Paisajes diversos.
*Selección de Sitios de la memoria (edición de autora,1983), La gula de la tinta (Posdata:1994), Rizoma (Nómada:1998), Diseño del ala (Callejón: 2004) y Cuerpo nuestro (Folium: 2013). Algunos de estos poemas se incluyen en mi libro más reciente, Artes poéticas (La secta de los perros: 2014).
De las pequeñas muertes
Con el número dos nace la pena.
-Leopoldo Marechal
La zaherida muerte
se acuclilla para conmovernos.
Ojerosa nos mira
el estrujado pie lleno de garbo.
Pero su consternada faz
no acierta a dar
con el punto intangible de su movimiento.
A ciegas lanza sus saetas
y a trechos el cuerpo se desploma.
La lágrima prevista rememora
pozos lunares
desprovistos de luz
y el pie brota repentino
abarcando su fosa,
fascinando a sus propias gardenias.
Musita el costado incorrupto.
besa su mejilla ósea,
sus cabellos brillantes y azabaches.
Y continúa buscando
el límite irrisorio de su nombre,
de sus endebles escamas de ilusión,
el sutil golpe del candor ambiguo,
el cese del sentido.
La zaherida muerte no cuestiona
la inconducencia de sus propios actos,
el sordo clamor de sus campanas,
el solitario humo de su esperanza maltrecha
el horror sobrehumano que endiosa.
La muerte trajinada
se acicala con polvos de colores
y manos demasiado hábiles.
Una vez más apoya
la asediada cabeza
en la perenne posibilidad
del abandono.
Sus dedos parecen elucubrar
la infinita parabola de sus artilugios
las recurrencias sibilantes de sus hurtos
el poro alucinante.
(VI-1981)
Fuga y tentáculos
la mirada de pulpo de la memoria
-Enrique Molina
Cuando la memoria subcutánea
descubra
los resquicios insulares del amor,
y atrape la sonrisa asimétrica,
mitad sí,
mitad no;
¿Qué se habrá hecho de la hermosura
dónde habrá ido a refugiar sus brazos
sus miembros amputados
sus leyendas?
¿Dónde poner el pie sin que lo desplome
la velada traición
la estafada caricia?
En qué lugar entonces
encontrar la esperanza,
pulpo solar del corazón,
ventosa que se adhiere
feroz
a una buscada esencia.
Y es entonces,
animal atacado que enrojece,
protege su cabeza con sus podos
y es de nuevo lo mismo:
sobreposición de ternura
y ternura.
Cuando la memoria subcutánea
descubra,
nadie entonces intente
trazar el radio
de su abrazo invertebrado,
las rutas que persiguen
sus estiletes dúctiles,
pormenores buscando,
tinta arrojando para defenderse.
Cuando la memoria
penetre las esquinas más sagradas,
pudra cristales,
devore el límite de los muros,
roce las orlas del dolor,
atrapar el sentido
o mitigar la dureza repentina,
nadie intente.
Memoria mía,
tantálica,
aspiradora de los resquicios
donde se aposentan
recurrentes detalles cotidianos:
el vaso de agua
el beso innumerable
una lección de lupa y sol
quemando hojas,
y tanteadora irreverente
del escapado gesto de cuarzo
del ojo pétreo del cálculo.
Cuando la memoria
desintegre
el monstruo de azúcar y azufre,
el amor.
(I-1981)
Aire
Le di la espalda al mar
y escapé como si fuera mi enemigo,
pero de noche lo sentía llamándome.
Para quién el tiempo de la paz.
Para quién el tiempo de la guerra.
Ritual de espera
Sé que no me conoces
pero sabes
que la lengua me estalla
súbitamente cuando quiero.
Me devora.
Reclamo
que no es del tiempo de la paz.
Tú que no me conoces
sabrías
que soy del tiempo de la guerra
y el corazón se me espesa
imaginando
nuestras sangres
pavorosas
azogadas.
*
Te devoraré con este corazón que se deshace
entre los zarpazos de los tigres.
Cuando las horas,
agazapadas en la fragilidad de los balcones
en la soledad de los puentes
en la ordalía de cada página
se desgasten.
Cuando las copas contemplen su hora henchida
y el gusto se eleve hasta el aro sagrado del paladar.
