Pactos problemáticos con Dios

Claro que no se puede perder de vista que, según los seguidores del presidente estadounidense Donald Trump, últimamente Dios habita muy cerca de la Casa Blanca en Washington, cuidando de este, quien a su vez reclama estar totalmente dedicado a adelantar las metas de los sectores que impulsan los tradicionales valores cristianos. En estos días, sin sorprender a nadie, ha alegado que nadie ha hecho más que él por lo que describió como el movimiento evangélico.
Pero si Dios es reclamado por tantos de las formas más inverosímiles y hasta triviales posibles, ¿por qué no habría de pactar con la gobernadora, que lo único que quiere es servirnos bien a todos los que habitamos en una isla en la que parece que la mayoría no estamos muy bien conectados en estos asuntos divinos, sobre todo cuando se piensa en aquellas escalofriantes horas de aquel septiembre de hace dos años y medio en las que María, el huracán, nos dio con todo lo que tenía y las plegarias no parecían ser muy efectivas, o en los más recientes temblores que tienen al país en un estado de incertidumbre nunca antes experimentado?
La señora gobernadora, pensará ella, no le está pidiendo mucho. Se trata de una ayudita leve, una especie de trillita sencilla que además de ayudar a un País que ha sufrido bastante últimamente, le permita dormir un tiempito más donde también durmió el anterior, quien por cierto, cuando podía se mostraba ante las cámaras como un fervoroso creyente. Es posible que las creencias de la gobernadora sean auténticas, comparadas con las de mi vecino, que lo que hace es rezar para ver si se pega en la loto. Esto se le vio en su cara cuando la retrataron junto al arzobispo y así se constatará cuando se retrate con los líderes protestantes, si no lo ha hecho ya. Lo hace porque no ha olvidado aquello de que a Dios rogando y con el mazo dando, refrán que en un país tan dependiente como el nuestro ha dejado de tener sentido y apenas se escucha. Me imagino que la gobernadora no es como otros, por ejemplo como yo, que al construirme la casa, en vez de haber solicitado la intervención de la agencia a cargo de la planificación en Puerto Rico, cuando llueve demasiado imploro a los cielos que se controle la quebrada que pasa cerca del barrio y que amenaza otra vez con inundarlo todo.
Pero con tantas peticiones, el problema, y en realidad todos los problemas, los tiene Dios, porque ¿a quién le va a prestar atención?, pues del otro lado, los de los partidos contrincantes, sobre todo el que también, sin admitirlo, reclamará la línea directa, deben contar con muchos que se han encomendado ya y también están a la espera de alguna ayudita, otro pon para resolver de una vez por todas los problemas de nuestras islas.
El asunto no es fácil de entender. ¿Qué es lo que lleva a la señora gobernadora, y al mismo Trump, para no perderlo de vista en estos tiempos de guerra, a pensar que ellos pueden contar con Dios en este asunto de servirles a Puerto Rico o a los Estados Unidos? ¿Porque a Dios le gusta meterse en estos líos? ¿Porque a Dios le parece necesario intervenir en las crisis que creamos los seres humanos cada cierto tiempo y que dicen tanto, aunque más bien tan poco, de nosotros? ¿O se tratará de una expresión más de nuestra jaibería?
Debería llamarnos la atención que a la hora de confrontar nuestra complicada dinámica puertorriqueña rezamos demasiado y parecemos no esforzarnos por coger en serio y comprender los argumentos teóricos y las explicaciones científicas que ofrecen nuestros estudiosos. Son estas las que deberían estar en la boca de los políticos y las políticas a la hora de atender los terremotos, los huracanes, las inundaciones, la criminalidad, la violencia de los hombres en contra de las mujeres, la quiebra del País y tanto más. ¿Cómo es posible que un código legal dependa para su aprobación de legisladores o legisladoras cuya notoriedad es el resultado de su fanatismo religioso? ¿Cómo es posible que una gobernadora revele que tiene un pacto con Dios atendiendo las interrogantes de un periodista serio interesado en informarle al país cómo es que ella confrontará los retos políticos de los próximos meses?
Hace ya algunos siglos un pensador cristiano llamado Agustín, quien fuera obispo de la ciudad de Hipona y quien es mejor conocido como San Agustín, confrontaba el asunto este de la participación de Dios en los asuntos políticos. Cierto es que en el caso de Agustín de Hipona no se trataba de unas elecciones en una provincia alejada de la capital del Imperio Romano, sino de una invasión de los llamados bárbaros (Alarico y los vándalos) en un momento en el cual ya aquel inmenso Estado había asumido el cristianismo como religión oficial. Los paganos alegaban que mientras los dioses titulares de Roma habían sido los suyos la ciudad apenas había sido rozada por turbas invasoras, pero que bajo el dios cristiano otro había sido el destino de aquella sociedad.
Agustín realmente no se las vio muy difícil al responder el dilema, pues no compartía la idea de que hubiera habido dioses paganos interviniendo en asuntos de naturaleza histórica. Tales dioses sencillamente no existían y por tanto no se sentía obligado a conceder que el dios que defendía era menos poderoso que los de los demás. Tampoco tenía por qué alegar que su divinidad era mucho más poderosa que las de ellos, lo que había sido el caso del legendario Moisés frente a los dioses del Nilo con los que tuvo que competir frente al faraón. Dios, si acaso, había permitido que la historia romana se desarrollara como se había desarrollado, pero otro asunto era afirmar un protagonismo divino, dio a entender Agustín con cierta astucia.
