Para nombrar el amor digo lucha: a propósito del libro de Arturo Massol
El amor narrado en Amores que luchan es un amor probado, sin un ápice de platonismos, tal como el que describe el escritor mexicano José Emilio Pacheco en su poema “Alta Traición”. Leo y suscribo:
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
ciertas gentes,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas,
y tres o cuatro ríos.
Gracias al amor que mueve a los protagonistas, gracias al amor de los padres de Arturo que le heredaron mucho más que una espada en la roca, gracias al amor de Don Juan Antonio Corretjer y de Doña Consuelo, quienes les sirvieron de guía y ejemplo, y gracias a un puñado de valientes antes y después de todos ellos tenemos aún las montañas que nos cruzan, más bosques que hace un siglo y mucho más que tres o cuatro ríos. De algunos de estos se suple el agua a esta ciudad gris, ahora deshecha, muchas veces monstruosa, dilapidada desde siempre desde algunas fortalezas. Gracias a una labor de 38 años que se renueva como un acto de prestidigitación patriótica, a una casa de madera pintada con un rosa que no existe en ningún otro sitio, ha ido entrando, poco a poco, todo un pueblo. La casa, construida para propósitos mucho más humildes, regala un tenue olor a Madre Isla y reserva un cuarto para albergar solo mariposas. Esa casa aparece en el libro como esparcida, volátil, como las semillas aéreas de las ceibas o como el polen fecundo que acarrean sin saber las abejas. Esa casa es el punto orillo de una tela, tan invisible como recia, que revela su extensión y fortaleza cuando nos abate una amenaza, bien fuera un huracán o un gasoducto, que por sus efectos terminan pareciéndonos la misma cosa.
Este libro es un testimonio amoroso y vivencial de la existencia de esa red forjada por cinco siglos de cimarronería, compuesta por una gente que abre de par en par los brazos cuando echa un pie y que carga cuanto quiere llevar en el hueco que se les abre en el corazón. La cimarronería que hemos heredado nos ha hecho traficantes expertos y conspiradores natos, hábiles constructores de una libertad a la pequeña escala en que nos hemos sentido capaces de defenderla. Y esta es una parte importante del legado de Casa Pueblo y de esta historia ante ustedes. Esa casa, como pocas, ha sabido potenciar en nosotras las ganas de muchas libertades, ha ampliado la escala de su defensa y ha reclutado con éxito un ejercito de anárquicos conscriptos. Desde Casa Pueblo se preparan nuevas e indispensables insurrecciones porque a nuestra libertad colectiva, cada vez más negada, le faltan muchas otras que ni siquiera extrañamos. Es tan libre, aunque no lo sepa, el que no tiene que beber agua envenenada, o que respirar un aire con olor a cenizas, como la que puede encender una lamparilla en la noche sin ser cómplice del derretimiento de los polos o el que puede comerse un bocado sin acabar devorándose una selva. Esas libertades, tan mal repartidas como otras que nos faltan, libran batallas tan invisibles como duras. Por eso resulta esencial este libro, por eso es casi tan importante como lo que nos cuenta. Aquí esta apalabrada una lucha. Aquí esta la lista de sus oponentes infames. Aquí hay una victoria que nos tocará defender muchas veces y multiplicar otras tantas.
La batalla contra el gasoducto, como la de antes contra las minas, no se trata de otra instancia de la filosofía aterradora del-no-te-metas-conmigo, si no de la gestión necesaria y tierna que afirma sin titubear la vida y con ella, necesariamente, todo cuánto la sustenta. Afirmar la vida de una comunidad es el único fin legítimo de la política, dice el filósofo mexicano Enrique Dussel, colaborador ideológico del entrante presidente de México Andrés Manuel López Obrador. Y seguirá siéndolo, aun cuando los filósofos cambiaran de parecer. De lo que trata la buena política, la verdadera, es de dar vida a otros, dejando suficiente a las generaciones futuras, sin dañar en el presente a otras distantes. Nada de esto hacemos. Ni cuidamos la vida como debiéramos, ni le economizamos a nadie los golpes. Sirva como ilustración de esto último la indispensable historia del Centro de Periodismo Investigativo acerca las toneladas de cenizas tóxicas generadas por AES en Guayama y enviadas durante algunos años a la comunidad dominicana de Arroyo Barril.[3]
Hagamos ahora un recorrido rápido que ilustre el asunto de la escala en algunas luchas libradas por Casa Pueblo. Tras la exitosa campaña que salvó 37,000 cuerdas de la explotación minera a cielo abierto, que mantuvo intacta la cubierta vegetal sobre 17 yacimientos de cobre, oro y plata, y que libró de la contaminación metálica el agua de un millón de personas que se sirven del Superacueducto, Casa Pueblo pasó a apoyar la lucha de todo el país para lograr la expulsión de la Marina de Guerra de los EE. UU. de la isla municipio de Vieques y, específicamente, a promover estrategias de bioremediación en su campo de tiro. La batalla más reciente —porque los signos ominosos sugieren que no será la última— requirió defender la vida de 300,000 árboles, y de todos los servicios que estos prestan, a lo largo de un corredor de 92 millas de largo y 150 pies de ancho, diseñado para atravesar la cordillera central de sur a norte por un área rica en biodiversidad, como lo es la zona del karso, y descansando parte del trayecto sobre la fuente de agua subterránea más importante que tiene el país, que es el Gran Acuífero del Norte. Fallar en esta tarea de proteger tanta vida hubiera significado amenazar las cuencas hidrográficas de dos de nuestros ríos, el Río Portugués y el Río Grande de Arecibo; violentar el derecho a la vivienda de cientos de familias para quienes ya había comenzado el proceso de expropiación; alterar la integridad del paisaje en docenas de comunidades; y el delicado balance, siempre amenazado, de los reinos que sostienen toda la vida: el de los animales, el de los vegetales y el de los hongos los que, por falta de educación, nos resultan tan invisibles como los individuos de otros reinos mucho más populosos e inadvertibles, como el de las móneras y algunos protistas.