Te devoraré
como con ese corazón.
*
En pormenores de granito
en mi tristeza efímera y quebrada
en el marco habitual de los embarques
en los truenos y el timbre
con sabor a goma y a llovizna.
En el primaveral presagio del soplo
en el ala dormida de un caballo de copas
y en los últimos puñales de los césares.
Rosa metálica
Eran sus ojos el relicario de la muerte
y su paso era puro porque toca y no toca.
Mas la proximidad rinde su acero
y todo ese aire posible se estremece,
roza la espuela del aliento
merodea la rosa del deseo
tiñe su búsqueda.
E intuyo el timbre de su voz
tras el rumor felino de su paz
que se solaza por una ciudad delirante
que la aguarda vestida de su propio abrazo
metálico y vetusto.
Trazas así la curva de la calle Princesse
hasta la esquina que se abisma
en la luz de la memoria
para jamás verte alocada
en el luto intensísimo de mis ojos.
*
Te tatuaré una flor
en el sitio de la risa
para que eches raíces
que suban por mis manos
y me despenen el corazón.
La piel por sus esquinas
Tomar la piel por sus esquinas más frágiles, tan delgada es la piel que no se oye. Un cuchillo no arde tanto como un borde bien entrenado de papel. Vas levantando la piel y ganando terreno. El escozor de la carne viva tiene la densidad de la púrpura en su tacto. Me la quito para tejer un manto que te acaricie. Voy descubriendo las membranas, los nervios, en esta topografía sin límites ni amo. El amante descubre una rosa tatuada sobre la carne viva después de levantar varias capas de piel. La rosa es roja y sangra.
Flama aliviada
Pero algo irreducible palpa la intuición que entreabre un hecho. Y la réplica arriba con el estrépito con que cae el arco al abatirse sobre el cuerpo del intérprete. Entonces, algo más allá de la música se abole. Sin embargo, puedes escuchar esa manera inestimable de hacer silencio. Como mora el viento sobre una cara que ríe y el roce del aire pasando por la epiglotis supone todo el ruido. La lejanía es toda su paciencia y el bosquejo de un deseo la más intensa degustación. No hay extremos ni senderos en esa travesía cifrada por la lentitud. Un espacio en blanco o un suspiro pliega el tiempo constelado de salvajes charcos salvados quizás por ese ir en puntillas sobre la cercanía de las cosas. Allí se consume la flama, aliviada por la evaporación. Se siente el aire rozando el temblor. Demarcar ese territorio imposible, así como sugerir sus coordenadas colinda con la pérdida. Así en todo. Lo que se dice no se deja vivir y lo que no se dice no tiene posibilidades de vivir.
Sobrevivencia
Gulosinas es la variante más intensa del deseo. Invento sus colores, y los sabores que me sugieren resbalan por mi garganta como un fuego tímidamente abrasador. Por su querencia son invictos. Urden contiendas con armas inusitadas y esquivas. Pero sus sueños nocturnos no me tocan y sus sabores secretos no rozan el mantel de mi mesa. Se hallan envueltos en una fina pero resistente piel multicolor y plegadiza que titubea bajo el sol y se opaca como un terciopelo autodevorador bajo la luz amarilla de cualquier pupila inteligente. No sabría yo qué hacer con una gulosina que se resista a la tinta. Esa inútil lucha por eludir la tumba. La resistencia (o el amor), que es la forma diáfana de evadir la caricia causada por aquella hábil nadadora asumiendo su íntima función. Ya decía Nietzsche, que las metáforas son las únicas ajenas a la ruina, al pacto de la sobrevivencia o a simulacros coloridos. Ingiero lentamente esta ginebra con tónica suavemente escanciada sobre hielo. Vocablo inverso pertrechado de tiempo inteligentemente esbelto. Brindo.
Cabezas de San Juan
behind the square of blue you have cut from that sky,
another life, real, indifferent, resumes.
—Derek Walcott
La franja es azul.
Su luz es indeleble. Es intocable.
Pero no es franja.
Es una ráfaga de viento sobre el rostro,
un estremecimiento de la piel cuando una gaviota cruza sobre el lienzo.
Es la noche también iluminada por el fulgor del mangle rojo
y las hojas patinadas de luciérnagas
que habitan el puente de madera que nos adentra en el olor.
