Pelotas rojas
En el cuento que estaba narrando cuando me interrumpiste, hablaba de unos jóvenes que corrían jugando en la calle de una ciudad llena de edificios abandonados, están pateando una pelota roja de arriba a abajo. Con uno de los golpes la bola vuela por los aires hasta el otro lado de una verja enorme, tras ella se levanta un gigantesco edificio militar. Aparecen soldados con perros que se acercan a inspeccionar el objeto brillante, para proceder a levantarlo y llevárselo para siempre.
Alguien que llegó tarde me interrumpe y me pregunta si eso ocurrió en la franja de Gaza, o si es algo que pasó en una de esas películas de la Alemania nazi. “¡Es que me parece tan familiar!”, aclara. Yo rápido le contesté que no, que eso pasó en la Ave. Chardón los otros días. La historia es real y la pelota salió disparada durante un juego entre jóvenes del Campamento contra la Junta de Control Fiscal, y cayó del lado del edificio del Tribunal Federal en Hato Rey, Puerto Rico.
Tú y yo íbamos caminando a unirnos al juego justo cuando eso pasó. Estamos yendo desde el primer día regularmente a ese asfalto rescatado a protestar porque en resumen, somos una colonia pisoteada de EEUU y hoy eso es más claro y difícil de tragar que nunca. Vamos porque estamos hartos de ser ciudadanos de tercera en nuestro propio país. Nos acaban de imponer una Junta de Control Fiscal que nos revoca la democracia. Somos presa de banqueros que en el mundo de las finanzas llaman buitres, lo que sugiere que para ellos estamos casi muertos. Mucha gente ha logrado escapar, ya las cifras se calculan por los cientos de miles. Nosotros como todos, hemos pensado irnos muchas veces, pero tenemos demasiados lazos aquí. Nos toca resistir.
Tú cumplirás 4 años en la misma semana que el Campamento Contra la Junta cumplirá 2 meses. Además, durante las pasadas 2 semanas también fueron las Olimpiadas y mientras desobedecíamos en más de un frente, una tenista de madre puertorriqueña representó al país y ganó medalla de oro en sencillos. Por si te lo preguntabas, las Olimpiadas son un espectáculo internacional de audiencia híper-masiva que se ha celebrado cada cuatro años, con sus interrupciones de guerra, desde el 1896. Dos años después de la primera Olimpiada, EEUU invadió militarmente a Puerto Rico.
Los participantes del drama olímpico en lugar de representar a corporaciones privadas en este evento representan a corporaciones públicas y compiten midiéndose en diferentes destrezas físicas. Los que ganan se convierten en grandes héroes y heroínas y en países austeros, pequeños y rotos como el nuestro, las celebraciones de sus hazañas opacan todo lo que exista aunque lo que exista sea la pobre lucha contra la más vil de las miserias.
La tenista que ganó la medalla de oro se llama Mónica Puig, tiene 22 años, es blanca, rubia, y le gusta el arroz con salchichas. La primera medalla de oro que ha obtenido un puertorriqueño en esos juegos la logró una puertorriqueña. Después de todo, el 52% de nuestra población está compuesta por mujeres, así que lo menos que les debemos es llamarnos todas puertorriqueñas desde hace tiempo.
Tus cuatro años también los has vivido bajo el mandato del primer presidente negro en la historia de los EEUU. Dudo que otro hombre negro vuelva a ocupar ese lugar en mucho tiempo. Me parece además, que puede ser posible que pronto se elija a la primera mujer presidente, igual de blanca, asesina y rica que los demás, solo por la novedad.
Obama no ha querido liberar a Oscar López Rivera. Durante su comandancia militar se ha matado más gente en otros países que con su antecesor, y existe una epidemia de policías blancos asesinando a hombres negros. Le dieron el premio Nobel de la Paz justo tras salir electo y antes de empezar a presidir. Los sistemas nos crean esos espejismos de igualdad y de justicia, por favor, ándate atento.
