a ella desde el muro a la brea, ella las recogió, como zombie, sin defenderse mucho. Después se dieron par de besitos.
Estábamos sentados en medio de una gran pasarela de arena que las luces tornaron blancucina y limpia, muy distante a aquel campo minado con basura que los noticiarios reportaron con sensacionalismo ecologista al otro día por la mañana.
Y, entre la multitud ocupada en lo suyo, ella hizo un alto para sonreírle al fotógrafo, que se había levantado y, en ese momento, estaba parado en una torrecita de cemento que sobresalía del paseo para tomar una panorámica.
Te encantó esa foto. Ella te comunicaba que la belleza boricua bestial se exhibe feliz, sin recatos bobos ni comemierderías represivas, como si la hermosura de los bajos fondos hubiese ido ella misma a toas, con gafas para la noche que le recogiesen el pelo, amarrada con toalla blanca de a diario sin print y bebiendo cerveza, al competir humildemente en un reality de jevotas liberadas.Desde la arena mangaban perfectamente el fichureo de los muchachos que desfilaban por la playa, entre casetas de campaña y barbacoas, en ropa de hacer ejercicios, tenis blancas con violeta o turquesa, Crocs con cocodrilitos de todos los colores y tallas, mahones cortos sujetados con correas y camisetas anchas.
Tú pensaste que la mayoría se negaba a usar trajes de baño confeccionados por otros, razón por la cual prefería hacer su indumentaria como le venía en gana. Especulaste que, precisamente, por haberse apropiado de la moda playera a su antojo es que los peritos del glamour identifican a esa mayoría como embajadora del mal gusto.Tan sabijonda reflexión en medio de aquel despliegue de incongruencias de poca monta, digna de un vídeo de Cultura Charra hecho por los maestros de este género, Roy y Juampi, fue interrumpida como una hora y pico antes de las doce por un hallazgo maravilloso.
Los chamacos jodedores les enseñaban a ustedes directamente, y “en exclusiva” gratuita para 80grados, sufre Comay, sufre, un close up de la bebida del momento para subir nota, el elixir criollo “que promete una rasca de 7 pares de cojones”: limoncillo con gusano de gummy. Según la leyenda urbana, un mezcalito “home brewed” en toda regla, pero ponceño en vez de tijuano.Así como se le acercaba espontánea la belleza bizarra a la lente, la hermosura angelical igual se le arrimaba. Ya casi a las tantas, tocaron al cristal de Herminio los munchies sucarosos de la niñita del trajecito mono; aquella que, súper chula, perseguía al flautista de Hamelín vendedor de algodón de dulce, por toda la playa.Pero no hay duda de que la verdadera pieza de arte –que más tarde resultó ser objeto de reseña luego de que un comité apócrifo evaluador de bellas artes la encontrara futurista degenerada–, protagonista de aquella otra noche de San Juan bien loca, no fue el omnipresente BBQ, sino el maquinón bajapanty producto del ingenio costanero: nuestro radiote nacional impermeable y portátil, incrustado en una neverita de K-Mart.
Según lo vimos, aquel reverenciado artefacto reguetonil lo mismo pudo haberse embarrado de arena y sobrevivir sin problemas técnicos mayores que haber flotado para ofrecerles un concierto de la vieja escuela desde el agua a los que estábamos quedaos en esa orilla. Uno nunca sabe.Al filo de las doce en punto de la madrugada tuvimos otra epifanía: el Honorable Alcalde de la Capital de Puerto Rico, Jorge Santini, enemigo público #1 de Residente, Calle 13, se dirigió a su pobre pueblo, como decía el poeta Palés, desde las alturas de la tarima, y mediante los altoparlantes que amplificaban su voz hasta la orilla.
Eufórico, el elocuente caudillo del Betsy felicitó a los presentes por ser sanjuaneros de corazón, whatever that means, que Dios bendiga a San Juan y buenas noches.
A Dios gracias que los fuegos artificiales que daban la señal para lanzarse al agua nos alegraron a todos, luego del discurso del alcalde, cuyo recibimiento en pleno año electoral, por la gente de ese inmenso bastión del esposo de Irma, se sintió bastante tímido.Fue a la esperada hora que la algarabía se apoderó de la muchedumbre, que ya se había duplicado. Esa gasolina emocional que, a su vez, era producto de aquella bomba popular urban blended, y mucha melaza de la buena, provocó carreras desde todos lados hacia el agua para cumplir al unísono con los consabidos rituales en honor a la buena suerte, Yemayá y el santo Bautista, vocero oficial de la primera venida de Cristo.Todos aquellos contactos colectivos de las carnes con las olas, la arena y el viento te provocaron una tremenda sensación de calma espiritual.
Confirmabas con Herminio que, entre tanto sufrimiento burgués generalizado, y a pesar de que Bolaño tuviese razón en que aquello no era más que un multitudinario “funeral con ritmo”, al menos la gente del caserío, aunque sea de forma contingente, hasta que se aproxime ese apocalipsis infrarrafaelista que ellos identifican con otros mitos menos marxistoides, es la que mejor se sabe divertir en las calles.
*Las fotografías utilizadas en esta columna son de la autoría de Herminio Rodríguez.