Patria en el Siglo XXI
Antes que todo quiero agradecer al Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, por esta amable invitación. Descifrar la relevancia de conceptos tales de “Patria, justicia y libertad en el Siglo XXI”, ¡tamaña tarea! En vez de un enjundioso recorrido teórico me propongo algo menos ambicioso: relatar algunas estampas que vienen a mi mente a propósito de la gran exposición que nos convoca y la magnitud de los retos que plantea esa aspiración de patria con justicia y libertad.
Lo primero que viene a mi mente son unos versos de Rubén Blades, el polifacético panameño:
Hace algún tiempo me preguntaba un chiquillo por el significado de la palabra patria. Me sorprendió con su pregunta y con el alma en la garganta le dije así: ¡Flor de barrio, hermanito! ¡Patria son tantas cosas bellas! Como aquel viejo árbol de que nos habla, aquel poema. Como el cariño que guardas después de muerta la abuela. Patria, ¡son tantas cosas bellas! Son las paredes de un barrio, es su esperanza morena: es lo que lleva en el alma todo aquel cuando se aleja. Son los mártires que gritan: bandera, bandera, bandera, bandera…! No memorices lecciones de dictaduras o encierros: la patria es un sentimiento como mirada de viejo, sol de eterna primavera, risa de hermanita nueva.Te contesto, hermanito: ¡patria son tantas cosas bellas!
Rubén Blades hace muchas cosas en esa canción (que también es un texto) formidable. Resuelve, a mi satisfacción, la contradicción entre esa patria despreciable, lista para promover el consumo en el argot de los publicistas y recurso de exclusión entre los elitistas, de aquella otra, real, de carne y hueso, que vive y sobrevive los avatares del barrio y de su violencia. De aquella otra que muestra un orgullo íntimo de saber que hay algunos (as) bravos (as) que levantan bandera, ya sea en Vieques o en el Canal de Panamá. Decir patria en el siglo XXI es tomar partido a favor de una forma de entenderla en que no quedan excluidos (sino más bien preferidos) los de “la esperanza morena”, los que tienen que decidir entre quedarse o irse de Puerto Rico en la búsqueda incesante de modos decentes de “ganarse la vida” . Esos que llevan en el alma el peso del exilio… Decir patria es tomar partido, desde esta perspectiva, a favor del inmigrante dominicano que también tiene que enfrentar la dureza de otra cultura diferente en otra patria caribeña.
Esa patria de los que van “cuesta arriba y al acecho” está hoy en medio de una dura prueba. “Puerto Rico no es sólo un escenario en el que la violencia acontece de forma objetiva, sino la víctima misma. La violencia “en” Puerto Rico ha degenerado en violencia viciada “contra” Puerto Rico”1. Esta sentencia terrible del padre Ángel Darío Carrero plantea asuntos cruciales. Los tiempos que vivimos, nos insiste, son burdos. El uso del poder para fines despreciables es cotidiano:
Para asegurar y justificar semejante equívoco (refiriéndose a los políticos que pretenden ser servidos en vez de servir) tienden a despersonalizar al País desde los esquemas trasnochados de la guerra fría, del sexismo, de la xenofobia, de la homofobia, del fundamentalismo o de intimidación a la prensa. Saquean económica y moralmente al País como a un todo, para rebajarlo a la condición de siervo despreciable e imponerse como amos nada benévolos dentro del escenario de una nueva farsa colonial. El esquema es tan horrible como cierto. Ni siquiera existe el pudor del disimulo.2
Vale la pena detenerse a reflexionar sobre el diagnóstico tan valiente que produce el padre Ángel Darío: la agenda de un Puerto Rico renovado es por su propia naturaleza plural como la naturaleza del ataque a su pervivencia como comunidad en que pueda crearse la paz como condición primaria. No hay ya espacio para otra cosa que la diversidad de los reclamos de derechos humanos que surgen de la propia población. Los reclamos, sin embargo, están lejos de constreñirse al marco limitado de la insularidad: son los reclamos globales que vienen “desde abajo” en un mundo en que las estructuras económicas transnacionales pretenden una nueva uniformización mercantilista. Igual que en el Siglo XIX, nuestros reclamos de derechos humanos tienen dimensión internacional y sólo serán atendidos en tal contexto. Llámele usted foros mundiales o sociedad civil internacional, la necesidad de insertarse en las plataformas internacionales a favor de los derechos humanos es crucial.