Tu vidita hoy se me ha convertido en una constante revisión de la mía. Lo primero que yo evalué, o al menos lo primero que recuerdo haber evaluado rápido que nos hicieras mamá y papá, pero ahora más que te escucho hablando y pensando por ti mismo, fue mi rol como hijo. Descubrir de sopetón el otro lado de la historia da una perspectiva brutal y no pocas veces dolorosa. Uno se da cuenta de la fuerza de la programación y de lo mucho que se heredan las manías. Cuando te veo hacer esos gestos con las manos, o fruncir el entrecejo, sudo frío. ¡Ay, Isaías, es nuestro genio…!
He podido ver en ti mi lado oscuro y lo insoportable que eso puede ser. Muchas veces me comporto como tú y no bromeo. Estamos haciendo ejercicios de respiración juntos para calmar los ataques de frustración. Hace poco me dijiste mientras hablaba apasionadamente con alguien: “¡papá, respira!” y funcionó. También haces juegos de palabras y dices que combinan siempre que haces una rima. “Viste que combinó”, dirías. Ya eres capaz de fingir la risa para hacer a otro sentirse bien y lloras para dramatizar tus ganas.
A veces te hablo y veo a tu mamá, a veces me veo a mí, a veces a tu Tatá, y a veces andas solo. Te pareces mucho a mami, eso sí, y viven enamorados el uno del otro y se refuerzan ese carácter particular que comparten y que incluye la terquedad y la incoherencia. Tu cara redonda y tu nariz son de ella, de los Lebrón de Las Piedras. Tus ojos a veces grises, a veces azules o verdosos, tiene toda mi mirada marrón pero presumo que el color lo destapó tu abuelita Gladys y tu bisabuela Salomé.
Soy papá tarde en mi vida, como ya debes saber, si me comparo a mis amigos de siempre. Muchos están llevando a sus hijos a la universidad mientras yo te llevo a pre-kinder. Como si fuera poco tus cuatro años tienen para mí un peso adicional. Mi papá, entiéndase tu abuelo, se fue de casa cuando yo tenía la edad que tú tienes ahora mismo. Puedo recordar, o creo poder, momentos de mi pasado que no sé cómo llegaron a ser tan míos, pero están ahí y creo que es el momento indicado en mi vida, aunque todavía no lo sea en la tuya, para contártelos de una vez.
Decir que mi madre fue maltratada por mi padre no es algo que la gente tome como normal, la persona promedio no anda por ahí diciendo y publicando esas cosas, pero la gente no habla de eso porque se avergüenzan y no porque no pase. Ahora mismo estoy en una etapa experimental en donde apuesto todo a la transparencia, es como una lucha más que estoy tratando. Creo que hay que dejar de esconderse para poder empezar a cambiar. Pienso en la herencia, y en cómo esas cualidades que tanto uno condena en los padres y madres, se filtran y se cuelan en nosotros. Recuerdo, y no sé qué tanto ese recuerdo depende de mi memoria, que tras una pelea con mi papá, le pregunté a mami: “¿por qué no te divorcias?” Hoy me pregunto si eso lo pensé yo.
Mami me hablaba poco de tu abuelo y yo lo recuerdo siempre como un cuento. Me contaba de su amor por los animales, de cómo rescataba perros y los llevaba a la casa. “Los satos son los mejores, porque son fieles”, me dice mami que papi decía. En casa, como en medio Puerto Rico, tuvimos a un Brownie y a un Blacky velando nuestros sueños y nuestras pocas pertenencias de la amenaza constante de los pillos. De los perros recuerdo que a uno se le quedó la cabeza pillada en la reja una vez y que el otro caminaba con nosotros a todas partes. Ambos desaparecieron como desapareció tu abuelo, sin dejar rastro ninguno.
Mi papá nunca se despidió de mí, creo que algo así lo recordaría; tampoco nunca supe a dónde fue. Recuerdo de tu abuelo además de lo ya dicho, que nació en Santiago de los Caballeros en la República Dominicana, que ahora mismo vive ahí y cumple tres o cuatro días antes que tú, los 76 o 77 años, no estoy seguro. Tu bisabuelo, el papá de mi papá, se llamaba Isaías. Te llamamos así en honor a él, pero es también mi segundo nombre y el nombre de un profeta de la biblia. Anoto y subrayo que para mí, sin embargo, la biblia es represión, no fuente de conocimiento ni saber.