Para defender todo esto Casa Pueblo convocó una comisión técnica y científica que asumió la tarea de anticipar y solventar las evaluaciones ambientales y de seguridad necesarias, de educar al país sobre sus hallazgos y de reunirse, para presentarles su evidencia, con toda la institucionalidad que estuviera disponible a recibirle. Esta tarea, que requirió de mucha sagacidad, de gran competencia técnica y de un enorme espíritu de servicio desinteresado, estuvo auxiliada por esa ancestral conspiración que nos hermana y que hace que un fascista paranoide, como el señor Pesquera, vea amenazas a su jefe detrás de cualquier sombra. Por nuestra capacidad para ayudar a construir una victoria ajena y hacerla propia es que Arturo recibía llamadas de desconocidas que querían entregarle documentos en sobres sellados, que recibió consejos de luchadores que le eran ajenos e información valiosa de fuentes que canalizaban terceros. Arturo corresponde generosamente esa orquestación de riesgos y esfuerzos, recordando en estas páginas cada encuentro, cada cita, cada aportación recibida en todos los recodos del camino. Lo hace sin violar jamás la confianza depositada y ateniéndose a la ley de la calle que hace de todos una sola Fuenteovejuna.
De todas estas aportaciones quiero destacar una hecha sin la protección del anonimato por un colega y amigo del Recinto Universitario de Mayagüez, el Dr. Gerson Beauchamp. Arturo narra cómo Gerson llegó tempranamente a una conclusión más inverosímil que la extravagante estrategia de relaciones públicas que llevó a los proponentes del gasoducto a pasear en helicópteros a los pastores de ciertas iglesias para galvanizar positivamente la opinión de sus feligresías. La conclusión de Gerson parecería descabellada a todos los que no hayan sufrido en carne propia lo que ha sido el saqueo sistemático de este país. Cito a Arturo:
Estudiando el sistema [Gerson] descubriría por documentación propia de la compañía [EcoEléctrica, en Peñuelas] que esta no estaba lista para cumplir con la demanda de gas requerida por la AEE. Con calculadora en mano, sumando y restando, calculando la raíz del flujo de gas con una derivada confusa, Gerson llegó a esa conclusión cerca de las dos de una madrugada de finales de agosto. No podría dormir después.
[…] Los hallazgos fueron consultados con otros ingenieros. Estos quedaron mudos, sin capacidad de contra argumentar nada.
[…] El segundo martes de septiembre de 2010, desde el Ateneo Puertorriqueño quedaría claro en conferencia de prensa que EcoEléctrica no poseía la capacidad de suplir la demanda propuesta por la AEE. Ni siquiera tenía el potencial de suplir esa demanda en un futuro previsible. La capacidad de suplir gas natural al [Gasoducto del Norte] no solo depend[ía] de la capacidad de recibir envíos y almacenar el combustible en un tanque de gas natural licuado, sino también de la capacidad de regasificar el combustible líquido.
[…] EcoEléctrica no tenía[,] ni tiene la capacidad instalada ni tampoco los permisos para viabilizar la propuesta de gasificación energética propuesta por la AEE. [E]l Gasoducto […] no era viable […como] tampoco [era] necesario (56-7).