En el plano interno, sin embargo, no es un líder lo que hace falta (aunque un Betances no nos vendría mal) sino un conjunto de personas comprometidas confrontando la multiplicidad de formas en que el rostro de la violencia se nos presenta de forma cotidiana. La nueva revolución de ese Puerto Rico en potencia saldrá (si es que sale) de ese pluralismo de esfuerzos que supere la cancelación constante de los proyectos de unos sobre otros. Por encima, por el lado, por debajo de los partidos tradicionales tiene que consolidarse esa fuerza social que exija la transparencia y aleje el ejercicio de gobierno de la función de dispensar contratos para la élite económica. Tiene que surgir la fuerza que plantee la distribución de ingresos como prioridad. Facilitar ese proceso de promover altos niveles de transparencia y de participación para que el resultado de su gestión represente el pluralismo de la agenda de derechos humanos es inaplazable. Sólo así se podrá crear el espacio para esa nueva democracia deliberativa que requiere el Siglo XXI. Sólo con la democracia participativa se adelantará la agenda de derechos humanos. Son dos caras de una misma moneda de transformación.
La soberanía, requisito de libertad, es, desde este modo de ver las cosas, la capacidad concreta de acceder a una mejor calidad de vida por el esfuerzo propio, es una meta que se intenta conquistar día a día. Para ello hay que estimular un nuevo contexto institucional que apoye la filosofía de empresarismo y justicia social. La descolonización es también un proceso íntimo, como nos recordó hace mucho tiempo Abraham Díaz González. Es un hecho con implicaciones jurídicas pero trasciende este plano de la realidad por que se vive dentro de un pluralismo normativo donde muchas de las reglas se hacen desde abajo y sin permiso. A veces esas normas tienden a la violencia (como cuando se ejecuta al que incumplió su trato de negocios) y a veces tienden a la solidaridad (como cuando los padres deciden dotar la escuela de recursos que el gobierno no tiene o no aporta). Si se ejercen bien, esos actos cotidianos nos van llevando a la descolonización, a la fraternidad, a la justicia donde cada cual recibe lo que se merece, según se vaya definiendo eso en el proceso de deliberación social. Si se ejercen mal, el camino hacia la violencia al país se hace más ancho.
No parece haber, por tanto, necesidad más urgente que la de poder discernir entre aquello que nos conduce a la libertad o a la esclavitud. Es una elección ética y cotidiana. Es lo que nos puede conducir al cambio social en la dirección de la agenda plural de derechos humanos. Que nadie se engañe: la crisis económica, en sí misma, no conduce al apoderamiento y a la transformación humanizante: a ello sólo nos puede conducir la realización de un proyecto coherente desde la diversidad. Al contrario, ausente un proceso de apoderamiento social, la probabilidad es que el sentido de dependencia se profundice.
En este contexto parecería fundamental no dejar solos a los más desamparados ni dejar que estos nos dejen solos en la penuria del egoísmo que nos desvela de noche. Si se ejerce mal el discernimiento, los actos cotidianos de libertad nos llevan a consolidar este espacio que parece cada vez más un ghetto grande y cada vez menos el embrión de un país. Esa es la opción y cada vez que le damos la espalda a esa realidad optamos por el ghetto. Cada vez que asumimos el reto de la autogestión, caminamos hacia formas más plenas de realización personal y colectiva. Esta parece ser hoy una forma de entender la suprema definición, el querer empezar a ser libres de Betances puesto al día en el siglo XXI.