Tengo el número de teléfono de tu abuelo y algunas veces lo llamamos, pues contigo también se me va quitando la rabia y el resentimiento que le tenía. No puedo dejar de pensar, mientras te escribo esto, que me gustaría que te conociera. Amándote entiendo lo mucho que lo necesité. Como si no bastara yo me llamo como él y siguiendo las pistas de sus fotos nos vemos igualitos. También recuerdo que lo vi una vez subiendo por las piedras de una cascada del Yunque, que se quedaba dormido en los bancos de los parques, que guió un camión de tumba que estacionaba frente a la casa en Country Club. Sé que fue chofer por más de 20 años, de guagüitas públicas en la ruta de Río Piedras a Centro Médico. Recuerdo que comía muchas viandas y mariscos y que mami le daba vino con la comida de una botella color terracota que tenía un corcho y el dibujo de un barco. Recuerdo que me enseñó cómo embelesar con una ramita a un gato, y a ver el show de Iris Chacón.
También, recuerdo con claridad el último día de un largo drama que he inventado en mi cabeza para justificar todos mis vicios y vacíos. Mami estaba llorando mientras doblaba ropa para guardarla en una maleta. “Tu papá se va”, me dijo. Juraría que todavía puedo ver la cama de madera prensada, recuerdo que llevaba unos pilares que nunca se le pusieron. Si me esfuerzo creo recordar hasta el pelo corto de mami y el color dorado que tenía, pudo haber sido peluca, porque estaba de moda en ese tiempo y a ella no le gusta su pelo rizo. La veo a mi izquierda, luego a mi derecha, la colcha estaba estampada en flores, lamento no poder recordar el color de la maleta, pero si tuviera que pintarla sería verde, como tus ojos cuando te pones ropa amarilla. Nada más recuerdo. No sé cómo me sentí en aquel momento pero ahora lo repaso y siento un puño en la caja del pecho, mi amor era mamá y por lo menos ella no se iría, estaremos bien. No me imagino cómo pudo hacer tanto ella sola.
Mami me contó una vez que mi padre tuvo gallinas y un huerto en el patio de la casa. Llegó un día y encontró a una de las gallinas escarbando en su maíz recién sembrado, aclaro que pudo haber sido otra semilla, pero yo en mi versión de la historia siempre imaginé que fue maíz. Cuando mi padre la descubrió infraganti cogió una piedra y se la tiró con rabia, tuvo la mala suerte de darle y matarla. Mi padre, cuenta mi madre, estuvo llorando sobre el cadáver arrepentido, como un niño. No sé que pasó luego, pero siempre me he quedado con la duda de si nos comimos la gallina. Esa anécdota con el tiempo se convirtió en mi padre y por supuesto también en mí, como su hijo. La rabia me hace tirar piedras muy seguido y muchas veces he fallado pero en muchas otras atino y ambos resultados siempre me deprimen.
Haber visto sufrir a mi mamá no es algo que se supera fácilmente, sentirse abandonado por un padre, tampoco. La carga de no repetir la historia y tratar de ser todo lo contrario a él, así como el deseo de evitar ese sentimiento que me hace sentir que siempre tengo la culpa de todo, hasta del divorcio de papi y mami, me hizo desde mis casi 4 años este tipo que te escribe. No sé cómo eso comparará con tu historia, pues tengo la suerte de amar mucho a tu mamá, pero una vez me convierto en tu padre empiezo a ver que puedo caer en la trampa de querer hacerme mejor a mí a través de ti. Pienso en todo el tiempo que perdí creyendo que no me merecía nada, por ejemplo. Pero también pienso en cómo me despertó la rabia haber descubierto que Santa Clós era mami y que nos engañaban para controlarnos.