El estupor, que es un índigo intenso,
se esparce amplio y sosegado sobre la vista desde el faro.
No hay mirada que cubra ese estupor;
no hay temblor que lo sosiegue.
Sentada allí, con todo el viento en derredor,
puede abundarse en el terreno movedizo
que me ofrece mirar en torno y moverme,
sabiendo que sólo hay mar.
Y allí habito, como en un terremoto que no cesa.
Todos los sonidos se estrellan contra esa roca abatida por siglos
y su luz estalla en miríadas.
Es el núcleo en la pluma de un pavo-real,
el violáceo cerúleo de un pensamiento,
el lapislázuli de una línea egipcia sobre el ojo,
la metalurgia gentil tras el detalle
de los párpados funéreos de una Medusa
sostenida por la mano de Perseo.
Todo ese añil que se abroquela en los fantasmas del tiempo
se dilata sobre este espacio seco desde donde
mirarse no se puede.
Su vastedad.
Desde donde moverse implica el peligro de morir.
Por un momento me vuelvo y veo
a un pescador lanzando sus redes sobre el mar.
Lamento del replicante
All those moments will be lost in time
like tears on the rain. Time to die.
—Blade Runner
Después de las intervenciones, el paciente se siente.
Posee dos brazos y dos piernas.
Intenta evadir a las fieras una y otra vez,
pero halla una cara trapeada en medio de todos los caminos.
Tiene una boca que balbucea cuando emite palabras.
Y los ojos, qué podría hacer sin la dicha de ver
como se lo dictan sus dioses.
Tiene una espalda sobre la que se tiende
para aliviar la injuria suave de los días.
Y la piedad es un vocablo humano que se permite el cuerpo,
un manierismo prosaico,
que en los momentos más inusitados
recuérdale que existe el mar.
El corazón no le basta para sostener
un cuerpo acariciado para siempre
con la punta del roce de dedos inexistentes.
Los ojos eran dos túneles de viento
queriendo desafiar el momento en que los deslumbrara la muerte;
la boca era una herida cascada de guayabas.
Lo demás es el oído, temblando,
tensado para el salto, olvidando a aquel tigre
de la floresta espesa en una selva demasiado verde, musical.
Las pezuñas veloces se hundían precisas sobre la jungla o la marisma
evadiendo las trampas de los cazadores
y queriendo aprender el principio del vuelo
que conformaba el arco del ala de algunos pájaros.
Nadie más que yo pudo guardar esa virtual memoria
de un cuerpo hecho para dos besos: nacer, morir.
Lección de estética: el salto
El desarrollo de esa flexibilidad se halla
en la capacidad de la coyuntura para sostener cierto peso.
Así también la voz, que sin el cuerpo no accede al espíritu.
Sin ese umbral no hay voz,
sin el cuerpo no se entra en la luz.
El impacto del salto sobre el gozne es violento.
El dolor se mitiga en el aire,
como el rocío cuando disimula una lágrima
o cuando un arcoiris descomunal eclipsa al alba.
La intensidad resulta de la libertad que la desata.
Desde afuera se mira difuminada la visión
por el sonido de la música que la involucra en gasas
y camuflagea, asistida por los compases,
el fulgor con que el pie lamina el piso de madera
o la voz hiere la barrera del sonido,
acumulando en el regreso de la onda el impacto todo de aquel cuerpo.
El espectador es abstraído del esfuerzo
por milagro del marco que circunda su éxtasis.
Esa distracción que lo sustrae del golpe
le permite apreciar el esplendor:
cuando el todo se hunde en el silencio de un mapa de estrellas.
Pero las vendas sangran,
las uñas se encarnan, el cuerpo duele,
los ojos arden, la piel se agrieta,
las manos tiemblan y el alma se desgasta.
La voz,
hay que esforzarse porque no se rompa en el extremo
de su disciplina o su fervor, al borde de su opio.
En esa pausa, en ese sueño obsceno donde quisiera entregarse a lo real,
una herida coagula:
allí donde se crea el arco
y se empurpura el signo.
De un lado, entonces,
el desconsuelo con que imagino al viento
puliendo un promontorio, así como se borran las sales de una piel.
Del otro, el tiempo que toma contemplarlo.