Funcionarios del gobierno de Puerto Rico, incluyendo al ex gobernador Luis Fortuño, a la Junta de Directores de la AEE, a sus ejecutivos, y equipos de diseñadores, contratistas y cabilderos estuvieron todos dispuestos a atravesar la cordillera con un tubo sin que tuviera la capacidad ni el potencial para cumplir su propósito de suplir gas a las generadoras. Arturo llama a esta temeridad robo. Y lo es, solo que se trata de una estrategia de saqueo de una magnitud tan avallasadora, tan cínica, tan metódica y tan sistemática que llamarle robo es como llamar al holocausto asesinato. Se trata del nuevo/viejo rostro de la gubernamentalidad, del apocalipsis zombie del estado, del gangsterismo contra los pobres que revelara John Perkins en el 2004 en su libro Confesiones de un sicario económico vuelta ahora estrategia habitual de gobierno. Ni el malpensado de Marx que generosamente atribuía al capitalismo el desarrollo de las fuerzas productivas hubiera previsto semejante locura.
Cierro con una cita de Joaquín Villanueva, un joven profesor de geografía en Gustavus Adolphus College, Minnesota, quien cataloga esta desposesión sistemática de los bienes colectivos como una estrategia de acumulación de las clases poderosas ante la depresión económica que ha sufrido nuestro país. Dice Villanueva que
[e]n tiempos de crisis […] la alianza del bloque criollo con el capital extranjero recurre a despojar a las comunidades vulnerables de sus activos y a transferirlos a esta alianza para mantener su solvencia, […] añadir liquidez a los mercados financieros […], y proveer soluciones de corto plazo a los límites fiscales y financieros de los estados. Por lo tanto, el manejo de crisis es un proyecto neoliberal de clase que concentra los activos en las manos del bloque criollo y sus aliados internacionales, mientras desplaza los riesgos transaccionales a las comunidades más vulnerables (3).[4]
A Villanueva, Cobián, y Rodríguez, autores del artículo que cito, así como a un puñado de intelectuales puertorriqueños de varias generaciones, no se le ha escapado que los modos en que los este bloque criollo intenta conservar, y si posible avanzar, sus posiciones de clase durante la crisis coincide con algunas de las muchas razones que la agudizaron.
Podemos ir pueblo por pueblo haciendo el inventario de los proyectos yermos que no cumplen ninguna función social que no fuera el cuadrar en su día las cuentas de los proponentes. Espacios causales, los llama Villanueva (7). Haríamos bien en investigar las fuentes de financiamiento de cada uno para ver si ahora los llamados a pagar por ellos —algunos verdaderos adefesios, cuando no riesgos a la seguridad pública— son los niños de educación especial con sus terapias, los jóvenes universitarios con su acceso a la educación superior, o las maestras y los empleados de gobierno con su retiro. No sé. Yo, en mi pueblo, miro cada vez con más sospechas una estatua de bronce con tres delfines juguetones colocada precariamente sobre una minúscula rotonda roída y cuyo único propósito es ralentizar el tráfico antes de un estacionamiento. Ante lo que no albergo la menor duda de su procacidad es ante un lecho seco de lo que alguien, alguna vez, le vendió como lago a un alcalde bobo o cómplice. Este lago tendría un gazebo para hacer picnics y un puente que parecería un muelle. No se necesita ser ingeniero hidráulico para saber que un lago artificial que desemboca en una quebrada urbana sería siempre un lecho seco, cuyo único destino no podía ser otro que alimentar los caballos flacos del barrio con unas hierbas tristes. Basta un solo vistazo para abarcar tres delfines rechonchitos, un lago seco, un tubo sin gas con una factura de $800 millones. Si alzo la vista alcanzo a ver un Coliseo de Puerto Rico que se alquiló después de un huracán por $11,600 dólares diarios, pero cuyos ingresos no han sido suficientes para afrontar la deuda asumida durante su construcción y refinanciada luego. Veo diecisiete kilómetros de un tren que produce un déficit de $50 millones anuales y realiza un tercio de los viajes que lo harían sustentable (Villanueva, 8). Desde cualquier esquina usted puede puede observar muchas vidas rotas. Entre nosotros, muchos corazones apesadumbrados. Algunos brazos que se abren. Una raya indeleble en el suelo. Gracias, Arturo, por trazarla.
[1] Una versión de este texto fue leída el jueves 6 de septiembre en el Colegio de Abogados de Puerto Rico, Miramar, en la presentación del libro junto a Benjamín Torres Gotay.
[2]Mari Mari Narvaez, comentario en contraportada de A. Massol, Amores que luchan: relato de la victoria contra el gasoducto en tiempos de crisis energética. San Juan: Ediciones Callejón, 2108.
[3] Omar Alonso, Algo pasó en Arroyo Barril. CPI. http://periodismoinvestigativo.com/2016/03/algo-paso-en-arroyo-barril/
[4] J. Villanueva, M. Cobián y F. Rodríguez. “San Juan, the Fragile City: Finance Capital, Class, and the Making of Puerto Rico’s Economic Crisis”, Antipode, vol 0 No 0, 2018, pp. 1-23