Para nombrar a Matos Paoli: un instante de cien años
“ . . . Y así soy Francisco: un modo
de interpretar las cosas
que están inéditas en el alba
y que todavía no son.”
–Francisco Matos Paoli
fragmento del Poema 43 (Contra la interpretación, 1989)
Como es sabido, el 9 de marzo de 1915 nació en Lares, Puerto Rico, Francisco Matos Paoli, por lo tanto, ha llegado la ocasión del centenario del nacimiento del poeta. En aquel momento todo era posibilidad. Ahora, ya es todo un destino magistralmente cumplido. Pero ¿qué puede importar la cantidad de años? Si la obra poética no se hubiera levantado sobre el dolor de la contingencia histórica hasta la excelencia y humanidad que irradia, no importarían las cuentas en el registro del tiempo.
Sin embargo, una fecha es un buen pretexto, una ocasión propicia para la acción. Por eso, en el centenario de su nacimiento, celebramos y agradecemos la existencia del poeta leyendo su obra. Por eso, la cantidad de cien años, en la verdad de los hechos, se concentra en el instante del acto de lectura. Esa es la ocasión memorable y propicia para el acontecimiento de lo poético: la poesía que despierta y se activa con los lectores justamente en un acto que transcurre siempre en el presente.
El poeta vive -como se sabe- no sólo a través de su lenguaje, sino en el dinámico espacio del encuentro -diálogo y lucha- de la mente lectora y las palabras del poema. Se trata de una colaboración problemática. La misma singularidad de las palabras que invita a la lectura (el rápido vaivén entre el sentido figurado y el directo, la densidad de los recursos retóricos etc.) simultáneamente ofrece resistencia. Los lectores, por su parte, para poder crear su interpretación, tienen que dilucidar aquello mismo que les invita y les resiste. Colaboración: invitación y resistencia. Es decir, a Matos Paoli hay que leerlo desde Matos Paoli. La aparente tautología quiere insistir en lo particular del encuentro de las dos “entidades” que constituyen el acto de lectura.
Ante lo extraordinario
Confesamos que ante este Francisco sentimos una gran tentación. Se oye decir que tal o cual poeta es el más grande o importante del país. ¿Pero qué significa “grandeza”, “importancia” o cualquier otra palabra equivalente? ¿Y qué significa decir una cosa como esa? Los lectores puertorriqueños debemos meditar sobre esas afirmaciones que pueden ser trampas de la ignorancia, de la incultura o de la desesperación o superstición de nuestra identidad. Una lectura que quiere ser alerta no puede convertirse en idolatría, pues eso no sólo negaría el espíritu de libertad de la poesía que se pretende leer sino también el valor del acto mismo. Sin embargo, es cierto que con el nombre de Francisco Matos Paoli designamos un fenómeno poético único. (Por cierto, nuestro único gesto hacia el Premio Nobel). Acaso para este particular lenguaje no existan los instrumentos de evaluación, que a su vez, también podrían ser redes, trampas para encarcelar (¿otra vez?) a Matos Paoli. ¿Será un desafío a la teoría literaria y hasta a la teología, hallar el lenguaje adecuado, el cómo nombrar con acierto a Matos Paoli? Tal vez haya poetas cuya “calidad”, “grandeza” se pueda medir con los “instrumentos” al uso. Pero entendemos que Francisco Matos Paoli es una realidad diferente, vuelo, inmersión o éxtasis distintos, en otra dimensión (aquí mismo), cuyas coordenadas podemos intentar trazar, (porque es terrestre, aunque estelar) pero lo perdemos apenas intentamos atraparlo con un resumen, una interpretación, una orientación para los lectores. De manera que está claro: la poesía de Francisco Matos Paoli es única, en más de un sentido. La aceptación de esa simple verdad es el requisito indispensable, es el fundamento para empezar a entrar en su mundo, ¿para tratar de entenderlo? Hay que renunciar, pues, a nuestra vanidad crítica, política, teológica, etc. para poder ir más allá de la sensación de no entender, ir más allá de nuestra pretensión de ofrecer a otros el gran descifre de la obra, casi como un premio o una prueba de nuestra capacidad lectora.
Al leer esta poesía se ponen en tensión, pues se hacen presentes todas las virtudes y defectos de nuestra educación general y cultura neocolonial con su particular perfil de heterogénea o contradictoria identidad. Tal vez sin querer decirlo o aceptarlo llegamos a preguntarnos, ¿qué sentido tiene esto que leo? y peor aún, o más grande todavía, ¿qué sentido tiene el acto mismo de leer esto? Este Francisco tremendo nos invita a una ascesis. Escalamos o nos hundimos en un estar quietos, en la concentración o, a veces, en la distracción arrebatada, guiada por una imagen o una secuencia de sonidos. Ascesis: reglas y prácticas para la liberación del espíritu. En la práctica de la lectura el lector se libera de viejos hábitos y modos de entender, de buscar y crear coherencia.
¿Leer: acto de fe?