A final de cuentas los seres humanos podían sí alcanzar una ciudad paradisíaca aquí en la tierra, una nueva Jerusalén, como también habitar una Babilonia pecaminosa, pero como resultado de su espiritualidad personal y no como efecto de la gestión política, o político partidista según el caso de marras. Agustín, a quien le apasionaban los temas religiosos, debía de sospechar inteligentemente que eso de andar hablando a nombre de Dios o de sus pareceres sobre asuntos políticos es peligroso, no tanto porque la divinidad pudiera castigar a uno por estar diciendo disparates, sino porque, si acaso, Dios es por definición lo otro, lo absolutamente distinto y nadie, otra vez si acaso, puede reclamar qué es lo que piensa. Evalúen las expresiones del mismo Jesús cuando al final reclama que lo han abandonado.
Abandonados es como se deberían sentir muchos, por lo menos la mitad, de los que apuestan a la protección o la ayuda divina para resolver problemas o ganar contiendas electorales. Pero es evidente que no aprendemos y continuamos tomando el asunto como si de magia y espíritus domesticados se tratara. Con esta misma magia y con los mismos espíritus a la carta es que se espera resolver los problemas que se enfrentan en el país. Entonces habría que alabar y alabar mucho para tener éxito en lo que fuera. Esto no estaría mal si la magia y los trucos en los que ella consiste se limitaran a las fiestas navideñas cuando todos negociamos un poco con la fantasía de Santa Clos. ¡Pero no! Se nos continúan pidiendo oraciones, después que los reyes se han llevado el pasto, para acabar con la supuesta crisis moral, plegarias para acabar con la criminalidad, sacrificios para que no nos matemos sin impunidad[2], ignorando y hasta despreciando las estrategias que, como parte de una agenda colectiva bien pensada, podrían sí comenzarse a remediar los retos que se confrontan. Tenemos que construir viviendas, hospitales, carreteras y escuelas a prueba de huracanes y temblores, respetando la normativa elaborada por expertos. Tenemos que aprender a sobrevivir, ¡pensando, estudiando, deliberando!, en ambientes que se nos podrían mostrar crecientemente más retadores. De esto es de lo que se trata.
Hace más o menos ciento cincuenta años el pensador danés Soren Kierkegaard, siguiendo un tanto a otro teólogo de la Antigüedad que también se las traía, Tertuliano, para bien o para mal, reconoció la importancia de la fe en la vida de algunos cristianos. En ambos Tertuliano y Kierkegaard se percibe la convicción de que la fe, mientras más absurda pareciera, más valor tenía en la vida interior del individuo. Reconocían la responsabilidad que tenía el creyente con sus creencias y no esperaban de parte de la divinidad concesiones, favores ni trato especial. De este, por ejemplo, se tenía aun que aceptar que había determinado sacrificar el hijo por el cual se había esperado tanto.
Esta concepción de lo religioso fue desarrollada por ambos para atender cierto tipo de encrucijada que todos los seres humanos vivimos y que atendemos valiéndonos de nuestra interioridad, donde cada individuo tiende a concebirse y a sentirse a sí mismo como soberano, aunque no lo seamos. En ese ámbito interior podemos fantasear todo lo que queramos, habitar los mundos que nos inventemos, adorar los dioses que nos parezcan merecedores de nuestra atención y a final de cuentas de nuestra fe. Sin embargo, refiriéndonos ahora al ámbito exterior, se ha hecho evidente a través de los tiempos que cuando introducimos algunos tipos de consideraciones religiosas en discusiones públicas le ponemos fin a la posibilidad de acuerdos en los que la razonabilidad, como un ideal de consenso, constituya el norte. Cuando el sentir religioso provee para pactos con Dios, por su misma naturaleza tiene otro norte, la salvación, una salvación que no se puede negociar. Sus fundamentos son creencias ancladas en convicciones que no toleran cuestionamientos, los mismos cuestionamientos que son el caldo de cultivo, en sentido positivo, de las reflexiones científicas y filosóficas, y que nos han permitido esforzarnos por construir sociedades cada vez más abiertas.
Huelga aclarar que en el cristianismo conviven múltiples acercamientos religiosos, además de los traídos a colación. Algunos comparten el respeto por las deliberaciones a las que se le hace muy difícil aceptar pactos que no se puedan especificar transparentemente. Estas religiosidades son conocidas por sus compromisos con la construcción de las mencionadas sociedades abiertas. Ellas han compartido con las tradiciones filosóficas y científicas sus esfuerzos por reinventarse en los distintos contextos históricos que ha vivido la humanidad. Asumen y en ocasiones han sido iniciadores y portaestandartes de valiosas reivindicaciones. Ellas son el mejor ejemplo de que lo religioso no nos exime de razonar y de dialogar públicamente con argumentos que puedan ser debatidos. Pero los pactos con Dios no pueden ser debatidos. Se trata de asuntos íntimos que no le conciernen más que al que los maneja. Su exposición pública es literalmente obscena y debería causar vergüenza ajena. Igual que el asunto este de estar bendiciendo a todo el mundo en actividades públicas. ¿A cuenta de qué? Alguna vez nos habremos preguntado si le agradará a Dios, o a las divinidades que sean, que hablemos a nombre de ellas para privilegiarnos.
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[1] Según entrevista en El Nuevo Día del viernes 20 de diciembre de 2019.
[2] Porque algunos lo permitirían con impunidad.