Pero ese es un “poder” que se ejerce, principalmente, al margen del estado y, en cierto, modo de la propia clase política. Esa dinámica está escondida para el que continúa manejando las categorías políticas y jurídicas de otros tiempos. Si se trabaja con un espíritu solidario esa cotidianeidad se puede mover hacia la confianza en sí mismo que lleva a la libertad. Si cada cual se encierra en sus parcelas y proyectos de otro siglo, el deterioro continúa y la justicia, como quiera que esta se defina, se aleja como proyecto social. Esa nación que ya no tiene los bordes precisos de su geografía isleña se debate hoy más que nunca entre el irse y el quedarse. Para los jóvenes la pregunta es especialmente difícil y por eso más de la mitad de los que emigran tienen entre veinte y cuarenta años. Ya la nación de esa patria reside en múltiples lugares y tiene querencias de nostalgia y de múltiples registros.
En Puerto Rico hay líderes anónimos que las comunidades aprecian por que están con ellos en las buenas y en las malas. Porque los acompañan, porque no los dejan solos. Porque asumen, con ellos las consecuencias. Porque los ayudan en el proceso de discernir. A los líderes partidistas, por el contario, con pocas excepciones, se les utiliza pero no se les respeta. Con ellos se realizan negocios para garantizar la sobrevivencia pero de esa transacción no surge, de por sí, respeto alguno. El reclamo de la población lo ha articulado muy bien Darío Carrero: “No hay que ser perfectos, pero hay una condición básica para gobernar a un País: amarlo sinceramente”. La diferencia entre el que gobierna por sentimientos de amor y aquel que lo hace, en el fondo, por pura vanidad, es esencial.
A la soberanía estatal en Puerto Rico, a esa patria del Siglo XXI, se le ha puesto precio: son los famosos fondos federales que atraviesan nuestro mundo cotidiano. El miedo a estar desamparados crece en un mundo en que cada cual busca como resolver su propia situación sin considerar las consecuencias sociales de sus acciones. El gobierno de EEUU se niega a ofrecer vías de transición a un escenario de mayor control interno de las decisiones. Hasta ahora, el Gobierno de EEUU, no su población que está ignorante sobre el asunto, ha estado dispuesto a pagar el precio de las transferencias federales a cambio de las ganancias de la manufactura y del prestigio imperial de poder controlar poblaciones por medio del consumo. Pero podría tomar otras decisiones en un futuro en que tiene que replantearse las prioridades de un presupuesto limitado.
Todavía, sin embargo, las elecciones son ejercicios de legitimación de la dependencia en varias tonalidades. La población sabe, o intuye (que “es un atrecho al conocimiento”, según el poeta Juan Antonio Corretjer) que con las elecciones no se logran cambios mayores pero se asegura la subsistencia de la dependencia. Por eso seguimos votando. Por eso no parece haber mucho espacio para la izquierda en el plano electoral. Por eso el bipartidismo cerrado estrenado en 1968 no de visos de ceder. No es tan difícil de entenderlo si uno no vive tan divorciado del día a día de la subsistencia.
Las buenas noticias es que existen semillas de otro Puerto Rico que está actualizando una agenda alternativa para atacar los problemas desde otra perspectiva. Dice Vargas Vidot: “En Puerto Rico y en muchos lugares la mayor parte de las enfermedades son el producto de la ignorancia o falta de educación, no olvidemos que acá 52% de los niños que van a la escuela no culminan su educación. Debemos de agregar al “curar” que aprendemos en la Escuela de Medicina el ‘sanar’ que es lo humano, que es disipar miedos generados muchas veces en la ignorancia”.3
Educar, acompañar, ejercer el discernimiento ético sin parecer, y sin ser, la tía regañona que le ve defectos a todo y que no puede entender la sensibilidad de los nuevos tiempos. Todo esto hay que hacerlo. Levantar ese espacio plural en que la bandera de los derechos humanos tendrá múltiples colores. Esta es, en mi mejor estimación, la revolución posible de la libertad con justicia en el Siglo XXI.
*Palabras del autor en ocasión de la inauguración de la exhibición “Patria, justicia y libertad en el Siglo XXI”, en el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, el jueves 11 de agosto de 2011.
- Ángel Darío Carrero, “Una condición para gobernar”, El Nuevo Día, 30 de junio de 2010. [↩]
- Ángel Darío Carrero, “Una condición para gobernar”, El Nuevo Día, 30 de junio de 2010. [↩]
- José Vargas Vidot, MD, Galenus, http://www.galenusrevista.com/-entrevista,144. [↩]