En 1942, a los 27 años, en entrevista radial que le hiciera Francisco Arriví, el joven Matos Paoli, al comentar el poema “Forma de lo virgíneo” (de Habitante del eco) teorizó lo siguiente sobre la naturaleza del lenguaje poético y la labor del poeta: “Y la poesía es lo innombrable, lo inefable. El poeta no puede expresar lo inefable en toda su absoluta certeza porque está limitado por el hecho lingüístico de la palabra. De ahí que el poeta tenga que desprenderse de la logicidad gramatical para que su acto de creación sea un acto de fe que trascienda el límite impuesto por la palabra. Entonces trata de cargar la palabra con nuevas modalidades poéticas que metafóricamente resultan un núcleo clave de la nueva estructura lingüística. Un poeta tiene que estar contínuamente luchando con los hechos del lenguaje. Yo he querido poetizar utilizando una palabra trascendida, que haga el menor ruido gramatical, que sea a manera de un eco que se sobrepone a la materia lingüística en bruto. El poeta viene a ser a la postre habitante de su propio eco”. (Primeros libros poéticos de Francisco Matos Paoli, cccliii, editorial qeAse, 1982)
Si pensamos que leer es un acto de creación, de coautoría entre el lector y el texto, y si elegimos creer las palabras del joven poeta y pensar a partir de ellas, entonces esta escritura poética a la vez que se presenta como un acto de fe en la capacidad de comunicar lo inefable, también le solicita al lector, análogo acto de fe en la posibilidad de entender tal comunicación. Es decir, no sólo escribir sino también leer sería un acto de fe. Pero, justamente, la fe propone o presupone lo irracional, mientras que el acto de leer exige la coherencia, siempre definida o enmarcada por lo racional. ¿Cómo leer -acto racional- y, a la vez, afirmar la intención irracional, la fe, del mismo acto?
Desde el origen, pues, el gesto creador de esta poesía es paradójico. Quiere comunicar lo incomunicable, aquello que se cree o se acepta como incomunicable por medio de un instrumento que se acepta como insuficiente, inadecuado para la tarea. Sin embargo, el poeta insiste en el intento de tan particular comunicación. ¿Qué garantía tiene el lector de que la operación tiene sentido y no es un un disparate, un desvarío? ¿Ninguna? ¿Él mismo?
Veamos el problema desde uno de sus extremos, el lector no creyente. La petición ¿tácita? de fe por parte de la poesía de Matos Paoli es particularmente especial frente a éstos. ¿Cómo o por qué un lector no creyente va a acercarse a una escritura que, a su modo, le pide fe en su relación y, además, con lo inefable? (Al comienzo de la trayectoria de Matos Paoli lo “inefable” se formula como la poesía, pero muy pronto será la experiencia de Dios o su retórica.) La contestación parece estar en la naturaleza misma del lenguaje. La singularidad de lo poético, la belleza que combina como en un claroscuro lo inteligible directo y lo “ininteligible” indirecto constituye la invitación irresistible para cierto tipo de lectores creyentes o no en lo inefable (o en la posibilidad de su comunicación parcial). Así, lo irracional y lo racional, sin cancelarse del todo, pactan en el acto, misterioso y único, de la lectura poética. Entonces, el mismo lenguaje que parecía insuficiente para hablar de lo incomunicable se revela capaz de convocar y de invocar posibilidades de interpretación. (El llamado a los lectores es el llamado a las lecturas.)
Pero queda otra pregunta. ¿Cómo creer en la propuesta de esta poesía desde nuestra identidad neocolonial marcada por tantas deficiencias -de lectura e interpretación, de formación cultural, de actitudes y prejuicios ideológicos- ¿Tendremos el espíritu para leer esta poesía escrita desde la libertad y la belleza transformada por el dolor en más libertad y belleza? La ¿única? respuesta es entregarse a la ascesis gozosa de la lectura, aceptar la regla (de esforzarse y entregarse) a la práctica, al ejercicio que libera nuestra capacidad lectora y nuestra fe en la lectura misma. ¿Sólo así el lector se liberaría de la cárcel de su identidad insuficiente y podría comunicarse con este poeta que está simultáneamente en más de un más allá (que es aquí)? Sólo podremos saberlo si asumimos el riesgo de leer según nos exige esta poesía.
Por otra parte, y ¿finalmente? intuimos que mientras más grande y profunda es la poesía del poeta lareño, más abarcador y hondo debiera ser su efecto en los lectores. Y, sin embargo, he aquí la paradoja de una gran poesía con pocos lectores. He aquí, pues, una poesía que busca a su pueblo, a su vez, tan necesitado de poesía. El país no sabe lo que puede aprender y llegar a ser junto al lenguaje de Francisco Matos Paoli. Y ya es hora de que se entere. Para ello tendremos que alzarnos muy arriba leyendo muy hondo esta poesía. Estamos a tiempo. El 9 de marzo de 1915 sigue vivo en sus palabras. Es un instante de cien años. Todavía “está transido, pobre de rocío”, el “enorme quetzal de la nada”.
* Publicado originalmente en el semanario CLARIDAD, suplemento EN ROJO. Reproducido aquí con el permiso del autor.