El trabajo político es otra parte de nuestro andar como familia que empezamos a redescubrir contigo. Cualquiera, como colonizados que somos todos, argumentaría que mi deber es adaptarme, ajustarme a la opresión y a la violencia del poder, con tal de no meternos en problemas y estar siempre a tu lado, aunque sea en la más terrible humillación y su miseria. Para muchos eso quizás sea fácil, pero lo primero que me pregunto es dónde se tira la raya que nos defina cuánto control sobre nuestra vida es suficiente. Qué tanto podemos aceptar y permitir en nombre de la trampa de calma y orden que llamamos sociedad, cuando es solo una forma de opresión institucionalizada.
Nadie llega al poder sin pisar a millones, hijo mío, sin colarse tres o cuatro veces en la fila, sin abofetear a los que no se dejen pasar por encima y eso está en nosotros también como una fuerza del instinto. Pero si bien es cierto que tenemos el impulso a sobrevivir desde el narcicismo más egoísta, también tenemos la capacidad de actuar en solidaridad y visualizar alternativas más horizontales. La humanidad es capaz de construir desde el amor con igual éxito que desde el odio, pero el punto no es sentir uno y nunca el otro, sino que ambos tienen que coexistir. Es importante aprender que no se puede amar a los que nos odian como amamos a los que nos aman, y tener una vida digna al mismo tiempo.
La violencia no nos evade por evitar pelear contra el Poder. Cederle el paso a los que se imponen a la fuerza no nos dará más paz o más poder. Dejar que te saquen una vez es dejar que te saquen del medio de por vida, obedecerlos es solo la paz de ellos, no la nuestra, Isaías. Aún así te informo que se han criado hijos hasta en campos de concentración. En lo que queda de Palestina y en Siria, mientras escribo, explotan edificios y matan niños y la culpa no es de sus padres por desobedecer; si existiera una razón, sería por haber obedecido demasiado.
Contigo hemos ido tratando de ver el mundo de otra forma desde que estabas en gesta. Tu mamá parió en la casa, y haber vivido esa experiencia despierta el fuego interno de la vida. Tener un intermediario entre un hijo y uno es inconcebible para mí después de eso, como es imposible pensar que tenemos que aceptar ser y haber sido explotados por generaciones.
Tú acabas de empezar la escuela, no llevas ni dos semanas, algunos días te gusta, algunos días no. Algunos días a mí me gusta, algunos días no. El debate del “home schooling” siempre lo tuve en el pecho, lo pensé mucho pues me hubiera tocado a mí, pero tu mamá y yo decidimos que preferimos la educación tribal, en donde estés expuesto a multitudes de ideas y contradicciones y a diferentes seres que te confronten. Sin embargo, ya en la primera semana cantabas en casa una canción que dice que los animales son de la creación y todos son del señor y se me pusieron los pelos de punta. Pero nada, ahí al parecer nos quedaremos porque no hay escuela perfecta, y claro, porque nos podría ir mucho peor en otras. Por lo menos en esa no se reza.
Hace unos días te busqué y cuando te montaste en el carro me dijiste que un niño que era tu amigo te dijo de repente que ya no lo era más. Me dijiste: “pero papá, yo no le hice nada y él me dijo que no era mi amigo”. Levantaste los hombros y las palmas de las manos, vi el atisbo de un puchero.
Mil cosas pasaron por mi cabeza. No sabes cuántas veces me ha pasado a mí lo mismo. En el momento recuerdo que te dije que quizás el niño estaba molesto y ya, que así podemos ser tarde o temprano todos. Luego te dije que algún día podrías encontrarte tú en la posición de hacer lo mismo a otro niño, que recordaras lo que se siente, para cuando tengas ganas de decirlo. Te quedaste en silencio y yo también. “¿Esas palabras salieron de mí?”, me pregunté en voz alta mientras las miraba perplejo flotando entre nuestras caras. Ese día también te conté que de mi papá conservé, hasta la rebeldía de la adolescencia, un sapito de plástico verde que tenía unas ruedas anaranjadas, que dejó un niño en su pisicorre alguna vez; y una pelota roja ya bastante gastada.